Paul Celan y el terror. Ensayo de César Anguiano

Presentamos un ensayo de César Anguiano (Colima, 1966) sobre Paul Celan, uno de los autores fundamentales para comprender la poesía del siglo XX. Anguiano es cuentista, novelista, poeta y dramaturgo. Fue finalista del XXVII Premio Narración Breve 2016 UNED, obtuvo el accésit en el Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma con su libro La sangre y las cenizas y, en 2015, fue galardonado con el Premio Estatal de Cuento Colima por su libro Ruleta Rusa. Es, también, autor de las novelas A la deriva, El retrato de los artistas mellizos y El país de los escarabajos.

 

 

 

Paul Celan y el terror

 

La primera vez que leí algo del poeta Paul Celan fue en un pequeño libro regalo de Alfredo Montaño. Era una antología, no muy extensa de textos amorosos de diferentes autores, países y épocas. Ignoro dónde quedó ese pequeño volumen, pero me quedó de él una fuerte impresión del talento y la originalidad de Celan, una de cuyas cartas a su esposa Gisèle, formaba parte de la antología. Todo verdadero lector sabe que no alcanza la vida para leer lo que hay de valor en las bibliotecas del mundo, pero eso no impidió que mi cerebro registrara, aún sin proponérmelo, el nombre completo del autor de Bucovina. Dos o tres años después, un amigo y estudioso entusiasta de la poesía, Juan Ramón Paredes, estudiante por entonces en el campus universitario de la U. de G. en Ciudad Guzmán, me prestó una muy mala traducción de los primeros versos de Celan. Venían, en este otro libro, muy pocos poemas verdaderamente bien traducidos. Se tenía la impresión de que el poeta o no lograba redondear bien sus poemas, o el traductor sencillamente desconocía tanto las lenguas de origen —alemán sobre todo, pero también rumano—, ni la lengua de destino, el español. Nadie que no sea poeta, debería ensayar a traducir poemas. Traducir un poema es recrearlo, construir un poema nuevo a partir de uno ya dado en una lengua diferente. Hay que tener una idea clara de lo que es un buen poema, de lo contrario, la traducción resulta todavía más lejana del original. La mala calidad de ese libro, pues, no consiguió que olvidara el nombre de Paul Celan, ni el recuerdo de aquella carta maravillosa escrita a su mujer.

Maïa, amor mío, querría saber decirte cuánto deseo que todo esto permanezca, nos permanezca, nos permanezca siempre.

Mira, tengo la impresión, al ir hacia ti, de dejar un mundo, de oír puertas dar portazos a mis espaldas, puertas y puertas, porque son numerosas las puertas de este mundo hecho de malentendidos, de falsas claridades, de engaños. Quizá me queden todavía otras puertas, quizá no haya cruzado aún toda la extensión sobre la que se extiende esa red de signos que inducen al error –pero llego, ¿me oyes?, me acerco, el ritmo —lo siento— se acelera. Los fuegos engañosos se apagan uno tras otro, las bocas mentirosas se cierran sobre su baba —nada de palabras, nada de ruidos, ya nada que acompañe mi paso—

Estaré ahí, a tu lado, dentro de un instante, dentro de un segundo que inaugurará el tiempo

Paul.

 

Cuando hace pocos días tuve la suerte de encontrar Correspondencia (1951-1970) —FCE, México, 2010—  en una librería local, un volumen de más de mil páginas con las cartas más interesantes de la correspondencia entre el poeta Celan y su mujer Gisèle Lestrange, casi no podía creer en mi buena suerte. Lo adquirí suponiendo que me sumergiría en ese torrente magnífico e irresistible de amor y de pasión que presagiaba la carta anterior. Pero el libro, más que uno hecho de pura luz y ardor, es uno donde dos seres con debilidades y altibajos, es decir, completamente humanos, prometen una y otra vez, a pesar de sus defectos, continuar amándose y protegiéndose. Todo este intercambio de cartas y solidaridad entre los amantes duró casi dos décadas, hasta que el colapso emocional y mental de Celan, hizo ya imposible la convivencia con su mujer y su hijo. Un colapso originado, ninguna duda cabe, durante el Holocausto judío, en La II Guerra Mundial. Un hundimiento que tardó más de dos décadas en consumarse, pero originado en el miedo y el terror ambiente de aquel periodo nefasto de Europa.

