Sabemos del sentido social del gusto. Por ello, comenzamos una relectura colectiva que nos ayude a reconstruir la tradición de la poesía panhispánica, una tradición compartida por poetas y lectores del mundo hispánico. Este ejercicio nace en diálogo con un concepto acuñado por el poeta brasileño Haroldo de Campos: el tiempo post-utópico. Se trata de una reformulación del jetztzeit benjaminiano, el tiempo del ahora, el tiempo de los poetas que escriben con la conciencia de proceder de una pluralidad de pasados.
En materia de poesía, esa apropiación crítica de la pluralidad de pasados, reconstruir –o elegir– la tradición, no es otra cosa que emprender la arqueología del presente y de sus estilos, remover el pasado inmediato y distinguir las matrices de escritura, los nodos de los que se desprenden las tentativas de los poetas de hoy. Lo explica Meschonnic: “el tiempo del ahora es el que rehace continuamente el pasado, lo olvida o lo redescubre según lo que busca un sujeto. El poema, por otro lado, no es sino “el breve minuto de plena posesión de las formas”, como afirma Michael Löwy. Es “el cristal de la totalidad de los acontecimientos”.
Ya Eduardo Lizalde había definido la tradición poética como la suma de las experiencias técnicas de todas las épocas. El poema, entonces, es un lugar donde, al modo de la teoría de la Resonancia Mórfica, están implícitos todos los modos de concebir la poesía en la historia de una sociocultura. Lo postutópico es la conciencia de esta virtualidad.
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Invitamos a poetas, críticos y editores para que compartan con nosotros los que consideran los tres mejores poemas (o los más entrañables) publicados en lengua española a partir de 1985. Acompañamos esta selección con uno de sus textos que, a manera de poética, funcionará como una especie de posicionamiento estético, un “desde dónde se lee”.
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En esta oportunidad, leemos la selección de la poeta, narradora y crítica argentina Marisa Martínez Pérsico (1978). Escritora y docente universitaria radicada en Italia. Ha publicado los poemarios Las voces de las hojas (1998), Poética ambulante (2003, recogido en volumen colectivo), Los pliegos obtusos (2004, recogido en volumen colectivo), La única puerta era la tuya (2015), El cielo entre paréntesis (2017) y la antología Después de la ceniza (2017). En 2018 publicó su primera novela, Las manos en la madre, por RIL Editores. En 2019 verá la luz en México, en una edición artística de tipos móviles, su poesía temprana escrita en Buenos Aires (1995-2008) así como las traducciones al inglés y al italiano de su poemario El cielo entre paréntesis (Valparaíso USA y Fili D’Aquilone, gracias a un subsidio a la traducción concedido por el gobierno argentino).
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Fabio Morábito
(Egipto, 1955)
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Miramos largamente el mar…
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Miramos largamente el mar
después del pleito, sin hablarnos.
No la pasamos bien en Cádiz
esos dos días.
Sentí al decir que no quería
tener un hijo por ahora,
que había llegado a un punto divisorio.
Por vez primera fui muy claro.
Adiós ambigüedad,
me dije, bien precioso,
ya comenzó la cuenta regresiva.
Supe que existirías,
que era cuestión de tiempo.
Si iba a seguir con ella, claro.
Si iba a seguir contigo, en suma.
Y ella también,
después de arrinconarme
entre su ser y el mar, lo supo,
el mar que nos quedamos,
después del pleito,
mirando largamente sin hablarnos.
No la pasamos bien en Cádiz
esos dos días.
Ve alguna vez a Cádiz
junto al mar, sin nadie,
y mira el mar como nosotros lo miramos
y fúmate un cigarro, absorto, y piensa
que estás donde empezaste.
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Cristina Peri Rossi
(Uruguay, 1941)
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Fidelidad
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A los veinte años, en Montevideo, escuchaba a Mina
cantando Marguerita de Cocciante
en la pantalla blanca y negra de la Rai
junto a la mujer que amaba
y me emocionaba.
