Eres o del hacer presente al sujeto en la lengua. Sobre la poesía de Raquel Lanseros

Presentamos una reseña de Gustavo Osorio de Ita sobre la poesía de la española Raquel Lanseros (1973), recientemente publicada por Valparaíso México en el volumen Eres. Raquel Lanseros es una de las poetas más leídas en la España contemporánea. Osorio, en este texto, se aproxima no sólo a los temas sino a los procedimientos de expresión de una autora en plenitud de poderes poéticos.

 

 

 

 

Eres

Raquel Lanseros

Valparaiso México, 2016,  81 pp.

 

 

 

Eres o del hacer presente al sujeto en la lengua

 

 

 

            En Eres, el más reciente poemario de Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973) podemos encontrar la articulación de una precisión sustentada tanto en la experiencia como la experimentación. Por una parte recurre a formas métricas formales que posicionan al lector en un terreno ya conocido: se familiariza con la sonoridad y ritmicidad del endecasílabo castellano y se siente parte del discurso de Lanseros por su familiaridad expresiva. Por otra parte tiende a encontrar experimentación a través de la reflexión metapoética sobre la importancia de la palabra como piedra de toque de lo poético, entendido más allá del terreno exclusivamente de la poesía, como inclusive un lugar a partir del cual se puede generar aquello que Pozuelo Yvancos denomina “la presentez de lo lírico”. En torno dicha propuesta de Lanseros, el detenimiento sobre la palabra misma, podemos citar un fragmento del poema que inicia el libro, “Contigo”:

 

Guardad en mi costado las palabras.

Las que usé para amar,

las que aprendí a lo largo del camino,

las primeras que oí de labios de mi madre.

Envolvedme entre ellas sin reparo,

no temáis por su peso.

Pero cuidad con mimo la palabra contigo.

Tratadla con respeto.

Colocadla

sobre mi corazón.

La verdad no está en nadie, pero acaso

las palabras pudieran engendrarla.

 

 

            Donde se consolida una re-evaluación del cariz semántico, del peso de la palabra. Para Lanseros las palabras comportan una “aritmética” específica: cada palabra tiene una materialidad y peso específicos, una forma particular de conectarse dentro del sistema simbólico, un valor dependiente del lugar donde es colocada.  Así, una densidad invisible transvasa los significantes y nos pone a meditar en torno de nuestra propia lengua. Esta reflexión sobre la palabra también se materializa mediante vehículos tales como el retruecano, por ejemplo en el poema “Hacia la luz”:

 

Llega por fin, mira cómo te busco

en esta momentánea eternidad.

Quiero guardar el hoy como se guarda

un templo piedra a piedra.

No me importa esperar: soy la creación.

No me importa luchar: soy la creadora.

Cuando te encuentre morirá la muerte.

 

 

            Donde, además de potencializar el pathos eufórico mediante “la muerte de la muerte”,  recurre también a sustantivaciones interesantes (“Quiero guardar el hoy”) haciendo que los tiempos comiencen a ser espacios. Esta forma, que transgrede las normas usuales de la lengua para inaugurar una nueva gramática inherente a su propio texto, también se consolida en versos como los de “In nomine libertatis”:

 

 En mi alcoba no reinan

prohibiciones ni leyes. Mi palabra

es un patio sin llave

donde es bien recibido quien aprecie

la sombra de una higuera y un vaso de buen vino.

 

 

            La palabra aquí se vuelve también un espacio -como “el hoy” es también un espacio- promoviendo la idea de encontrar en el lenguaje un locus amoenus; la posibilidad de atisbar en el verso mismo un remanso donde existe el portador de la palabra y todo aquel que quiera escucharla. Esta propuesta propone fuertes consecuencias dentro del imaginario de Lanseros: si el lenguaje puede ser entendido como espacio, entonces podría incluso llegar a construirse un habitar poético de la propia lengua. Un habitar poético que comprehende también abismos, pues comporta un tono disfórico, por ejemplo, en los versos  de “Yago Bazal se deja ver dos horas”:

 

No es la palabra frío la que agrieta la cara

ni amorata los dedos en las botas deshechas.

Es el frío de verdad.

Es el frío espeso

de esta primera Navidad después de la derrota

pegándosele al cuerpo igual que una serpiente.

 

            Allí donde nos recuerda una realidad material que va más allá de las palabras, sustenta en paralelo la idea de que la palabra edifica su propia idea de mundo: Yago sufre del frío, pero sufre para nosotros a través de las palabras; para nosotros sí es “la palabra frío la que le agrieta la cara”; así como también la sonoridad del francés también nos impele en  “Royan, le quatorze juillet 1989”:

 

 Je t’aime aterrizó esa noche en mi vida.