El libro, sin contar la introducción y el índice onomástico, está formado por tres secciones; cartas, notas al calce, y algo muy importante que logra dotar de vida a todo el conjunto: la cronología, un poco escueta sobre la época y un poco más detallada sobre la pareja. Si no se leen cada una de estas partes se pierde el sentido, el significado del libro y aun de la vida y la integridad moral de sus protagonistas. El volumen, pues, hay que leerlo saltando de las cartas a las notas y luego a la cronología. Habría sido mejor organizarlo de otra manera para facilitar su lectura, pero aun yendo una y otra vez de sus primeras páginas a las últimas lo que resulta es el retrato de dos víctimas colaterales del terror nazi —aunque las víctimas colaterales no existan. También se pinta con claridad la lucha denodada de Celan —luego de saber la muerte de sus padres en un campo de concentración en Ucrania y de varios amigos y conocidos— por rehacerse a sí mismo; propósito que logra, durante décadas, gracias a la compañía y el amor de Gisèle y su familia, que le permite incluso escribir su obra, viajar constantemente para promocionarla y hasta ganar premios y reconocimientos.

Paul Celan nace en 1920 en Czernowitz, capital de Bucovina, antigua provincia del Imperio de los Habsburgo, incorporada a 1918 en Rumanía, aunque ahora forma parte del territorio ucraniano. Realiza sus primero estudios en la ciudad. Aunque desde 1932 comienza a tomar conciencia del antisemitismo imperante en el ambiente. Más tarde se entera de las medidas antisemitas tomadas en Alemania, gracias  a un tío que, huyendo de aquel país, pasa unos días en su casa.

En el otoño de 1934 deja el Liceul Ortodox de Baeti a causa del antisemitismo ahí imperante. Un año después comienza a militar en las Juventudes Antifacistas y a leer a Carlos Marx, Engels y otros autores de izquierda como Kropotkin. Ese mismo año se proclaman las leyes raciales de Nuremberg.

A los dieciocho años visita París y descubre el surrealismo. Lee a Breton y Paul Eluard. Un autor que leerá a lo largo de su vida, incluso durante la última y más oscura época de su vida, es decir, durante sus estancias en las clínicas psiquiátricas. Ese mismo año, en 1938, inicia sus clases en la Escuela preparatoria de Medicina y Farmacia de Tours, Francia. El año siguiente, en las pascuas de 1939, visita Londres. Logra también viajar a su ciudad natal.

Ante la imposibilidad de regresar a Francia, ya en plena guerra, y al no existir facultad de medicina en Czernowitz, decide estudiar literatura francesa. Su ciudad es ocupada por los rusos y en septiembre de 1940 defiende y logra salvar a su amigo David Seidman de ser enviado a un campo de concentración en Siberia. El 5 de junio entran de nuevo las tropas rumanas a la ciudad, que había caído bajo control ruso, provocando pillaje y matanzas contra la población judía. Son asesinados más de dos mil judíos y otros muchos enviados a campos de concentración —ahora alemanes—, se les quita su ciudadanía y son obligados a llevar la estrella de David en la solapa. La familia y el propio Celan debieron haberla portado, de otro modo no se explican los arrebatos de furia y desazón que sufrirá más tarde ante la simple vista del color amarillo. En agosto del 41 debe inscribirse en el servicio de trabajo obligatorio y recluido en un campo. Desde ahí es llevado, junto con muchos otros, a realizar labores de desmonte y reparación de puentes. De algún modo logra tanto recibir como enviar algunas cartas. Las deportaciones a los campos de exterminio y los asesinatos de judíos continúan. Sus padres son enviados a uno de los campos de concentración en Ucrania. Su padre muere ahí de tifoidea y su madre es ejecutada de un tiro en la nuca.

