Conversaciones con Oscar Hahn

Presentamos un fragmento de las conversaciones que Mario Meléndez sostuvo con el poeta chileno Oscar Hahn  y que están recogidas en el volumen Retrato hablado. Conversaciones con Oscar Hahn, publicado por el Fondo de Cultura Económica este 2017. Escribe Meléndez: Desde su primer libro, Esta rosa negra (1961), reconocemos en Oscar Hahn a un poeta “de gran intensidad y originalidad”, como dijera de él Pablo Neruda. Instalado de manera definitiva en el panorama de la poesía hispanoamericana, su maestría radica en fusionar las formas clásicas con los nuevos lenguajes y metalenguajes, y llevarlos a su propio radio de acción. Se vale de todo un sistema de significados (derivaciones, palimpsestos, intertextualidades), que adquieren en su imaginario una fuerza centrífuga que arrastra al lector por aguas profundas e inesperadas. Nada le es ajeno. Todo le resulta funcional a la hora de abordar la página en blanco. Sus fuentes son variadas y abarcan desde el cine y las bellas artes hasta la cultura pop. Hahn entiende la importancia de cada palabra, la labor que exige el proceso creativo, la síntesis contenida allí.
Las presentes conversaciones tuvieron lugar en el transcurso del 2015 y parte del 2016, y registran los pormenores de una vida y obra singulares, que permanecerán en la historia literaria como un testimonio vivo de su tiempo. (M.M.)

 

 

 

Sería interesante conocer tu impresión sobre algunos grandes autores que conociste: Sorescu, Carver, Borges y algún otro que quisieras mencionar.

A Marin Sorescu, gran poeta rumano, lo conocí el año 1971 en el Taller Internacional de Escritores de la Universidad de Iowa. Nos hicimos muy amigos. Andábamos juntos para arriba y para abajo conversando de todo, hasta de fútbol. Con los demás él era muy tímido y retraído. Nos tradujimos mutuamente. Un día me invitó a comer a su departamento. Me dijo que venía a visitarlo por un par de días un amigo suyo que vivía en Chicago. Yo no tenía muy claro quién era ese amigo porque no capté bien el nombre. De repente, casi al final de la comida, caí en la cuenta de que era nada menos que Mircea Eliade y casi me dio un patatús. Un señor muy sencillo, corriente, de conversación agradable. Nada en su actitud te hacía pensar que era uno de los grandes pensadores del siglo XX. Después, cuando ya sabía quién era, hablé bastante con él sobre su libro Lo sagrado y lo profano. Con Raymond Carver me ocurrió algo curioso también. El primer semestre de 1978 estuvimos viéndonos casi todos los días con otra gente, en un café. Pero para mí era simplemente Ray, un escritor más de los que pululan en Iowa City. Desde luego todavía no era ni remotamente la figura legendaria que es hoy día. Un tipo muy callado, que siempre estaba como en la luna, pero que escuchaba con mucha atención. Recuerdo que tuvimos una discusión algo álgida sobre el realismo mágico. A Borges lo conocí en la Universidad de Maine, durante un simposio sobre su obra. La noche anterior hubo una recepción en su honor. Me tocó sentarme al lado suyo y conversamos su buen rato. Recuerdo que me preguntó si conocía su poema “Milonga de Albornoz”. Después dijo que le habían puesto música y se puso a cantar, ante el estupor general. Aproveché de preguntarle por qué había excluido algunos poemas en la segunda edición de Fervor de Buenos Aires. También conversamos sobre el cuento “Las ruinas circulares”. Aunque me habían dicho que era arrogante, conmigo fue muy cordial y hasta modesto en sus respuestas. Al día siguiente se le rindió un homenaje en el que distintos poetas leían poemas dedicados a Borges. Yo leí “Noche oscura del ojo”. Él estaba sentado en la primera fila. Cuando terminé mi lectura, escuché clarito que dijo: “Che, qué poema tan raro”.

 

Jorge Luis Borges sin duda ha sido uno de tus grandes referentes. Diversos ensayos tuyos sobre el autor de El aleph dan cuenta de aquello, así como el hecho de compartir un creciente interés por el tema de lo fantástico. Pero al hablar de su poesía, ¿por qué crees que en Latinoamérica o por lo menos en Chile no parece ser tan apreciada como sus cuentos y ensayos?

