Presentamos el prólogo de Mi corazón se desató en el viento, de Pablo Neruda, antología que prepara Federico Díaz-Granados para la mítica colección Un libro por centavos de la Universidad del Externado de Colombia. Además incluimos dos poemas que se encuentran dentro de este nuevo volumen del poeta chileno que, entre otros reconocimientos, mereció el Premio Nobel en 1971.
Mi Neruda
Mario Ruopollo, el entrañable personaje principal de la película Il postino decía que Pablo Neruda era el poeta del amor. Su jefe, el telegrafista comunista de la isla, afirmaba con énfasis que Neruda era el poeta del pueblo. Sin embargo, las “metáforas” que le había enseñado el gran vate chileno permitieron a aquel célebre cartero conquistar a la sensual Beatrice. Del amor o del pueblo ya no importa mucho, la única certeza es que Neruda es, hoy en día, el poeta de todos: de los enamorados, de los trabajadores, de los oficinistas, de los mineros, de los hombres del común. De igual forma en la reciente y polémica película Neruda de Pablo Larraín, el policía perseguidor Oscar Peluchonneau suplica mentalmente: “Di mi nombre”. Lo repite como un mantra consciente de que su sola mención en la boca del cantor de América sería un ritual de redención que lo inmortalizaría para siempre. También, el exitoso narrador Roberto Bolaño, en su cuento Carnet de baile rinde a lo largo de 69 sentencias, desde la ironía y la irreverencia, un homenaje al poeta y a la edición de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada que había pasado de generación en generación en su familia y termina diciendo “¿Cómo a la Cruz, hemos de volver a Neruda con las rodillas sangrantes, los pulmones agujereados, los ojos llenos de lágrimas? (…). Cuando nuestros nombres ya nada signifiquen, su nombre seguirá brillando, seguirá planeando sobre una literatura imaginaria llamada literatura chilena.”. Y así fue y no solo siguió brillando en la literatura del país austral sino en el firmamento de la poesía universal.
La fama de Neruda es algo que ilumina con gran fosforescencia allende las fronteras. Su rotunda personalidad lo ha llevado a ser protagonista de películas, novelas, relatos y canciones. Su nombre ya es una marca registrada y su numerosa bibliografía hace parte de las más importantes librerías y bibliotecas del mundo. Es el resultado de ser uno de los poetas más originales de la lírica en español cuya obra ha aportado a la inmensa patria de nuestro idioma una fuerza que llenó de sentido, de muchos significados e intensidades a una lengua, de por sí, muy poderosa. Su obra ha sido determinante para entender el curso de la poesía en el siglo XX y a través de sus múltiples registros, formas y voces permitió, no solo reinventarse y ser un poeta para todos, sino dejarnos un testimonio y una crónica vital de su tiempo y sus circunstancias. Los grandes asuntos humanos y sus pequeños detalles no escaparon a la imaginación del “Santo Patrono de Isla Negra”.
Su primera poesía, consignada en libros como Crepusculario y Veinte poemas de amor y una canción desesperada, establece un diálogo y correspondencia con lo más auténtico de la tradición latinoamericana. Ecos de un romanticismo tardío y acentos modernistas marcan de manera definitiva el inicio de una aventura vital y literaria. Posteriormente Residencia en la tierra vendría a configurar un hito en nuestro idioma. Este libro se anticipa a la crisis de la modernidad y nos habla desde entonces de nuestros terrores y nuestras podredumbres. O es que acaso nuestras ciudades hoy no están llenas de cines y sastrerías donde se entra “marchito, impenetrable como cisne de fieltro”. O acaso nuestra modernidad no nos ha dejado un fuerte olor a peluquerías que “nos hace llorar a gritos”. Ya nos cansamos de ser hombres y ahí se inicia el debate por la modernidad. Este libro, que en opinión de Emir Rodríguez Monegal, alteró para siempre la poesía en lengua española, está considerado como el libro capital de Neruda junto al Canto general, la gran epopeya americana donde la naturaleza, la tierra y la cosmogonía continental permiten a Neruda entregar su mayor fuerza poética en un fresco donde la antigüedad americana convive con lo más luminoso de los elementos vanguardistas y experimentales.
