Poesía panhispánica No. 9: Mariela Dreyfus

En nuestro tiempo postutópico, el tiempo de la poesía panhispánica, continuamos la revisión de la pluralidad de pasados desde la que escribimos y leemos poesía. Presentamos a una muestra de la poeta Mariela Dreyfus (Lima, 1960). Ha publicado los poemarios Memorias de Electra (1984), Placer fantasma (1993; Premio de Poesía Asociación Peruano-Japonesa, 1992), Ónix (2001) y Pez (2005). Es autora también del estudio Soberanía y trasgresión: César Moro. Fundadora y disidente del movimiento Kloaka (1982-1984). Su obra ha sido incluida en importantes antologías. Es traductora de poetas norteamericanos como Allen Ginsberg, Edward Dorn, Sylvia Plath, Diane Wakoski y Ai. Colabora regularmente con ensayos y comentarios críticos en las revistas internacionales.

 

 

 

Poética

 

No que el poema

sea un artificio

para inundar la ciudad

frágil y palpitante

como un sexo enamorado.

Ni que estas líneas

te envuelvan

pálido monstruo aparecido

al final de las edades.

Sólo nuestros cuerpos voraces

y al centro mi memoria

compitiendo con una máquina de pinbol

súbitamente enloquecida.

 

Hemos cogido el instante

y yacemos desnudos

burdos semidioses.

 

 

 

Gladiolos y alhelí

 

Papá cree que sentado ante la tumba de mamá

ellos conversan. Le lleva flores despliega

su sillita le cuenta de sus días sin ella tendida

bajo tierra él la imagina idéntica como antes

no quiere ver el paso de las horas es insólito

el modo en que los vivos se ligan a sus muertos

papá cree que ella incluso puede oírlo y si cierra

los ojos así dice es como si escuchara un vientecillo

soplándole una frase yo creo que es más lógico pensar

que mamá le habla en sueños allí donde la ve de nuevo

en la elegancia de sus radiantes veinte la cintura aún

no transformada por los partos llevando alegre digna

el traje azul de brillos que luego colgaría en el armario

como recuerdo de algo muy preciado una noche feliz

de carnaval donde bailaron juntos toda una madrugada

y el tiempo fue redondo como el tango en ese baile

hablaron de lo eterno y ahora papá sabe que no hay

mejilla tibia la oquedad es un frío sentado allí

al borde de la losa riega las flores pliega su vieja

silla se santigua cuenta aún el plazo que le falta

para danzar con madre sin soltarla.

 

 

 

Te llamo y te busco y no puedo hallarte

 

Ahora, Aurelia, que el tiempo ha caído como un loco

y te busco y te espero a la hora del almuerzo / bajo el sol

y sin embargo ya no eres la que entraba natural a mis sueños

navegando interminable por la casa como un fantasma vivo

trayéndome noticias que sabía desde niña

contándome que la muerte lograda mientras dormías

sobre un hombro con tu cuerpo a punto de estallar

despedazado en mil estrellas violáceas que yo hubiera recogido

que esa muerte te coloca más allá de mi cariño

y te aleja por un camino que no conozco

un camino de polvo que te ha cubierto a mis ojos

y ya no puedo llamarte / no dejaste dirección

y fuerzo estas líneas para encontrarte de nuevo

tranquila frente al poema

con tu paso quedo cubriendo los ruidos domésticos de la muchacha

que tu porfía rescató cuando la fiebre la devoraba

y se quedó a cuidar de tus enseres y tus ollas

te apagó la luz por última vez y alisó tu mortaja con cuidado

y después dio media vuelta y quedó sola y delgada frente al mundo

sola porque no te fuiste sola / se fueron los demás

ah, qué pronto huyeron los parientes asustados al perder su lugar

en la mesa —ese refugio donde todo sonaba coherente

ah, y que sólo estará cada cual llamándote al almuerzo

con el sol a sus pies y el tiempo golpeando como un loco

y tú, barca que ondea, clavel, danza fantasma, Aurelia,

¿es que al menos no vuelves natural al frío de mis sueños?

 

 

 

En una calle desierta

 

lentamente

como nieve

como un templo

cuyos íconos se esfuman

he perdido

—en mí de mí a pesar mío—

el leve roce del amor

 

(hace años advertía, ligera,

que sin él no se vive)

 

¿y qué es esto, di, entonces,

esta maraña de luces y de niebla

donde mi cuerpo

desnudo y sin cabeza

para no ver / ni oír

para no presentir el paso de las horas

ni la risa de aquellos que se abrazan

se encamina, pulcramente, hacia la nada?

