Octavio Paz recuerda a Julio Cortázar

El día 7 de abril de 1984 en las páginas de ABC, Octavio Paz recordaba a su amigo Julio Cortázar quien había muerto el 12 de febrero de ese mismo año. Este texto es un testimonio de la amistad de dos de los más grandes escritores del siglo XX. También dejamos un video de ambos en la India que es referido por el propio Octavio Paz en el texto.

 

 

 

 

 

Laude: Julio Cortázar

 

En la literatura hispanoamericana de este medio siglo la figura de Julio Cortázar es central. Perteneció a una generación —la mía— que también es la de Lezama Lima, Bioy Casares, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, y algunos otros. Fue uno de los renovadores de la prosa española, a la que dio ligereza, gracia, soltura y cierto descaro. Prosa hecha de aire, sin peso ni cuerpo, pero que sopla con ímpetu y levanta en nuestras mentes bandadas de imágenes y visiones. Julio resucitó muchas palabras y las hizo saltar, bailar y volar. Sus novelas y cuentos son vasos comunicantes entre los ritmos callejeros de la ciudad y el soliloquio del poeta. La América Latina que aparece en sus obras no es la tradicional y ya estereotipada —sierras, desiertos, selvas, caciques, caudillos, pasiones elementales y previsibles—, sino la urbana, que cambia sin cesar, que al cambiar se inventa y, al inventarse, se continúa. Obra a un tiempo simple y refinada en la que lo cotidiano y lo insólito se unen con la naturalidad con que las plantas crecen, los astros brillan y giran, la sangre circula por nuestras venas. La poesía colinda con el humor, y la mirada de Cortázar —juez y cómplice— descubre sin esfuerzo el lado grotesco de las cosas y las gentes. Pero lo grotesco es también lo maravilloso y lo maravilloso tiende puentes entre la ternura y la sensualidad, la perdición y el entusiasmo, el aburrimiento y la piedad. Horror y belleza, todo junto.

Julio Cortázar era de mi edad. Aunque él vivía en Buenos Aires y yo en México, lo conocí pronto, hacia 1945; los dos éramos colaboradores de Sur, gracias a José Bianco, no tardamos en intercambiar cartas y libros. Años más tardes coincidimos en París y durante una temporada nos vimos con frecuencia. Después, abandoné Europa, viví en Oriente y regresé a México. Mi relación con Julio no se interrumpió. En 1968 él y Aurora Bernárdez vivieron con Marie José y conmigo en nuestra casa de Nueva Dehli. Por esos tiempos Julio descubrió la política y abrazó con fervor e ingenuidad causas que a mí también, años antes, me habían encendido, pero que ya entonces juzgaba reprobables. Dejé de verlo, no de quererlo. Creo que él tampoco dejó de ser mi amigo. A través de las barreras de palabras y papel que nos dividían, nos hacíamos signos de amistad. Su muerte me ha quitado esa comunicación tácita y silenciosa. Hoy no me queda, sino como dice Quevedo, escucharlo con los ojos: leerlo, conversar con sus libros que “en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos”.

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