Presentamos una muestra de Yuliana Rivera (Veracruz, 1985). Poeta y académica. Es Maestra de Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Ganadora del Premio Nacional al Estudiante Universitario José Emilio Pacheco en la categoría de poesía.
Las niñas
Con su tez morena las niñas saltan
las piedras: figura de tamal verdadero;
tamales de manteca con cerdo y hoja de acuyo.
Vestigio del trópico; verde, huella del corazón.
Que hacía la tía Bertha.
Las niñas gritan:
¡Má, hay un machumbo en el patio!
Mientras, el sigiloso reptil trepa
la palmera preñada con sus penachos de huevas plumosas.
Las niñas, las hermanas Vivanco:
las juanchas, pily y mily, las huesudas,
chapucean en la tibia alberca bajo el calor
cuarenta grados centígrados.
Les gritan:
¡Sálganse ya del agua, chamacas!
les dolerá la cabeza y la comida ya está servida.
Tía Bertha y tío Franco (DEP) nos divisan
desde la cocina con un guiso de conejo en adobo
Tío Franco lo cazó, como a un toche,
y tía la Bertha preparó agua de guanábana,
porque el árbol ha florecido
igual que el aguacate en el patio.
¡Chamacas!, grita nuestra madre,
¡dejen de comer caña y nanche!
Hoy las niñas, húmedas en llanto se abrazan al recuerdo.
El aroma a laurel en el adobo se ha desvanecido con los años.
Ya no madura el calor a la caña,
a la guanábana,
al aguacate,
ni al nanche.
Bejuco
Quiero decir, río,
con río quiero decir: infancia.
Infancia es la familia.
Bejuco –también– es tu sur.
American Dream
–Tu padre acaba de morir,
nos dijo mi madre,
–de causas naturales:
No supo domeñar la voracidad del desierto.
Rubén
Éste era el séptimo hijo
de doña Lupe, hijo
que por allá de los noventa
no supo leer ni escribir su nombre,
pero
era hacendoso en amores
con su madre, hermanas,
tías, y uno que otro chico.
Nada que no se supiera en el barrio,
porque en la periferia se comparte
más que el pan cuando a alguien le falta.
Se supo de sus viajes a la capital,
trabajó como
enfermero, partero, cocinero,
le hacía al trabajo doméstico,
y vendía fayuca.
Reía con todos, bailaba y platicaba
como todos.
Morenito con su afro colocha
y risa estrepitosa,
llevaba en el número siete su mala suerte.
Supimos todo de él… excepto cómo murió.
Confines
Me detengo en el borde
apenas con cerrar los ojos.
Y el golpe de ola reclama
su límite.
El mar revela su furia
contra el viento
mas yo sigo de pie
inflamada de cansancio.
Se escucha un adagio lúgubre
que seduce la marea
apareándose del anochecer.
Indiscreta me atraganto con
la angustia y el silencio.
Irrumpe un rayo y alumbra el pasado.
Desgracia
pretérita sombra de mujer y llanto del niño.
Yacemos aquí, limosneros,
que al escuchar el tintineo
de la moneda en el pocillo
espera:
cabe allí la fe del mundo.