El poeta colombiano Santiago Espinosa reseña Cráter, poemario de Tania Ganitsky (Bogotá, 1986) con los grabados de José Sarmiento. Ganitsky, en 2009, ganó el Concurso Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia; en el 2012 una mención de honor en el X Certamen Literario Gonzalo Rojas Pizarro de Chile. En 2014 mereció el Premio Nacional de Poesía Obra Inédita que convoca la Tertulia Literaria de Gloria Luz Gutiérrez. Cráter apareció bajo el sello de La Jaula Publicaciones.
Cráter
Poemas de Tania Ganitsky y grabados de José Sarmiento
Los poemas y la pinturas nunca han debido divorciarse. En uno y otro caso los poetas y los pintores, cada cual a su manera, siguen tratando de salvar una distancia que les permita contemplar un poco más el mundo. Como si lo estuviéramos viendo por primera vez. Como si entre el papel y nosotros se abriera un territorio donde los sueños son realmente posibles. Es una alianza muy poderosa. Cuentan los antropólogos que las cavernas de Altamira o Lescaut, justo donde observamos las pinturas de bisontes y mamuts, exactamente en ese lugar, podemos encontrar un eco muy propicio para el sonido. Donde quiera que observamos los dibujos estos hombres cantaban. Los bisontes y las figuras también son los sobrevivientes de un poema inaudible.
Y de hecho no se han distanciado del todo. Poemas y pinturas se han seguido encontrando en los libros, a la manera de dos viejos amantes que se temen y se conocen bien. Muchas veces buscamos que los poetas imaginen en los vacíos de la pintura, pienso en Adam Zagajewski o en Ramón Cote. O a los pintores ilustrando en el silencio de los poetas, como dicen que lo hacía Rothko. Hemos visto estas cosas. Lo que no ocurre muchas veces, y creo que este el caso del libro que hoy tenemos la alegría de presentar, es que los dibujos nos digan tanto sobre la manera en la que escribe esta poeta. Que la actitud de los trazos, en este caso de los dibujos de José Sarmiento, sea cercana en a la manera en que Tania Ganitsky nos habla del mundo.
Yo imagino a Tania escribiendo en los cuadernos o al reverso de algún libro, haciendo pequeños bocetos al final de los días, como se dice que trabajan los pintores cuando no están pintando. E imagino que ella también dibuja en las esquinas del papel, de donde salen los tigres y las mariposas, las panteras y los fantasmas. Para decirlo en una palabra Tania es una poeta que realmente dibuja con sus versos. Y supongo que se divierte escribiendo como si de verdad estuviera pintando. En sus mejores poemas los versos se encuentran cuerpo en las imágenes, como trazos o animales que salieran a la superficie.
A lo largo de estos poemas, en los que Tania ya había publicado y en los inéditos, este libro es ciertamente una antología, sentimos en sus libros que los poemas, más que una unidad buscada, en realidad son testimonios de un movimiento mucho más grande. De un diario que se perdió y del que nos llegan las únicas páginas que se salvaron. Como si nos llegara un pequeño dibujo de lo que fue una ciudad. O para volver a las cavernas como si desapareciera un mundo pero quedaran sus animales jugando sobre las piedras.
José Sarmiento ha sabido entender bien esta manera de escribir y de jugar, esta escogencia de del crea un mundo sentándose al lado de las cosas. Tania nos habla de “lo extinto”, del pasado que es “un ángel que cae de cabeza hacia el vacío”, nos dice, y es José el que nos muestra que esos ángeles –terribles como los de Rilke o Paul Klee- también son los astronautas de la generación de nuestros padres, cayendo desde el cielo de sus ilusiones perdidas. En otro lugar nos habla Tania de una “montaña vacía”, y en los dibujos sentimos el frío que rodea los versos. Sentimos en la imagen el suspenso de animales y de rostros precipitados.
