La última carta de Cesare Pavese

Presentamos, en el aniversario del suicidio de Cesare Pavese, la última carta que escribe a Romilda Bollati, última musa de su obra. Pierina es el apodo que Pavese usa para dirigirse a Romilda Bollati. Hacia la fase más aguda de su crisis existencial pasa algunos días del agosto de 1950 en Bocca di Magra antes de morir, ahí escribe esta carta.

 

 

 

 

Bocca de Magra, agosto de 1950

 

Querida Pierina,

al final te doy este disgusto, esta molestia, pero ten por seguro que no tengo alternativa. El motivo inmediato es la dificultad de esta carrera donde, sin ser seguidor o dirigir, termino siempre perdiendo, pero hay una razón más cierta. Estoy, como se dice, al final de mi vela. Pierina, quisiera ser tu hermano, primero que nada porque así habría entre nosotros un vínculo más fundamental, y luego, porque tú podrías escucharme y creerme con confianza. Si me he enamorado de ti no es porque, como se dice, te deseara, sino porque estás hecha a mi medida, te mueves y hablas como, siendo hombre, haría yo si, en lugar de aprender a escribir, hubiera tenido el tiempo de aprender cómo habitar el mundo. De lo otro, tienes la misma elegancia y seguridad que he descrito al escribir tus tardes. Tú eres de quien hablo.

Pero tú, que por áspera y casi cínica, no estás al final de tu vela como yo. Eres joven, incomprensiblemente joven, eres aquello que yo era a los veintiocho años, cuando, decidido a matarme por no sé qué desilusión, no lo hice –era curioso del mañana, curioso de mí mismo–, la vida me parecía horrible pero encontraba interés en mi propia persona. Ahora es lo contrario: sé que la vida es estupenda y que me fue vetada, fruto de mi propio esfuerzo, y es que esto es una tragedia inocua, como sufrir diabetes o cáncer pulmonar.

¿Puedo decirte, amor, que ya no me despierto nunca con una mujer al lado, que a quien he amado jamás me tomó en serio? ¿Y que ignoro la mirada cómplice que una mujer le lanza a un hombre, recordarte que, gracias a mi trabajo, he tenido mis nervios siempre al borde del colapso, y pronta la fantasía, y el encanto de la confianza ajena? ¿Y que el mundo lo he habitado por cuarenta y dos años? No sé si la vela puede encenderse por los dos lados –en mi caso se quemó de un solo lado y las cenizas son los libros que escribí.

Todo esto te lo digo, no buscando compasión –conozco el valor de eso– sino por claridad, porque no creas que cuando me emberrincho lo hago por deporte o para hacerme interesante. Estoy más allá de la política. El amor es como la gracia de Dios –la astucia en ella no funciona. En cuanto a mí, te quiero, Pierina, te quiero enardecidamente. Llamémoslo el último resto de la vela.

No sé si nos veremos otra vez. Yo lo quisiera –en el fondo no quiero más que eso– pero me pregunto a menudo qué consejo te daría si fuera tu hermano. Desgraciadamente no lo soy.

 

Amore.

 

También puedes leer