Alquimia de la muerte, de Raúl Manríquez o la nostálgica presencia del exilio

Presentamos una reseña de Reneé Acosta sobre el libro Alquimia de la muerte, de Raúl Manríquez (Chihuahua, 1962), poeta y narrador, quien ha publicado Romance de otoño, La vida a tientas, Cuentos para una tarde de ocio, entre otros títulos. Ha sido incluido en diversas antologías nacionales.

 

 

 

Alquimia de la muerte de Raúl Manríquez o la nostálgica presencia del exilio

 

Reneé Acosta

 

El antiguo arte de la alquimia al que ama, transmutación de la carne en espíritu, la llamó Fulcanelli: teofanía mineral. El trabajo de la alquimia estaba y aún permanece oculta a la mirada profana de los hombres que sobrevaloran las potencias materiales de malkhut, la tierra, la materia, la carne. La transmutación de la piedra en piedra filosofal es el despertar del espíritu cuya sustancia verdadera se consuma en el procedimiento esotérico de la conciencia socrática del conócete a ti mismo. Los caminos de la alquimia son transmutación misma y se bifurcan en diferentes búsquedas trascendentes de las moradas filosofales. La reflexión, la auto observación, el autoconocimiento, son las vías por las que los cuatro grandes destilados se cultivan en el cual la muerte es el nigredo, la maceración y putrefacción que se vierte en el león rojo y el encuentro de los contrarios. La vida y la muerte, la muerte y la vida. El nacimiento proviene de la muerte de un estado de la materia para penetrar en un estado ascendido: el albedo donde las cenizas son blancas y blanca es la leche de la virgen, materia indispensable para la piedra de los filósofos.

Alquimia de la muerte parte de un epígrafe de Amado Nervo que dice he menester la alquimia de la muerte, que me transmute en alma y delirante. No es de asombrarnos que en las grandes tradiciones de adoración a la muerte en las culturas prehispánicas se le llame “la gran maestra” pues la muerte nos enseña lo que es la vida por negación, mientras que la vida nos sirve para ensayar la muerte en cada noche durante el sueño y reflexionar como herramienta primordial para el trabajo de la Obra con mayúscula. Esta obra de Raúl Manríquez el poeta, nos muestra una coyuntura entre la reflexión filosófica, la nostalgia, la evocación y la tesitura de una obra que ha brevado entre las diferentes filosofías orientales, donde aparecen entreversados ciertos guiños hacia la filosofía zen, el taoísmo, el budismo, pero también a la apertura analítica de la reflexión occidental como son los eleatas, los jónicos, San Agustín, Hegel, Heidegger.

Para abordar la muerte, siendo ésta uno de los tópicos más importantes de la historia de la literatura y el pensamiento universal, Manríquez la aborda desde una visión personal, serenada al alba de una entonación elocuente, prudente, pero también honesta, franca que revela a grandes rasgos la personalidad y el carácter del poeta. Este poemario es todo Manríquez puro. Es una poesía que parte de la experiencia vital desde una perspectiva dubitativa, donde no hay superficialidad, sino todo lo contrario, afronta cara a cara la posibilidad del término de la existencia sin pretensiones de vanguardismo o falsa honestidad de postmodernidad. Antes bien retorna a los clásicos y la delicada materia de esta costura se borda y se desborda en la disertación elucubrada de una preocupación yana, honesta verdaderamente, del hombre que pasa por la vida y sabe que cada día todos nos acercamos un poco más ante el misterio ingobernable del imperio de la muerte. He ahí la alquimia, porque el poeta nace de sus propios poemas porque es a través de ellos que llega a la meditación recapitulada de la vida a través de la memoria de sí.

El verso serenado, el verso albedo donde el ritmo respira la serenidad de la presencia ante la vida en estado Zen: la alquimia de la muerte. Alquimizar la muerte significa resignificar el sentido de la vida, extraerla de su paso en el devenir andado y venidero, del devenir que ensueña la existencia y nos subsume en un estado de semi inconsciencia ante la presencia, la otredad, el ser y el existir, y por lo tanto frente a la nada. Como cuando dice:

 

Entender ahora, acaso demasiado tarde

Que había que buscar en lo sencillo,

En el ocio alborozado de las calles,

En el paisaje cotidiano y gris,

En el camino polvoriento y malogrado,

En el rústico plato de lentejas.

