Éste es un amor, de Efraín Huerta

Proponemos la lectura de un poema de Efraín Huerta (1914), pleno de urgencia lírica y la asfixia propia de la pasión amorosa exaltada. Con ecos de Catulo y de la Sonora Santanera, este es uno de los textos entrañables de “El gran Cocodrilo”. Efraín Huerta se significó como uno de los polos estéticos de la poesía mexicana durante el siglo XX. Ese texto apareció originalmente en Estrella en alto (1956).

 

 

 

 

 

 

ÉSTE ES UN AMOR

 

Éste es un amor que tuvo su origen

y en un principio no era sino un poco de miedo

y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.

 

Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,

un amor que tiene a su voz como ángel y bandera,

un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,

un amor que no tiene remedio, ni salvación

ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.

 

Éste es un amor rodeado de jardines y de luces

y de la nieve de una montaña de febrero

y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel

y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe

por qué llega el amor y luego las manos

-esas terribles manos delgadas como el pensamiento-

se entrelazan y un suave sudor de -otra vez- miedo,

brilla como las perlas abandonadas

y sigue brillando aún cuando el beso, los besos,

los miles y millones de besos se parecen al fuego

y se parecen a la derrota y al triunfo

y a todo lo que parece poesía -y es poesía.

 

Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos orígenes:

 

vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos

y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos

y a lo ancho de los países

y las distancias eran como inmensos océanos

y tan breves como una sonrisa sin luz

y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel llena de gracia

y me sumergía en sus ojos en llamas

y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado

y entonces me olvidaba de mi nombre

y del maldito nombre de las cosas y de las flores

y quería gritar y gritarle al oído que la amaba

y que yo ya no tenía corazón para amarla

sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo

y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la mano.

Y yo veía que todo estaba en sus ojos -otra vez ese mar-,

ese mal, esa peligrosa bondad,

ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe

y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los hombros,

hasta el alma y hasta los mustios labios.

Ya lo saben sus ojos y ya lo sabe el espléndido metal de sus muslos,

ya lo saben las fotografías y las calles

y ya lo saben las palabras -y las palabras y las calles y las fotografías

ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos

y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos el alma

y no llorar de amor.

 

 

 

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