Poesía rusa: Sveta Litvak

Presentamos, en versión de la poeta y traductora argentina Marisa Martínez Pérsico, dos poemas de Sveta Litvak (1959, Kovrov) traducidos desde el inglés durante los talleres de traducción celebrados en el marco de la XI Bienal de Poesía en Moscú, en diciembre de 2019. Litvak se graduó en la escuela de arte Ivanovo Art Institute. En Moscú trabajó en el Teatro de la Armada Soviética como pintora y escenógrafa. Es miembro del club underground moscovita «POEZIA». En 1996, junto a Nikolay Baitov, fundó un club de poesía performática que fue premiado en 1998 por el Open Society Institute. Publicó ocho libros de poemas y dos libros de prosa. Es colaboradora estable de las revistas literarias Znamia y Arion, entre otras. Fue parcialmente traducida al inglés, serbio, rumano, japonés, chino, y ahora también al español. Se dedica a la elaboración de libros objeto, libros de arte, videopoesía y poesía visual.

La Bienal de Poesía de Moscú, organizada por Natalia Azarova, es uno de los eventos más esperados y prestigiosos de la literatura rusa. Esta última edición estuvo dedicada al diálogo con la poesía latinoamericana: entre el 28 de noviembre y el 10 de diciembre, diecisiete poetas latinoamericanos entraron en un fértil diálogo con la poesía rusa contemporánea. De este encuentro deriva una serie de proyectos conjuntos, actualmente en marcha. 

 

 

 

 

 

OK entonces, si no yo, al menos ella, luego.
OK entonces, si no yo, al menos ella.
OK entonces, si no yo, al menos!
OK entonces, si no yo, al…
OK entonces, si no yo.
OK entonces, si no.
OK entonces, si…
OK entonces.
OK?

 

 

 

 

 

Mi vestido es marrón,
su chaqueta gris.
Es tan lindo y
yo seré la primera.

Una sonrisa plantada en los labios,
un bucle pícaro en la frente,
debajo de mi ventana crece un roble,
debajo de la suya, dos.

De pronto nos fuimos a nadar,
él decidió aplazarlo hasta el jueves
(aunque eso ya estaba decidido)
y partimos de todos modos.

Cruzamos el viejo puente
y nos acostamos juntos en la arena,
me chorreaba vapor de las trenzas húmedas
y en el camino de regreso viajé liviana.

La luna menguante descubrió sus dientes
y detrás de las pequeñas cortinas verdes,
mi vestido, todavía húmedo,
proyectó una sombra en la pared.

Él frotó un fósforo contra la caja,
yo busqué las palabras para despedirme,
tanteó mucho tiempo en los bolsillos de su pantalón
pero estaba demasiado húmedo para encenderse.

Partimos después del desayuno
a la estación de tren.
Mientras la esbelta aguja del cielo se perdía
los trenes estaban funcionando y el mío salió a tiempo.

Regresaré en diez días,
islas imaginarias.
De esto no puede haber ninguna duda,
en este cuarto hay dos ventanas.

 

 

 

 

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