Los trabajos de Erato: Safo

Continuamos con la serie Los trabajos de Erato que coordina Rubén Márquez Máximo. En esta serie se busca “volver la mirada a la poesía grecolatina que ha servido como uno de los pilares más sólidos de nuestra tradición poética”.

 

 

 

Safo: los síntomas del amor

 

C. M. Bowra en su Historia de la literatura griega se refiere a la poesía de Safo como una “nerviosa feminidad”. Sus poemas están llenos de urgencia, de tremores del cuerpo y del alma, de ruegos y de sufrimientos por la indiferencia del ser amado. En Safo el amor ciertamente es un estado de nerviosismo que conmociona y que genera el deseo. El ser amado apenas es visto y el ser ya tiembla, se disloca para entrar en una nueva composición, en un estado de éxtasis que se logra por la carencia y el deseo desenfrenado de cubrirla. El nervioso tiene una gran energía contenida, un mar que fluye por su cuerpo está siempre apunto del desbordamiento al mismo tiempo de que hay algo que no permite el escape, pues hay dudas y temores de que la felicidad suprema no pueda ser alcanzada y por ello prefiere la contención. La feminidad a la que se refiere Bowra no es otra cosa que el estilo refinado de la poeta de Lesbos. Si bien en sus poema hay urgencia, el cuidado en la elección de cada palabra y de cada verso es un ejemplo de pulcritud poética. De este modo, Safo logra inaugurar el camino de Erato en Grecia y en todo el Occidente, las pautas de la musa del lirismo que implican cierta sensibilidad opuesta al estilo viril de la épica homérica. La fuerza de la poesía de Safo ya no viene de Calíope sino del hijos de Afrodita.

El amor posee las alas de Eros que hacen que los mortales, al menos por un instante, compartan la divinidad de los dioses. Ese es el asunto de los primeros versos del poema de Safo que trataremos: “Me parece semejante a los dioses / el hombre que se sienta frente a ti, / y, cerquita, te escucha…” Aproximadamente, dos siglos después Platón en El Banquete mostrará que el amor diviniza al amante, pues el enamorado está poseído por un Dios. El Arcipreste de Hita en su Libro del buen amor muestra las cualidades que el amor potencializa en el hombre común: “El amor faz sutil al ombre que es rudo, / fazle fablar fermoso al que antes es mudo, / al ombre que es cobarde fázelo atrevudo, / al pereçoso faze ser presto e agudo…” Y Octavio Paz en Piedra de sol dirá “amar es combatir, si dos se besan / el mundo cambia, encarnan los deseos, / el pensamiento encarna, brotan alas / en las espaldas del esclavo, el mundo / es real y tangible, el vino es vino, / el pan vuelve a saber…” Sí, el amor es la fuerza que hace al hombre trascender y esto está en los atributos del propio Eros, no obstante, en el poema de Safo existe una genialidad al darle a un tercero la cualidad divina pues el ser enamorado está lejos del objeto de amor, mientras el otro, está cerca. Con esto existe un desdoblamiento con el cual el enamorado puede observar la grandeza que da la cercanía y la correspondencia en contraparte de la distancia. Pero aquí hay un nuevo “no obstante” pues el que de todas maneras tiembla es un yo y no un él y esas sacudidas son las del dios Eros que se ha interiorizado en el ser.      

La poesía es ante todo conciencia de los sentidos ya que el poeta enseña a mirar, oír, oler, tocar y probar el mundo. La propia palabra aisthetiké hace referencia a la percepción sensorial dejando claro que la búsqueda de lo estético es una búsqueda de los sentidos. El poema de Safo se va construyendo considerando sobre todo la mirada, el oído y el tacto. En primer lugar, la mirada comienza a decantarse no por el ser amado sino por ese tercero que está junto a él, por lo que se trata nuevamente de un desdoblamiento: miro al otro que te mira. Un otro que también te escucha, pues la cercanía se sugiere bastante íntima en el plano de la conversación. Después de este momento, la mirada ahora sí se dirige plena y certera al ser amado, causando que la voz del amante se quiebre y que ahora quede un silencio opuesto a las frases del ser amado antes escuchadas por otro. “Yo me silencio mientras tú hablas” es la sentencia de este primer momento que cierra con el tacto, pues la piel aparece en el poema como el espacio donde el fuego prende. En lo que podríamos considerar como la segunda parte del poema, los sentidos de la vista y el oído ahora se apagan, no se ve nada y sólo se escucha un zumbido. Con esto, se enfatiza nuevamente el tacto, el temblor del cuerpo que de tan grande se acerca a la muerte. De este modo, la estructura del poema se conforma con este ir y venir de los sentidos, camino que sugiere las líneas de un mapa amatorio.

La conciencia del lenguaje también es central en este poema. El ser amado posee en su discurso palabras tiernas que evocan la seducción misma que ejerce el lenguaje en los terrenos de Eros. En el amor la palabra debe ser grácil y elocuente y si es así su fuerza es capaz de enmudecer al amante que queda perplejo ante lo que escucha. La conmoción nerviosa es tal que la lengua se quiebra y con esto el sentir parece adentrarse hasta lo más profundo. De este modo, el sentimiento amoroso como parte de la divinidad se vuelve inefable, como también lo mostrará en el siglo XVI San Juan de la Cruz en su Cántico espiritual.

 

Rubén Márquez Máximo

 

 

Me parece semejante a los dioses

el hombre que se sienta frente a ti

y, cerquita, te escucha

mientras hablas con palabras tiernas

y ríes dulcemente. ¡Cómo hiela

mi corazón dentro del pecho!

Si un momento te miro

no me viene la voz,

se me quiebra la lengua y enseguida

corre bajo mi piel un sutil fuego.

No veo con mis ojos nada y los oídos

no dejan de zumbarme.

El sudor se desliza por mi cuerpo y el temblor

se apodera de mí. Más ocre que la grama

me torno y siento que ya me falta poco

para morir del todo.  

 

Versión de José Luis Calvo Martínez

 

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