Perseguir la huella de lo sagrado. Texto de José Vicente Anaya

José Vicente Anaya (1947-2020) se pregunta ¿para qué poesía? ¿Para qué poetas? Y urde una respuesta colectiva, apoyándose en las reflexiones de filósofos y poetas que dilataron y transgredieron la realidad a través de sus vidas y obras. 

 

 

 

 

 

Perseguir la huella de lo sagrado

 

“Poesía, ¿para qué?” es una pregunta sencilla, pero caeríamos en una trampa si creemos poder responderla con una simple definición, pues nos quedaríamos en un cliché reduccionista y, por lo mismo, limitado a su cortedad de miras, ya que si bien es cierto que la mencionada pregunta es sencilla, contestarla, no obstante, nos obliga a dar un movimiento de complejidades. Si queremos acercarnos a una respuesta menos limitada primeramente debemos tener una idea sobre qué es esa cosa llamada poesía; y de seguro que vamos a cruzarnos con que existe alguien que la hace, por supuesto que no nos es difícil adivinar que a ese artífice lo han llamado poeta. No está por demás decir que en muchos casos de la historia literaria encontramos convencimientos muy insistentes de destacados autores, sobre todo de la tradición vidente, esos raros seres que son los vates y los bardos, quienes rotundamente han negado que exista diferencia entre creación poética y su creador el poeta. Uno de ellos nos es cercano en el tiempo, miembro determinante de la generación beat, la última vanguardia poética del siglo XX, me refiero a Gregory Corso cuando nos dice:

 

Poesía y poeta son inseparables; no puedo escribir sobre la primera sin referirme al segundo. En tanto poeta, yo soy la poesía que escribo… Yo soy la sustancia de mi poesía. Quien honre a la poesía me honra a mí. Quien me maldiga, maldice a la poesía. Soy la poesía que escribo. A la poesía la vivo, la gozo, la sufro; y deseo que todo lo que hay de maravilla y grandiosidad en ella sea mío y de todos. No he escrito ningún poema que no fuera tan afín a mí mismo como lo es mi carne.

 

En esa tradición vidente está el inolvidable y terrible Arthur Rimbaud, de quien hay que recordar un fragmento de la carta que a sus 17 años de edad dirigió a su amigo Paul Demeny, leemos:

 

El poeta se vuelve vidente por un largo, inmenso, razonado desarreglo degradante de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura: él se busca a sí mismo, consume todos los venenos para sólo conservar las quintaesencias. Inefable tortura en que requiere de toda la fidelidad, de toda la fuerza sobrehumana en que se convierte entre todos en el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito —¡y el Sabio Supremo!— porque él llega a lo desconocido. ¡Pues ha cultivado su alma, ya rica, más que nadie!

 

¿Quién avala a quién? Ya el filósofo Platón, sobrepasando su famosa conseja de expulsar a los poetas de la “República” de los políticos (¿no habrá sido esta idea una forma de salvar a los poetas de mezclarse con el racionalismo pedestre y la frialdad para cometer injusticias, etc.?)  había dicho:

 

Todo aquel que se atreve a escribir poesía sin estar poseído por el delirio que este arte exige, creyendo que puede ser poeta tan sólo con escribir de acuerdo con determinados recursos técnicos, estará muy lejos de ser un poeta verdadero. Pues la poesía de los letrados siempre será eclipsada por aquella que destila locura divina.

 

A la respuesta sobre qué es la poesía sólo nos acercamos escuchando a los mismos poetas (en algunas ocasiones también a los filósofos que anhelan y/o respetan y valoran en mucho los encuentros del vate). Sobre qué es poesía encontramos tantas respuestas como poetas han discernido sobre el asunto. Como no sería posible reunir aquí a todas las voces, en una pequeña selección leemos:

 

La poesía es médium de los misterios de la voz. En la poesía se aplican, hábilmente, las inspiraciones de la voz y del idioma para captar esos estados de ánimo que son extraños y poderosos.

Gary Snynder

 

La poesía no constituye un sistema, sino hechos verdaderos que se encuentran o suceden a través de los sonidos. La poesía es un acto del pensamiento que llega al punto culminante, es una muestra de libertad más plena.

Michael McClure

 

En el fondo, la poesía es una crítica de la vida.

Mathew Arnold

 

Más que una “crítica de la vida”, la poesía es como un acero al rojo vivo que critica al fuego.

 Ezra Pound

 

La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida perplejidad ante algo irracional —tierra desconocida. Pero el acto de la poesía —si es lícito distinguir así, separar la llama de la materia ardiente— es una voluntad absoluta de ver claro, de reducir a razón, de saber. El mito y el logos […] La poesía repite un modelo divino.

