Apuntes para una literatura ancilar. Se non è vero, è ben trovato: traduttore-traditore

En esta entrega de Apuntes para una literatura ancilar, Mario Bojórquez nos habla del placer refinado que es leer poesía en otras lenguas y nos recuerda que esto “…se convierte, para gozo del practicante, en una encrucijada, posta a la que llegan los peregrinos con sonidos extraños e historias imposibles; leemos sin comprender y nuestra memoria obsesa conserva durante horas, días, meses, una frase que poco a poco va alcanzando significación”.

 

 

 

 

 

 

 

Se non è vero, è ben trovato: traduttore-traditore

 

 

 

Leer poesía en otras lenguas es un placer refinado, hay algo de alquimia y de heteromancia en ese ejercicio, especialmente si la lengua extranjera es asimilada por imitación de la propia y confrontada con otras de la misma raíz. Leer en otras lenguas se convierte, para gozo del practicante, en una encrucijada, posta a la que llegan los peregrinos con sonidos extraños e historias imposibles; leemos sin comprender y nuestra memoria obsesa conserva durante horas, días, meses, una frase que poco a poco va alcanzando significación, los que nos quieren habrán de soportar el murmullo incomprensible: chubala boo bitcha!, Jacuse home? Jachise teuac? Jaiquisi uasutec?

Guillermo Fernández, el grandioso traductor de la poesía italiana, me comentaba en un desayuno que todos los traductores mexicanos se hicieron expertos en lenguas que les eran desconocidas con un buen número de diccionarios al lado; mi maestro el poeta Eduardo Lizalde tiene una colección impresionante de ellos en todas las lenguas y en todos los modos, Hilda Rivera se maravillaba hace poco de un diccionario en francés quebecúa que pasaría a engrosar la colección de nuestro querido Tigre. Leer en latín y griego le sirvió al joven abogado Rubén Bonifaz para conocer a la perfección la antigüedad clásica, en francés e inglés el joven Octavio Paz conoció a los más grandes poetas de su tiempo, esas dos lenguas también fueron vehículos para la formación de José Emilio Pacheco, nuestro Francisco Cervantes queretano campeó entre el portugués y el galego medieval que alguna vez fueron una sola lengua.

En comunicación directa, mi maestro, el filólogo Valentín García Yebra, quien cuidaba de la letra “N” en el Diccionario de la RAE, y que estuvo a principios de la década de los noventa en México para dar una conferencia en la UNAM, me confesaba: “Traduzco de unas setenta lenguas, usted creerá que soy bueno en algunas decenas, no, no lo soy; soy magnífico en español. Nada se necesita más para un buen traductor que ser excelente en la lengua vernácula, así con todos los recursos de su propia lengua podrá con fortuna adecuar los conceptos, usos y accidentes de la extranjera lengua en aquella que le es nativa y natural. Conocemos a personas muy conocedoras de las lenguas extranjeras pero que son incapaces de poner en sentido recto y llano cualquier concepto que nos resultaría sencillo y diáfano en nuestro idioma español.” Una de las definiciones más celebradas del maestro Valentín García Yebra es aquella de que se debe buscar, “no una equivalencia entre dos conceptos traducidos, sino más bien, una adecuación de la lengua extranjera a un concepto doméstico”, ya que la palabra traducción precisamente eso quiere decir, viene del latín traducere, que es “llevar a través de”, así como conducir es “llevar algo o a alguien”, introducir es “llevar dentro”, abducir es “llevar afuera”, etc. Traducción será, pues, llevar a una lengua a través de otra, es decir, llevar aquel sentido extraño a un sentido propio.

El esfuerzo siempre es recompensado, del mismo modo que al leer el calambur de Xavier Villaurrutia (“Mi voz que madura”), y que ya pertenece a la gran tradición poética mexicana, leer en Jean Cocteau su poema L’hôtel que exige una versión a la letra y otra más que podríamos llamar auditiva:

 

 

 

L’hotel

 

La mer veille. le coq dort.

La rue meurt de la mer. Île faite en corps noirs.

Fenêtres sur la rue meurent de jalousies.

La chambre avec balcon sans volets sur la mer

Voit les fenêtres sur la mer,

Voile et feux naître sur la mer,

Le bal qu’on donne sur la mer.