Nos recuerda William Ospina que “Neruda, como Víctor Hugo, como Whitman, como Joyce, no pudo resistirse a la peligrosa tentación de ser un gran poeta y de abarcarlo todo (…) Neruda hizo el censo de todas las cosas que había: estrellas, botas, barcos, guitarras, moluscos, paisanos, amaneceres… y de las cosas que faltaban: pan, igualdad, justicia, alegría unánime… Quiso ser el sacerdote y el capitán y, como los poetas antiguos, el administrador de las bodegas del mundo.”
La presente antología Mi corazón se desató al viento viene a constituir una síntesis del Neruda que conocí a través de la voz de mi padre siendo yo muy niño. De aquellas “Peñas chilenas” llenas de cuecas y solidaridad viene un amor irrestricto a este inmenso autor que me enseñó a amar a mi lengua. Es un libro de gratitudes y afectos en el que intento trazar unos puntos cardinales precisos de una infinita y asombrosa cartografía.
Federico Díaz-Granados
La poesía
Y fue a esa edad… Llegó la poesía
a buscarme. No sé, no sé de dónde
salió, de invierno o río.
No sé cómo ni cuándo,
no, no eran voces, no eran
palabras, ni silencio,
pero desde una calle me llamaba,
desde las ramas de la noche,
de pronto entre los otros,
entre fuegos violentos
o regresando solo,
allí estaba sin rostro
y me tocaba.
Yo no sabía qué decir, mi boca
no sabía
nombrar,
mis ojos eran ciegos,
y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura,
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura
tontería,
pura sabiduría
del que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto,
planetas,
plantaciones palpitantes,
la sombra perforada,
acribillada
por flechas, fuego y flores,
la noche arrolladora, el universo.
Y yo, mínimo ser,
ebrio del gran vacío
constelado,
a semejanza, a imagen
del misterio,
me sentí parte pura
del abismo,
rodé con las estrellas,
mi corazón se desató en el viento.
El campanario de Authenay
Contra la claridad de la pradera
un campanario negro.
Salta desde la iglesia triangular:
pizarra y simetría.
Mínima iglesia en la suave extensión
como para que rece una paloma.
La pura voluntad de un campanario
contra el cielo de invierno.
La rectitud divina de la flecha
dura como una espada
con el metal de un gallo tempestuoso
volando en la veleta.
(No la nostalgia, es el orgullo
nuestro vestido pasajero
y el follaje que nos cubría
cae a los pies del campanario.
Este orden puro que se eleva
sostiene su sistema gris
en el desnudo poderío
de la estación color de lluvia.
Aquí el hombre estuvo y se fue:
dejó su deber en la altura,
y regresó a los elementos,
al agua de la geografía.
Así pude ser y no pude,
así no aprendí mis deberes:
me quedé donde todo el mundo
mirara mis manos vacías:
las construcciones que no hice:
mi corazón, deshabitado:
mientras oscuras herramientas,
brazos grises, manos oscuras
levantaban la rectitud
de un campanario y de una flecha.
Ay lo que traje yo a la tierra
lo dispersé sin fundamento,
no levanté sino las nubes
y solo anduve con el humo
sin saber que de piedra oscura
se levantaba la pureza
en anteriores territorios,
en el invierno indiferente).
Oh asombro vertical en la pradera
húmeda y extendida:
una delgada dirección de aguja
exacta, sobre el cielo.
Cuántas veces de todo aquel paisaje,
árboles y terrones
en la infinita estrella horizontal
de la terrestre Normandía,
por nieve o lluvia o corazón cansado,
de tanto ir y venir por el mundo,
se quedaron mis ojos amarrados
al campanario de Authenay,
a la estructura de la voluntad
sobre los dominios dispersos
de la tierra que no tiene palabras
y de mi propia vida.
En la interrogación de la pradera
y mis atónitos, dolores
una presencia inmóvil rodeada
por la pradera y el silencio:
la flecha de una pobre torre oscura
sosteniendo un gallo en el cielo.