Me celebro y me canto: aniversario 200 de Walt Whitman

Hoy 31 de mayo se celebran 200 años del nacimiento de Walt Whitman, uno de los máximos poetas del siglo XIX y de Occidente y es, en palabras de Mario Bojórquez, “el padre soltero de la poesía del mundo”. Presentamos, como homenaje, cinco poemas de Jorge Luis Borges, Federico García Lorca, Ezra Pound, Pablo Neruda y Mario Bojórquez.

 

 

 

 

JORGE LUIS BORGES

Camden, 1892

El olor del café y los periódicos.

El domingo y su tedio. La mañana

Y en la entrevista página esa vana

Publicación de versos alegóricos

De un colega feliz. El hombre viejo

Está postrado y blanco en su decente

Habitación de pobre. Ociosamente

Mira su cara en el cansado espejo.

Piensa, ya sin asombro, que esa cara

Es él. La distraída mano toca

La turbia barba y la saqueada boca.

No está lejos el fin, su voz declara:

Casi no soy, pero mis versos ritman

La vida y su esplendor. Yo fui Walt Whitman.

 

 

 

FEDERICO GARCÍA LORCA

Oda a Walt Whitman

 

Por el East River y el Bronx

los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,

con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.

Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas

y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

 

Pero ninguno se dormía,

ninguno quería ser el río,

ninguno amaba las hojas grandes,

ninguno la lengua azul de la playa.

 

Por el East River y el Queensborough

los muchachos luchaban con la industria,

y los judíos vendían al fauno del río

la rosa de la circuncisión

y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados

manadas de bisontes empujadas por el viento.

 

Pero ninguno se detenía,

ninguno quería ser nube,

ninguno buscaba los helechos

ni la rueda amarilla del tamboril.

 

Cuando la luna salga

las poleas rodarán para tumbar el cielo;

un límite de agujas cercará la memoria

y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

 

Nueva York de cieno,

Nueva York de alambres y de muerte.

¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?

¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?

¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

 

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,

he dejado de ver tu barba llena de mariposas,

ni tus hombros de pana gastados por la luna,

ni tus muslos de Apolo virginal,

ni tu voz como una columna de ceniza;

anciano hermoso como la niebla

que gemías igual que un pájaro

con el sexo atravesado por una aguja,

enemigo del sátiro,

enemigo de la vid

y amante de los cuerpos bajo la burda tela.

Ni un solo momento, hermosura viril

que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,

soñabas ser un río y dormir como un río

con aquel camarada que pondría en tu pecho

un pequeño dolor de ignorante leopardo.

 

Ni un solo momento, Adán de sangre, macho,

hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,

porque por las azoteas,

agrupados en los bares,

saliendo en racimos de las alcantarillas,

temblando entre las piernas de los chauffeurs

o girando en las plataformas del ajenjo,

los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

 

¡También ése! ¡También! Y se despeñan

sobre tu barba luminosa y casta,

rubios del norte, negros de la arena,

muchedumbres de gritos y ademanes,

como gatos y como las serpientes,

los maricas, Walt Whitman, los maricas

turbios de lágrimas, carne para fusta,

bota o mordisco de los domadores.

 

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos

apuntan a la orilla de tu sueño

cuando el amigo come tu manzana

con un leve sabor de gasolina

y el sol canta por los ombligos

de los muchachos que juegan bajo los puentes.

 

Pero tú no buscabas los ojos arañados,

ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,

ni la saliva helada,

ni las curvas heridas como panza de sapo

que llevan los maricas en coches y terrazas

mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

 

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,

toro y sueño que junte la rueda con el alga,

padre de tu agonía, camelia de tu muerte,

y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

 

Porque es justo que el hombre no busque su deleite

en la selva de sangre de la mañana próxima.

El cielo tiene playas donde evitar la vida

y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

 

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.

Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.

Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,

la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,

los ricos dan a sus queridas

pequeños moribundos iluminados,

y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

 

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo

por vena de coral o celeste desnudo.

Mañana los amores serán rocas y el Tiempo

una brisa que viene dormida por las ramas.

 

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,

contra el niño que escribe

nombre de niña en su almohada,

ni contra el muchacho que se viste de novia

en la oscuridad del ropero,

ni contra los solitarios de los casinos

que beben con asco el agua de la prostitución,

ni contra los hombres de mirada verde

que aman al hombre y queman sus labios en silencio.

Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,

de carne tumefacta y pensamiento inmundo,

madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño

del Amor que reparte coronas de alegría.

 

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos

gotas de sucia muerte con amargo veneno.

Contra vosotros siempre,

Faeries de Norteamérica,

Pájaros de la Habana,

Jotos de México,

Sarasas de Cádiz,

Apios de Sevilla,

Cancos de Madrid,

Floras de Alicante,

Adelaidas de Portugal.

 

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!

Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,

abiertos en las plazas con fiebre de abanico

o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

 

¡No haya cuartel! La muerte

mana de vuestros ojos

y agrupa flores grises en la orilla del cieno.

¡No haya cuartel! ¡Alerta!

Que los confundidos, los puros,

los clásicos, los señalados, los suplicantes

os cierren las puertas de la bacanal.

 

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson

con la barba hacia el polo y las manos abiertas.

Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando

camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.

Duerme, no queda nada.

Una danza de muros agita las praderas

y América se anega de máquinas y llanto.

Quiero que el aire fuerte de la noche más honda

quite flores y letras del arco donde duermes

y un niño negro anuncie a los blancos del oro

la llegada del reino de la espiga.

 

 

 

EZRA POUND

Un pacto

 

Haré un pacto contigo, Walt Whitman

-te he detestado ya bastante-.

Vengo hasta ti como un niño crecido

que tuvo un padre testarudo;

Ya estoy en edad de hacer buenos amigos.

Tú cortaste la madera nueva,

es hora de grabarla.

Tenemos tú y yo una misma savia y una misma raíz.

Tratémonos.

 

Versión del inglés: Mario Bojórquez

 

 

 

PABLO NERUDA

Oda a Walt Whitman

 

Yo no recuerdo

a qué edad,

ni dónde,

si en el gran Sur mojado

o en la costa

temible, bajo el breve

grito de las gaviotas,

toqué una mano y era

la mano de Walt Whitman:

pisé la tierra

con los pies desnudos,

anduve sobre el pasto,

sobre el firme rocío

de Walt Whitman.

 

Durante

mi juventud

toda

me acompañó esa mano,

ese rocío,

su firmeza de pino patriarca, su extensión de pradera,

y su misión de paz circulatoria.

 

Sin

desdeñar

los dones

de la tierra,

la copiosa

curva del capitel,

ni la inicial

purpúrea

de la sabiduría,


me enseñaste

a ser americano,

levantaste

mis ojos

a los libros,

hacia

el tesoro

de los cereales:

ancho,

en la claridad

de las llanuras,

me hiciste ver

el alto

monte

tutelar. Del eco

subterráneo,

para mí

recogiste

todo,

todo lo que nacía,

cosechaste

galopando en la alfalfa,

cortando para mí las amapolas,

visitando

los ríos,

acudiendo en la tarde

a las cocinas.

 

Pero no sólo

tierra

sacó a la luz

tu pala;

desenterraste

al hombre,

y el

esclavo

humillado

contigo, balanceando

la negra dignidad de su estatura,

caminó conquistando

la alegría.

 

Al fogonero,

abajo,

en la caldera,

mandaste

un canastito

de frutillas,

a todas las esquinas de tu pueblo

un verso

tuyo llegó de visita

y era como un trozo

de cuerpo limpio

el verso que llegaba,

como

tu propia barba pescadora

o el solemne camino de tus piernas de acacia.

 

Pasó entre los soldados

tu silueta

de bardo, de enfermero,

de cuidador nocturno

que conoce

el sonido

de la respiración en la agonía

y espera con la aurora

el silencioso

regreso

de la vida.

 

Buen panadero!

Primo hermano mayor

de mis raíces,

cúpula

de araucaria,

hace

ya

cien

años

que sobre el pasto tuyo

y sus germinaciones,

el viento

pasa

sin gastar tus ojos.

 

Nuevos

y crueles años en tu patria:

persecuciones,

lágrimas,

prisiones,

armas envenenadas

y guerras iracundas,

no han aplastado

la hierba de tu libro,

el manantial vital

de su frescura.

Yay!

los

que asesinaron

a Lincoln

ahora

se acuestan en su cama,

derribaron

su sitial

de olorosa madera

y erigieron un trono

por desventura y sangre

salpicado.

 

Pero

canta en

las estaciones

suburbanas

tu voz,

en

los

desembarcaderos

vespertinos

chapotea

como

un agua oscura

tu palabra,

tu pueblo

blanco

y negro,

pueblo

de pobres,

pueblo simple

como

todos

los pueblos,

no olvida

tu campana:

se congrega cantando

bajo

la magnitud

de tu espaciosa vida:

entre los pueblos con tu amor camina

acariciando

el desarrollo puro

de la fraternidad sobre la tierra.

 

 

 

MARIO BOJÓRQUEZ

A orillas del río Delaware, frente a Camden y mirando las luces del Walt Whitman Bridge

 

Algún día te crecieron las barbas

como un río congelado

y te volviste hielo

viejo poeta cabeza de nube.

 

Por todo esto gritabas que México debía desaparecer

que el destino de tu nación era grande,

tan grande que debía exterminar al mundo entero.

 

Algunos compatriotas tuyos

creyeron en tus palabras e intentaron tu sueño.

 

Aún hoy, a ciento cincuenta años de tu cólera,

el rayo de mi lengua te canta en libertad.

 

Viejo, oh viejo, viejo, viejo Walt Whitman.

 

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