Finalmente, después de dos años y medio de reclusión, los campos de trabajo son liberados. Celan se refugia en casa del abuelo materno y vuelve a encontrarse con amigos, aunque muchos de ellos ya han muerto en la guerra. La situación de los judíos continúa siendo precaria en Rumanía. De nuevo es reclutado para el trabajo de recoger libros anticomunistas de entre los escombros, pero gracias a sus estudios de medicina en Tours se le traslada a la clínica psiquiátrica del Dr. Pinkas Mayer. Ese mismo año trabaja en dos libros de poemas.

El año siguiente, en abril de 1945, como muchos otros candidatos a emigrar, es autorizado a abandonar los territorios bajo dominio soviético pero sin pasaporte. Su largo viaje hasta la capital francesa tiene varias escalas. La primera de ellas en Bucarest donde permanece dos años traduciendo al rumano a Chejov y algunos sonetos de Shakespeare al alemán. Este último idioma jamás dejará de ser el suyo, el que le enseñó su madre. Al igual que Elías Canetti, el autor de Masa y Poder, Celan escribiría la mayor parte de su obra en lengua germana, es decir, el idioma de su enemigo. Irónicamente, igual que para Canetti, el alto alemán, el idioma de Goethe y Schiller, conservará siempre para él un signo de distinción del que el resto de los idiomas que conoce, habla y escribe, carecen. Es en mayo de ese mismo año que escribe la Todesfuge, La fuga de la muerte, que transcribimos a continuación, en versión de José Ángel Valente, a la que hemos agregado puntos y comas para facilitar la lectura.

Negra leche del alba, la bebemos al atardecer,
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche;
bebemos y bebemos.
Cavamos una tumba en el aire, no se yace estrechamente en él.
Un hombre habita en la casa, juega con las serpientes, escribe,
escribe al oscurecer en Alemania. Tus cabellos de oro Margarete,
lo escribe y sale de casa y brillan las estrellas, silba a sus mastines,
silba a sus judíos, hace cavar una tumba en la tierra,
ordena: “ Tocad para la danza.”

Negra leche del alba, te bebemos de noche,
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer,
bebemos y bebemos.
Un hombre habita en la casa, juega con las serpientes, escribe,
escribe al oscurecer en Alemania. Tus cabellos de oro Margarete,
tus cabellos de ceniza Sulamita. Cavamos una tumba en el aire, no
se yace estrechamente en él.
Grita “Cavad unos más profundo la tierra y los otros cantad, sonad”
Empuña el hierro en la cintura, lo blande. Sus ojos son azules.
“Cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza”.

Negra leche del alba, te bebemos de noche,
te bebemos al mediodía y a la mañana y al atardecer,
bebemos y bebemos.
Un hombre habita en la casa, tus cabellos de oro Margarete,
tus cabellos de ceniza Sulamita, él juega con las serpientes,
Grita “Sonad más dulcemente la muerte”, la muerte es un maestro venido de Alemania.
Grita “Sonad con más tristeza, sombríos violines y subiréis como humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes, no se yace estrechamente allí”

Negra leche del alba, te bebemos de noche,
te bebemos a mediodía. La muerte es un maestro venido de Alemania,
te bebemos en la tarde y en la mañana, bebemos y bebemos.
La muerte es un maestro venido de Alemania, sus ojos son azules,
te hiere con una bala de plomo, con precisión te hiere.
Un hombre habita en la casa, tus cabellos de oro Margarete,
azuza contra nosotros sus mastines, nos sepulta en el aire,
juega con las serpientes y sueña. La muerte es un maestro venido de Alemania,
tus cabellos de oro Margarete,
tus cabellos de ceniza Sulamita.

