En el marco del dossier “Cartografiar en femenino el presente de la lírica española”, preparado por Carmen Medina Puerta, presentamos un artículo de la poeta y traductora Noni Venegas (Buenos Aires, 1951), “Ellas tienen la palabra: dos décadas de cambio”. Ha merecido distinciones como el Premio Ruben Darío de la Ciudad de Palma, Vila de Martorell, el VI Premio Nacional de Poesía Miguel Hernández y el Premio Platero de Poesía del Club del libro en español de las Naciones Unidas, 1982. El texto apareció originalmente en La palabra silenciada. Voces de mujeres en la poesía española contemporánea (1950-2015), Remedios Sánchez García y Manuel Gahete Jurado (coords.), Tirant Humanidades, Valencia, 2017.
Ellas tienen la palabra: dos décadas de cambios
¿Era necesaria en 1997 una antología de poesía compuesta exclusivamente por mujeres? Según las estadísticas, ese año su presencia en las universidades españolas superaba en 10 puntos porcentuales a la de los varones. Eran mayoría en todas las áreas, salvo en Ingeniería y Tecnología. Y en Humanidades, es decir, carreras vinculadas a las Letras, componían el 64% del alumnado, mientras los varones apenas rozaban el 36%. Parece lógico, entonces, que aceptar una invitación para compilar una antología de poesía exclusivamente de mujeres a finales del siglo XX me planteara dudas. Las opiniones abundaban: que si las iba a meter en un gueto, que si era más necesaria que nunca, etc. Acepté no sin inquietud. Y al cabo de dos años de lectura de cuanto habían publicado las poetas españolas nacidas después de 1950 logramos, Jesús Munárriz y la que suscribe, escoger 41 autoras y hacer la selección de los textos que conformarían Ellas tienen la palabra. Dos décadas de Poesía. Española. El volumen apareció en el otoño de 1997 en la editorial Hiperión, de Madrid, con un breve prólogo de Munárriz y un Estudio Preliminar de más de setenta páginas que elaboré a lo largo de ese par de años, mientras elegíamos el corpus de poemas.
Aquel desasosiego inicial fue el motor que me empujó a investigar. Pronto descubrí que la ausencia de mujeres en las antologías canónicas era un hecho consumado no sólo en el pasado, cuando el analfabetismo era mayor entre ellas, sino escandaloso en el presente, cuando dominaban los estudios superiores. Me indigné. Y pensé fundar mi argumento en esa indignación para justificar la antología. Pero ya otras habían descubierto que el umbral de presencia de las poetas en compilaciones y en la historia literaria era mínimo. Decidí poner de relieve sus méritos. Una vez agotado el rastreo de los aportes, la novedad de contenidos y estilos, y de constatar el desembarco de grandes voces en sucesivas generaciones, seguía sin encontrar la causa de su invisibilidad. Atribuirlo al machismo o a la avidez de sus congéneres no era convincente al no ser extensible a todo el colectivo letrado. Fue el cruce de autores y más que nada de disciplinas, lo que me permitió encontrar el hilo de la madeja.
La teoría de los campos sociales
Así, la teoría de los campos sociales del sociólogo Pierre Bourdieu aplicada al mundo de las Letras en Francia, me apartó del enfoque tradicional y fui invitada a ver con otros ojos el problema.[1] Me refiero a dejar de cuantificar y comparar nuestras obras con las masculinas, y a tomar conciencia de que una vez publicadas entran a formar parte de un espacio social que Bourdieu llama “campo literario”. Un espacio atravesado por redes de relaciones entre personas con una actividad, modos de ser y de actuar en común, que a su vez defienden esa producción ante la sociedad. La forma en que esas personas interpretan y generan prácticas permiten identificar el campo de que se trata, que tanto puede ser jurídico, religioso, político, como de la moda o el deporte, entre muchos otros.
