Escuela de Traducción de Círculo de Poesía: Myrna Stone

Dentro del dossier de la Escuela de Traducción de Círculo de Poesía, presentamos una muestra de Myrna Stone (1944) es una poeta estadounidense, autora de cinco libros completos de poemas: Luz Bones; In the Present Tense, Portraits of My Father; The Casanova Chronicles; How Else to Love the World The Art of Loss. Cada uno de sus poemas son historias personales contadas desde el punto de vista de un personaje de la vida real. Las traducciones corren a cargo de Graciela G. Roldán.

 

 

 

 

La escuela de traducción que hemos diseñado busca acercar a más y más lectores a la poesía del mundo, que traductores de todos los espacios contribuyan con versiones cuidadosas de poemas de todos los rincones de la Tierra, que juntos construyamos un meticuloso acervo en español con la poesía que baña desde los cuatro puntos cardinales al globo terráqueo: en este dossier los nuevos traductores hacen una reflexión sobre los elementos que constituyen a un poema en todos sus niveles, algunos buscando la traslación cultural, otros explorando las profundidades de nuestra lengua para hallar los significados más precisos en cada palabra, algunos trabajando con cincel y martillo en lo plástico de los versos para que la música se mantenga de la manera más fiel posible, otros tantos esforzando un equilibrio entre todos los elementos, cada uno con propuestas meditadas y cuidadosas respecto a la poesía, construyendo nuevas versiones que sumen y nos acerquen a la poesía del mundo. Así, encontraremos aproximaciones a poetas clásicos de la lengua inglesa, voces contemporáneas, canciones, versos del spoken word o propuestas de poesía experimental entendidas desde miradas distintas que confluyen, no obstante, en la decisión de poder acercar a nuevos espectadores aquellas lecturas que los han conmovido más profundamente.

 

Andrea Rivas

 

 

 

DE LA COCINA

 

Por la mañana, aún obscura, el suelo

de piedra helada, las paredes pintadas con el brillo claro

de la cal cortada, la luz sobre la estufa fría, una claridad

que permite calentar la leche, los estrechos rincones acuáticos.

Ella siempre está levantada, siempre vestida para misa, moviéndose

durante la charla de la radio, vierte con una cuchara el chocolate

del envase a las tazas, el mes muerto avanza

entre sus manos, numérico y fijo.

Con el tiempo la mesa,

las sillas, cada segundo cuadrado de azulejo

será verde, el color de la suerte, del trébol de cuatro hojas

aplanado sobre su tallo entre su librito

de oraciones–

aunque por ahora

basta que sirva pan en

nuestros platos, ate nuestros zapatos y peine nuestro cabello

como si pudiéramos creer en la comodidad, como si creyendo en ella

nos salváramos.

Por la noche, los platos limpios

y la casa tranquila, la observamos en la mesa de la cocina –

su cuerpo débil con algo de pesar,

cuentas brillantes deslizándose entre sus dedos- temerosa

de no saber si podrá pasar o no pasar por esta vida

tan fácilmente, tan rápidamente como nosotros pasamos,

nos besamos y nos enumeramos, a través de la puerta de su cocina.

 

 

 

FROM THE KITCHEN

 

 

It would be morning, still dark, the floor

stone cold, the walls painted the clear sheen

of cut lime, the light above the stove cool, a clarity

allowed warming milk, the close aquatic corners.

She is always up, always dressed for Mass, moving

through the radio’s chatter, spooning cocoa

from the tin to the cups, the dead month advancing

in her hand, numeric and fixed.

In time the table,

chairs, every second square of tile

will be green, the color of luck, of the four-lobed leaf

flattened above its stem in her little book

of prayers –

though for now

it is enough that she fills our plates

with toast, ties our shoes and combs our hair

as if we can believe in comfort, as if belief alone

can save us.

At night, the dishes done

and the house quiet, we watch her at the kitchen table –

her body slack in some small grief,

beads lacing her fingers with brilliance – afraid

she might pass or not pass from this life

as easly, as swiftly as we pass,

kissed and counted, through her kitchen door.

 

 

 

EPÍSTOLA A LAS QUERIDAS DIFUNTAS

 

Primero a usted, hermana Josefina, mis más sinceros

saludos y respeto. Ruego porque se encuentre

 

bien y en pleno dominio de sus sentidos,

y humildemente le informo que, por mi parte, no hay dudas

 

de espíritu, ni lapsos de conciencia, ni deslices

en la sensual instrucción del cuerpo

 

sino lo más sucinto y ocasional.

Seguramente, desde su partida, se complace

 

al saber que ni el príncipe de Sullage,

ni ninguno de sus millones de súbditos, se aparece

 

de nuevo en los alrededores de la escuela de San

Denis; ni en la cocina, ni en los baños,

 

ni en los pasillos, ni en la oscuridad bajo

las escaleras, ni siquiera en las manos de muchachos

 

 

que hurgan sus hondos bolsillos, no se atreverán a

acercarse. Mire cómo, querida

 

maestra, sus duras reglas persisten

como fuertes golpes. Y ahora, amablemente

 

me dirijo a usted, hermana Ambrosia

(que, incluso arriba, estoy segura, aclara

 

sus deseos con la acción), cuya reputación

crece, superando la notoriedad de que gozaba

 

en vida. Le informo que cada uno de nosotros

quienes ocupamos su salón de sexto grado

 

hablamos de usted en los términos más vívidos;

sus métodos para provocar veracidad,

 

su tendencia militar, su fuerza, su impetuoso

ser, simplemente son imposibles de olvidar.

