Presentamos una muestra de Hernán Contreras R. (Santiago de Chile, 1990). Miembro cofundador de Trizadura Ediciones. Encargado de portadas, redes y distribución en Viuda Negra Ediciones, y locutor en Radio PseudoFM. Organizador de la Feria del Libro del Barrio San Isidro los años 2017 y 2018, enmarcada en el Día del Patrimonio Cultural. Durante el año 2017 fue seleccionado para integrar la antología poética Pánico y Locura en Santiago publicada por Editorial Santiago-Ander en 2018. Es autor de la plaquette Proyecciones (La Maceta Ediciones, 2018) y del poemario Trayecto hacia algunos días (Filacteria Ediciones, 2018), obra que obtuvo una mención honrosa en el concurso internacional de poesía “Rostros” 2018, convocado por el Grupo Rostros, Colombia.
VII
Todo esto desde una ventana en tiempo presente
o en el recuerdo antes de dormir
–ya son bastantes noches en que solo veo tus ojos,
como si ya fuera mañana
despierto a cada rato con la luz.
Una paloma se detiene en el borde de un balcón,
busca los restos de migas de quien cada mañana,
solo, toma el desayuno con la vista
en las filas de autos y micros de la avenida principal.
Se abre otra ventana,
riegan un par de plantas,
chorrean el agua que revienta
uno o dos balcones más abajo
y vuela la paloma
–No ha pasado nada interesante,
pero si no me distraigo con situaciones ajenas
me miro y te recuerdo,
en este punto
en que se comienza a evidenciar
la existencia de mis huesos-.
Cuelgan ropa, abren cortinas,
cierran cortinas, fuman un cigarro,
miran como yo, nada,
limpian un vidrio, espantan una paloma,
sacuden una alfombra.
El polvo desvirtúa la visión del panorama,
cada partícula degrada un color
cuando choca con el haz de luz
y el remolino de otro golpe galopante
le da movimiento a una escena que fácilmente
podríamos confundir con una fotografía.
Un corte de luz
Las calles, maquetas rotas:
ciudad quemada en oscuridad
por el fuego que forjó los metales de su altura.
Nunca entendimos la desconfianza cuando se cortaba la luz,
solo aceptábamos el miedo.
Leer en la intermitencia de los postes,
esquivar a una persona e inclinar la hoja,
imitación de planta ante el sol.
Mis pupilas tienen el efecto del ácido,
mendigan estímulo visual .
Escena:
dos agujeros negros entre la noche,
letras negras que no alcanzan.
Regresar con velas gastadas,
leer en la intermitencia de la llama.
Imagina las ondas del agua como luz sobre la hoja.
La casa no volverá a tener tanta luz.
La explosión de los aparatos electrónicos
Revientan los aparatos electrónicos,
la luz chorrea del balcón,
sale desde los televisores y de ampolletas
que incineran sus venas.
Chorrea la luz como sangre de entrañas rojas y azules,
se rompen los vidrios que cortan el aire denso.
Chorrea la luz y mancha lo que el sol no ilumina.
No nos fijaríamos entonces en las cumbres de los cerros,
en las azoteas de los edificios,
en las copas de los árboles,
y en las veredas de las avenidas.
Sino en espacios que seguimos reduciendo:
grietas en los muros,
el sostén de los balcones,
la entrada a un edificio,
la tierra bajo los árboles,
un estacionamiento subterráneo.
Tenemos luz de sobra,
si se nos pierde el sol
tenemos luz de sobra.
No debería pasar
que nos quedáramos
a oscuras.
Imágenes para el frío
No hay espacio en el trayecto para llorar las caídas,
despojadas por vejez cíclica ya no nos protegen de la luz,
no se ven tórtolas ni gorriones
y sin mirar, también pasamos de largo.
Los dedos ya son garfios y los pasos cada vez más tiritones,
cada músculo quiere separarse
y saltar al aire caliente de un motor
que pasa y envuelve los pies de quien mira vidrios polarizados.
El cielo es un algodón sucio que amenaza con caer
y cambiar el color del suelo;
veremos sangre en toda la calle.
La gente tiembla y con luz ajena rechazan la vergüenza,
hacen el amor para volver a la posición inicial del cuerpo.
El vidrio es una catarata congelada a punto de romperse,
y ahí, entre cabezas, vemos la ciudad empañada de frío.
También quise desaparecer entre las palomas
No habrá golpes encerrados ni miedo a mirar la muralla,
la idea de un clavo como decoración
se disipa junto al blanco de mis ojos.
El cemento es un cuchillo en mis muslos
y la caída será lo más cercano
a tener la moto que soñé desde que era niño.
Regreso sin zapatos en un triciclo oxidado
con ganas de escribir sobre el túnel que une los dos vehículos,
regreso al presente y conmigo la voluntad de un futuro,
pero las manos están ocupadas con mi peso.
Los dedos son un molde de la cornisa,
son lo último de mi cuerpo por ceder.
Giro el cuello y veo las luces una última vez,
luces estáticas y frías en los edificios,
luces como hormigas en las avenidas,
y pienso que nadie irá por mi cadáver,
fue el último movimiento de ciudad visto antes de atacarla.
Soñé que era una gaviota
en busca de un pez que se deforma con el agua.
Sólo quedan las grietas
Tantas especies ahí abajo,
podría caer en picada con los ojos cerrados
y algo atraparía,
algo, aunque fuera una colilla
o las papas carbonizadas del fondo de la caja.
Seguro vería al viejito que me regaló poemas en un café
y a mi cara en el reflejo del pavimento,
al lugar donde alguna vez vivieron,
al lugar donde en mis sueños premonitorios dormí.
Lo vería en cualquier migaja o grieta del pavimento,
todo me lo recordaría
porque era lo último que me quedaba:
mirar en los recuerdos para sentirme en casa.54
Nada dura para siempre,
proverbios chinos y refranes lo adelantaron,
pero nunca los tomamos en serio.
Espérame.
Espérame, recuerdo, que aún encajo,
te aprieto en mi mano
al igual que cuando niño apretaba tu mano,
o al menos tu dedo, lo que alcanzaba.
Me aferro, mis uñas saltan,
son las chispas de los fuegos artificiales que veía en el puerto
y mis ojos intentan buscar las luces perdidas
de cada faro que tintinea,
me los sabía de memoria, sabía qué vereda evitar.55
Espérame, tú que sabes tu nombre,
mi mano pronto se cortará con los bordes de la hoja
y mis muelas serán placas tectónicas
que provocarán el derrame de magma desde mi cerebro,
verás valles de ríos salados en toda mi frente
y el mar lo cubrirá todo de nuevo,
ya no tendremos nada que limpiar.
Seremos esas letras que serpenteamos
en una ventana empañada.