Exploré la historia en busca de signos para descifrar la emergencia de un espacio semejante en España y me remonté al siglo XIX. Es entonces que el país se moderniza y la educación se hace extensible a las niñas; la revolución industrial cambia el panorama de la cultura que deja de depender de mecenas aristocráticos, y nace la industria editorial. Esas primeras hornadas de mujeres con estudios coinciden con el movimiento romántico que propicia la libre expresión de los sentimientos, y surge un decisivo contingente de escritoras, traductoras, periodistas, con Rosalía de Castro, Carolina Coronado o Gertrudis Gómez de Avellaneda a la cabeza.[2]
Tras detectar a ese conjunto de autoras que crece y se desarrolla al par que el campo literario, volví a la teoría y revisé las características que lo definen: está atravesado por redes de relaciones entre personas con una actividad, modos de ser y de actuar en común, que a su vez defienden esa producción ante la sociedad. Es decir, personas que escriben, se sienten parte de un oficio compartido con otros, y tienen una aspiración común: editar y encontrar lectores para su trabajo. Y a la vez, defienden esa producción ante la sociedad. O sea, luchan para dar a conocer su obra, pero también para defenderla del plagio, la piratería, o la difamación, tanto individual como colectiva. Esta forma de injuria fue el resorte que me llevó a preguntar qué había ocurrido con nuestras abuelas. Logré develar las artimañas del campo en vías de constitución cuando el contingente de románticas desembarcó con talento y conocimientos, para aspirar a los galardones y puestos de trabajo de la flamante industria editorial. Pues bien, fueron ridiculizadas por sus composiciones líricas aparecidas en revistas y periódicos, y la palabra “poetisa” asociada a versos blandengues y edulcorados cayó en desgracia. Fue la primera gran embestida que bajo el velo de una crítica dirigida a la producción literaria, ocultaba una maniobra de exclusión del campo mediante la desacreditación de un colectivo, a fin de competir sin estorbos por esos premios y beneficios. Entiéndase, subvenciones otorgadas por el mecenazgo de estado ¡por fin al alcance de cualquiera! en forma de becas, ayudas, premios, cargos en la política cultural, sillón en la Real Academia, o nuevos empleos como redactor, editor, corrector, traductor, ilustrador, columnista… Demasiados beneficios reales en juego, como para dejárselos birlar por unas recién llegadas al campo. Porque las monjas, aristócratas o hijas de letrado de antaño nunca significaron una amenaza al carecer de conciencia de grupo como sí tuvieron las románticas.[3] Pero ahora venían juntas, había que desestimarlas en bloque, para evitar que buscaran sitio en el banquete.[4]
El agravio se trasmitió a sus descendientes, y sucesivas generaciones de poetisas cargaron con el sambenito, sin sospechar la verdadera causa de su estigma. Se continua hasta hoy poniendo el acento en la calidad para denigrarlas, mientas se escamotean los intereses ocultos detrás. Lo mismo ocurre con las nuevas tendencias que intentan hacerse un hueco y son rechazadas por los que en ese momento detentan el poder en el feudo de la lírica. Léase, los situados en las diversas vías de consagración que fijan el canon de un período, ya sean jurados, medios de comunicación, academia… Se me dirá que esto ha cambiado hoy. Sin embargo, hace un par de años todos pudimos leer las declaraciones de un conocido editor de poesía acerca de la mala calidad de las mujeres poetas, a lo cual un colectivo de Madrid, Genialogías, respondió con un sólido manifiesto ratificado por nombres significativos de la lírica y la sociedad civil.[5] Hago notar que esa crítica surge justamente cuando aún no había estallado el actual fenómeno de mercado de autores que triunfan entre los lectores adolescentes y donde ellas tienen tanto público como ellos. Me pregunto si ese editor opinaría ahora igual que entonces. O si matizaría que son todos malos por igual. O callaría, porque según se comenta venden libros a millares, unos y otras. Volveré sobre esto.
