Para ver a la medusa de frente basta con mirarla: y no es mortal. Es hermosa y ríe.
Helene Cixous
Hélène Cixous en la introducción a La joven nacida se pregunta “¿dónde está ella?”: la cultura falocéntrica del mundo occidental, el sistema heteropatriarcal en que existimos ha jugado siempre con ideas duales jerarquizadas donde lo femenino está del lado de lo débil, lo negativo, abajo, por contraposición a la fortaleza, lo positivo, el arriba. Ella tiene un sitio de silencio desde el cual es vista por el otro desde aquella construcción que se le ha impuesto donde “nos han inmovilizado entre dos mitos horripilantes: la Medusa y el abismo”. El feminismo ha hecho grandísimos esfuerzos por desmitificar la figura de las mujeres, por mostrarnos a la medusa de frente. Pero no hay una sola voz de la medusa. La escritura de las mujeres no es una y no surge de una sola posición en el mundo. Desde distintos lugares de enunciación, ellas hablan y exigen ser escuchadas, miradas. La medusa está en todos los lugares y su voz resuena, susurra, gime, quema, cura, se aferra, se deja ir y vuelve, hace perdurar su palabra: escribe. Es sumamente necesario unir aquellas voces, leerlas, conocerlas, estudiarlas, celebrarlas. Es indispensable un espacio donde, como en un cuarto propio, sean libres de pronunciarse desde todos los vértices de su creatividad. Aquí un sitio de reunión donde ellas están y hablan.
Julieta Gamboa (Ciudad de México, 1981). Autora de los poemarios Taxonomía de un cuerpo (Fondo Editorial Tierra Adentro, col. La Ceibita, 2012), Sedimentos (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016) y El órgano de Corti (premio Ediciones Digitales Punto de Partida, UNAM, 2018). Algunos de sus poemas fueron incuidos en Dos voces dentro de mí. Antología de la poesía mexicana contemporánea, editada por la Asociación de Escritores de Voivodina, Serbia, en 2014. Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2008 a 2010 en el área de poesía. Maestra en Letras Latinoamericanas por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Muñecas
Dale un nombre;
ésta tiene la forma de tus ojos,
tal vez llegue a parecerse a ti.
De niña seguía algunos rituales
que se iban convirtiendo en reflejos.
Tenía una muñeca para cuidarla,
para ponerle un nombre.
Había un efecto extraño en el acto de mecerla,
cambiarle la ropa, darle de comer;
un cuerpo de niña ensayando una maternidad prematura;
una niña madre que buscaba en ese plástico algo vivo.
La muñeca aparecía días después con una pierna desprendida,
la ropa sucia, olvidada.
Exhibía en su cuerpo rígido
un eco de desamparo.
En ese momento asomó mi falta de oficio
para dejar esa clase de huellas.
Decliné la intimidad de hospedar a un ser
que asimilara mis líquidos vitales.
Telegrafiaron con miradas un desastre,
profetizaron la ruina de mi cuerpo,
alejado del ciclo de los mamíferos.
Parece que no sabré de qué estoy hecha
hasta sentir el dolor del parto
en todas mis células;
que nada se compara con esa soledad
de no saber lo que es verter mi sangre,
mirar mi sangre en otra sangre,
mis ojos en otros ojos.
Parece que mi cuerpo,
esa máquina,
me pedirá un ser unido a mí,
una ventosa necesitada de calor.
Nuestra vida se llena entre nacer y multiplicarnos.
Somos seres gregarios,
emparentados por la misma cadena de sustancias,
Hay que continuar el mapa,
el palimpsesto familiar,
para no perdernos,
El juego repetido de parir muñecas
acabó con mi instinto de desear esa presencia
nadando en la seguridad del líquido,
de contraer mi estómago para hacerle un espacio.
Otras cosas me ataron a este mundo,
más allá del timbre de un llanto
todas las noches,
de la emoción de llenar los álbumes de fotos
o extrañar las partículas de alguien
pegadas a mi cuerpo hasta la mimesis.
Taxonomía de un cuerpo (Fondo Editorial Tierra Adentro, col. La Ceibita, 2012)
Espejo
Hoy me encierra un cuerpo
sin señas personales,
formado de voces que crecen y se adhieren
al centro de mis ojos.
Dudo de mi pulso,
de mi materia transformada con los días.
Mis huellas asimétricas, mis poros abiertos,
no tienen sitio en la figura que me aísla.
Una imagen sin dimensiones,
un rótulo,
se introducen a fuerza de insistir,
de repetirse.
La imagen real desaparece
en un punto ciego.
Mis ojos ceden a los ojos de todos.
Todas las miradas se concentran,
me modelan.
Soy sólo materia.
La forma ornamental
se pega a la epidermis,
exige desechar las sobras de mi cuerpo cierto,
lleno de surcos,
de fibras equivocadas.
Ese falso organismo,
ese adorno,
con medidas exactas y miembros uniformes,
no tiene huellas dactilares,
pero busca aferrarse a las mías,
borrar lo que en mí ha sido narrado por el tiempo.
Una puerta se abre a esa figura que avanza contigua,
camina a mis espaldas,
y extiende su respiración desde mi nuca.
Permanece algo ajeno;
un cuerpo sin indicios,
olvidado de sus marcas.
(en El órgano de Corti, Ediciones Digitales Punto de Partida, UNAM, 2018)
Monolingüe
Las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo
Audre Lorde
Las palabras son cimientos.
Las palabras que aprendí
tocan
suaves
el órgano de Corti.
Tocan a la puerta de mi cuarto cerrado,
mi forma única de estar,
con el tiempo dando vueltas
del espacio a su ocupante
y de regreso.
La lengua materna es una puerta falsa del cuarto que me acoge
mientras deja que los muros caigan.
El sistema gramatical innato,
monolingüe,
que tengo desde niña,
con sus silencios medidos,
la censura como marca primera,
oculta el peso de sus siglos sobre sí,
su calco de palabras como piedras.
A fuerza de juzgarme en el habla cotidiana de esta lengua
en las palabras que se repiten,
he quedado oculta,
sin un vocabulario individual.
Quedan los anversos del lenguaje:
los monólogos,
la relación accidental entre palabras como:
no
nunca
mujer
está prohibido
Articulo sonidos en mi lengua flexiva,
huellas acústicas reconocibles,
familiares,
que han estado ahí,
anidando como propias.
Pertenezco a sus reiteraciones,
a sus ecos continuos y a la vez disonantes:
a los silencios que se multiplican.
(en El órgano de Corti, Ediciones Digitales Punto de Partida, UNAM, 2018)
Materiales
un bozal de hierro
apretado de la nuca a la boca
como castigo ejemplar
para ellas, las esposas.
un chorro de alquitrán líquido
recorriendo la espalda
tomando su forma elemental
y un lance de plumas
para las otras, las traidoras.
el olor crudo
de pasos detrás
apresurados
una mañana demasiado blanca.
cubetas de agua fría
y lija
al amanecer
cuando aún no ha clareado
de golpe
para las rojas.
un rastrillo metálico
en un recorrido cuervo
sobre la cabeza
para las comunes, las presas.
30 mililitros de cera hirviendo
en los pechos
carteles simétricos
perfectos
sobre el torso desnudo:
puta
delincuente
delicuescente.
leña
que se consume
leña seca
leña verde.
Algunos materiales comunes
herramientas de trabajo
y acciones familiares
cotidianas
para marcar los cuerpos:
los engrana una vibración
la vida palpitante
de esa historia que nos expulsa.
(en El órgano de Corti, Ediciones Digitales Punto de Partida, UNAM, 2018)