Poesía española: Joaquín Sabina

Hoy celebramos al poeta y cantautor español Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) en su cumpleaños. Presentamos 19 días y 500 noches, incluida en su libro Palo seco recientemente publicado en México por Círculo de Poesía-Visor Libros México.

 

 

 

 

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19 días y 500 noches

 

Lo nuestro duró
lo que duran dos peces de hielo
en un güisqui on the rocks,
en vez de fingir,
o estrellarme una copa de celos,
le dio por reír.
De pronto me vi,
como un perro de nadie,
ladrando a las puertas del cielo.
Me dejó un neceser con agravios,
la miel en los labios
y escarcha en el pelo.

 

Tenían razón
mis amantes
en eso de que, antes,
el malo era yo,
con una excepción:
esta vez,
yo quería quererla querer
y ella no.
Así que se fue,
me dejó el corazón
en los huesos
y yo de rodillas.
Desde el taxi
y haciendo un exceso,
me tiró dos besos…
uno por mejilla.

 

Y regresé
a la maldición
del cajón sin su ropa,
a la perdición
de los bares de copas,
a las cenicientas
de saldo y esquina,
y por esas ventas
del fino La Ina,
pagando las cuentas
de gente sin alma
que pierde la calma
con la cocaína.
Volviéndome loco,
derrochando
la bolsa y la vida
la fui, poco a poco,
dando por perdida

 

Y eso que yo,
para no agobiar con
flores a María,
para no asediarla
con mi antología
de sábanas frías
y alcobas vacías,
para no comprarla
con bisutería,
ni ser el fantoche
que va en romería,
con la cofradía
del Santo Reproche,
tanto la quería,
que tardé en aprender
a olvidarla diecinueve días
y quinientas noches.

 

Dijo «hola y adiós»
y el portazo sonó
como un signo de interrogación,
sospecho que así,
se vengaba a través del olvido
Cupido de mí.
No pido perdón,
¿para qué? si me va a perdonar
porque ya no le importa.
Siempre tuvo la frente muy alta,
la lengua muy larga
y la falda muy corta.

 

Me abandonó
como se abandonan
los zapatos viejos
destrozó el cristal
de mis gafas de lejos,
sacó del espejo
su vivo retrato
y fui tan torero,
por los callejones
del juego y el vino,
que ayer el portero
me echó del casino
de Torrelodones.
Qué pena tan grande,
negaría el Santo Sacramento
en el mismo momento
que ella me lo mande.

 

Y eso que yo,
para no agobiar con
flores a María,
para no asediarla
con mi antología
de sábanas frías
y alcobas vacías,
para no comprarla
con bisutería
ni ser el fantoche
que va en romería
con la cofradía
del Santo Reproche,
tanto la quería,
que tardé en aprender
a olvidarla diecinueve días
y quinientas noches.

 

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