Esta atmósfera, la de un diario encontrado entre los días con sus tigres y sus árboles de ramas imperfectas, es a veces tan personal que debemos acercarnos a ellos en puntas de pies. Abrimos las páginas y entramos al territorio privado en que una persona conjura sus presencias más secretas. Alguna vez leí en un ensayo de José Manuel Arango, que en los versos de Emily Dickinson escuchamos unas pequeñas campanas. Con ellas, las campanitas, esta poeta se orientaba entre la oscuridad. Los poemas eran el único hilo para sortear los laberintos. Y a veces oímos en Tania estos pequeños conjuros, como las cosas que se dicen en voz baja mientras atravesamos un camino peligroso. A veces estos caminos son la ciudad, a veces la memoria dolorosa de los suyos. Un pueblo errante que como lo decía Jospeh Roth, “son como caracoles que llevaran simultáneamente llevaran dos casas sobre sus espaldas”.
En Tania vemos la introspección, un mundo de animales siempre suyos, pero lo que sorprende es la manera en que entra y sale de las páginas, entregándonos un territorio abierto. Cuando esto ocurre, entramos a los poemas donde Tania en donde todos somos forasteros. Y no hay afuera o adentro, nosotros o ellos, como en el desierto de alguno de sus poemas sentimos que se abre un horizonte donde se admite que allí pase cualquier cosa”. Y entonces recordamos que en la fugacidad de los poemas estaba el paraíso sobre la tierra. Un sitio donde las cosas siempre vuelven a comenzar.
Y se nos cuenta de una foto de la luna como si fuera una madre que hubiera mirado el rostro de la Medusa. Y se nos dice que los caballos encuentran su panela en las manos de los muertos. Y de un hombre que sueña que es un tigre de bengala para luego despertar a su lado, transformado. Un territorio inexplorado, de todos. Un territorio que se pone en movimiento en las palabras, y donde realmente recobramos algo del olvidado misterio que perdimos.
En algún momento nos dice Tania que escribe sus poemas como testamentos. Y si es verdad que todo poema es a la larga un testamento sus poemas nos demuestra lo contrario. Con cada uno de ellos sentimos que algo se sigue moviendo más allá de las palabras, que todos estos animales siguen viviendo en mutismo en alguna parte. Esto es especialmente cierto en un poema inédito, y que inspira el mejor de los dibujos de José Sarmiento:
Cuando llueve, las personas se alejan
un poquito más del mundo.
Olvidan los nombres de los animales y las plantas
y sus formas sólo les parecen familiares.
Pierden de vista el cielo
y miran el piso mojado
que revela el remordimiento de la tierra.
Quienes pueden prender fuego
para calentar su hogar,
secar la ropa y los malos pensamientos.
Los amantes se abrazan
y les parece que todo el universo escampa.
Los que están solos miran por la ventana
hasta que retornan los tigres, los caballos, los abedules.
Uno quisiera vivir un poco más en cada uno de estos versos. En cada uno de ellos, sin decirlo, se siente la materia de nuestra propia fragilidad. Y no somos más que unos seres que se recogen frente a la lluvia. Pero también estas palabras parece que poblaran lentamente el mundo. Que en cada vacío ocurriera en encuentro. Al lado José Sarmiento nos presenta una camisa que flota en el vacío. Una camisa, del mismo tamaño que un hombre. Y no hay nada más triste que una camisa vacía. Pero precisamente son los poetas los que nos muestran las presencias que se marchan o se esconden, que una camisa vacía es mucho más que una camisa vacía. Es el recordatorio de que existió una persona.
Muchas cosas han cambiado, ha cambiado el paisaje y el país, ha cambiado la literatura. En el transcurso Tania ha seguido escribiendo en sus cuadernos. Perforando en el cuaderno pequeños agujeros, para perderse o encontrarse de vuelta. Pequeños cráteres que antes no estaban en el mundo. Y sentimos que en estos agujeros hay un mundo que nos mira, que algo se abre o nace al mismo tiempo que lo leemos. Por esto José Sarmiento pinta un cráter al final del libro. Como algo que está a punto de comenzar, o un corazón que late al interior de la distancia.