El trabajo del campo
Mientras mi antología estaba en prensa, divulgué sus conclusiones en el II Encuentro de Mujeres Poetas que tuvo lugar en Córdoba en 1997[6]. Puntual, el Diario de Córdoba recogió en varias entregas de Cuadernos del Sur las intervenciones de aquel congreso, y en una columna de portada resumió con descaro la idea central de mi ponencia: “Señoras, déjense de complejos y estupideces y confíen en sus propias obras, crean en su palabra y entren en el ruedo literario con la misma cara dura de los hombres. Aparquen los complejos y luchen por estar presentes en todos los circos del Universo.[7]” Más allá de los epítetos que yo no utilizo se trata, sí, de no amedrentarse y de llegar llorada al ruedo del campo literario, a sabiendas de que nadie va a regalar nada. Lo segundo a tener en cuenta se aprende observando la recepción de las poetas en las diferentes épocas. Y es que la maniobra clásica del campo consiste en seleccionar unas pocas y encumbrarlas, según su conveniencia. Con estas “excepciones a la regla” satisfacen el cupo aceptable de voces femeninas de un período. Así, dividen al colectivo y provocan luchas intestinas fundadas en la supuesta mala relación que mantienen las mujeres entre sí. Estrategia archiconocida en campos como el de la guerra, donde se busca debilitar la confianza entre las filas del enemigo; o en política económica, cuando grandes países se inmiscuyen en el gobierno de los pequeños para desunirlos, y abrir vías al expolio. Por tanto, es fundamental generar vínculos entre escritoras fundados en el interés común. ¿Qué podemos conseguir del campo literario, o cómo nos beneficiarían sus promociones? -se me preguntará. Podemos construir un capital simbólico que nos respalde y sirva para la obtención del crédito que afiance nuestro trabajo, avalado por las que nos precedieron. Por sus creaciones, sus hallazgos, sus versos, con los que aprenderíamos a leer desde la infancia en los manuales escolares y conservaríamos de mayores en la memoria como un acervo inagotable. Una genealogía, pues. Calles, colegios, hospitales, estaciones de tren, de metro, aviones, bibliotecas, plazas: la res pública volcada al reconocimiento de nuestra excelencia, para afirmarnos y sentir que no somos extranjeras en este mundo. Que pertenecemos; que lo hicimos con nuestras manos, unión, y talento.
Tras el Congreso de Córdoba me integré al grupo para seguir dando continuidad a los Encuentros, sensibilizar a la opinión pública e influir junto a otras asociaciones en las decisiones de la política cultural. Tomamos conciencia de la necesidad de obtener la paridad y rotación de los Jurados de los Premios Nacionales para hacer visible la labor de las autoras. Esto se logró a comienzos de siglo por decreto de la Vicepresidencia y a poco de entrado el milenio se empezaron a ver los efectos. La balanza comenzó a inclinarse a favor de escritoras de enorme calidad que obtuvieron por primera vez esos galardones en democracia, contabilizando 6 laureadas en lo que va del XXI solo en poesía. Alrededor de un 35% de umbral de presencia, muy superior al triste computo del siglo XX, con solo una premiada en veintisiete convocatorias. También se buscó apoyos de poetas que trabajan en periódicos influyentes, para dar una semblanza de las ganadoras y garantizar así la máxima difusión. Se comprobó que los reconocimientos a mujeres no caen en balde, pues pese a tener una obra consolidada han seguido trabajando sin desmayo. En algunos casos, sus respectivas ciudades o regiones las nombraron hijas predilectas, o distinguieron con su nombre calles e instituciones públicas. Todo un capital simbólico que, si bien forma parte de los oropeles de este mundo, nosotras, que nos criamos inmersas en los ajenos con pocos modelos de mujeres libres para emular, sentimos por fin un cierto alivio al pensar en las niñas que hoy nacen en la calle Rosa Chacel o consultan la biblioteca Julia Uceda, por ejemplo.
Tiempo en barbecho
Nuestras abuelas románticas no consiguieron revertir la situación y hacerse con el campo porque se barró su acceso a posiciones estratégicas en las vías de consagración. Tampoco la sociedad civil las apoyó; el movimiento sufragista estaba en sus albores, lejos de afirmarse en el campo de los derechos, y al igual que en el literario se obstaculizaba su avance. En cuanto a las mujeres del ’27 (hoy reivindicadas bajo el nombre de las Sinsombrero) aunque florecieron junto a la generación masculina de aquel año no lograron siquiera rozar la visibilidad de ellos. Los Premios Nacionales comenzaron su andadura en 1924 galardonando a un Rafael Alberti, que en Marinero en Tierra aspiraba a ser “almirante de navío”. En paralelo, Concha Méndez invertía el escenario tradicional y presentaban una mujer nueva nombrada “capitana de la marina mercante”. Fue censurada por brillantes críticos[8], incapaces de valorar el cambio de enfoque; su anatema se extendió a la obra reunida, que elude los versos más audaces.[9]. Por faltarles, a las sinsombrero les faltó de todo. Lo primero, el apoyo de sus compañeros de generación que no compartieron ni la foto, ni los nombres, ni los reconocimientos. Si bien lograron alzar espacios como el Lyceum Club de Madrid, foro de cultura y conquistas sociales, o la Residencia de Señoritas, pronto quedaron ocultos bajo una gruesa capa de olvido como otra ruina más de la fraticida Guerra Civil. Menos aún se pudo esperar de la posguerra bajo una dictadura que atrasó siglos el reloj e impuso modelos de mujer decimonónicos. No olvidó, claro está, de buscar su excepción a la regla que encontró en Concha Espina, mientras las Ángela Figuera o las Gloria Fuertes de su tiempo elegían o bien el exilio, o bien camuflajes como la poesía infantil, para protegerse a sí mismas y a su trabajo.