A los cuarenta años escuchaba a Mina
cantando Marguerita de Cocciante
en el reproductor de cassettes
junto a la mujer que amaba,
en Estocolmo,
y me emocionaba.
A los sesenta años, escucho a Mina
cantando a Margherita de Cocciante
en Youtube, junto a la mujer a la que amo,
ciudad de Barcelona
y me emociono.
Luego dicen que no soy una persona fiel.
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Olga Orozco
(Argentina, 1920-1999)
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Al pájaro se lo interroga con su canto
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Hay en algunos ojos esas borras de añil que dejan los crepúsculos al evaporarse
-un ala que perdura, una sombra de ausencia-.
Son ojos hechos para distinguir hasta el último rastro de la melancolía,
para ver en la lluvia el inventario de los bienes perdidos,
así como hace falta un invierno interior
«para observar la escarcha y los enebros erizados de hielo»
dijo Wallace Stevens congelando el oído y la pupila,
convertido tal vez en el hombre de nieve que contempla la nada con la nada
y que oye sólo el viento,
sin ningún evangelio que no sea ese sonido único del viento
(aunque tal vez hablara de la más extremada desnudez;
no de la transparencia).
Pero yo sé que cada tiniebla se indaga solamente con la noche que llevo,
que la piedra se entreabre ante la piedra
de la misma manera que se tantea el corazón con el abismo.
¿Hay alguna otra forma de asomarse hasta el fondo del subsuelo,
el fondo de otra herida, el fondo de otro infierno?
No hay ninguna otra lámpara para reconocer lo próximo, lo ajeno, lo distante.
Lo atestigua la esquiva intención de la rata chillando entre los vidrios,
resbalando en la rampa de una impensable luz;
lo proclama la estrella con su remoto código adherido a un temblor,
tal vez a una agonía que ya fue;
lo confirma ese yo que camina contigo y es memoria dondequiera que olvides,
y ese otro, inabarcable, centelleante,
que le sale al encuentro bajo el agua de las transformaciones,
y a veces ni es persona, ni color, ni perfume, ni huella de este mundo.
Ambos están tejidos con la sustancia misma del silencio.
Se parecen a Dios en su versión de huésped reversible:
el alma que te habita es también la mirada del cielo que te incluye.
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Marisa Martínez Pérsico
(Argentina, 1978)
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Francotiradores de Sarajevo
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¿Por qué no vamos
de vacaciones a Bosnia?
Ha sido tu pregunta
de estos años.
Hojeabas la revista Bell’Europa
y andabas por la casa
con un cuadro
del antiguo cementerio judío.
En la foto de la tienda
que reza Cvjecara
las flores germinan en la roca
a través de los impactos
de mortero.
Hay orquídeas en venta,
para los amantes
y los muertos, me decías.
¿Por qué no organizar
un viaje a Herzegovina,
este verano?
Estabas triste a destiempo.
Por entonces
eras solo un muchacho
de familia opulenta
que franqueaba el confín
de los Balcanes
por tumbarse en las playas
sin bombas del Egeo.
Pero es fácil ser lírico
con la tragedia ajena.
Pavonearse entre los símbolos
con temas prestados
sin usar las rodillas
como patas de perro
por burlar a los maquis
del Bulevar Selimovica.
¿Por qué no vamos a Mostar,
aunque sea unos días?
Yo tenía trece años.
El padre de mi amiga
amanecía pegado
a una emisora europea
para oír del asedio,
de su hermano en Markale,
de esa Miss Universo
coronada en un sótano.
Yo escuchaba The Cult
en la otra sala.
La pureza no duele
cuando el mal no nos toca.
Después de Sarajevo
no es posible mirar una criatura
sin vendarse los ojos.
No volviste a insistir.
La llevarás, ahora, de la mano
al osario de tórtolas
del cuadro.
Y todo está en su sitio,
amor,
no te disculpes.
Yo tendré otras montañas.
Lee la selección de
MARIO BOJÓRQUEZ (México)
RAQUEL LANSEROS (España)
XAVIER OQUENDO TRONCOSO (Ecuador)