La estructura de la realidad derivada de la literatura, de Mario Calderón

Presentamos una reseña de Mario Bojórquez a La estructura de la realidad derivada de la literatura (Eternos malabares, 2013), libro del poeta y ensayista mexicano Mario Calderón (Timbinal, 1951). El lenguaje es una posibilidad positiva para el conocimiento del ser verdadero según Heidegger, o al menos para su entrevisión, pues vivimos inmersos en el mundo. Si “el ser habita en el lenguaje”, entonces la realidad deberá contener formas reconocibles en una gramática de los acontecimientos…

 

 

 

 

Mario Calderón y el poema de la realidad

 

Realizar la lectura de un libro que nos refiere una experiencia personal, es casi como si participáramos del drama de una novela o fuéramos celebrados en la música de un verso. Me siento como aquellos primitivos cristianos que se reunían para dar testimonio de la divinidad sobre la tierra, soy testigo y sujeto de estudio de esta práctica taumatúrgica que hoy se presenta a los asombrados ojos de los lectores. He recibido en comunicación directa los dictámenes del entorno a través de mi admirado poeta, sin proponérnoslo, al acaso sometidos, don Mario Calderón me ha revelado verdades tan íntimas que sólo el prodigio de la poesía nos puede iluminar como ocurre en la claridad imprevista sobre el resquicio de un umbral. Poesía como adivinación, palabra profética que explica el mundo, que nos coloca en la encrucijada de las decisiones, que nos previene sobre los hechos que el albedrío no puede negar.

Si la realidad es un gran texto que puede leerse, ¿por dónde empezaríamos su lectura? No fue otra la ciencia que los caldeos inauguraron para solaz de la tradición de Oriente: “Subo los peldaños curvos de la escala y bajo el dosel de la sublime esfera marco y fijo el gran texto estelar” nos dice en su Meditación, Trasilo de Alejandría, astrólogo de Tiberio. (Suetonio, Los doce Césares, Tiberio, XIV) Daniel, el profeta, se destacó como intérprete de sueños en la corte de Babilonia y predijo la ascensión al poder de Darío el Medo, hijo del rey Assuero, quien no existió históricamente: una inscripción divina sobre un muro del palacio de Nabónido, padre de Belsasar, rezaba: Mene, Mene, Tekel, Peres, Uparsin: “Contó Dios tu reino y le ha puesto fin. Pesado has sido en balanza y fuiste hallado falto. Tu reino ha sido roto y dado a los medos y persas.” (Dn. 5-25-28) Aristóteles mismo dedicó una parte de sus estudios al sueño y a la adivinación por el sueño en su Parva naturalia alejándose de la concepción platónica, estos estudios lograrán fijarse en la tradición a través de Artemidoro. Entre los nahuas, por testimonios recogidos en Fray Bernardino de Sahagún, nos enteramos de un sistema de interpretación de los sueños y de signos diversos como la cuenta de los años, la posición de los astros, los días fastos y nefastos, etc. Yo vivo en un pueblo llamado La Candelaria en Coyoacán, cuyo nombre original registrado en la crónica nahua de la conquista es, Macuitlapilco (Visión de los vencidos, Leon Portilla, Miguel, pp. 89 y ss), que quiere decir “cinco amarraduras de años”, el equivalente a cinco ciclos de 13, sesenta y cinco años, sin duda una fecha sagrada que ya no sabemos qué significa.

Todas las tradiciones conocidas de los más antiguos y diversos pueblos incluyen formas de aproximación a una suerte de lectura simbólica de los sucesos, sueños y pensamientos. Con metodologías dispares, han llegado hasta nosotros fórmulas sapienciales que se practican con asiduidad contemporáneamente: tarot, I-ching, baraja española, psicografía, ouija, runas, horóscopos, por mencionar algunos de los más conocidos. La psicoterapia actual no desdeña estas formas de exploración del inconsciente y aún valida, todavía tímidamente, la práctica del mesmerismo como una puerta a la metempsicosis. ¿De qué está hecho, pues, este deseo del hombre por escudriñar el sentido secreto de los acontecimientos? ¿Cómo opera sobre nuestro ánimo la certeza de que existen ciertas relaciones simbólicas entre lo que soñamos y los objetos que nos rodean, entre lo que anhelamos y las percepciones físicas, táctiles, sonoras, olfativas que detonan la impresión de que tenemos, como quería el poeta Rubén Darío, “un alma sentimental, sensible y sensitiva”?