El caso Borges pone en evidencia algo que está muy acendrado en la crítica y en el periodismo cultural chileno. Me refiero a esa especie de sectarismo que hay por estas tierras cuando se trata de la poesía. No hablo de los años en los que surgieron Neruda y Parra, sino de los años posteriores, cuando estos nombres ya estaban consolidados y cada uno había construido un canon. A partir de ahí, todo es medido con estos dos raseros. Y si alguien quiere ofrecer una propuesta distinta, la tiran al patio trasero y ni siquiera hacen un esfuerzo por entenderla. En esta actitud hay una especie de dogmatismo inconsciente que se resiste a pensar que la poesía es un fenómeno mucho más complejo de lo que ellos creen. Es por eso que una obra poética como la de Borges no es bienvenida en el medio local. Borges, como lector inteligente y bibliotecario de vocación, es fundamentalmente un poeta del intelecto y de inusuales lecturas. De esos materiales se nutren sus poemas. A este tipo de escritor Neruda lo llama “el frenético libresco”, y Parra “el Poeta Ratón de Biblioteca”. A ciertos críticos les cuesta entender que más allá de Chile hay otros cánones y otras tradiciones poéticas. En el mundo anglosajón la poesía de Borges es muy bien recibida, porque ahí existe desde hace un par de siglos o más, una poesía de la cultura, que remite a la Filosofía, a las Letras y a otras manifestaciones del pensamiento humano. Poemas tipo “Oda a una urna griega” de Keats o “Himno a la belleza intelectual” de Shelley aquí serían vistos como anomalías.

 

La obra poética de Borges es bastante amplia. Se extiende por varias décadas entre Fervor de Buenos Aires (1923) y Los conjurados (1985). ¿Cuál de todos esos libros te interesa más?

Yo me quedaría con El otro, el mismo, un libro muy singular que incluye una serie de textos “culturales” muy bien logrados, como por ejemplo, un poema basado en la filosofía de Pitágoras, un soneto dedicado a un poeta del siglo XIII, un texto basado en la leyenda del Golem, otro en la Odisea, un homenaje a John Milton, otro a Emanuel Swedenborg y varios más de temática parecida. Borges no tiene ningún problema en pasar del verso libre al metro rimado. Varios de esos poemas son muy originales y sin complejos para desplegar la forma que requieren. Ahora, si uno examina esta poesía sin prejuicios, tiene que llegar a la conclusión de que representa una forma distinta de audacia. Por la fecha de su publicación, 1964, a ese libro le habría correspondido adscribirse al canon conversacional y de compromiso político de los sesenta. Pero nada, Borges se atreve a nadar contra la corriente y corre el riesgo de que lo acusen de ser algo así como un reaccionario de la poesía, lo que por supuesto hicieron. Tú comprendes que personas para quienes el mundo entero está compuesto de un par de cánones nacionales y punto, el hecho de que un señor escriba poemas sobre los temas que acabo de mencionar les produce urticaria, y de inmediato le cuelgan, además, el sambenito de cerebral y europeizante. Y eso que Borges, en ese mismo libro, incorpora poemas de tema argentino. Nadie está pidiendo que toda la poesía tenga que ser como la que practica Borges en su vertiente intelectualista, pero tampoco toda la poesía puedes ser como la que preconizan algunos americanistas profesionales, cuya conocimiento de las raíces americanas es tan libresco como el conocimiento que tiene Borges de las literaturas germánicas. ¿O me vas a decir tú que mucha de la información que maneja Neruda acerca de América en el Canto General no la obtuvo leyendo libros, repito, libros, de historia y geografía? ¿O todo lo que dice ahí es fruto de su experiencia personal? Claro que no, y él lo reconocía, porque muchos de esos libros, que él había coleccionado, eran primeras ediciones o documentos de gran valor histórico. Es por eso que uno siempre tiene que valorar el pluralismo estético. Que haya las más diversas propuestas y que cada cual proponga o elija la que le apetezca, sin exclusiones a priori. Neruda y Parra sí, Borges y Octavio Paz también, y también Sor Juana, autora de ese complejo poema del intelecto que se llama “Primer sueño”, y por supuesto toda la variedad de proyectos que sólo pueden enriquecer a la poesía.

