A 2,000 años de la muerte de Publio Virgilio Marón leemos una fragmento de sus Bucólicas en la experta traducción de Rubén Bonifaz Nuño. Virgilio estudió gramática, filosofía, medicina y matemáticas. Fue gran amigo de Horacio y Augusto. Dedicó la última parte de su vida a escribir la Eneida, su obra cumbre, que traza la grandeza de Roma y su imperio al remontarlos a sus orígenes troyanos. Tras un viaje por Asia Menor, muere en Bríndisi, enfermo. Las Bucólicas son el primer eslabón de su magna obra.
Bucólicas
Égloga I
El pastor Melibeo deja la casa paterna luego de que el gobierno de Roma expropiara sus tierras para recompensar a los veteranos; mientras conduce a su rebaño al exilio se encuentro con Títiro quien gracias a la protección del emperador, sigue disfrutando de sus posesiones.
Melibeo
Títiro, tú, acostándote al amparo de un haya extendida,
silvestre musa ensayas en la tenue zampoña;
nosotros los patrios fines y las dulces siembras dejamos.
Nosotros huimos la patria. Tú, Títiro, lento en la sombra,
a resonar: “Amarilis hermosa”, a las selvas enseñas.
Títiro
Oh Melibeo, un dios estos ocios nos hizo;
pues será él para mí siempre un dios; a menudo
regará su altar un corderillo de nuestros oviles.
Él, que mis vacas erraran, como ves, y a mí mismo
me permitió jugar lo que quiera con el cálamo agreste.
Melibeo
No te envidio, en verdad; más me admiro: dondequiera por todos
los campos hay tal turbación. Mira: mis cabritas yo mismo
llevo, triste, delante; aun ésta. Títiro, traigo con pena,
que esforzándose aquí, en el denso avellanar, ha poco gemelos,
esperanza, ¡ay!, de mi grey, abandonó en la peña desnuda.
A menudo este mal —si necia no hubiera sido la mente—
nos predecían, me acuerdo, los robles desde el cielo tocados.
Mas con todo, cuál sea este dios, oh Títiro, dinos.
Títiro
A la ciudad que llaman Roma , Melibeo, creía,
simple de mí, la igual de esta nuestra a que a menudo solemos
empujar las tiernas crías los pastores de ovejas.
Así el igual del perro, al cachorro; el de su madre al cabrito
juzgaba; así comparar lo grande a lo pequeño solía.
Pero tanto ésta entre las otras urbes alzó la cabeza
cuanto suelen los cipreses entre los lentos viburnos.
Melibeo
¿Y cuál fue el gran motivo que de ver a Roma tuviste?
Títiro
La libertad que, aun tardía, volvió al indolente los ojos,
cuando ya, al rapármela, caía más blanca mi barba;
volvió a mí los ojos, no obstante, y vino tras muy largo tiempo,
después que Amarilis nos tiene y nos dejó Galatea.
Porque —he de confesarlo, pues—, mientras Galatea me tuvo,
ni esperanzas de libertad había, ni afán de peculio;
aun cuando copiosas víctimas de mis cercados salieran
y fuera el pingüe queso para la urbe ingrata exprimido,
nunca me volvía a casa grave de dinero la diestra.
Melibeo
Me admiraba, Amarilis, que afligida a los dioses llamaras;
por quién dejabas que en su árbol pendieran las frutas.
Títiro estaba ausente de aquí. Los mismos pinos, oh Títiro,
las mismas fuentes, te llamaban estos mismos plantíos.
Títiro
¿Qué iba a hacer? Ni salir de la esclavitud me era lícito
ni conocer dioses tan propicios en alguna otra parte.
Aquí vi a aquel joven, Melibeo, por quien todos los años
durante dos veces seis días nuestros altares humean.
Aquí, el primero, al yo pedírsela me dio la respuesta:
“Mozos: paced, como antes, las vacas; criad vuestros toros”.
Melibeo
¡Viejo afortunado! quedarán tuyos, por tanto, los campos,
y asaz grandes para ti, aunque a todos los prados recubran
la piedra desnuda y, con junco limoso, el pantano.
Pastos extraños no tentarán a las dolientes pariadas,
ni las dañará el mal contagio de un rebaño vecino.
¡Viejo afortunado! Aquí, entre conocidos arroyos,
y fuentes sagradas, tomarás la opaca frescura.
Acá, desde el linde vecino, un seto que siempre es pacido
en la flor del sauce por las abejas del Hibla, a menudo
con leve susurro te persuadirá de entrar en el sueño.
Acá, al pie de alta roca, cantará el podador a los vientos;
ni entre tanto tu cuidado, las roncas palomas,
dejarán de gemir, ni desde el olmo aéreo, la tórtola.
Títiro
Antes, por eso, en el éter pacerán los ciervos ligeros
y las olas pondrán en la costa los peces desnudos;
recorridos los países de ambos, el Parto exiliado
beberá en el Araris y la Germania en el Tigris,
antes que de nuestro pecho se resbale su rostro.
Melibeo
Mas de aquí iremos nosotros, unos, a los Afros sedientos;
otros a Escitia y al Oaxes revuelto de greda vendremos,
o a los Britanos, del orbe entero separados del todo.
¡Ay!, ¿algún día, tras largo tiempo, los patrios confines
y el techo de mi pobre cabaña, amontonado de césped,
admiraré, al ver mis reinos, tras algunas espigas?
¿Un soldado impío tendrá estos tan cultivados barbechos?
¿Un bárbaro estas mieses? ¡Ay! ¡Desde la discordia a los míseros
ciudadanos condujo! ¡Para éstos sembramos las tierras!
Ahora injertas, Melibeo, perales; enfila tus vides.
Id, mías, rebaño otrora dichoso; idos, cabritas.
Ya no, de hoy más, en la verde gruta acostado
os veré a lo lejos pender de la roca breñosa.
Ningún carmen cantaré. Ya no, al yo apacentaros, cabritas,
florido citiso cogeréis, y sauces amargos.
Títiro
Con todo, aquí podrías descansar conmigo esta noche
sobre verde follaje; sazonadas frutas tenemos,
suaves castañas y abundancia de leche exprimida.
Y las cimas de los caseríos ya a lo lejos humean,
y más grandes caen de los altos montes las sombras.