Silva de varia lección: Fray Antonio de Guevara

En esta primera entrega de la serie Silva de varia lección, el poeta Mario Bojórquez nos acerca a la relectura de Fray Antonio de Guevara y su Libro Áureo de Marco Aurelio o Relox de Príncipes.

 

 

 

Antonio de Guevara (¿1480?-1545) fraile franciscano, fue Cronista Real, Predicador Aúlico y Consejero de Carlos V al mismo tiempo que Comisionado de la Inquisición y Obispo de Guadix y de Mondoñedo. Autor muy conocido en su tiempo, trató en sus libros el tema de la vida en la corte y sus congojas, donde la política y el buen gobierno de las causas del reino tanto como la limpieza y el orden de la vida privada, no dejaban resquicio para la molicie en el ejercicio religioso así como el descuido de las maneras en el trato social. Publicó en 1525 El Libro Áureo de Marco Aurelio que rehizo en 1529 con el nombre de Relox de Príncipes. Otros títulos conocidos son Aviso de los Privados, Arte de Marear y Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea. Junto a otros autores como Fernando del Pulgar o Pero Mexia de quien tomamos el título de esta serie Silva de Varia Lección, iniciaron los antecedentes del ensayo en lengua española y junto a Alfonso de Valdés, Juan Luis Vives, Diego de Saavedra Fajardo y Baltasar Gracián la gran escuela de los Moralistas Castellanos. Contemporáneo de grandes poetas como Garci Lasso de la Vega y Juan Boscán, desde la nueva prosa participó y sentó las bases del Renacimiento Hispánico.

MB

 

 

 

 

 

Relox de Príncipes
o El Libro Áureo de Marco Aurelio

De las palabras que Marco Aurelio dijo a su hijo y de la tabla de los consejos que antes que expirase le dio y de lo que se contenía en ella.

Acabadas las encomiendas que el Emperador a Commodo su hijo encomendó, quebrando ya el alba del día, comenzáronse a quebrar los ojos, turbar la lengua, y temblar las manos: y como esto el venturoso Emperador sintiese, sacando de la flaqueza fuerza y del desmayo corazón, mandó a Panucio, su secretario, fuese a su escriptorio y le trajese una arca grande allí en su presencia y, abriéndola, sacó una tabla pequeña que tenía tres pies en ancho y dos en largo… Pues tomando el Emperador la tabla en las manos, apenas podiendo hablar, dijo: “Ya, hijo, ves cómo de los vaivenes de la fortuna escapo y en los tristes hados de la muerte entro: no sé para qué los dioses nos criaron, pues hay en la vida tanto enojo y en la muerte tanto peligro. Yo no entiendo a los dioses, porque tan gran crueldad usaron con las criaturas: sesenta y dos años he navegado en grandes trabajos por el peligro de esta vida y agora mándanme desembarcar de la carne y tomar tierra en la sepultura. Ya se desata el argadillo, ya se desteje el ordimbre, ya se corta la tela, ya se me acaba la vida, ya despierto desta modorra. Acordándome de lo que he pasado en la vida, no he gana de más vida: y como no sé el camino por do nos encamina la muerte, rehuso la muerte. ¿Qué haré? Determínome de dejarme en mano de los dioses de mi propria voluntad, pues ha de ser necesidad, a los cuales pido que, si me criaron para algo bueno, por mis deméritos no me priven dello. Ya estoy en el último vale, y para esta postrera hora te tengo guardada la mayor y más excelente joya que yo he poseído en mi vida. Sabrás que en el año décimo de mi imperio se me levantó una guerra contra los partos, por cuya causa, con mi persona propria les hube de dar la batalla. La guerra acabada, víneme por la antigua Tebas de Egipto por ver algunas antigüedades, entre las cuales hallé en casa de un sacerdote esta tabla, la cual el día que alzaban a uno los egipcios por rey, luego a la cabecera de su cama la colgaban…Yo, hijo, la he tenido conmigo, y ruego a los dioses que tales sean tus obras, cuales en ella hallarás los consejos. Como emperador te dejo heredero de tantos reinos y como padre te doy esta tabla de los consejos. Sea ésta la última palabra: que con el imperio serás temido y con los consejos de esta tabla serás amado”. Esto dicho, y la tabla entregada, volvió los ojos el Emperador, y por espacio de un cuarto de hora pasado expiró. Tornando, pues, a la sobredicha escriptura, estaba en aquella tabla… un letrero de letras griegas cuasi por modo de verso heroico, que en nuestro vulgar querían decir:

Nunca sublimé al rico tirano ni aborrecí al pobre justo.
Nunca negué la justicia al pobre por pobre ni perdoné al rico por rico.
Nunca hice merced por sola afección ni di castigo por sola pasión.
Nunca dejé mal sin castigo ni bien sin galardón.
Nunca clara justicia cometí a otros ni la obscura determiné por mí.
Nunca negué justicia a quien me la pidiese ni misericordia a quien la mereciese.
Nunca hice castigo estando enojado, ni prometí mercedes estando alegre.
Nunca me descuidé en la prosperidad, ni desesperé en la adversidad.
Nunca hice mal por malicia, ni cometí vileza por avaricia.
Nunca di puerta a lisonjeros, ni las orejas a murmuradores.
Siempre trabajé ser amado de buenos, y temido de malos.
Finalmente favorecí a los pobres que podían poco; fui favorescido de los dioses que podían mucho.

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