Es curioso que mucho del espanto, de la indignación y la perplejidad que se respira en este poema, se respiren también en algunos poemarios escritos en México a raíz de la supuesta “Guerra contra el narco” o la “Lucha contra la delincuencia.” Pienso, sobre todo, en Memorial de Ayotzinapan (2016) de Mario Bojórquez, en Antígona González (2012) de Sara Uribe, en el Libro Centroamericano de los muertos (2018), de Balam Rodrigo, y en La sangre y las cenizas (2013) del que escribe estas líneas. Libros escritos con sentimientos nada poéticos, pero que gracias a la fuerza, a la concisión y a la profundidad que puede alcanzarse en la poesía, logran ser un grito que compensa, al menos un poco, años de silencio vergonzoso sobre estos temas. El libro centroamericano de los muertos habla sobre todo de los sufrimientos de los centroamericanos migrantes en su paso por México, pero nadie ignora que el terror que se vive en La Bestia, se ha visto multiplicada a raíz de la llegada de Calderon y Peña a la presidencia. Es curioso, también, que muchos mexicanos —como Paul Celan la mayor parte de su vida— sufran ahora delirios de persecución. El temor sano de que hablan muchos manuales de política, tanto de derecha como de izquierda, ha alcanzado en México los niveles que se vivieron durante la II Guerra Mundial. Piénsese sobre todo en la enormidad de las tumbas clandestinas encontradas en Veracruz, no hace mucho, una de ellas de más de cuatro kilómetros de extensión.

Pero volvamos al atribulado Paul Celan, quien logra escapar de la muerte en los campos de trabajo alemanes, pero todavía tiene miedo de Stalin y sus soldados. En noviembre de 1947, el joven Paul Antschel-Teitler, quien todavía no adopta el apellido con el que se hará famoso, logra dejar Rumanía y llega a Budapest, gracias a la ayuda de pasadores, aldeanos húngaros de Rumanía. En Hungría encontrará varios amigos, pero el 17 de diciembre prosigue su viaje de manera clandestina y logra llegar a Viena. Permanece ahí hasta julio del 48 tratando de dar a conocer su obra, siempre dentro del ámbito y las regiones de lengua alemana.

Llega por fin a París el trece de julio de 1948. Pero como el poema anterior deja ver con claridad, lo hace ya marcado, profundamente, por el terror. Los sucesos de Czernowitz, la muerte de sus padres, de algunos parientes y amigos en los campos de concentración, así como su propia estadía en los campos de trabajo han dejado una herida —por más que intente refugiarse en su trabajo poético y de traductor— muy difícil de restañar. Incansable, no obstante, trabaja de obrero y dando clases particulares de alemán. También realiza estudios para obtener los documentos necesarios y poder dar clases de lengua alemana en las escuelas oficiales de Francia. Por esos años trata mucho a Yvan Goll y a su  mujer Claire. De Yvan traduce tres poemarios al alemán. Asunto que se convertirá, con el correr de los años, en un verdadero tormento, al grado de provocar algunas de las primeras crisis nerviosas de Celan, al ser acusado, falsamente, de plagiario.

Por fin, hacia el 7 de diciembre del 1951 conoce a Gisèle de Lestrange, destinataria principal de sus cartas, por mediación de Isac Chiva, su primer contacto en Francia. El encuentro tiene lugar en el Café Royal Saint-Germain, donde Celan suele reunirse con algunos de sus compañeros de exilio y amigos. La relación amorosa entre ellos inicia probablemente a finales de ese mismo mes y la correspondencia, tema y origen de este breve comentario, en diciembre. La conmovedora carta al inicio del presente escrito está fechada el lunes 7 de enero de 1952, apenas unas semanas después de haberse conocido. Sólo que al releerla, conociendo ya mucho de la vida del joven Celan, nos damos cuenta que no es sólo una apasionada y hermosa carta de amor. Sino más bien la carta desesperada de un joven que intenta dejar atrás, gracias al amor, los horrores de su vida anterior. Esta circunstancia, sin embargo, no nos impide continuar sintiendo simpatía por el poeta. Y cuando en un momento del libro las cartas escritas por él no parecen ser sino los informes de la gestión y promoción de su obra, entendemos de inmediato que en realidad es la lucha de un hombre por rehacerse a sí mismo a través de su trabajo poético, la lucha de un huérfano y un desarraigado, por ponerse a la altura de la joven y aristócrata Gisèle.