 

Sin duda, hay pocos poetas tan esenciales como Vallejo, pocos tan conscientes del oficio, de las posibilidades del lenguaje, pero a la vez tan profundamente humanos ¿Qué nos puedes decir al respecto?

Si tú examinas la evolución de César Vallejo puedes observar que nunca se quedó estancado o marcando el paso en una determinada forma de expresión poética. Los heraldos negros es un libro posmodernista, con algunos resabios del modernismo; Trilce es un libro vanguardista, y Poemas humanos es posvanguardista avant la lettre. Lo mismo España, aparta de mí este cáliz. Es decir, en su trayectoria va evolucionando al mismo ritmo que evoluciona la poesía hispanoamericana, y muchas veces hasta se adelanta. Vallejo nunca deja de tener una voz propia, inconfundible, y su originalidad jamás suena buscada o rebuscada. También es notable la impresión de autenticidad que dejan sus poemas. El lector siempre los percibe como expresión de experiencias intensamente vividas y sufridas. Con Trilce, publicado en 1922, es decir, el mismo año que el Ulises de Joyce y la Tierra baldía de Eliot, entra de plano en la vanguardia y hasta en el hermetismo y sin embargo no tiene ningún problema en incluir un par de sonetos. ¡Sonetos!, una estructura tabú para los vanguardistas. Lo subrayo para mostrar que Vallejo no era prejuicioso para nada. Una actitud de verdadera libertad, muy distinta a la de aquellos que se pasan la vida dictaminando lo que los demás deben o no deben hacer. La poesía de César Vallejo nunca deja de conmoverme profundamente. No sólo uno, sino que todos sus libros merecen el calificativo de “poemas humanos”.

 

Me gustaría que habláramos ahora de algunos poetas nacionales importantes. Excepto Gabriela Mistral y Vicente Huidobro, a todos ellos los conociste en persona. Empecemos con Gabriela. En tu valoración, ¿cuál de sus libros es el más significativo?

La situación de Gabriela Mistral en la poesía chilena ha sido bastante ambigua y hasta injusta. Por ejemplo, en el muy citado libro Antología de poesía chilena nueva (1935), de Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim, ni siquiera aparece. Tengo la impresión de que la juzgaban principalmente por Desolación, que es de 1922, y justamente por ese libro la consideraban anticuada y más “poetisa” que poeta, aunque en diarios y revistas ya circulaban muchos de los poemas que después fueron recogidos en Tala. Además, todas esas historias relacionadas con el suicidio de Romelio Ureta, con sus poemas para niños y con su imagen de maestra de escuela y madre frustrada, jugaban más bien en su contra, ya que los integrantes de la vanguardia y de la crítica nacional eran bastante machistas. Con los años esa imagen fue cambiando, hasta que surgió la verdadera Gabriela, una poeta de vida y obra muchísimo más ricas. En los años 30, considerados la década de oro de la poesía chilena, vieron la luz tres obras maestras: Altazor, Residencia en la tierra y Tala. Para mí, este último es su libro fundamental. Los poemas tienen una gran densidad verbal, una respiración y un ritmo muy suyos, muy mistralianos. Deslumbra la sacralización que hace de las materias: el pan, la sal, el agua. Y también la originalidad de sus himnos americanos. No están hechos desde afuera, sino desde el interior de lo autóctono. Pienso que en esta vocación americanista se adelanta al Neruda del Canto general. Además en Tala están varios de los poemas emblemáticos de Gabriela como “Dos ángeles”, “La flor del aire”, “Beber”, “Todas íbamos a ser reinas” y “Canción de las muchachas muertas”. A los que yo agregaría el memorable poema “Vieja”, dedicado a una mujer de 120 años.

 

Has escrito varios ensayos sobre el padre del Creacionismo e incluso un libro que lleva por título Vicente Huidobro o el atentado celeste. ¿Podríamos suponer que su obra ha ejercido cierta influencia en tu imaginario o el acercamiento más bien obedece a un interés de lector?

