33 + 1 voces de la poesía uruguaya actual: Melisa Machado

La noche amarilla. 33 + 1 voces de la poesía uruguaya actual” es un dossier que ha preparado Marisa Martínez Pérsico para los lectores de Círculo de Poesía. Su objetivo es visibilizar y difundir un repertorio de voces que se inscriben en distintas tradiciones líricas, es decir, mostrar una parte de lo que acontece en la poesía oriental a partir de cuatro criterios: diversidad discursiva y/o estética, integración equitativa de poetas mujeres y hombres, integración generacional (de por lo menos cuatro promociones etarias) e inclusión de poetas que escriben fuera del país (en Argentina, Brasil, México, España y Suecia). [Lee la introducción a esta muestra aquí] .

Leemos una selección de «Podrías hacer de ella una mujer tumbada» y otros poemas de Melisa Machado (Durazno, 1966). Es poeta, periodista cultural y terapeuta psicocorporal. Ha escrito los libros de poesía: Ritual de las Primicias (Ediciones Imaginarias, 1994), El lodo de la Estirpe (Artefato, 2005), Adarga (2002), Jamba de Flores Negras (2006) y Marjal (2008). Poemas suyos han sido incluidos en las antologías Mujeres de Mucha Monta (Arca, 1992), La Abadía de los Pensamientos y otros poemas (Arca, 1993), El Amplio Jardín (Embajada de Colombia – MEC, 2005), y Nada es igual después de la poesía: Cincuenta poetas uruguayos del medio siglo, 1955-2005, (MEC – Archivo General de la Nación, 2005).

 

 

 

 

 

I.

 

Supe reinar en la tierra como gata distraída que mira de reojo a su amo encantado.
Tenía las orejas alertas y mis nombres eran varios: biaiam fafanta molusco.
Como de un panal salían las vocales de mi casta
y varias otras habían que ni olvido ni recuerdo,
porque largas fueron las horas del amor.
También aprendí a esconder palabras como si fuesen piedras.
Y las furias mordían mi corazón, convertían mi cuerpo en tallo,
sacudían mi aliento hasta dejarme insomne.
“Raza de felinos sin sueño. A ellos perteneces”, dijo el vengador.
Y mi cuerpo desolado es ahora un inmenso sitio donde nada cae ni se agota.
Aunque tenga ante mí al de los pies bellos e indefensos.
no cortes, no resistas, no temas
Soy solo edad: arena y tierra en caldo de hechicera
no pises, no pruebes, no gires
Anúdate el ceño con el filo del relámpago. Cíñete la cintura con tu último sudor.
Échate el destino encima, rueda las monedas.
Aunque uses los gestos impropios del que quiere nombrar el fuego
y sólo humo sale de su boca.

 

 

 

 

 

II.

 

Yo remaría contigo hermano,
vuelta sobre ti sin muertos ni manzanas.
Con dedos de niño y migajas de pan
volcaría tu cuerpo sobre tierra blanda.
No habría oleada de piedra,
solo tu piel lustrosa como lomo de perro
y las brillantes fauces mojadas.
El musgo de mi aliento crecería a tus pies
mullidas hebras,
sólido tapiz para tu nuez.

 

 

 

 

III.

 

Cubriré mis pies con aceite,
me despojaré de ornamentos.
Quizás te asombre el cuerpo liso,
el corazón demasiado poblado.
Y cuando desanude las telas
verás echado a mis pies al cachorro más amable:
escudillas donde entibiarse las manos.

 

 

 

 

VI.

 

Podrías hacer de ella una mujer tumbada.
Y de pie soportar la embestida del asalto.
Esa mujer disecaría cada víscera de tu entraña,
la arroparía dulcemente entre sus piernas.

Créela, convéncela.

No habrá amante más dispuesta,
ni hembra capaz de beber las aguas más amargas:
sal para tu sed, azúcar para tu fruta.

Y el dolor, justa recompensa por la conquista, cohabitará con ustedes.

Se trabará gran batalla entre esposa y hombre.
El botín serán sólo ruinas: una tela con olor, una herida en la mejilla.
Y los amigos vendrán en manada.
Nadie será capaz de comprender
pero no habrá contrato que resista ni firma mil veces estampada.

Los moradores de la casa huirán despavoridos,
nadie querrá saber de gritos ni lamentos.

Como hombre y mujer intercambiarán susurros y apetitos.

Es verdad histórica.
Adúlteros los llamarán: maldita hembra, funesto caballero.

Enfervorecidos por la envidia habrá quien se atreva con las piedras,
calumnias se dirán al amparo de los muros.

Pero la mujer solo habrá dicho:
“Quédate conmigo, haz de mí un instrumento de tu fe.
No soy tu enemigo ni el castigo”.

Pero el caos vino con ella y con sus relucientes cabellos.

“Aleja de mí este cáliz”,
argumentó el hombre pero la mujer insistió.
“Aleja de mí este cáliz”,
llegó a murmurar antes de beber la copa de su seno.

Lo que llamamos pasión prevaleció.

El bebió sorbos dulces
y recogió después bayas amargas
dejadas en su lengua por envidiosos y parientes.

La mujer fue llevada al templo,
castigada con injusta saña.
Hubo de beber el polvo del suelo
terciado con el sudor de las sábanas.
Bebió de rodillas sobre las semillas dispuestas para su dolor,
la frente alzada a la piedad del mediodía.

El hombre presenció aquello y elaboró bajos juramentos.
“Así no”, repetía quedamente pero nadie lo escuchaba.
Hubo de beber la mezcla polvorosa.

“Si eres pura no se hinchará tu vientre”, le auguraron.
Y la mujer tuvo dolores como los de parir.
Lanzó fuego por las partes.
Fue maloliente.

Y el hombre supo que había sido puesto a prueba.
Tiritó tres noches con sus días.

“Quienquiera que seas vuelve a mí en esta hora”,
se escuchó decir.
Es verdad histórica.
Quien tenga algo que agregar que guarde su lengua para siempre.

 

 

 

 

VIII.

 

Bella luzbel de correas puestas,
osa de crueles oseznos.
Estos son tus reducidos bienes:
palabras de arena, zarpazos de pluma.
Comerás ahora del pan ácido,
beberás del viento de sal.
Agua no habrá donde calmar tu sed
ni piedra que acunar.

 

 

 

 

 

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