Poesía Norteamericana: Ramón García

Presentamos una selección poética de Ramón García, en versión de Andrea Rivas.  García nació en Colima, Mexico pero creció en Modesto, California. Es autor de dos libros de poesía: The Chronicles (publicado por Red Hen Press, en 2015) y Other Countries (por What Book Press, en 2010), así como de una monografía del fotógrafo Ricardo Valverde titulada Ricardo Valverde (por University of Minessota Press, en 2013). The Chronicles fue finalista en International Latino Book Award en la categoría de libro de poesía en inglés. Sus poemas han aparecido en diversas antologías y revistas, entre las cuales se encuentran Best American Poetry 1996, Ambit, Poetry Salzburg Review, Los Angeles Review, y Mandorla: New Writing from the Americas. Da clases en California State University y radica en el centro de Los Ángeles.

 

 

 

 

 

 

Jorge Cuesta al límite

 

El implacable aferre de Cibeles

Me reconstruye

Expulsando los marcadores anatómicos de la virilidad.

Los dioses antiguos son impotentes

Antes de la ciencia médica filistea.

 

Mi cuerpo es la prima materia

De la futura alquimia de los géneros:

Las chicas de James Bond, estrellas de televisión,

Celebridades hermafroditas, prostitutas intersexuales del bajo mundo,

Transexuales llamando a chicas especialistas en gustos refinados…

Sí, los victoriosos que han sobrevenido

A toda la evidencia de lo viril.

 

Pero hoy, en 1942, mi metamorfosis

es restringida. Estoy abandonado en el límite.

Mutilación y Muerte imponen su orden:

Haber nacido muerto en el innombrable espejo de la poesía

Donde hombres, mujeres y sus límites están en guerra.

 

 

 

 

Memorias de pantalla

 

El sueño remueve en los años

Excavando lo repudiado y lo traumático.

Los sueños son enemigos de los amantes.

 

Soñé con mi primer amor otra vez, aquel que rara vez

Pienso, pero que mis sueños nunca olvidarán.

En un turbio paisaje tropical que nunca supo de nosotros, reunidos

Estábamos vacilantes, extraños, inciertos.

 

Otro sueño: una némesis obscena, mi archienemigo,

Una persona horrenda,

Con la que hice pareja en escenas pornográficas.

 

Despierto con el regusto de la muerte.

 

 

 

 

Bretagne

 

Champaña helada

Seguida de vino y limoncello.

 

Los aceites fríos de aceitunas verdes y negras

Sangran traslucidos en blancos y fríos platos.

Nuestro amigo sirve la carne salada

De  corderos criados en el salobre suelo del Atlántico.

 

Comemos y bebemos lento y tarde

Porque las noches inician casi a las 10 p.m.

 

La angustia no se ha movido de la ciudad.

Aquí, se ha asentado una especie de respiro:

Tardes de playas y dunas de arena

Lluvia oculta por la noche,

Sueños, como fantasmas, traídos de algún otro lugar.

 

El viento del mar clama

Por el campo, medido

Y exótico como una nueva forma musical.

La soledad flota en las esquinas oscuras

De la inmensa casa,

En un punto muerto.

 

Risa. Horas compartidas de ingenio

Y charla.

 

No hay salvación.

 

 

 

 

Alejandra Pizarnik escribe un poema para Janis Joplin

 

Canta con dulzura y muere después

No

Las brujas de Macbeth coinciden

 

Dentro de cada Budista

Está el aborto de una estrella de rock

Atrapada en las habitaciones del hotel de la meditación

Que el Rock-and-Roll no destruyó

 

Canta salvaje y vive después

No

Los ángeles de Blake coinciden

Pero de nuevo

Están en silencio

 

Escúchalos

 

 

 

 

Turista nativo

 

En cualquier lugar de estas tierras una iglesia nunca está lejos…

Luis Cernuda, “Las iglesias” Variaciones sobre tema mexicano

 

Siempre que entro a una iglesia en México

Una infancia en Michoacán revive:

Generaciones de rituales sin resolver, ancestros indistintos.

 

Un aire de frío y purificación en el solemne espacio de culto.

Los santos se presentan de nuevo en la erradicación del tiempo:

San Martín de Porres, San Miguel Arcángel, San Judas Tadeo, la Virgen…

 

Cristo, todo heridas y sangre, enraíza mi carne

A centurias de agonía,

La veneración inamovible de mi gente.

Soy un exilio de su sufrimiento domesticado, con cicatrices.

 

Una mujer pobre se arrodilla, ojos cerrados,

A los pies del intimidante martirio del Salvador.

Reza las oraciones de esclavos que la violencia le enseñó.

Y recuerdo a las mujeres de las que vengo, las madres mexicanas,

Las hermanas cuya traición continúa…

 

Y sigo camino afuera, para recuperar la vida

Que no es propiedad de los inertes íconos de la historia.

 

 

 

 

El retrato de una joven

 

¿Estadounidense en el extranjero o expatriada?

La joven vecina en el complejo de condominios

Donde viven americanos, canadienses y

Mexicanos (este es su país, después de todo),

Es una escandalosa texana borracha.

 

Un revoltoso novio y perros revoltosos le hacen compañía.

Ella canta y toca música country,

Habla eternas futilidades y ríe a menudo hasta las 3 de la mañana.

 

Una cifra del imperio americano; el mundo es para ser

Reclamado y ocupado por ella. Su presencia destruye el espacio, borra a los otros.

 

Seguirá moviéndose hacia otras ciudades mexicanas donde congregará a retiros,

Nadie que cruce su camino

Lamentará su lento, vulgar desvanecimiento en el país de su muerte.

 

Mientras tanto, ella continúa su brutal, resuelto asalto de banalidad.

 

 

 

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