Habría que esperar a los estertores del régimen y a la Transición democrática para que la sociedad civil y los movimientos de liberación de oprimidos por razones de clase, credo, raza o género que trabajaban soterrados salieran a la luz, tomaran fuerza y apoyaran también las reivindicaciones de las mujeres. Así, muchas transformaciones decisivas en las costumbres comenzaron a verse refrendados por las leyes en la primera década del milenio: ley para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, creación de los Juzgados de Violencia sobre la Mujer, legalización del matrimonio homosexual… Esos logros, sumados a los que se habían conseguido tras el retorno de la democracia, propiciaron un giro incomparable de la condición femenina en los últimos 40 años. Las cotas de libertad alcanzadas se reflejan en el trabajo de las poetas ya presentes en Ellas tienen la palabra y en el de las que empiezan a publicar en el nuevo siglo, como veremos. En cuanto a nuestra específica contribución, la Real Academia abrió por vez primera un capítulo titulado: «Poesía y mujer: una identidad múltiple»[10] en su balance del último cuarto del siglo XX publicado en el 2000, con transcripción de un fragmento de mi «Estudio preliminar» y otro de Sharon Keefe Ugalde.[11] En sus conclusiones, la Academia encuentra «reveladora» la particular ofensiva femenina, pero teme que no baste para normalizar la consideración en que se tiene a la poesía hecha por mujeres. Es decir, piensa que hay que persistir en el esfuerzo para fundar algo sólido, a la vez que ella también se remoza. Y es que en sus tres siglos de actividad -pues fue creada en 1713 a semejanza de la francesa- no incorporó mujeres durante el XVIII y el XIX, pero a fines del XX abrió la puerta a dos escritoras, y acogió a ocho más en lo que va del XXI, lo que demuestra que algo se mueve en el campo literario.
La revolución tecnológica
Cuando en 1997 envié a la editorial mi Estudio Preliminar para maquetar la antología disponía de correo electrónico pero no de Internet, por lo que toda la investigación se hizo en Bibliotecas Públicas[12]. No existía la posibilidad de encontrar documentos ni de consultar Wikipedia o diccionarios en la Red. Había que esperar a los periódicos y revistas para conocer las novedades, o informarse a través de los escasos programas de radio y televisión sobre libros. El paseo por las librerías formaba parte de la rutina de cualquier lector. Nuestras bibliotecas personales rebosaban de libros, papeles, fotocopias….estaban vivas. No sé si leíamos más o menos, pero sí de otra manera. Ya entonces practicábamos la lectura extensiva, saltando de un libro al otro (baste ver aun hoy nuestras mesillas de noche y las pilas que se acumulan), pero ahora “navegamos”. Es decir, sentados ante el ordenador nos deslizamos por la superficie de la pantalla igual que sobre una ola como quien hace surf[13]y picamos en determinados nombres o referencias resaltados en color que abren a otra pantalla y otra, en una suerte de crescendo que no parece tener fin. Da la impresión, sostenida por los efectos técnicos, de que lo mejor siempre está por venir. Así, fotocopiamos demasiado y luego se demuestra que la mitad de las páginas no servían para nada. Pero la adición a la velocidad nos lleva, imparables, a la pantalla siguiente.[14] Por lo general, esa velocidad impide ahondar en el tema y ha cambiado la manera de escribir. Cualquiera que guarde artículos de periódico de hace unos lustros sabe hasta qué punto eran tribuna de opinión, investigación o análisis. Hoy en día la lectura surfea por la cresta de los títulos, cruza en diagonal los párrafos y arriba a la playa de las conclusiones sin girar la vista atrás. Raramente repasa o vuelve sobre unas líneas; el autor, pues, ha de atrapar al lector y decir lo que tiene para decir ya, sin segundas. El blog aprovechó la rutina del diario íntimo, pero invirtió por completo su carácter pues si este se ocultaba bajo llave, el blog vive de la exposición y el número de visitantes. Está en la raíz de la creación de revistas digitales que publican poemas, críticas