Poesía panhispánica No. 16: Francisco Cervantes

En nuestro tiempo postutópico, el tiempo de la poesía panhispánica, continuamos la revisión de la pluralidad de pasados desde la que escribimos y leemos poesía. Presentamos al poeta mexicano Francisco Cervantes (Querétaro, 1938-2005). En 1977 vivió en Portugal. Estudió Derecho en la Universidad de Querétaro. Recibió una beca de la Fundación Guggenheim. Realizó traducciones de Fernando Pessoa y otros poetas de lengua lusitana. En 1982 ganó el Premio Xavier Villaurrutia y en 1986 recibió la Orden Rio Branco de Brasil y el Premio Heriberto Frías de Querétaro. Publicó La materia del tributo (1968), Los varones señalados (1972), Cantado para nadie (1982), Heridas que se alternan (1985), Los huesos peregrinos (1986), El canto del abismo (1987), El libro de Nicole (1992), Regimiento de nieblas (1994), entre otros libros.

 

 

 

 

Combaten dos enemigos del de la inquieta espada

 

principiaba la noche

cuando los mandobles empezaron

a dos manos se encontraron

los caballeros a mitad del bosque

haciendo cantar de furor

los filos más duros que la roca

de sus espadas cuyo peso

atestiguaba la nobleza de quienes las empuñaban

las armas de uno negras

y las otras verdes de un verde desesperanzado

y solitario

ambos con el rostro al aire

resoplando por el esfuerzo y el combate

luchaban por algo tan sagrado

como el derecho a ser el primero

por algo tan sagrado

como su honor de caballeros

la noche se fue haciendo espesa

y los mandobles impedían el sueño

a los animales del bosque

y cruzándose tratando de vencerse

pasaron horas de sonoro y destemplado canto

las armas sus fronteras melladas

las manos doliéndoles porque los guanteletes

ni las armaduras protegen manos o cuerpo

del agotamiento cansancio o melladuras

la aurora los sorprendió batiéndose

con sus dos manos sosteniendo su pesado renombre

uno de ellos acaso el que más noches de amor

cerca del combate hubo

cayó mientras su espada callaba

y su armadura al llegar al suelo sonó como la piel vacía de un alma

no se movió ya más

y aquel que a duras penas se mantuvo en pie

supo que el caballero de las negras armas

había muerto sin más heridas

que sus poros que su respiración

que sus noches de amor en su terrible cuerpo.

 

 

 

Aquí principio

 

Narro esta historia para escarmiento propio,

yo, conocedor de mi paso escurridizo,

de mi memoria pantanosa,

del álgido transcurrir que nos agota.

Amo la niebla a la que me arrojo

y en la que me sumerjo.

Sin embargo, aclarar es justo

que soy un poco menos rencoroso de lo que deseara,

que todo lo adelgaza el uso,

aun lo menos manifiesto.

Breve soy, sin pecados ni arrepentimientos,

con todas las dudas habidas y por haber

en mi mente que espera la muerte de un instante

porque también es de esperar en un instante la propia muerte.

Ah, también nuestra muerte es ajena,

es nuestra sólo para que nos consolemos.

Narro esta historia para escarmiento propio,

yo, conocedor de mi paso escurridizo.

 

 

 

Ya lejos, recuerdo Bogotá

 

Recuerdo que recordé el lugar

Donde me iban a matar.

Soñado muchos años antes

Y no era quien moría este Cervantes.

Otro ser distinto era, otra persona

A la que habita hoy quien tal razona.

Cierro los ojos. Veo la Carrera donde mi destino está.

Diciembre me lo mostrara en Bogotá.

Barro Colorado, si mi sangre en ti mezclada

Ya fue, ¿de nuevo encontraré la nada

En tu polvo más real que esta sangría?

Bogotá, Bogotá, mi sangre es tan tuya como mía.

 

 

 

Cantiga distante

 

Ahora es preciso intentar

Un arte tan restringido

Que diréis fue gemido

Mejor aún que cantar.

Si así fuera, pues creed

Ca si de ella tuve tal sed

Ca pronto la hube perder.

.

Mas allí hube tanta paz

Y dicha de mi descuido,

Que fui en los amores servido

Y en servicio, fui mortal.

Amor, no pude retener

A quien saudoso mi ser

Destrúyolo, sin querer.

.

Para ahora me callar

Necesitara medido,

Tener el dolor sentido,

Y hacerme hacia la mar.

Mas para tal menester

Haré el olvido valer

Por encima de mi ser.

 

 

 

Cantar que no se pudo evitar

 

¿No se dijo ya en otra parte?

Oh, Dueña de la mi suerte,

Teneros es mucho el arte,

Olvidaros es la muerte.

 

Si me negáis el descanso

De ello seréis deudora.

Y ni mío ni vuestro, Señora,

Será el corazón que alcanzo

Tan sólo a sentir deshecho

Cuando me destroza el pecho.

 

Porque de vos ya precisa

Aun si le das desaire.

Precisa de vos, vueso aire

Y aun de vuesa sonrisa.

Esa más podéis negarme,

Si queréis, en hora mala,

Lo ha de sufrir mi carne

Que aquí se me acaba el alma.

 

 

 

Pequena prece pra esquecer a minha coitada sorte

 

i

 

Señora, hoy se me ha muerto

Aquel que en vos vivía

Y que os amaba.

 

Diréisme: ainda se desperto

Xá non vos perseguía

Nin era lava.

 

Lo que en su desventura

Llamárese fortuna.

 

 

ii

 

Mas heme aquí que, cegado,

Y rota la memoria,

Desdicha tanta.