 

Y celebrar el camino y la vereda

El paisaje lentamente transitado

El tiempo atesorado en la epidermis

La vida que se va

Los sueños que perduran

En el avieso sinfín de la memoria

 

La vida como aprendizaje de la muerte para aprender a morir, porque aprender a vivir hasta a golpes de vida cualquiera aprende, pero aprender a morir es lo único que nos lleva a las moradas filosofales, porque ante el gran misterio de la muerte la vida responde con vida y busca preservarse y permanecer en la “otra vida”. Tanto el zen, el nirvana, el ascenso sobre el árbol de la vida, la recapitulación de los antiguos videntes, la alquimia, todas buscan escapar de la rueda del karma, el maya, el infierno, la muerte, la nada, el águila, la aniquilación del ser, por eso dice Manríquez:

 

Para que sigas siendo tú

Que estén intactos tus recuerdos

Que las heridas no fracturen

El largo hilván de la memoria

El lento deletreo de los instantes

Tu personal inventario de añoranzas

 

Que sean tuyas las palabras y las tardes,

La historia que te cuentas en secreto,

La identidad que se revela

En el íntimo relato de tus días

 

Que surja la nostalgia

Bajo la limpia sombra del pasado

O en el trapecio impredecible de los sueños

Ser a la vez el fuego y la ceniza,

El dolor y la esperanza

La suma de tus horas y tus años.

 

Ese es un poema maestro que solo para quien sepa entender habrá de entregarle su enseñanza, para quien no pueda entenderlo solo será un bello poema.

El poemario abre entre poema y poema un diálogo que va desde la confrontación del nigredo y la calcinatio hacia el albedo, y las posturas que la razón hilvanan en el miedo material de la existencia las preguntas ¿qué soy? ¿qué es la vida? ¿qué es la muerte? ¿cuál es el sentido de la existencia?. Como cuando dice:

 

¿Y si murieras?…

Es apenas una conjetura

Una amenaza incierta

Pero el solo hecho de pensarlo

Es ya una forma de la muerte

 

Decía Heidegger que la muerte era sólo posible para el Dassein, el hombre, el pastor del ser, el poseedor del atributo de la conciencia. La muerte no es para los animales pues estos viven en el devenir y mueren en el devenir sin previsión de la muerte y por tanto sin existencia. La postura de Manríquez, en su prudente ecuanimidad que lo caracteriza es la de Sócrates que decía que la muerte no puede ser porque cuando la muerte es ya no se es, y cuando se es no hay muerte. La muerte es la negación de la existencia. La muerte solo es una reflexión posible para los existentes y no todos los que existen reflexionan en la muerte, solo el hombre de reflexión enfrenta a la muerte. Esa es la alquimia de la muerte.

Todo lo que se ha dicho de la muerte al parecer no ha bastado ninguna vida para resolver ese problema filosófico de manera que la alquimia de la muerte es el escape del devenir que nos hace vivir irreflexivos ante la vida e irreflexivamente hacia la muerte y para-la-muerte como decía Heidegger, donde solo la recapitulación de la memoria, el análisis y el escrutinio nos otorga el camino de búsqueda y finalmente el escape “mágico” apoteósico que nos haga escapar de las fauces del padre tiempo. A través del siguiente poema, Manríquez nos lleva a un recorrido por la herencia psicogenética akhásica de todo lo que se ha reflexionado sobre la muerte desde los tiempos más antiguos, desde los eleatas y los jónicos, y dice:

 

Si la energía no se crea ni se destruye

Cuando alguien muere

Su vida se hace luz o movimiento

Calor que se disipa

Sustancia que a otras vidas alimenta

 

Somos momentum, versión fugaz

De un flujo eterno de energía

Siempre cambiante y transitoria

Y si es acaso -¿cómo saberlo?-

Que la energía tiene conciencia y unidad

Memoria de los siglos

Seremos ánimas de luz

Fantasmas que aletean entre los astros

Frutos dorados que brillan para siempre

 

Desde esta poética contemplativa, humana, desde el estado indefenso del arrojado al mundo, del ser-para-la-muerte, nos va llevando por poemas diáfanos, preclaros, diamantinos, donde la nostalgia y la contemplación son primordiales para una evocación de una trascendencia de lo cotidiano que, al no ser superflua, es una finísima filigrana de experiencia vital, sinuosidad de alientos, musicalidad de la palabra y silencio. De hecho, diera la impresión de que subyace un silencio, una quietud, un aliento meditativo de donde nacen estos versos, como si surgieran de un estado de conciencia del estar en el ESTAR que recuerda las poéticas contemplativas de Herbert o de Edgar Lee Masters donde los objetos adquieren vida de la memoria, del tiempo, del recuerdo y sobre todo de una resignificación de las cosas en su apariencia de ser y estar ahí, ensimismadas en el silencio sin mácula de su devenir en el estar.

La aparición de Alquimia de la muerte es un acontecimiento gozoso para las letras chihuahuenses y con toda seguridad dará nacimiento a nutridas reflexiones acerca de este poemario al que se le augura una larga presencia entre los más notables poemarios de nuestra principio de siglo.

También puedes leer