El pez y la galerna, de Sara Caviedes

La Colección Torremozas de Madrid publicó recientemente la nueva colección de poemas de la poeta española Sara Caviedes (Valladolid, 1975), El pez y la galerna. A continuación algunos poemas del libro.

 

 

 

1.

 

¿Qué piensa la noche de los adentros gritos

y el grumo del sollozo solo en los portales?

 

Soy arena y perfil que demolido lame

el tiempo desvivido de la esfera.

 

Ya no caben más peces en mis copas.

 

Deja que llame a un cuerpo

si es que la voz asiste a quien perdió la forma.

 

 

 

2.

 

Amanece.

Llega una luz que adiestra las injurias.

Pones en pie este cadáver

y lo haces transitar por los espejos

de espaldas a la noche.

 

Atrévete a mirar.

 

 

 

3.

 

Cuántas camas, amor

y ninguna es nuestra.

 

Mi desnudez se anuncia doble en el espejo

cuando miente la luz de los andenes,

cuando miente la boca y un aviso

asalta con retales de voces fabricadas:

−eternidad− prometen

las voces que siempre están partiendo.

 

No.

Se anuncian tarde:

mintió la luz,

mintió la boca

y esta piel estaba desarmada.

 

Ven, papá inexistente,

ven a buscarme.

 

Tápame la cabeza.

 

 

 

4.

 

Quiero habitar el silencio extinto de tu frente.

Son los muros memoria golpeada de nudillos,

párpados amarillos de galeón ahogado

en nombre de una infancia,

bolsillos descosidos hasta el fondo de un mar.

 

Quiero habitarlo y ser

gelatinoso deseo, criatura marina,

latido en la testuz de los caballos

 

todavía.

 

(talud)

 

 

5.

 

Ando envuelta en una conciencia usada.

No sé desde cuándo

ni soy esta que desanda los caminos.

 

Yo pintaba de rojo el umbral de los cobardes

y hubo un hombre que estampó pistilos en mi espalda.

 

Era un tiempo de bosques sin sentencias

de noches sin rendición.

 

Entonces todo era nuevo

y yo valiente.

 

 

 

6.

 

Es la amplitud del ruido

un cuarto de luna y pública dermis,

de afónicas paredes sin razón para más vida.

 

Se me cosen los párpados del miedo,

 

Es la amplitud, a veces,

y su forma deslenguada de silencio,

también,

la que me mata.

 

 

 

7.

 

Si la semilla no muere,

y el látigo se aviva desde el labio,

y el dócil que fustiga

pretende

ordenarme el tiempo con relojes

o ceñirme la moral con la palabra,

vendrá a buscarme.

 

Vendrá a buscarme,

porque no muere la semilla,

el alarido azul de la galerna

con su azote de guerreros y matriarcas,

 

la huella,

el nubero,

el agua.

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