 

Y a usted, Hermana Epifanía, nuestra Mater 

Dolorosa, unas pocas palabras, que aseguro, serán de consuelo:

 

tanto hombres como mujeres, debemos darle crédito

por nuestra disposición virginal. ¿Quién de nosotros

 

sucumbe ahora, con cualquier grado de rapidez

o facilidad, a los incentivos de los placeres

 

abundantes dentro y fuera del matrimonio? ¿Quién

entre nosotros estaba delante de usted y no se imaginó

 

el sufrimiento diario del cuerpo en la desgracia?

A usted le debemos nuestra más valiosa recompensa

 

aunque no pueda ser compartida. Finalmente,

Hermanas, les pido perdón por esta abrupta

 

conclusión, y sigan, como siempre, con su fiel

estudiante quien les desea lo justo y lo debido.

 

 

 

EPISTLE TO THE DEAR DEPARTED

 

First to you, Sister Josephina, my sincerest

greetings and regard. I pray this finds you

 

well and in full command of your senses,

and humbly report, on my part, no perplexities

 

of spirit, no lapses of conscience, no slippage

into the body’s sensual instruction

 

but the most abbreviated and occasional.

Surely, since your departure, you take pleasure

 

in knowing that neither the Prince of Sullage,

nor any one of his million minions, transforms

 

himself anew in the environs of St. Denis

School; not in the kitchen or the restrooms

 

or the hallways, not in the dark beneath

the stairs, not even in the hands of boys

 

probing their long pockets, does he dare

submit himself for your purview. Yet, dear

 

teacher, how your hickory rulers persist

in their brisk percussives. And now, kindly

 

convey to your elder, Sister Ambrosia

(who, even above, I am sure, clarifies

 

Her wishes with action) that her reputation

grows, exceeding the notoriety it enjoyed

 

in life. Inform her that each of us

who occupied her sixth-grade classroom

 

speaks of her in the most vivid terms;

her crack methods for provoking veracity,

 

her military penchant, her brawn, her brash

are, quite simply, impossible to forget.

 

And to you, Sister Epiphania, our Mater

Dolorosa, a few words, I presume, of comfort:

 

male and female alike, we duly credit you

for our virginal disposition. Who among us

 

now succumbs, with any degree of rapidity

or ease, to the inducements of the fleshpots

 

abounding in and out of wedlock? Who

among us stood before you and did not imagine

 

the body’s daily sufferance of disgrace?

To you we owe our weightiest recompense

 

Though it can never be dispensed. Finally,

Sisters, I ask you forgiveness for this abrupt

 

conclusion, and remain, as ever, your faithful

student who wishes you your just and proper due.

 

 

 

TARAXACUM OFFICINALE*

 

A principios de la primavera, la primera luz

todavía vaga, nacarada, glacial,

y nada más de la estación en el aire

sino la lluvia, el gris y lateral

barrido de los miembros por encima del techo

un garabato, una línea dibujada en huso y espina–

nada de la temporada en el fango

de los residuos y del campo

sólo la flor silvestre que los franceses llaman dent-de-lion

por los bordes dentados

de sus hojas basales.

 

Esta luz, este momento,

me hace sentir en casa, mi madre

viva de nuevo, enamorada de esta temporada

del año, arrodillada

en los campos del valle de Ohio

para cosechar lo verde: la alquimia de la tierra, el viento

y el agua, una especie de luz solar

en la lengua,

el camino soñoliento a casa, su trabajo lento en el lavaplatos,

la cocina aprisionada,

puerta y ventana.

La lluvia cae, crecientemente,

medible a través de la luz

vertical, el patrón interminable que ha iniciado

en el soplar y remover de raíces,

entonces las hojas en un momento

obscurecen con amargura, y el diente de león, soplado

por el viento, transmite el deseo

o la fidelidad prometida,

y lo que queda en la mano -un recuento de tiempo

transcurrido- se cuenta, semilla

por semilla, hora por hora.

 

 

*N del T: Hierba también conocida como diente de león.

 

 

TARAXACUM OFFICINALE

 

Early spring, the first light

still vague, nacreous, glacial,

and nothing of the season in the air

but rain, the gray and lateral

sweep of limbs above the roof

a scrawl, a line drawn in spindle and spine –

nothing of the season in the mire

of wasteplace and field

but the wildflower the French call dent-de-lion

for the serrated edges

of its basal leaves.

 

In this light, this moment,

this might be home, my mother

alive again, in love with the turning

of the year, down on her knees

in the fields of the Ohio Valley

to harvest the greens: alchemy of earth, wind,

and water, a sort of sunlight

on the tongue,

the walk home somnolent, her work at the sink slow,

the kitchen tamped down,

doorway and window.

 

The rain falls, now incremental,

measurable across the vertical

light, the endless pattern already begun

in the parry of root and knife,

then the leaves in a moment

darken to bitterness, and the blowball, blowzy

on the wind, relays desire

or fidelity promised,

and what remains in the hand – a tally of lapsed

time – is counted, seed

by seed, hour by hour.

 

 

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