y reflexiones sobre el campo, tras la reducción a que los periódicos sometieron las páginas dedicadas a cultura. Un siglo después de que Virginia Woolf reclamara un cuarto propio donde desarrollar en solitario la interioridad, nos encontramos pidiendo inclusión digital y acceso universal a Internet para las mujeres [15]. Es decir, de una época que privilegiaba la construcción de una subjetividad estable, fija, que exigía tiempo y espacio para realizarse, vamos hacia otra volcada a lo de fuera, donde el yo se expone, crece y cambia ante la mirada ajena. De un mundo que latía con el recuerdo y la memoria, entramos en el puro presente, veloz, cambiante. Al revés de lo que decía el principito, de Saint Exupery, hoy lo esencial es visible a los ojos. Se pasa del ser, inmutable, a un estar, pasajero. Las redes sociales se nutren de “estados” consignados al momento. La atención, dispersa, produce escrituras a vuelapluma, desprolijas, que fundan su autenticidad en el reflejo instantáneo. Este peligro acecha más que nada a los nativos digitales, los famosos milenials, que no experimentaron el papel y la máquina de escribir como los de anteriores generaciones.
Poesía y mercado
Por razones obvias me es imposible nombrar aquí los logros individuales de las poetas en activo hasta hoy. Tras analizar exhaustivamente los aportes de las presentes en Ellas tienen la palabra no repetiré asuntos ya estudiados, sino que me limitaré a detectar los que no aparecieron entonces, a pesar de haberlo hecho en uno o dos poemas porque importa rescatar libros u obras enteras atravesadas por un tono o tema. El humor y la ironía, por ejemplo, no es algo que se prodigue en la poesía escrita por mujeres, por eso sorprenden poemarios como Metafísica del Trapo (2001) de María Eloy-García y Mercado Común (2006) de Mercedes Cebrián, así como sus libros siguientes. Todos ellos imbricados con referentes cotidianos como new age, supermercado, Brexit, cajero, sociedad líquida, que las obligan a llevar a cabo la alquimia del verbo, consistente en convertir en oro lo que no reluce sin perder el vértigo inherente al género mediante el trazo firme y original. De “presocráticas de hoy” bautizo a Lila Zemborain y a Esther Ramón que poetizan con una lírica más propia de aquellos que de la de Safo, cuyo paisaje se remitía a sus estados de ánimo. Tanto Materia blanda (2014) de la primera como Desfrío (2015) de la segunda, trabajan con una lírica biológica cuya perspectiva es el comportamiento orgánico, celular, nervioso, en Zemborain, o el animal, mineral, climatológico en Ramón, extensible a los libros previos de ambas. De pleno derecho se suma a este grupo Carolina Jobbágy con su fascinante lírica del contagio y las enfermedades infecciosas en Historia Clínica (2014). La sabiduría o el arte de vivir en paz, tan necesario en estos tiempos, campea en varios poemarios. Quisiera llamar la atención sobre la obra de María Antonia Ortega, y Julia Ochoa, no agraciadas en la lotería de los premios como otras excelentes poetas de su quinta, bien conocidas del gran público. El Emparrado, de Ortega, y Jardín de Arena, de Ochoa, inauguraron en 2014 la colección eMe (escritura de mujeres en español) a cargo de Nuria Ruiz de Viñaspre, en la editorial La Palma, de la poeta canaria Elsa López. Ortega rescata un tema bíblico, inédito en la poesía actual: la mujer estéril. Ochoa desgrana, musical, una escritura que se adelgaza hasta cuajar en arte de la brevedad: “duda el pájaro y dudando más asciende”. Interesa el rescate llevado a cabo por Luz Pichel de su Casa pechada, premio Esquío 2006 en gallego, que la colección Diminutos Salvamentos, dirigida por la poeta Eva Chinchilla reeditó en 2013, con traducción castellana de la autora bajo el título Cativa en su lughar/Casa Pechada. Incluye un prólogo suyo y un findologos de María Salgado, ambos apasionantes. El libro se debatió y mucho, en el seminario de “lenguajeo” Euraca, creado en Madrid por las poetas Patricia Esteban y la mencionada Salgado, vibrante refugio de pensamiento durante esos años cruciales, tras el estallido del 15M en 2011.