Hay muchos momentos en el libro en que creemos que el poeta jamás alcanzará el nivel de su joven esposa. Sobre todo cuando nos enteramos de que le pone cuernos, que escribe cartas a su amante tan bellas y atormentadas como las que escribe a su esposa. Cartas, por cierto, también publicadas en México, por el FCE. Las cartas de su esposa, al enterarse de la relación de Celan y la poeta Ingeborg Bachmann, se vuelven tristes y llenas de desasosiego, pero el lector siente por momentos que son mejores y están mejor escritas que las del laureado poeta. Sentimiento que casi se vuelve una convicción a la mitad del libro, donde Gisèle deja de esforzarse y de ponerse a la altura de su marido, y simplemente deja correr su pluma sobre el papel transcribiendo sus impresiones del día, de los paisajes y personas que conoce durante sus viajes a Italia, el sur o el norte de Francia. A pesar de todas las cartas hermosas que se escriben, la tragedia flota en el ambiente y es quizá por eso que continuamos leyendo un libro tan extenso.

El 7 de febrero de 1957 el todavía relativamente joven Celan se encuentra en Bremen, promoviendo su obra. Ante una pregunta de los asistentes respecto al caso “Goll”, Celan se pone de pie y abandona el recinto. Siguen semanas de angustia y abatimiento. La viuda de Yvan Goll, Claire, lleva años acosando y extendiendo falsos rumores respecto al poeta de Bucovina. Ha escrito al editor de los poemas de su esposo para desautorizar la traducción realizada por Celan y sustituirla por una propia. Se ha tomado el trabajo, también, de escribirle al propio editor alemán de Paul, para acusarlo de plagio. Pocos dan importancia a los rumores, excepto el mismo Celan, que se llena de zozobra. A pesar de ello realiza una gira por muchas ciudades de lengua alemana promoviendo su trabajo.

El diez de diciembre recibe una carta donde se le avisa que ha sido galardonado en el Premio de Literatura de la Villa de Bremen. Un año antes había obtenido otro reconocimiento, pero el caso Goll ya no le dará resuello hasta hacerlo caer en la primera de sus grandes crisis, algunos años después.

Antes, el 3 de mayo de 1960 se entera de la carta abierta de carácter difamatorio, Lo que no sabemos de Paul Celan, publicada por Claire Goll en una pequeña revista muniquesa, misma que es difundida y comentada en periódicos de gran difusión. A la persecución real de su enemiga comienzan a sumarse delirios y peligros imaginarios. Su esposa le recomienda dejar el país o recluirse durante un año en una región tranquila a donde no puedan llegar noticias del mundillo literario, pero él se niega. A pesar de su inestabilidad emocional, continúa recibiendo premios y reconocimientos, su gran capacidad de trabajo y calidad, así como sus constantes viajes de promoción de su obra, no dejan de dar sus frutos. El caso Goll, sin embargo, no deja de agobiarlo, escribe a René Char, a Jean Paul Sartre y a Henry Michaux y a otros amigos y conocidos pidiendo comprensión y apoyo en el caso, aunque varias de esas cartas no llegarán a ser enviadas. La persecución que sus padres, sus amigos, familiares y él mismo han sufrido durante la guerra, lo ha enfermado para siempre.