Uno o dos críticos se han referido a una supuesta influencia de Huidobro en mi poesía. Yo creo que esa idea proviene fundamentalmente de lo que tú mencionas, es decir, de que yo haya publicado un estudio sobre Vicente Huidobro y varias antologías de sus versos. Sobre esta base dan por sentado que compartimos la misma estética. Sin embargo, yo creo que hay más divergencias que coincidencias. La teoría creacionista de Huidobro sostiene que la función de la poesía es apartarse lo más posible de la realidad y, eventualmente, romper totalmente con ella. El poema entonces debe ser una pura creación verbal, una construcción del lenguaje, sin nexos con el mundo real. Yo no comparto estos conceptos para nada. En primer lugar, las palabras significan y ese significado remite a referentes que están en el mundo real. Huidobro habla de la “imagen creada” como el elemento central de su poesía y da el siguiente ejemplo: “Un pájaro anida en el arcoíris”. Dice que ese fenómeno sólo puede existir en y por la palabra, pero jamás en la realidad. Así es. Sin embargo, pájaros existen y arcoíris también. Es decir, es imposible escribir un poema en el que el cien por ciento de sus componentes semánticos sean imágenes rigurosamente “creacionistas”, porque ese poema quedaría vaciado de contenidos reconocibles para el lector. La comunicación se reduciría a cero. La teoría creacionista tiene mucho que ver, claro está, con la poesía de Huidobro, pero nada que ver con la mía, porque yo pienso exactamente lo contrario. Aún más: me ubico en las antípodas. Mi poesía siempre ha estado muy afincada en lo real, en mis experiencias personales, incluso cuando entra en el ámbito de lo fantástico. Lo fantástico es el medio para acceder a otra dimensión, desde luego, pero es otra dimensión de lo real y no la invención de una realidad autónoma, ajena al mundo de los seres humanos.

 

¿Hay algún poema tuyo en el que reconocerías una cierta afinidad con Huidobro?

Podría ser “Hipótesis celeste”. Yo lo asociaría con el Canto II de Altazor, porque mi poema también se desarrolla en el espacio interestelar y en los dos es el escenario de una relación amorosa. La diferencia quizás es que la mujer del poema de Huidobro adquiere dimensiones religiosas, sobrenaturales, ya que está construida sobre el modelo de la Virgen María, mientras que la mujer cósmica de mi poema tiene rasgos humanos, incluso eróticos, descritos en un lenguaje que oscila entre el tono elevado y el tono coloquial. Más allá de lo que acabo de explicar, no veo ningún otro poema mío que pudiera ser descrito estrictamente como “huidobriano”. Ecos sueltos, quizás puede haber, pero nada medular, porque, como dije, nuestras estéticas son muy diferentes.

 

Tengo la impresión de que en esto de revelar las propias fuentes tú compartes la posición de Borges, que menciona las suyas hasta en sus prólogos, sin inmutarse.

Por supuesto. A mí no me incomoda para nada hacerlo, así que si realmente pensara que algún otro poema mío tiene una relación indiscutible con el creacionismo, no tendría ningún problema en decirlo. Para Huidobro, en cambio, esto era impensable. Su culto a la originalidad absoluta lo llevó algunas veces a ocultar sus fuentes. Para probarlo, bastaría comparar el poema de Huidobro “Pasión, pasión y muerte” con “Viernes Santo en Nueva York” de Blaise Cendrars. A pesar de mi actitud crítica sobre la teoría de Huidobro y de mis reparos a algunas conductas suyas, sigo teniendo la misma admiración que tuve por su poesía cuando la leí por primera vez a los 18 ó 19 años. Yo buscaba como lector, repito, como lector y no como poeta en ciernes, una alternativa a la presencia agobiante de Neruda, y la encontré en la inventiva de Huidobro. Su aporte revolucionario como iniciador de la Vanguardia en lengua castellana y la escritura de Altazor, esa obra maestra en cualquier idioma, convierten a Vicente Huidobro en uno de los hitos del arte de la palabra. Fue por esa razón que escribí el libro Vicente Huidobro o el atentado celeste y publiqué varias antologías de sus poemas. Siempre he dicho que yo soy perfectamente capaz de admirar a poetas cuyo canon es distinto y hasta opuesto a lo que yo hago. Eso, y no alguna afinidad con mi proyecto personal fue lo que me movió a leer y a estudiar la poesía de Huidobro.

 

Tu primer contacto real con Pablo Neruda se produce en Arica. Para tu sorpresa, ya conocía tu libro Esta rosa negra (1961), publicado por la Editorial Universitaria de Santiago en la colección Alerce. También fue uno de los primeros en reparar en el notable poema “Visión de Hiroshima”, que leyó en el manuscrito inédito. Muchos años después, en 2014, publicas el libro Encuentros con Pablo Neruda, mezcla de recuerdos del pasado y de estudios sobre su poesía y editado por la Fundación que lleva su nombre. A ver si compartes con nosotros algunas de estas experiencias.

