Leemos a la poeta gallega Raquel Vázquez (Lugo, 1990). Mereció recientemente el Premio a la Creación Joven de la Fundación Loewe por el poemario Aunque los mapas. Ha recibido otras distinciones como el Premio “València Nova” de la Institució Alfons el Magnànim, Premio de Poesía Granajoven, Premio de Poesía Joven Gloria Fuertes, Premio Poeta Juan Calderón Matador. Publicó los libros de poemas Lenguaje ensamblador (2019, Editorial Renacimiento), El hilo del invierno (2016, Hiperión), Si el neón no basta (2015, La Isla de Siltolá), Lied de lluvia para una piel ausente (2014, Alhulia), Luna turbia (2013, Torremozas), Pinacoteca de los sueños rotos (2012, Islavaria), Por el envés del tiempo (2011, Cardeñoso). A continuación, leeremos dos poemas de Aunque los mapas, acompañados de otros poemas de Lenguaje ensamblador.
HIROSHIMA
El tiempo en Hiroshima avanza en bicicleta.
Cíclicamente en los parques florecen
rosas y rayos gamma.
Un niño pedalea a lo largo del Ōta
con barba encanecida.
Otro juega al balón, no teme aún al cielo.
Una anciana recuerda la seda del yukata
derramada en las manos de su madre.
Febrilmente una joven hace el cómputo
de camisas radiactivas, palomas
blancas ante su ingreso por primera
vez en un hospital.
Un peatón se detiene.
Está azul el semáforo. Entrecierra
los ojos para ver, cree ver. Avanza.
Cruza un pájaro la rueda del sol
sin saber de los tarde.
Sin saber del dolor o de los nunca.
La bomba atómica sigue cayendo.
Sólo vemos la luz,
no cómo nos quemamos.
LO QUE SANGRA
El dolor es la brújula.
Un viento de retales no atina con el norte.
Aunque los mapas no
señalen la salida
tal vez portemos suficientes lápices.
Y una mano dibuja
con más habilidad que las alas que nos faltan.
Y el dolor es la brújula.
Sólo hiere la vida y es por ahora nuestra.
Igual que la ilusión
de poder elegir cuándo nos duele.
La ilusión de elegir, dentro, lo que nos sangra.
RAÍL
Todos tus sueños hechos ventanilla.
Cargas con lo correcto, sin defraudar a nadie.
Y para los andenes te has roto la mirada.
Un millón de caminos
perpetran en tu espalda los recuerdos
que has llevado a desguace en el futuro,
que no han sido presente.
Tu equipaje es, te dices, el que te corresponde.
El único posible.
Para aliviar la herida,
sólo sabes cerrar fuerte los ojos.
UCRONÍA
Serían las palabras adecuadas.
Con la elocuencia justa, hacer explícita
la talla sobre el aire;
un beso tímido, dos, ya sin duda
entrenzados los ojos.
Y en cada encuentro la piel como un fénix
que en la misma ceniza
ya reconoce el vuelo,
con sonrisas que riegan
la orquídea de la luz que cae en la tarde,
los abrazos sin cifra
ni tampoco computados los pasos
—alguno errado—, incluso los bostezos:
la sombra, al fin, tan necesaria siempre
para alguna promesa
que, aun nacida del tacto,
se mantendría inmune a la erosión.
Sería la rutina
en un realismo mágico,
los hallazgos, los juegos con los niños
o al cuadrar la hipoteca,
la discrepancia, el grito inapropiado
al que sigue un perdón tal vez no velocista
pero que nunca deja inconcluso el camino.
Igual que el de los años, las arrugas,
camas impuestas, blanco
de hospitales, el negro inamovible
con el que acaban por hacer su trueque
todos los horizontes y lenguajes.
Y ahora sólo serían las frases oportunas.
Si no fuera el reloj, los minutos sembrados
en medio de los tópicos,
la cuenta ya abonada al camarero
y dos sillas que gimen su derrota:
la hora de despedirse
—cada uno hacia su casa—.
Despedirse en silencio, una vez más,
de aquel maldito tiempo que no llega.
LA ÚLTIMA RESISTENCIA
Una incisión callada,
un desecho de luz.
Existir es tan sólo una promesa.
Una intuición, quizá.
La última resistencia arraigada a los nombres.
Tal vez donde las sílabas rompen de madrugada,
donde cada rendija
es un árbol con frutos: existimos.
Aunque no sea más que de sombra a sombra.