El descanso y el alejamiento en el que insiste su esposa, no parecen ayudarle mucho, pues es precisamente en medio de uno de éstos que, en diciembre de 1962, durante unas vacaciones en la nieve en Valloire, cerca de Saint-Michel-de-Maurienne, en Saboya, tiene una de sus primeras crisis graves de delirio. Agrede a un paseante y lo acusa de estar “él también, en el juego”, es decir, de ser cómplice de Claire Goll. La familia Celan debe regresar de manera anticipada a París, interrumpiendo las vacaciones, pero en el viaje, Paul, vuelve a ofuscarse ante la visión del pañuelo amarillo que su esposa lleva al cuello, pues le recuerda la estrella que él y millones de judíos debieron llevar durante La II Guerra Mundial. El alejamiento, aconsejado con anterioridad por su mujer, se vuelve ahora ineludible, y el último día de 1962, ingresa a la clínica psiquiátrica privada de Épiney-Sur-Seine, donde permanece un poco más de dos semanas. Su obra personal y sus traducciones continúan publicándose y él y su mujer continúan promocionándola. Aunque no faltan los “críticos” antisemitas que hacen escarnio de su condición de judío y lo acusan con lucrar con la desgracia ajena, llegando incluso a burlarse de sus supuestos sufrimientos durante la guerra. Todo ello, sin embargo, no impide que continúe trabajando incansable, tanto en su obra personal como en su labor como traductor; ni impide que el año siguiente, en 1963, ella y su mujer publiquen una obra conjunta de gravados y poesía.

Sus problemas emocionales continúan, pero en 1964 aparece un nuevo libro de poemas, mismo que atrae tanto buenas como malas críticas.

El trabajo como grabadora de Gisèle, siempre apoyado por Celan, es cada vez más apreciado. Lo mismo el de él, aunque Celan no lo siente así, cualquier crítica negativa por pequeña que sea, vuelve a sumergirlo en el delirio de persecución, con el que viene luchando desde los años de la guerra. En enero de 1965, ante una crítica desfavorable en la revista Merkur, se reaviva en él el recuerdo del caso Goll y sufre una nueva crisis violenta. Ante el comportamiento de su esposo, Giséle, lo convence de dejar, al menos por un tiempo, la casa familiar. Entre febrero y abril Celan vuelve a sufrir graves dificultades psicológicas, sus crisis son cada vez más graves y frecuentes. A principios de mayo se hospitaliza por decisión propia. Desde el hospital, en una nota al calce de una carta fechada el domingo 9 de enero de 1966, angustiado, le pide a su esposa:

 Di al doctor de la Verrière que no quiero cura de sueño ni electroshock.

Nuevos libros suyos y reediciones continúan apareciendo. Breve periodo de recuperación y de gran actividad y lecturas. Acude con frecuencia a la cineteca a ver películas como ¡Qué viva México!, o Las uvas de la ira. Viaja. Pero en septiembre, su mente vuelve a colapsar, ocurre una nueva crisis y una nueva separación de la pareja. Aparece Atemkristall, ciclo de veintiún poemas, acompañados con gravados de Gisèle. Un mes más tarde, realiza un viaje improvisado por varias ciudades y pueblos de Francia. Durante el vagabundeo, escribe o esboza siete  poemas que formarán una parte del primer ciclo del futuro Fadensonnen, y envía dos a su esposa. A su regreso a París, el 24 de noviembre, otra crisis e intenta matar a Gisèle con un cuchillo. Visita a una pariente en Londres, pero luego regresa a Francia para ser internado en una clínica.