La onda expansiva del movimiento de indignados y la emergencias de nuevas formas de convivencia y colaboración, inducen a una nueva hornada de poetas a reunirse para hacer oír su voz en conjunto. Se delibera y encuentra un nombre, y en 2013, treinta poetas convocan en Madrid: «Genialogías: XI Encuentro entre Mujeres Poetas», que recoge el testigo de aquellos encuentros mencionados al comienzo. El proyecto principal de la asociación, entre otros, es el rescate editorial en papel de libros relevantes y sin embargo descatalogados de poetas geniales, para alzar una genealogía[16]. Me dejo en el tintero varias iniciativas en este sentido que tienen lugar en la Red o en el mundo del audiovisual. Nombraré tres. La antología de poemas de mujeres que la poeta Elena Medel subió a Facebook: “Cien de Cien” con un centenar de composiciones de otras tantas poetas muertas o vivas, de próxima aparición en su interesante editorial “La Bella Varsovia”, creada en 2004, y el filme “Se dice Poeta” de Sofía Castañón, de 2014, que entrevista a 21 autoras nacidas entre 1974 y 1990. La revista más importante de los últimos años es “Nayagua”, publicación digital del Centro de Poesía José Hierro de Getafe, dirigida por Julieta Valero y un comité asesor de críticas y poetas de enorme talento, donde tienen cabida creación, crítica y artículos de autores sin distinción de género. Muchos son los sellos editoriales creados y dirigidos por mujeres con clara conciencia de género que rescatan voces actuales o del pasado. Hay uno, sin embargo, de curiosa trayectoria, que está en el centro del boom de los poetas de público mayoritariamente juvenil y abultadas ventas a los que me referí más arriba. “Harpo libros” de María Sotomayor actúa, nos parece, a la manera de Robin Hood, puesto que le saca el dinero a los ricos para publicar a los pobres. Quiero decir, hace caja con aquellos y eso le permite editar a las poetas laureadas, por ejemplo, con los Premios Pulitzer en Estados Unidos, de enorme prestigio y probada calidad, pero desconocidas en España.
¿Las poetas best seller? pues diré que así como la novela tuvo desde que tengo memoria éxitos de kiosco –pongamos por caso Corín Tellado- que florecían en paralelo a las autoras de fuste y nunca nos confundimos entre unas y otras, ahora le ha salido a la poesía un producto de mercado semejante a aquel, del cual esperamos, al menos, que abra el apetito de los lectores hacia manjares más sustanciosos. Dos consideraciones, sin embargo. Leí a Rupi Kaur, la autora india con residencia en Canadá, que con 23 años vendió un millón de ejemplares de su primer libro Milk and Honey (Leche y Miel), y en 2017 abrió el Festival de Poesía de Barcelona. Sus temas son la violencia, los abusos, el amor, la pérdida y la feminidad. Adhiero a la aguda reseña que le hizo Lorena G. Maldonado[17] donde destaca su solvencia al abordar esa problemática, sin dejar por eso de constatar su falta de liricidad, opinión que comparto. El libro, traducido por Elvira Sastre, una de las máximas exponentes de este boom, se tituló en España: Otras formas de usar la boca. Ya desde el comienzo se aprecia la manipulación del mercado, ejemplo práctico de lo que este Congreso denuncia, pues silencia y tergiversa para sus fines el título original del libro. Y segundo, ninguna, que yo sepa, de las autoras de esa tendencia en España muestra en sus textos un compromiso con los problemas reales de las mujeres como sí lo hace Kaur con los de sus hermanas de la India. Se trata más bien de algo así como manifestaciones espontáneas del sentir, con mucho de autoayuda, y ecos de letras de canciones y estribillos populares, y nula búsqueda formal.