La primera vez que estuve con Neruda fue en 1963, después de una concentración política que hubo en Arica. Neruda andaba por el norte de Chile, proclamando a los candidatos comunistas al Parlamento. Me lo presentó un dirigente socialista amigo mío. Apenas escuchó mi nombre, Neruda dijo: “Oscar Hahn, Esta rosa negra”. Sucede que él era el fundador y promotor de la colección Alerce y permanecía al tanto de los libros que se estaban publicando con ese sello. Me dijo que quería ver los poemas nuevos que yo había escrito y me invitó a reunirme con él al día siguiente, en un departamento que le habían prestado. Estuvimos más de tres horas hablando los dos solos, oportunidad que muy poca gente debe haber tenido, porque siempre andaba rodeado de una corte de admiradores y dirigentes del partido que lo protegían. Le llevé 6 poemas. Los leyó ahí mismo, delante mío. Fue comentando cada poema, pero se detuvo en “Visión de Hiroshima” y me pidió que se lo enviara en su nombre al crítico Hernán Loyola del diario El siglo, cosa que nunca hice. Curiosamente, un tiempo después, el poema apareció en ese mismo diario, porque Hernán Loyola, sin tener ni idea de mi conversación con Neruda, lo había visto en una revista y lo quiso reproducir. Después estuve con Neruda varias veces. Recuerdo una conversación que tuvimos el año 69, en una casa que estaba junto al mar, también en Arica. Yo le pregunté sobre sus amigos García Lorca, Miguel Hernández, Picasso, y hasta de la musa que inspiró los 20 poemas de amor y una canción desesperada. Me confidenció que eran varias mujeres y no una sola como se creía. Y agregó: “Pero no le cuentes a nadie”. Este hecho no fue conocido públicamente hasta después de su muerte. Neruda era bastante generoso con los poetas, jóvenes o no tan jóvenes. Incluso llegó a escribir prólogos para sus libros, con el fin de darles un espaldarazo y facilitar su publicación y difusión. Siempre se ha hablado del yo descomunal que surge de la poesía de Neruda, pero una cosa es el yo poético y otra el yo real. A mí me pareció una persona relajada y afectuosa, y en ningún momento sentí que fuera arrogante o egocéntrico. También conversamos sobre las polémicas con Pablo de Rokha y Vicente Huidobro. Me dijo que él nunca había tomado la iniciativa de atacar a nadie. “Yo sólo respondí los ataques que me hicieron a mí”, puntualizó.

 

Hablemos ahora de Nicanor Parra. Ya han transcurrido más de sesenta años desde la aparición de Poemas y antipoemas en 1954. ¿No crees que ya es hora de evaluar la antipoesía?

Supongo que sí. A ver, junto con Octavio Paz y Ernesto Cardenal, Nicanor Parra fue uno de los renovadores de la poesía hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Cuando estaba dominada por el magisterio abrumador de Neruda, se atrevió a proponer un proyecto que era el exacto reverso del canon nerudiano. Frente a la imagen del vate como ser superior, que se expresa en un tono serio y elevado, Parra instala la figura del antipoeta, un individuo común y corriente, que habla en el lenguaje de todos los días. Y frente al orden establecido; frente a la solemnidad y a la seriedad, replica con la desacralización, la irreverencia y el humor, a través de la antipoesía. Todo eso está muy bien, si lo tomamos como una opción valiosa, dentro de las varias propuestas que existen y han existido en la historia de la poesía. Pero presentar la antipoesía como la sepulturera de la poesía no me parece verosímil. “La poesía terminó conmigo”, dice Parra por ahí. Cosa que ni ocurrió ni ocurrirá, porque la antipoesía no es un género literario aparte, independiente, como la novela o el teatro, sino una línea o tendencia dentro del mismo género llamado poesía. A lo que se opone la antipoesía es a un cierto tipo de estética, llámese modernismo, poesía pura, creacionismo, nerudismo o como se la quiera llamar. A fin de cuentas, un antipoeta es un poeta, ¿no?

 

 

 

 

 

 

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