Cesare Pavese

 

En un plano más extenso, recogemos las palabras de Roberto Juarroz, sin duda uno de los poetas más lúcidos a finales del siglo XX, quien escribió:

 

La poesía abre la escala de lo real y nos impide seguir viviendo escuálidamente en el segmento convencional y espasmódico de los automatismos cotidianos. Es una ruptura para siempre, que nos sitúa en el infinito real, el infinito que empieza en cada cosa y deja de ser así un anacrónico decorado o una invocación medieval. Esto pone en su lugar al ser humano y desplaza lo secundario, desde la política o el deporte hasta los carriles mercantilistas de la reputación o el éxito. La poesía abre la escala de lo real y cambia la vida, el lenguaje, la visión o experiencia del mundo, la capacidad de realidad de cada uno, la posibilidad de creación. La poesía crea realidad, crea presencia. Es una explosión de ser a través de un uso diferente de las palabras. Nada está terminado: la realidad se crea. La poesía consiste en eso: crear más realidad, agregar realidad a la realidad, combinando de nuevo el mundo y el lenguaje, llevando al ser humano a su punto extremo, gestando la presencia que es el poema, para quebrar así nuestra soledad y trascender el juego tenebroso de las preguntas y respuestas. La poesía es por todo esto el mayor realismo posible, aunque los incautos, los ignorantes y los necios la consideren una abstracción, una evasión o una veleidad subsidiaria de la prepotencia política o ideológica.

            La poesía es, además el mayor realismo posible porque trata de unir al hombre dividido y fracturado, fundiendo sus cabos sueltos en un solo  cabo, que ya no importa si está suelto o no. Entonces, el pensar y el sentir son una sola cosa, como la inteligencia y el amor, la contemplación y la acción.

 

Nos encontramos, así, ante un pequeño resumen de varias opiniones (no las suficientes, por cierto) sobre poeta y poesía. Salvo algunas intuiciones entre líneas, podemos ver que todavía no está claro el acercamiento a responder a para qué poesía que sugiere desdoblarse en: 1. para qué escribir poesía, 2. para qué sirve la poesía, 3. para qué leer poesía, 4. para qué pensar en la poesía, 5. para qué estudiar poesía, etc. Volvamos a retomar los primeros acercamientos.

            Si poesía y poeta son inseparables conviene también preguntarnos “¿Para qué poeta?” No somos los primeros en hacernos esa interrogación. Fue la pregunta determinante de la existencia del Príncipe de los Poetas, el gran romántico Friederich Hölderlin. ¿En qué tiempo y en qué contexto? Corresponde a la época que el filósofo Martín Heidegger metafóricamente llamó “la noche del mundo”. El despegue y auge de un enorme cambio en la cotidianidad de los humanos: el capitalismo como economía, política e ideología. Aunque muchos han visto y siguen viendo grandes bondades en dicho sistema, los poetas románticos denunciaron que en todo eso había mucha avaricia, traiciones, hipocresías, abusos, injusticias y sobre todo el anuncio de ver y tratar a los humanos como cosas, es decir, la pérdida de la humanidad en los seres y con ello, de todo lo que consideraban trascendente como la espiritualidad, los sentimientos, las vivencias. Así, Hölderlin y la mayoría de sus correligionarios vieron, en lo que estaba sucediendo, menos libertad y democracia que un subsumirse en un mundo miserable. Entonces, la pregunta de este gran poeta fue “¿Y para qué ser poeta / en tiempos de miseria?” Ese tiempo oscuro, pues, no merecía tener poetas y, por consiguiente, ni poesía. Friedrich Hölderlin lo cumplió con el silencio poético durante casi los últimos cuarenta años de su vida. Desde ese momento, dijo este poeta, la humanidad quedó sin dioses y “abandonada en tinieblas subterráneas”.

            Martín Heidegger argumenta que esa oscuridad continuó, ergo, si los poetas querían asumir su vocación habrían de ejercer una poesía de luz que creara girones de fuego entre la noche oscura. Y acota:

 

Poetas son los mortales que, cantando con seriedad al dios del vino [al placer y al éxtasis], sienten la huella de los dioses que han huido, permanecen en su huella y de esta suerte otean para los mortales afines el camino hacia el cambio. Pero el éter, el único donde los dioses son dioses, es su divinidad. El elemento de ese éter, aquello donde mora aún la divinidad misma, es lo sagrado… Propio de la esencia del poeta que es verdaderamente poeta en esta época del mundo, es que, a causa de la miseria de la época, ante todo la poesía y la vocación poética se conviertan para él en cuestión poética. De ahí que los “poetas en tiempos de miseria” tengan que cantar propiamente la esencia de la poesía.

                …El tiempo es miserable porque le falta el desocultamiento de la esencia del dolor, de la muerte y del amor… Mas queda aun el canto que habla de la tierra.

                …En la edad del mundo de la noche del mundo es preciso enterarse del abismo del mundo y soportarlo. Mas para ello es necesario que haya quienes bajen hasta el fondo del abismo… Los más arriesgados [para bajar al fondo de ese abismo] son los poetas, pero poetas cuyo canto vuelve a lo abierto nuestro estar-desamparados. Estos poetas cantan porque invierten el apartamiento respecto de lo abierto e interiorizan su irredención en el todo sagrado, lo santo en lo funesto… Los poetas son de la índole de aquellos más arriesgados porque experimentan lo funesto como tal en busca de la huella de lo sagrado. Su canto sobre la tierra santifica. Su canto celebra lo incólume de la esfera del ser.

