Osman Alzawihiri nos presenta cinco poetas peruanas de necesaria lectura en esa tradición. Comenzamos con poemas de Cecilia Podestá Cárdenas (Ayacucho, Perú, 1981). Estudió literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado los poemarios Fotografías escritas (Premio Dedo crítico 2002) reeditado en el 2007 en Lima, Perú; La primera anunciación (2006) reeditado en Paraguay por la editorial Felicita cartonera 2010, Muro de carne (Lima, 2007), Desaparecida (2008) y Vía Crusis en Chepén (2010); las obras dramáticas Las mujeres de la caja (2003), La repisa de los juguetes vacíos; el libro de cuentos De cabeza sobre el pasto amarillo (Lima, 2011) y La orina Tibia de tu cuerpo (Lima, 2013). Dirige el sello editorial Máquina purísima.
I
Tu padre es otra cuchara vacía que cae de la mesa y nos despierta. Mi padre es el alicate oxidado que cae del cuerpo de su detenido. Cuando terminan el hombre tiene menos dientes y un trapo en el ano introducido con violencia.
IV
Tres golpes agudos contra el piso describen la caída de una cuchara. Un golpe seco contra el suelo al alicate del torturador. Ahora yo escucho a mi padre. Camina por toda la casa hasta que nos encuentra desnudos y observa nuestros pies apenas descubiertos sobre la cama. Pero no es él. No le está permitido entrar. Los muros crecen aquí tan alto como los árboles de tu hospital
Solo estamos tú y yo, escondidos, desnudos y dormidos.
Cierro el ojo que quedaba abierto y vuelvo a dormir sobreviviendo a mi apellido. Padre e hija se pudren bajo el mismo nombre.
IX
Llueve sobre la pista de aterrizaje. Llueve sobre mi ombligo. El agua desmorona el pabellón de tu padre y nos expulsa. Tus patas han aterrizado en el último lugar: mi cuerpo dentro de una gran bolsa negra. Las olas fueron más grandes que los muros y los árboles. Lo cubrieron todo. Nos escondimos dentro del último de los aviones arrastrado apenas por el agua y la fiebre. Nuestras cabezas hierven contra la frente del otro. Te beso y abro mi cuerpo. Tu boca es ahora el centro de mi cuerpo, de mis piernas y mis palabras. Terminamos dentro de otro pabellón después de las plegarias mudas de dos chicos recostados, destruidos, desnudos y dolorosos. Tu cabeza es mía y descansa su vuelo sobre mi pecho. Hundo mis manos en tu pelo negro. Yo te amo.
5
Escribo y me arrastro a la única fosa posible: la boca de mi amante joven y dudoso.
Ahí cabemos yo y mi escritura expulsadas de todas las otras fosas en las que vivos y muertos sabrán siempre quien soy yo: la hija del que explotó una granada en el cuerpo moribundo de Santos, el periodista. La hija del que sodomizo a una chica antes de que uno de los muchachitos hambrientos con uniforme militar la desvirgara teniendo pena de ella pero dejándola al resto, ya saciado.
De El pabellón de los aviones