En el marco del dossier, Modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual, con selección e introducción de Marisa Martínez Pérsico, presentamos al poeta Ricardo Costa. Es escritor y docente. Reside en Neuquén. Entre otros títulos, ha publicado Teatro teorema (1996); Mundo crudo (2005), Fenómeno natural (2012), Crónica menor. Antología mezquina (2015), Un referente fundacional (2007) y Fauna terca (2011); estos dos últimos corresponden a ensayo y novela, respectivamente. Obtuvo el Primer Premio Fondo del Nacional de las Artes 1998; Tercer Premio Concurso Iberoamericano de Poesía Neruda, Temuco, Chile 2000; Primer Premio II Concurso Nacional de Poesía Javier Adúriz 2012. En 2008, en México, su obra Mundo crudo fue ganadora del Premio Internacional de Poesía Macedonio Palomino para obra publicada.
Ese perro
Justo la espiga flaca de la sílaba es la que destaca
el perfil de tu nombre.
Hace poco la tallé sobre un tablón abandonado
de la fábrica. Pero a la semana, los muchachos lo cortaron
para mejorar la casita del perro.
Vieras qué contento se pone el cachorro cuando sale a saludar.
Corre con desesperación hasta tensar la cadena.
De a uno los eslabones traquetean contra la madera que te nombra.
Y el Simón se queda expectante, apoyado sobre las patas traseras
y con los ojos cargados de lágrimas.
Qué fea costumbre la de amarrar a los animales.
Es como negarte la palabra que tenés al alcance de la boca.
Para colmo, cuanto más tironeás, mayor es el ahogo que te acerca
a lo deseado.
Así es como se domestica lo incorregible.
La cucha está bien construida. No falta la ración diaria,
y de vez en cuando alguien te palmea con sentimiento.
Lo que no comprendo es por qué la terquedad del tironeo,
el afán de ir a buscar a quién en la noche e insistir en el silabeo,
en aprender una lengua que ya no te corresponde
y que sin embargo sigue allí,
intacta en su escritura.
Acto revolucionario
Morir en secreto o de espaldas a la multitud es un acto revolucionario.
Es simple, se trata de dejar de ser sin que nadie sepa cuándo ni dónde.
Por ejemplo, la mayoría de los libros ordenados en este cuarto
guarda algún epitafio sobre mi existencia.
Una trenza de lana en el capítulo quinto o una estampita peruana
en la página treinta.
Pero ninguno de ellos podría conmemorar el universo imaginado
a tu lado.
En el corazón de esos libros, todas las metáforas de nuestra vida
se extinguen a favor del tiempo.
Por eso me resisto a asumir un duelo formal por la memoria
de lo que ya no tiene presencia en la Tierra.
Excepto por el recuerdo de tus manos y por la lenta caída del sol
a espaldas de la luz.
Una naranja
El cuchillo recorta circularmente la naranja
bajo su cáscara.
Hace correr el jugo entre el filo y la pulpa,
marcando el cauce de un camino líquido
que rodea a la fruta para venirse a tu mano.
Viéndote ejecutar esa maniobra, pienso que
algo terrible ocurriría con mi corazón
si tu apetito cayera en desgracia.
Ese movimiento giratorio, ese descascarar
en crudo para llegar al brillo de la pulpa,
daría con la parte más débil de un hombre
y la desnudez de su sangre brotaría hasta
manchar sus ojos de la manera más vergonzosa.
La diferencia la marcaría el ángel que mueve
tus manos.
Porque la fruta gira entre tus dedos para que
su carne se abra por entero a la luz.
En cambio, un corazón se pudre si no se lo corta
en el momento preciso.
Queda dudando lejos, cavado en una ruina oscura,
a treinta y cinco centímetros por debajo
de la boca.
Vuelo abierto
La mecánica natural del alma
hace que las pequeñas miserias
se conviertan en el riego natural del ojo.
Gota a gota trabaja la tristeza mientras el llanto
activa cada parte, cada minucia ordenada
en la memoria del dolor.
Entonces viene tu abrazo, tu súplica,
y el llanto avanza, transforma tu pérdida
en un sufrimiento líquido.
El ojo se cierra y la gota viene a colgarse de tu nariz.
Cae, y antes de estrellarse, forma en el aire un mundo
ausente de nosotros; un mundo transparente
que alcanza a brillar, a sacudirse como si estuviera vivo,
a reflejar dos rostros sorprendidos que no comprenden
cómo la naturaleza puede perder algo tan bello,
tan perfecto a la hora de reventar y que no los contenga
en cada astilla de agua que vuela cuando se abre.
Puntos de vista
La forma más sencilla de celebrar una fundación
es marcar un punto junto al vacío.
Un punto es una partícula del todo imponiéndose
sobre la nada.
Un punto establece el origen de todas las formas
que caben en el universo, y el universo se mueve
sobre una sucesión de puntos encadenados
en el espacio.
Sobre uno de estos puntos estamos nosotros,
abrazándonos y girando en un vacío que nos mantiene
flotando sobre un silencio absoluto.
Pero lo mejor de esto no es el silencio ni lo absoluto.
Lo mejor de esto es que nadie sabe que flotamos
porque obedecemos una ley fundamental.
Creo que ese es el punto: flotar abrazados a la idea de la nada
mientras los cuerpos se mueven y la fundación se convierte
en un acto de amor junto al vacío.