En el marco de la serie, La otra poesía mexicana, preparada por Álvaro Solís, presentamos una serie de poemas de Ignacio Ramírez El Nigromante (San Miguel el Grande, Guanajuato, 22 de junio de 1818-Ciudad de México, 15 de junio de 1879). Se le conoce sobre todo por sus enormes contribuciones en el ámbito político mexicano, por ser uno de los constitucionalistas y uno de los que elaboraron las Leyes de Reforma. Fue además periodista, abogado, docente destacado (su discípulo más renombrado fue Ignacio Manuel Altamirano), masón y se desempeñó al frente de varios Ministerios del Gobierno Nacional. De igual modo fue uno de los precursores del gobierno laico y según recientes investigaciones, también precursor de los libros de texto gratuitos. Fue un buen poeta y la selección que se ofrece a continuación es fiel muestra de ello. Los textos fueron transcritos directamente de la edición de 1889 que editó la Secretaría de Fomento, con el generoso prólogo de Ignacio Manuel Altamirano.
Mi retrato
Cuando pasen los años, ¡oh Rosario!
Si no me encierras en perpetuo olvido,
Así dirás con aire distraído:
“Era de extravagancias un armario.
Penetrar de su pecho en el santuario,
Ni al astro del amor fué permitido;
Cayó a mis pies como amados rendido,
Ya próximo á envolverse en el sudario.
Como nació y vivió, murió desnudo;
Era su amor, ya tigre, ya paloma;
Contra el dolor, la risa fué su escudo;
Sobre cantos, no sé de dónde toma
Una tarda lección, y cisne rudo
Le ví, á la muerte, murmurar la broma.”
Al amor
¿Por qué, Amor, cuando espiro desarmado,
De mí te burlas? Llévate esa hermosa
Doncella tan ardiente y tan graciosa
Que por mi oscuro asilo has asomado.
En tiempo más feliz, yo supe osado
Extender mi palabra artificiosa
Como una red, y en ella, temblorosa,
Mas de una de tus aves he cazado.
Hoy de mí mis rivales hacen juego,
Cobardes atacándome en gavilla,
Y libre yo de mi presa al aire entrego;
Al inerme leon el asno humilla……
Vuélveme, amor, mi juventud y luego
Tú mismo á mis rivales acaudilla.
Décima
Al fin ha tocado el cielo
Mi pecho con llama pura:
Estaba la noche oscura
Y mi corazón de duelo.
Cuando solo el desconsuelo
Se presenta á la esperanza
El hombre á la fe se lanza;
Y allá en lejana region,
En tu seno, ¡oh religion!
¡Cuán dulce sosiego alcanza!
Soneto
El desnudo peñasco desprendido
De una áspera ladera, y que reposa
Entre los brazos de una selva umbrosa
Donde la ave canora hace su nido,
Que el pié tiene en las ondas sumergido,
Que respira el perfume de la rosa,
Y que de una pareja venturosa
Oye á la siesta el lánguido gemido,
Del triste monte abandonó el asiento,
Y halla en su nueva plácida morada
Amor y vida buscó sediento.
Vida para los otros derramada;
Sólo para él no hay vida ni contento;
Ved aquí mi vejez petrificada.
Soneto
Héme al fin en el antro de la muerte
Do no vuelan las penas y dolores,
Do no brillan los astros ni las flores,
Donde no hay un recuerdo que despierte.
Si algun dia natura se divierte
Rompiendo de esta cárcel los horrores,
Y sus soplos ardientes, erradores
Sobre mi polvo desatado vierte,
Yo, por la eternidad ya devorado,
¿Gozaré si ese polvo es una rosa?
¿Gemiré si una sierpe en él anida?
Ni pesadillas me dará un cuidado,
Ni espantará mi sueño voz odiosa,
Ni todo un Dios me volverá á la vida.
Soneto
En mi cuerpo robusto y levantado,
En mis miradas brilla el pensamiento,
El trueno de las nubes es mi acento,
El aplauso me sigue encadenado.
A mi estilo florido y perfumado,
Da el poderoso en su festin asiento,
Y ya el destino de mi patria siendo
Que su carro me tiene preparado.
Los mismos ciegos, si no ven mi gloria,
Mi fama escuchan; debo á su semblante
Profunda admiración en agasajo.
Tú que conoces algo de la historia,
Dime, ¿á quién me parezco, Nigromante?
– A Ciceron te igualas por lo bajo.
Fragmento
Héme aquí, sordo, ciego, abandonado
En la fragosa senda de la vida;
Apagóse el acento regalado
Que á los puros placeres me convida;
Apagóse mi sol; tiembla mi mano
En la mano del aire sostenida.
¿Cómo puede venir al pecho humano
desde la tumba una existencia nueva?
¡Para mí fuera ese prodigio vano!
La aurora boreal que en ala lleva
A la nieve del polo el raudo viento
Cuando ardiendo, del trópico se eleva;
Aurora que á la nieve da ornamento,
Ya formándose manto, ya corona,
Envidia del nocturno firmamento.
Los dulces himnos que el cenzontle entona
Cuando su compañera tiembla y gime
Y á todas sus caricias abandona.
A sol
¡Ay! ¡ay! ¡mi vida, mi placer, mi encanto!
Yo he probado mil veces la amargura;
Jamas como hoy, mezclada con mi llanto.
Ese altar de tu amor y mi ventura,
De la maternidad alegre nido,
Hoy sostiene apagada tu hermosura.
¿Duermes? ¡Ay! Para siempre te has dormido.
Ya no recogerás ante la aurora
El cabello en sus sienes esparcido!
Ni en tus ojos mirada brilladora
Me servirá de sol á la mañana!
Ni tu labio sonrisas atesora!
¿Para qué buscará mi diestra ufana
La rosa coronada de rocío
Que tus sedosas trenzas engalana?
¡Sombras, y llanto, y el sepulcro frio!
No! no! tú vives! Oh mi bien, despierta!
Que palpite tu pecho junto al mío.
Acércate á mis brazos. Ay! cuán yerta!
Oh! Sonrie conmigo, si estás viva!
Oh! Sonrie conmigo, si estás muerta!
El rey y el mono
Un mono que al austriaco divertía,
Sin sospechar de su señor la muerte,
En el palacio, sobre el trono, advierte
Varias prendas cuyo uso conocía;
Y en dos por tres adorna su persona
Con el manto y la corona.
A ese tiempo un chinaco.
De los que triunfan con Porfirio, mira
Al animal, cree que es el austriaco;
Y pasto lo hace de su espada y su ira.
Tenga el indio presente, que en el trono
Tan expuesto es ser rey como ser mono.
Imitación de Marcial
Compra Inés su cútis bello;
Apénas los dientes pierde,
Con otros mejores muerde;
Y desde la frente al cuello
Cambia profuso cabello:
Hasta un ojo halló en la tienda;
Si á renovar cierta prenda
Averiada en el servicio
No alcanza humano artificio,
Un doctor se la remienda.