Defensa de las excepciones, nuevo libro de Andrés García Cerdán

El poeta español Andrés García Cerdán mereció el Premio Hermanos Argensola con el poemario Defensa de las excepciones que se publica bajo el sello de Visor Libros. Presentamos aquí algunos textos del volumen. Andrés García Cerdán (Fuenteálamo –Albacete–, 1972) es profesor de la UCLM y doctor en Literatura por la Universidad de Murcia. Es autor de poemarios como Edad de hierba (1992), Los nombres del enemigo (1997), La cuarta persona del singular (2002), Curvas (2009), Carmina (2012), La sangre (2014), Barbarie (Premio Alegría, 2015) o Puntos de no retorno (Premio San Juan de la Cruz, 2017). Satisfaction (I can´t get no) (2016) es una selección de sus poemas. Como crítico literario es responsable del estudio La realidad total. Sobre la poesía de Julio Cortázar (2010), del (anti)ensayo La muerte del lenguaje y de las antologías de poesía contemporáneaEl llano en llamas (2013) y El Peligro y el Sueño (2016). En el blog Boogie-Woogie reflexiona sobre filosofía y literatura actuales. The Rimbaud Company es su inmersión en la poesía eléctrica.

Defensa de las excepciones es una llamada a la disidencia y la rebelión espiritual. Desde el vitalismo, estos poemas deslizan sugran rechazo de los límites, las certezas y las imposiciones del mundo contemporáneo.

 

 

 

 

Sobre el error

 

Me equivoco. Cometo errores.

Digo cosas inoportunas.

Con frecuencia excesiva deseo lo imposible.

No sé

cómo evitarlo.

A veces creo ciegamente en lo que no es.

A veces me deslizo

por la pista de patinaje

sin control. Soy

la posibilidad en su estado más puro.

Abundan en mí las carencias.

Si afirmo aquello

de lo que más seguro estoy, lo que hago

tal vez es dudar. Mi virtud

es un defecto.

Y me equivoco.

Sí, una y otra vez,

cometo

faltas y errores.

Son cosas que se pueden corregir

o hechos que no admiten reparación.

Cuando acaba el día, son míos:

en ellos

construyo mi refugio.

Como quiso Paul Valéry, errores

que sólo yo podría cometer.

Y, por supuesto, parte esencial

de mi inocencia,

lo que a mí me queda

cuando todos os habéis ido,

lo más propio y lo más sagrado

que soy.

Esto nos convierte -a mí y a ellos-

en trascendentes, íntimos engranajes

de lo fallido.

 

 

 

 

 

 

Los otros

 

Contra la horrible semejanza

de todo

oponemos el cuerpo,

donde aún pasan cosas increíbles.

Contra el orden que duele,

contra la abulia,

contra la corrección insoportable

oponemos el cuerpo, donde

aún

caben la vida entera

y la íntima contradicción

que nos hace crecer a despecho de todo.

 

Contra todo, este mínimo artefacto de amor.

 

A la repetición sin alma,

sin límites

de tanta inmensa nada,

a lo masivo,

a su penosa inercia,

nuestro deseo de beber

las aguas

salvajes de los ríos.

 

Contra esta infame inclinación

a ser lo mismo una y otra vez

para la nada,

para lo mismo,

contra esta sangre inútil y conforme,

la sed, la fe.

 

Pertenezco a ese número de hombres

–no tan distintos en verdad,

sino tal vez con cierta tendencia a los milagros,

al lujo, al desencanto–

que han hecho del oficio

de libertad su distinción. Los que

huelen en el aire un peligro

y lo celebran.

Los que dicen que no,

que ellos no.

Los que miran con otros ojos

una misma ciudad. Los que

predican una forma oblicua de vivir.

 

Con qué lujuria

hemos roto las puertas.

 

Con qué amor hemos recibido

el golpe de los aires en la cara.

 

Procuramos nadar con elegancia

en el caos de la mediocridad

y hervir en la belleza de un momento único.

 

Nos enaltece el extrarradio.

 

No nos rendimos nunca.

Nos debatimos día y noche en la rareza.

Somos los otros.

 

 

 

 

 

Charles Simic

 

Me propongo –como Charles Simic–

escribir un poema

que hasta los perros puedan entender.

 

Sí, sobre todo ellos,

los perros.

 

 

 

 

La estructura profunda

 

[Noam Chomsky]

 

Como el pescador hawaiano

que hunde su mirada

y sus manos de hombre en el océano

para leer

la estructura profunda del lenguaje,

para saber la dirección

y el sentido de las corrientes,

el movimiento

del agua,

así el poeta,

así yo cuando pienso en ti,

cuando sumerjo

en ti

mis manos y mi lengua.

 

 

 

 

 

La incertidumbre

 

Por más que lo intenté, no fui capaz

de encontrar mis palabras sobre Heisenberg

y los quanta. No supe qué creer

ni cómo hablar de aquel temblor de nadie,

de aquel latido irresistible. Cómo

haberlo escrito entonces sin amor.

Cómo podría haber sabido yo

si no conocía. Me desmentían

las pruebas. Como Sócrates, saber

nada: mi inestabilidad apenas,

mi propio desconocimiento, eso

que carece de nombre y es tan frágil.

No acerté a decir nada. Ni siquiera

aquello que creía haber dicho.

Porque en el sueño mínimo del átomo

las cosas son, pero no son, y nada

hay que sea certeza o solidez

y todo arde inútil, sin semántica,

y como mercurio se escurre el mundo

de mis manos de hombre y proclama

su inasibilidad. Ahora mismo,

mientras todo en mí tiembla, ni me atrevo

a mirar al último verso, atrás.

Si, como Orfeo, me volviera, en qué

se convertiría el dolor y cuándo,

desde una nueva longitud de onda,

podríamos decir o ser nosotros.

Cuando nadie las mira, a un nivel cuántico

vibran las cosas, vibran las palabras.

 

 

 

 

 

Guerreros comanches

 

En las lenguas del sur es el comanche

aquel que siempre quiere pelear.

Habita el corazón de los barrancos

que surcan y zahieren la llanura.

Se entrega a la lujuria de los prados

y al ardor blanco de la insolación.

Es hermano del búfalo y del ciervo,

del oso negro. La fertilidad

es la busca de algún lugar

desde el que hay que seguir buscando.

En su hégira, la tribu desentraña,

uno tras otro, los volcanes y los ríos.

Nunca dicen no a una pelea. Son

apenas unos miles de hombres

diseminados por los siglos, siempre

en bandas, terribles a lomos

de sus mustangs. Han esculpido el arco

en la madera del nogal y el fresno.

Lo han urdido según la curvatura

exacta de los cielos. Son terribles

con sus flechas de rama de cerezo,

con sus puntas de piedra, talladas

en la profundidad y en las heridas.

Cada guerrero, siempre su caballo.

Siempre su propia flecha: una vez

arrojada, la busca. En el nombre

de los dioses, la llama por su nombre.

 

 

 

 

 

Después de tanto tiempo

 

[Carmina]

 

Sin aparente explicación,

me hacen

feliz algunas cosas,

por ejemplo

 

las huellas de los pájaros

que inspiraron a Cang Jie la escritura,

 

lo que apunta Platón:

La lengua es el diálogo del alma

consigo misma,

 

el silencio elocuente de lo que no decimos,

 

el temblor mínimo

que descubro en tus labios

cuando hablas de vernos otra vez.

 

 

 

 

 

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