 

 

 

Envío

 

un corazón partido

no es una metáfora

 

es apenas un eco

el túnel donde gira

este alelado viento

un gusano que arrastra

el peso de tu sombra

entre la greda

 

con esta sed arisca

donde nada se vierte

con esta gris arena que se pega

y estalla el paladar

la lengua quiebra

 

entonces el dolor

no es una palabra sino un cuerpo

 

un músculo cansado que destila

este aire de muerte

 

 

 

Marina

 

ésta es la danza con el mar

la eterna danza la macabra

espejo del atardecer

líquenes enredados a mi cuerpo

como un cordón umbilical

el mar me abre su vientre

me cobija sus olas son el amarillo

maternal esa caricia lejana

ya olvidada entre las olas

soy la niña del mar su criatura

de piernas recogidas y pulgar en el labio

el mar me lleva avanzo entre las rocas

lado a lado los ojos entreabiertos

a la izquierda el sol rojizo a la derecha

la medialuna pálida me observa cubre

mi negro omóplato en el mar

me copio y me recreo soy narcisa

 

 

 

Bendición

 

Benditas sean las muchachas

que usan rouge y rimmel

beben vino con altos oficiales

y por las noches

—espejos y medialuz—

abren las piernas con decencia,

como cuando duele.

 

Benditas ellas, que al amanecer,

dejan su cerebro sobre el velador,

cogen el bolso.

 

Benditas todas, hermosas ciegas,

princesitas que arrechan.

 

 

 

Bucólica

 

Esto es lo que seduce aquí en el bosque:

en las noches sedientas deste agosto

podemos asomar a la terraza

—la tela metálica es el límite

entre el canto del bicho y su aguijón ardiente—

y en la mesa, coja y raída en su madera

colocar el licor que como un río

nos mece y nos empapa y nos devuelve

a una diáfana orilla entre las piedras

primitivos y locos de cabellos al viento

sentadas a horcajadas en el otro

desnudos sin prudencia ni piedad.

 

Mi amor escancia el vino con dulzura

el talle de cristal aquí es mi talle

la base tan suave y tan redonda

mis caderas que el tacto desvanece

mis formas se diluyen mientras bebe

me vierto y adelgazo y agiganto

soy el lecho y el lodo y la corriente

el viento que empozado ya no gira

soy la humedad, el calor y cierto frío

que recorre las venas al cumplirnos.

 

Soy la sombra que niega y también da

y el beso del insecto en el alambre.

 

 

 

Confesión

 

Siempre seré tu mujer.

No hay sumisión en esta entrega.

 

Las caderas que dócilmente se curvan

son mías y no. El roce es lento.

La lengua sedosa

busca tu red de nervios en la oscuridad.

 

Cada nueva estación

acepto este juego de espejos

en el que tú y yo, es decir,

una parte de tu cuerpo entra en mi cuerpo

y viceversa.

Siempre seré la que espía.

Y se divide para mejor mirarse, hasta encontrar

la oscura fisiología de las cosas,

el animal que sigiloso repta entre mis venas

y que pulsa y se agita

sobre la tibia esfera de tu vientre

encaramado y fijo

sobre la tibia carne de mis pechos.

 

La que indaga y persigue: ésa soy.

La que atrapa y domina hasta la náusea.

Y luego se tiende

y repite obsesiva

el pálido gesto de la entrega:

las fisuras ardientes / el furor en los ojos

los fluidos y goznes que a ti me atan.

 

 

 

Instantánea

 

¿Es eso ahora, mamá:

una fotografía colgada en la pared o de pie en la repisa

entre los libros?

 

La plana filigrana el gesto inmóvil

mamá que ya no puede sonreír (aunque sonríe)

que ya no tiene voz que no se oye

salvo por este ruido acá en el vientre

este nudo que es suyo esta obstrucción

mamá y su colapso en plena vena

un retorcerse suave un grito de dolor siempre discreto

siempre mamá callada sin quejarse

tan en su sitio aún tan solitaria

en la ambulancia el suero la emergencia

mamá y las toxinas los narcóticos

el innombrable opio la morfina

mamá adelgazando en dos semanas

delgadita y marrón entre las sábanas

su mirada que se abre que se cierra

y en la foto sonríe entristecida

ya mamá y sus ojos en el aire

con el gesto perdido con la mano

que me dice un abrazo y abrazadas despedidas las dos

acá en su cuarto mamá yo pequeñita y ella el ángel

eso es todo mamá y un flash que suena.

 

 

 

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