NOTAS
[1] Años después, el sociólogo Yeray Zamorano del Grupo de Estudios Bourdieu, de la Universidad Complutense de Madrid me confirmó que fui la primera discípula del sociólogo francés en el mundo en aplicar su teoría al campo literario y las mujeres, puesto que el primer trabajo en Francia fue una tesis doctoral en 2000.
[2] Todo esto lo cuento en el “Estudio Preliminar” de la antología Ellas tienen la palabra: dos décadas de poesía española, que acabo de reeditar exento, junto con papeles de trabajo de 1998, 2007 y 2017 en la editorial Fondo de Cultura Económica, en ocasión del veinte aniversario de la salida de aquella compilación, reeditada cuatro veces hasta 2008, y hoy no fácil de encontrar.
[3] Véase el poema de Carolina Coronado (1820/1911) inspirado por la nostalgia de sus amigas poetisas tras retirarse a un pueblo: “¿A dónde estáis, consuelos de mi alma,/ cantoras de esta edad, hermanas mías,/ que os escucho sonar y nunca os veo,/ que os llamo y no atendéis mi voz amiga?(…) Dadme canciones tiernas y sencillas/ reflejo puro de las almas vuestras, /consuelo activo de las ansias mías;/ y así podré exclamar ¡nunca las veo, /sin verlas moriré, mas logro oírlas!”
[4] Baste recordar aquí la torpeza del argumento esgrimido -demasiado guapa y puede distraer a los académicos- con que se rechazó el ingreso de Gertrudis Gómez de Avellaneda a la Real Academia.
[5] Véase http://www.genialogias.com/Justicia-Poetica-Ya-El-manifiesto_a44.html
[6]Véase http://www.insula.es/sites/default/files/articulos_muestra/INSULA%20630.htm
[7] Antonio Rodríguez, columna de portada Las llaman poetisas, de Cuadernos del Sur, Diario de Córdoba, 9/10/1997, p .29
[8] Los críticos españoles Guillermo de Torre y Rafael Cansinos Assens eran cuñado y amigo respectivamente, de Jorge Luis Borges. El segundo fue tío de Margarita Carmen Cansino, que tomaría el nombre artístico de Rita Hayworth, pero su familia no frecuentaba a esa rama por prejuicios contra la farándula. Sin embargo, Borges había memorizado tanto las letras de las canciones de Gilda, filme emblemático de la actriz, como algunos textos de Rafael. http://sevilla.abc.es/hemeroteca/historico-21-05-2006/sevilla/Sevilla/a-borges-le-fascinaba-el-parentesco-entre-mi-padre-y-rita-hayworth_1421658665666.html
[9]Coplas que nos hubiera convenido conocer de niñas en el colegio fueron escamoteadas en sucesivas ediciones: “Y no me quedaré en tierra / no me quedaré, no, amante, / que me han hecho capitana / de la marina mercante, / y he de marchar en un alba / con los mares por delante»
[10] Francisco Rico: Historia y crítica de la literatura española 9/1 Los nuevos nombres: 1975-2000 Primer Suplemento por Jordi Gracia, Barcelona, Editorial Crítica, 2000, pp. 137-141
[11] Véase Sharon Keefe Ugalde, «El proceso evolutivo de la nueva poesía femenina española: interacción con la tradición femenina», Revista de Estudios Hispánicos, 28, 1 (1994) pp. 79-94 (80-84 y 87-88)
[12] Me fue de enorme ayuda la Biblioteca de Mujeres que atesora 30.000 volúmenes, y está especializada en poesía. Algunos, inencontrables en instituciones públicas, que Marisa Mediavilla, la bibliotecaria que la fundó, fue adquiriendo en presentaciones o recibió en donación.
[13] Véase https://www.clarin.com/sociedad/surfear-leer-navegar-beatriz-sarlo_0_HkTMUHr1CFx.html
[14] Véase Noni Benegas, “Teoría de la Velocidad” Media Culture, Claudia Gianetti, ed. ACC L’Angelot, Barcelona 1995, pp. 61-69
[15] Paula Sibilia, La intimidad como espectáculo, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008
[16] Veáse http://www.genialogias.com/.
[17] Véase http://www.elespanol.com/cultura/libros/20170201/190481792_0.html