El trabajo como grabadora de su esposa va cada vez mejor. En la clínica, Celan recupera su poder de concentración y pasa por un intenso periodo de lecturas. Incapaz de olvidarse, sin embargo del caso Goll, comunica por carta a su editor su decisión de dejarlo, por no recibir suficiente apoyo en el caso. Sus problemas psicológicos no le impiden continuar escribiendo de manera incansable. Pero el 25 de enero de 1967 tiene la desgracia de encontrarse con Claire Goll en una velada del Instituto Goethe de París, acontecimiento que vuelve a desequilibrarlo, y cinco días más tarde, el 30 de enero, ante un pañuelo de Gisèle cuyo color le “desagrada” hace, si no el intento de estrangularla, al menos el gesto. Ante la inminencia del peligro, Gisèle exige una separación inmediata. Celan, horrorizado y avergonzado de sí mismo, toma un cuchillo o un cortapapeles y se lo entierra en el pecho. El objeto punzocortante pasa muy cerca del corazón, pero Gisèle pide ayuda y logra salvarlo en el último momento. Celan logra recuperarse, sumergiéndose luego en otro periodo intenso de lecturas. Lee a Fray Bartolomé de las Casas y seguramente entiende la Breve destrucción de las Indias y los acontecimientos inmediatos luego del descubrimiento de América, como uno de los precedentes terribles del Holocausto judío. También lee a Adorno, Thomas Mann, Chestov, Freud, Jabès. Los libros le sirven no sólo como ayuda para comprender mejor la realidad, sino como un refugio donde su alma atribulada intenta encontrar alivio. El 13 de febrero ingresa de nuevo al hospital psiquiátrico, aunque con autorización para salir ocasionalmente a partir del segundo mes. Desde ahí continúa trabajando y enviando a sus editores sus nuevos libros. Gisèle se siente culpable por no poder ayudar aún más de lo que lo hace a Celan y como toda la gente que viven con enfermos emocionales, ella misma termina por enfermarse. El 29 de marzo redacta una pequeña nota testamentaria:

Si hubiese de morir

Que digan a mi marido que nunca

Le he engañado y que pese a lo que haya

Podido pensar sigo amándole

Le beso

Beso a mi hijo.

En mayo, Celan reanuda su trabajo como maestro, a donde debe acudir desde hospital psiquiátrico. El 6 de junio acude a la manifestación de apoyo al estado de Israel en Place de la Concorde. Algunas semanas antes ya había escrito algunos poemas al respecto. Unos días después, entre el 9 y el 17 de julio, escribe el ciclo de poemas Schwarzmaut.

Nuevo viaje a Alemania, donde visita la exposición Paul Klee 1879-1940 y realiza su lectura en la Universidad de Friburgo, quizá una de las más exitosas de su carrera, el mismo escribe en su diario, “La lectura… tuvo un éxito excepcional: 1.200 personas me escucharon durante una hora conteniendo la respiración, después, Heidegger vino hacia mí –”. Al parecer, luego de la lectura, el filósofo lo invita a visitarlo en su cabaña de Selva Negra. Celan acepta, esperando una especie de disculpa de Heidegger por su antiguo apoyo al nazismo, cosa que no ocurre. En el poema “Todtnauberg”, Celan convierte el paseo con el filósofo en un descenso a los infiernos del nazismo.

Más tarde, siempre desde el hospital donde vive, viaja a Londres y Suiza. Su vida es su trabajo, las lecturas para promocionarlo, los viajes. El 15 de diciembre redacta, también él, una nota testamentaria:

Si me ocurriese algo: Todo lo que he hecho –el manuscrito de Schwarzmaut y los poemas anteriores, Der Sand aus den Urnen incluido, es de mi hijo Eric.

Deseo que una edición de mis poemas y de mis traducciones de poesía inglesa, rusa, francesa aparezca en la Editorial Suhrkamp y ruego a Beda Allemann que aporte para ello su ayuda y su saber.

Al día siguiente viaja a Berlin donde lee en la Academia de Artes y escribe tres poemas berlineses. Hacia finales de abril del 68 y comienzos de mayo, lee el diario de Kafka, pero su lectura, más que para entender el pensamiento del praguense, le sirve para describir su propio dolor por lo que él vive como una separación-abandono de su esposa Gisèle:

Decir que me has abandonado sería muy injusto, pero que estaba abandonado y, por momentos, terriblemente abandonado, es cierto.

