Presentamos, en versión de Rodolfo E. Modern, textos del poeta alemán Ernst Stadler (1883-1914). Escribe Modern: “Alsaciano, hijo de un abogado, comienza sus estudios universitarios de humanidades en Estrasburgo, estudia en Oxford, y en 1910 es nombrado privat dozent en la Universidad de Bruselas. Paralelamente a su carrera de estudioso, entra en contacto con la literatura del expresionismo y en 1914 publica una colección de poemas. Incorporado al ejército, cae en acción de guerra cerca de Yprés. Ningún otro poeta expresionista otorgó a sus poemas tal vitalidad, dinamismo, exuberancia y mención de lo superior como de lo ínfimo. Lírico violento, excesivo, sus versos poseen, por lo demás, una extensión material no superada en la historia de la poesía en lengua alemana.
Alocución
Soy solamente llama, sed, grito e incendio.
Por las estrechas hondonadas de mi alma se dispara el tiempo
como un agua oscura, viva, veloz, desconocida.
En mi cuerpo arde una señal: lo perecedero.
Tú eres en cambio el espejo, sobre cuya redondez
los grandes arroyos de la vida pasan,
tras cuyo fondo de oro del que todo brota,
las cosas muertas se levantan con un resplandor.
Lo mejor de mí arde y se apaga -una extraviada estrella
que cae en el abismo de azules noches de verano-
pero la imagen de tus días, muy alta y muy remota,
es eterna señal que tu destino ampara.
Pequeña ciudad
Las muchas callejuelas, que cruzan la extensa calle principal,
corren hacia lo verde. Por todas partes comienza el campo
Por todas partes fluye a chorros el cielo y el olor de los árboles y el fuerte aroma de los cultivos.
Por todas partes se extingue la ciudad en una húmeda magnificencia de praderas. Y de los bajos tejados oscila la montaña sobre la que trepan los viñedos, que con claros rodrigones brillan al sol.
Encima, sin embargo, un pinar se cierra: choca
como una muralla oscura y amplia contra la roja alegría de la iglesia de asperón.
Al anochecer, cuando las fábricas cierran, la calle principal está llena de gente,
que anda lentamente o permanece parada en el medio.
Está ennegrecida por el trabajo y el hollín de las máquinas. Pero sus ojos llevan
todavía terrones, la fuerza tenaz del suelo y la solemne luz de los campos.