 

¿Acaso ya pasó hoy, a principios de este siglo XXI, después de más de 200 años del grito acusador y amenazante de Hölderlin, la noche oscura del mundo? Desgraciadamente, esa oscuridad no sólo se ha extendido sino también profundizado. Las amenazas, en todos los sentidos, del capitalismo voraz y de sus repercusiones en las pasadas formas de socialfascismo y socialcomunismo en su versión sovietizante, siguen apoltronándose en poderosas estructuras de poder. Hoy todo eso se pone un disfraz llamado neoliberalismo. Parece que ayer fue cuando escuchamos el estruendoso “Aullido” en poesía de Allen Ginsberg desde las entrañas de su país Moloch “Cuya mente es pura maquinaria… cuya sangre es un flujo de dinero… quien por alma tiene bancos y electricidad… la enorme piedra de la guerra…” !!! etc. Los bombazos, las torturas, los desamparos, los gritos de dolor y hambre los seguimos escuchando y viendo todos los días. En el prólogo del poemario “Aullido” el poeta maestro de maestros William Carlos Williams  habló del patente infierno dentro de los Estados Unidos vivido por los poetas ante la ceguera de la mayoría ciudadana, y concluía esa idea acotando: “Los poetas podrán estar malditos pero no ciegos, ellos miran con los ojos de los ángeles.”

            Las preguntas “para qué poesía” y “para qué poeta” son una misma en estos tiempos de tantísima oscuridad y miseria humana. Estamos también, como apuntó uno e los más brillantes pensadores del siglo XX, Herbert Marcuse, en el despliegue de las contradicciones entre Eros (amor, placer, gozo, dicha, vivacidad, plenitud, degustar…) y Tanatos (muerte, displacer, desdicha, dolor, vacío, amargura…). Así, para Marcuse todo lo que favorece a Eros es revolucionario y actúa contra el Tanatos impositor desde las altas escalas del poder. Del lado de Eros, además, podemos sumar lo sagrado porque la cosificación imperante ha mutilado, fragmentado al ser humano y necesitamos de nuevo reconstruirnos, renacer, revivir hasta sobrevivirnos. Y para conllevarnos está la poesía que “llega a lo desconocido” Rimbaud, “destila locura divina”  Platón, “es médium de los misterios de la voz” Snynder, “no es un sistema sino hechos verdaderos” McClure, “es una crítica de la vida” Arnold, “es un acero al rojo vivo que critica al fuego” Pound, “abre la escala de lo real y cambia la vida” Juarroz, “es una voluntad absoluta de ver claro” Pavese, etc.

            También Saint-John Perse pensó que el drama del ser humano seguía siendo su fragmentación todavía después de la segunda mitad del siglo XX, y que a la poesía le correspondía el terreno que muestre la vivencia de lo sagrado, que es en el camino a la re-ligazón (religión)  “volverse a ligar” para encontrarnos menos mutilados. En su discurso al recibir el Premio Nobel Saint-John Perse nos decía:

 

El poeta existía en el hombre de las cavernas y existirá en el hombre de la era atómica porque es parte irreductible del ser humano. De la exigencia poética, de la exigencia espiritual, nacieron las religiones mismas, y por la gracia poética la chispa de lo divino vive para siempre en el sílex humano. Cuando las mitologías se derrumban, es en la poesía que lo divino encuentra refugio: y hasta relevo, tal vez. Como en la procesión antigua los portadores de antorchas sucedieron a los portadores de pan, ahora, en el orden social y en las inmediaciones de la vida, la imagen poética renueva la alta pasión de aquellos que buscan claridad.

 

Coincido con ese juicio brillante de Saint-John Perse, con el cual también participa un poeta que antes hemos citado y que nos es más cercano en el tiempo, Roberto Juarroz, cuando dice:

 

El destino del poeta moderno es volver a unir el pensar, el sentir, el imaginar, el crear. / Por eso la poesía debe ser vivida hoy como necesidad, celebración, transgresión, contracorriente y abismo. No hay lugar en ella para la comodidad, la mediocridad, la estupidez, el compromiso ajeno a ella misma, el sometimiento a cualquier poder, la conformidad, con no importa qué preceptiva, la transigencia con cualquier límite o doctrina o apadrinada subordinación. La poesía es la última grieta para forzar al mundo de lo absurdo, la vigilia más alta, la disponibilidad para lo abierto. / Es impostergable resacralizar el mundo y devolverle su trascendencia originaria. Pero esa desacralización sólo puede hacerse ya laicamente, sin dogmas, teologías ni iglesias. La poesía es la verdadera desacralización del mundo.

 

Perseguimos, pues, la huella de lo sagrado. Este argumento de Roberto Juarroz está tan claro que por hoy no tengo nada más que agregar a esta reflexión. Sólo me queda decir que suscribo lo dicho en tanto poeta inmerso en nuestra actual oscuridad del mundo.

 

 

 

 

 

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