Durante el verano de ese mismo año, es invitado a formar parte del comité de redacción de L’Éphémère, revista publicada por la fundación Maeght. El 13 de noviembre  del año siguiente, sufre una nueva crisis de deliro. Ataca un vecino de quien sospecha que maltrata a su hijo. La policía debe intervenir, así como los especialistas del Hospital Santa Ana donde ha sido internado en sus últimas crisis. En la comisaría no hace otra cosa que repetir “Soy francés. Estoy operado de un pulmón”.

Como ha ocurrido con anterioridad, el internamiento en la clínica no impide que continúe trabajando. Es dado de alta casi tres meses después.

Del 14 al l8 de marzo visita Alemania, pero el 24 se encuentra ya en Londres, en la que será su última visita a la ciudad y a sus parientes avecindados en ella. Después viaja a Israel, a Suiza y de nuevo a Alemania. Visita Czernowitz, donde se reencuentra con viejos amigos. Las ediciones y reediciones de sus libros continúan apareciendo y sus viajes son tan frecuentes o más que antes, pero él se ha cansado de luchar. Incluso se da por vencido con su esposa. El 14 de agosto mete su anillo de bodas en un sobre y lo guarda, también escribe un poema amargo. Para Celan, la separación de su esposa no es una medida de seguridad para ambos y para Erik, el hijo, sino una suerte de abandono.

A mí que me estoy ahogando, oro

Me lanzas a la espalda:

Acaso un pez

Acepte el soborno.

Vuelve a viajar a Israel donde realiza diversas lecturas, e inicia incluso una relación amorosa con Ilana Schmueli que mantendrá hasta el final de su vida. En la primera quincena de abril de 1970, compra boletos para acudir, en compañía de su hijo, a ver Esperando a Godot, cosa que no llega a ocurrir, pues entre la noche del 19 al 20 de abril, el atormentado Celan, sobreviviente del Holocausto y el terror nazi, se lanza a las aguas frías y contaminadas del Sena.

Esa misma noche, Giséle, presintiendo oscuramente la muerte del poeta, escribe en su diario subrayando enfáticamente la frase “Marcha de Paul”. A los pocos días el cuerpo de Celan es encontrado en uno de los filtros —redes— del Sena. Muchos amigos, de diferentes partes de Europa acuden a dar el pésame a la viuda. La última amante de Paul, Ilana Schmueli había llegado los días previos a la localización del cuerpo de Paul.

 Durante los años siguientes y hasta la muerte de la propia Gisèle, continuarán apareciendo libros y traducciones del trabajo del poeta de Bucovina, entre ellos varios libros de gravados de Gisèle donde se incluyen poemas de su marido.

Al final del libro de Correspondencia (1951-1970) entre Paul y Gisèle, pese al dolor, la oscuridad y la lucha que en él campean, nos queda un sentimiento de amor y solidaridad. No es el libro cursi que esperábamos, pero es uno muchas veces mejor, el testimonio fidedigno de que nuestra vida no siempre es la que quisiéramos, de que hay a veces sucesos tan terribles en ella, que ni la fuerza, el talento y la capacidad de trabajo extraordinarios pueden superar.

El 9 de diciembre de 1991, apenas tres meses después de habérsele diagnosticado un cáncer, Gisèle Celan-Lestrange, muere en París. El hijo de ambos, Eric, irá publicando poco a poco los diarios, cartas, libros, gravados y documentos importantes de sus padres, consolidando la leyenda que ambos habían comenzado a construir en vida, gracias al trabajo incansable de ambos, pero también, por desgracia, debido a los claroscuros y pruebas que tuvieron que afrontar durante sus vidas. Demostrando así que ninguna novela rosa, ninguna antología de textos amorosos, ningún poema cursi, puede retratar, como estas cartas verídicas, la oscuridad, la profundidad, la alegría, el dolor y el misterio de la vida.

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