 

No habríame ya bañado

Ni esta luz mortuoria

Que hoy vos canta.

 

Quedaría el fantasma

En que voy a vuese alma.

 

 

iii

 

Oh, la tan infiel Señora,

Dejad que él vos encuentre

Y así borre

 

La agonía que lo socorre,

La suerte que demora

Ya de otra suerte

 

Su maltrecha materia

Y ésta su miseria.

 

 

 

Cantado para nadie

 

La cólera, el silencio,

Su alta arboladura

Te dieron este invierno.

Mas óyete en tu lengua:

Acaso el castellano,

No es seguro.

Canciones de otros siglos si canciones

Dolores los que tienen todos, aun aquellos

—Los más— mejores que tú mismo.

Y es bueno todo: el vino, la comida,

En la calle los insultos

Y en la noche tales sueños.

¿A dónde regresar si sólo evocas?

¿Amor? Digamos que entendiste y aun digamos

Que tal cariño te fue dado.

Pero ni entonces ni aun menos ahora

Te importó la comprensión que no buscaste

Y es claro que no tienes,

Bien es verdad que no sólo a ti te falta.

La ira, el improperio,

Los bajos sentimientos

Te dieron este canto.

 

 

 

Materia de distintos lais

 

A la sombra más pegada del muro

Apenas se le nota;

No sin insistencia se remueven

Los tonos y las líneas cercadoras.

Así la suerte del correo insensato.

Entre amantes, amigos o enemigos

Su propia vida pasa prontamente:

No otra ya tendrá.

¿Recibiste y llevaste las frecuentes

Oleadas de tu dicha o tu desgracia?

¿O sólo eres

Aquel que observa y que registra

la vida de los otros?

Torpe y secreto mejor que fascinante,

Dueño de tu latín más que del de otros,

Hablando tus ficciones, tus dolencias,

Tus vicios, tu existencia,

Aunque relates

Materia de distintos lais.

 

 

 

Adiós a Lisboa

 

“Cerrad los ojos y veréis mi imagen”

Tal anunció el agonizante 

Y el lector de manos tuvo miedo.

Era la tarde, afuera, de una luz ceniza

Que la lluvia neblinosa sustentaba.

Y en esa habitación que, por desnuda,

Muy amplia y desolada parecía.

“El miedo aquí termina,

Al menos el miedo que era mío.

No rozará más esta piel del aire

Ni escanciará el desdén su clima espeso

Sobre mi cráneo con senderos”.

Y el hombre que temía

Cerca de mí; pensaba en sus mujeres.

Yo sólo tenía para mí mismo

La llaga y el vinagre y un billete

Para por tren salir al día siguiente.

Quien moría otro era hoy,

Es decir, su destino desandaba el trecho todo

Que, breve, del camino humano fue su parte.

Y el tiempo le sobraba

Aunque la muerte fue en segundos que llegó.

Y aquel que se orientaba

En las líneas de los otros,

Pidió licencia de salir afuera.

Quedé con el cadáver solo

Sin moraleja y sin monólogo

Pero sí recordando

La envidia que le tengo.

Cuando llegó la noche y oí en algún reloj las campanadas

Salí a la calle. Ni lúgubre o solemne.

Pues desnuda el agua contra mí se daba.

Así me despedía la ciudad de Affonso Henriques,

Con lluvia y soledad y algún cobarde.

 

 

 

Ni orgulloso ni humilde

 

Dame, Señor, piedad para mí mismo

Y que mi obra te responda.

No espero comprensión de nadie

Pues la máquina humana es limitada

Y no hay otra cosa

Que ajena consistencia de aquello que desprecio

Y de igual manera me desprecia.

Al nombrarte, Señor, me nombro a mí.

No creas que no me entiendo,

Pero antes de regresar a las tinieblas

Es posible que tú quieras que te exprese al expresarme.

Si así fuera, Señor, lo estoy haciendo.

 

 

Brasil y Portugal

 

Quien no tuvo heredad

Y nombre apenas,

En ti encontró la mar,

Brasil, y las arenas.

Hugo Vidal

 

Vivir es une estrecho territorio

Que un sueño puede hacer mayor;

Un sueño o muchos sueños.

¿Quién sabe si uno es muchos sueños

O si muchos sueños no hacen uno?

 

De alguna otra manera

Sé que sólo habré vivido

En dos países que he querido:

Brasil y Portugal. Y que me espera

 

Nadie y ninguno en otra parte.

Mas estos dos países son el mismo

En su lengua y en este mi espejismo.

Brasil o Portugal, espero darte

 

Este sueño y esta vida que es la mía.

Pero, ¿algo es mío, ayer y hoy y todavía?

 

 

 

Floresta de las emociones

 

De pronto

Un árbol delgado

Sale detrás de otro árbol.

Y luego otro,

Y otro,

Hasta que se organiza el bosque.

 

 

 

Afirmación sólida

 

Porque nada es eterno,

Corrijo las cartas que no escribí,

Lo sentido y jamás contado,

Aquello que ni llegúe a pensar,

Pero a nadie se lo enseñaré.

Porque nada es eterno.

 

 

 

La obra soñada

 

¿Recuerdas la mañana en que te despertaste

buscando ansiosamente el libro aquel, que

habías escrito para documentar tu grandeza?

Tus ojos bordearon lomos y portadas, tus

ánimos se despeñaron entre pilas de lecturas.

¿Quién eras tú, que despertabas a la constante

de una obra?

La presencia del sol te devolvió la cerrazón

que creíste espacio expresivo. No estaba allí,

ni en parte alguna. Si lugar tenía era en tus sueños

y la memoria de ellos.

 

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