Le balcon donne sur la mer.

La chambre avec balcon s’envolait sur la mer.

Dans la rue les rats de boue meurent

(le 14 que j’eus y est)

Sur la mer les rameurs debout.

La fenêtre devant hait celles des rues;

sel de vent, aisselles des rues,

aux bals du quatorze juillet.

 

 

 

El hotel

 

El mar vela. el gallo duerme.

La calle muerta del mar. Isla hecha en cuerpos negros.

Ventanas sobre la calle mueren de celos.

La habitación con balcón sin aleros sobre el mar

Ve las ventanas sobre el mar,

Velo y fuegos nacer sobre el mar,

El baile que da sobre el mar.

El balcón da sobre el mar.

La habitación con balcón se eleva sobre el mar.

En la calle las ratas de lodo se mueren

(el 14 que allí es)

Sobre el mar las rameras de pie.

La ventana de enfrente odia las de las calles;

Sal de viento, axilas de las calles,

A los bailes del catorce de julio.

 

 

Versión del francés de Mario Bojórquez

 

 

 

 

El hotel

 

La maravilla. el gallo duerme.

El rumor del mar. Se hace también negro.

Ventanas sobre los rumores de las celosias.

La habitación con balcón sin aleros sobre el mar

Ve las ventanas sobre el mar,

Velo y fuegos nacer sobre el mar,

El baile que da sobre el mar.

El balcón da sobre el mar.

La habitación con balcón se eleva sobre el mar.

En la calle las ratas de pie se mueren

(el 14 que julio es)

Sobre el mar las calles mueren de lodo.

La ventana delante odia la de las calles;

Sal de viento, axilas de las calles,

a los bailes del catorce que allí es.

 

Versión auditiva de Mario Bojórquez

 

 

 

(La merveille. Le coq dort.

La rumeur de la mer. Il fait encore noir.

Fenêtres sur la rumeur de jalousies.

La chambre avec balcon s’envolait sur la mer. (…)

Le balcon donne sur la mer …

(le 14 que j’eus y est)

 

 

 

Si nos encontramos en francés con la palabra fenêtre, recordamos inmediatamente la finestra italiana o el finestron catalán, y aún haciendo un esfuerzo el fenster alemán, que provienen del indoeuropeo “fan o phan” de donde proviene “fanal¨ o luz, quizá porque sus ventanas servían sobre todo para que entrara la luz en la época sombría del invierno; pero qué sucede si las colocamos ante nuestra ventana, que refiere más propiamente al viento del indoeuropeo “vînt” y que se hermana en gran medida con window (vîntwind-viento), porque, sin duda, en la Europa más occidental, el calor del verano exigía una entrada del aire que aliviara la sofocación de las habitaciones soleadas, o aún más lejanamente, a la janela portuguesa que nos llega de un vocablo mozárabe y éste del latín: jana que proviene del dios Jano, el que tenía dos caras como las puertas entre las habitaciones, al zaguán de la calle se le llamaba porta, pero al interior de las casas se le llamaba jana, podremos recordar la palabra janeiro para enero, es decir, “la puerta del año”: (ai! kefareyu mamma, il habib ist ad jana / ay! que haré yo madre, el amado está a la puerta) janela vendría a ser puertecilla, en galego la tenemos en sus tres versiones aproximadas, fiestra, ventá y xanela; así vamos reconociendo entre la espesura del sonido su sentido acabado y final: post vesperam nudus egredietur, dice el verso latino, nuestro método revisa el material, post es después, vesperam viene de vespertino, la tarde, nudus de desnudo, egredietur, egresar salir, “al anochecer salen desnudos”, puede ser una versión posible.

Exprimimos el jugo no siempre dulce de los pesados diccionarios y más allá en nuestra cabeza se hace la luz del entendimiento, comprendemos por una capilaridad inexplicable, por una sinestesia de la memoria lo que a primera vista ha quedado oculto. Leer poesía en otras lenguas es un placer refinado, requiere de una maestría intuitiva, o bien, de una gracia, de un don omnímodo que sólo pueden conceder algunas diosas venerables.

 

 

Mario Bojórquez

 

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