Puedo rememorar

aquel sabor vehemente de fonemas

latiéndome en los labios.

Aconteció el verano y se vistió

de palabras francesas.

 

La palabra se consolida como un vehículo no expresivo, sino de experimentación, es decir una palabra que se vuelve experiencia misma; una palabra que construye la subjetividad plena de la experiencia.

            Por otra parte, podemos encontrar la apuesta por configurar una deixis que se resquebraja tanto en torno al orden temporal lógico causal, como a través de la circunstancia espacial de la voz poética; la subjetividad construida en los poemas de Lanseros manifiesta una sincronicidad poética a través de la multiplicación de las posibilidades de existencia en espacios y tiempos divergentes. En cierto sentido, varias de las subjetividades de Eres se presentan a través de una sincronía ontológica, son (en el sentido de un dasein) de manera simultánea y no continua en un mundo verbal singular y propio, por ejemplo con versos como los de “Resistencia al cálculo”:

 

 Soy el roce de dos ramas resecas

que encendieron un fuego primitivo.

Es fácil de entender si sales de tu nombre.

 En la Tierra el misterio.

Yo he venido

a ser ola a la vez que miro el mar.

 

            Donde son a la vez contemplador y objeto de contemplación, enunciadores y sujetos de enunciación, causas y consecuencias. O también cuando rompen la barrera del avenir y se manifiestan en un tiempo no ocurrido, un tiempo ajeno y tan lejano como el año 2059:

 

Dos mil cincuenta y nueve.

Las flores nacen con la mitad de pétalos

ejércitos de zombis ocupan las aceras.

Los viejos somos muchos

somos tantos

que nuestro peso arquea la palabra futuro.

Cuentan que olemos mal, que somos egoístas

que abrazamos

con la presión exacta de un grillete.

 

O también en conflusión, construyendo subjetividades que, al tocar al Otro, rozan la inmortalidad, como en “El beso”:

 

No existe conjunción más verdadera

ni mayor claridad en la sustancia

  de que estamos creados.

Esta fusión bendita hecha de entrañas,

la arteria permanente de la estirpe.

Sólo quien ha besado sabe que es inmortal.

 

 

            Para dotar a estas subjetividades sincrónicas de profundidad, Lanseros construye también un pasado, el cual goza de las mismas características que las subjetividades. Por ejemplo en “Cayo Hueso-Dublín”, donde reconstruye la figura del abuelo y su muerte a través de una relación con Seamus Heaney, haciendo dialogar dos espacios aparentemente irreconciliables, pero contiguos en la memoria y la añoranza:

 

¿Qué importa que naciese cuando tú ya habías muerto?

La mirada de dios convierte en uno

pasado y porvenir. Hay algo ignoto

que me permite oír llorar a aquellas vías

cuando me quedo a solas. El afán de mi sangre

sigue volviendo a casa cada noche

por las viejas traviesas.

Con una única vida nunca es suficiente.

 

Así, si una vida nunca es suficiente, Lanseros sostiene podríamos vencer la muerte a través del amor -de ese beso que hace converger a dos y volverlos inmortales- o de la memoria y la añoranza, que funden los espacios y los tiempos y aproximan a aquellos que hemos sido con quienes somos y con aquellos que aún no somos. Así lo reafirma la poeta en el poema “Eres”:

   Es una noche mansa

   y yo busco un pasado.

De mil bocas amables

brotan: ahora, hoy, este momento.

Yo finjo que comprendo lo que dicen.

Sin embargo, me consta

que el presente no existe. Es un invento

colectivo para dormir conciencias.

Ni tan siquiera el tiempo te ha sobrevivido.

 

A manera de conclusión podríamos recalcar ese verso final tan particular en Lanseros, el cual asesta un golpe patético contundente. En varios de sus poemas (“La mañana”, “Himno a la claridad” o “Un joven poeta recuerda a su padre”, por mencionar algunos) la construcción general se finca en encontrar un proceso sincrónico de alternancias que pasan a través de registros rítmicos afables, sin embargo ese verso final (ese “final del poema” del que habla Giorgio Agamben) se sustenta como una forma de sentencia dulce: una cúspide tanto semántica como sonora que amarra todas las sincronías desplegadas en el poema, que funde los tiempos y que diferencia al sujeto; una enunciación que caracteriza y particulariza a un enunciador, que se vuelve subjetividad misma puesto que se encuentra asida a un sujeto: nadie más puede decir esa palabra, no cabe en la voz de ningún otro porque es un sujeto construido de experiencia propia, un sujeto que sabe de aquello que habla y cuenta con todas las armas para saber cómo decirlo. Así Eres, entre simultaneidad y palabra, entre el tiempo y el dictum, conmociona por su propia circunstancia de ser tanto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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