El lenguaje es una posibilidad positiva para el conocimiento del ser verdadero según Heidegger, o al menos para su entrevisión, pues vivimos inmersos en el mundo. Si “el ser habita en el lenguaje”, entonces la realidad deberá contener formas reconocibles en una gramática de los acontecimientos, me refiero a una sintaxis o cadena temporal de sucesos como en el mito del viaje del héroe de Joseph Campbell y su correspondiente contraparte morfológica o espacial, cada cosa derivada de otra, como el sustento lexemático de la figura retórica poliptotón o polipote: “Pues mientras vive el vencido, venciendo está el vencedor” y que reconoceremos en el coloquial proverbio “una cosa llevó a la otra”. Porque, ¿qué es la definición de Aristóteles para metáfora en su Poética, “trasponer un nombre de una cosa a otra cuando exista un elemento de semejanza”? En Alejandría la gramática fue llamada Analogía ya por Apolonio Díscolo en su Sintaxis, si el procedimiento analógico en matemáticas es una derivación de elementos por semejanza, la metáfora es la forma matemática del lenguaje, donde a un plano real se le opone un plano evocado que producen finalmente un plano metafórico, este es el método que nos propone Mario Calderón para leer la realidad en su maravilloso libro.

El Palacio de la Alhambra es un edificio que es un texto, un vasto poema epigráfico donde sobresale el siguiente verso: “Sólo Dios es poderoso.” La función originaria del epigrama fue la escritura de poemas en los objetos, hasta que Catulo y Marcial lo llevaron a la categoría de construcción literaria sin olvidar su tradicional forma de recepción, el graffiti. Arthur Rimbaud lee en las vocales de su soneto los colores que tienen los sonidos por sinestesia. Charles Baudelaire en su poema Correspondencias (la versión es mía) nos dice que: “La Natura es un templo de vívidos pilares  / donde a veces se escuchan las confusas palabras / y el hombre se encamina por florestas de símbolos / que lo observan atentos con ojos familiares. // Cual prolongados ecos que a lo lejos confunden / las tenebrosas sombras, la profunda unidad / vasta como la noche, como la claridad / los perfumes, colores, sonidos se responden. // Hay perfumes tan frescos como cuerpos de niños, / dulces como trompetas, verdes como los prados / y otros que corrompidos, se enriquecen triunfantes, // se expanden las materias de cosas infinitas / como el ámbar, almizcle, el benjuí y el incienso / que cantan la alegría del sentido y el alma.

En la literatura como en la vida, la metáfora es un proceso cognitivo, forma del conocimiento que nos permite construir un discurso de la realidad, la vida como un viaje, la discusión argumentativa como una guerra, el cuerpo como una máquina. Ya Lakoff nos previno con sus metáforas direccionales que todo lo que está arriba es bueno y lo que está abajo malo, correcto todo lo que está a la derecha, incorrecto lo que está a la izquierda. La aportación de Mario Calderón al estudio de la poesía es la confirmación de un saber empírico que ha sido conservado por el chamán de la tribu, la magia simpatética que nos muestra Sir James George Frazer en La rama dorada y que nos explica Robert Graves en su gramática histórica de La diosa blanca.

El primer párrafo de la Carta a una señorita de París de Julio Cortázar, es una lectura del entorno tal como la entiende Mario Calderón:

“Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar… Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafío me pase por los ojos como un bando de gorriones.”

Don Mario Calderón publicó al principio de la década pasada un libro de ficciones, Destino, donde ya aproximaba algunas reflexiones en relación al estudio del entorno y de los nombres, su obra poética reciente reunida en Vibraciones de la creación, es el resumen lírico de esta misma disposición: el mundo es legible. Si todo en nuestro rededor son señales perceptibles de un orden superior que nos rebasa al incluirnos, tomemos ejemplo de lo que la realidad nos ofrece en su texto magnífico, así Gerard de Nerval leyó en los árboles tremantes la confirmación de su amor por Aurelia, así Isidore Ducasse le hablo al viejo Océano con las palabras del agua y del delirio. La poesía es la habitación más pura de la presencia, no nos resulte extraño que “el silencio mismo esté poblado de signos” como nos alertó Octavio Paz. Leer el entorno será muy pronto una de las formas comunes de consulta del arcano.

 

Mario Bojórquez

 

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