Recuerda Anselm Jappe que tiene nuestro tiempo la urgencia de descolonizarse y reinventar la felicidad. Para lo primero, es necesario conocer a los nuevos poetas africanos. Leandro Calle construye un dossier en que leemos ahora a Donato Ndongo-Bidyogo (Niefang, Guinea Ecuatorial, 1950), que es considerado uno de los máximos impulsores del africanismo en España. Periodista e historiador, fue delegado de la Agencia EFE en África central, director adjunto del Centro Cultural Hispano-Guineano de Malabo y director del Centro de Estudios Africanos en la Universidad de Murcia (España). Ex profesor visitante de la Universidad de Misuri-Columbia (Estados Unidos), imparte conferencias en instituciones académicas de África, Europa y América. Colaborador habitual en medios de comunicación españoles, entre sus publicaciones destacan las novelas Las tinieblas de tu memoria negra, Los poderes de la tempestad y El Metro, traducidas a varios idiomas. También es autor de libros de ensayo, relatos y poesía. La segunda edición de su Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial fue publicada -revisada y ampliada- en diciembre de 2019 por Edicions Bellaterra (Barcelona, España).
Quizás, algún día, lo sepa todo, casi.
Y te lo diré, amiga mía, en un solo susurro,
para que recuerdes cuánto te quise.
S
i
n
p
a
l
a
b
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a
s
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2
Les bastó la fácil facundia de lenguaraces
incontinentes, desoyendo sólidas razones
razonables contenidas en tus suaves latidos,
suprema muestra de amor anhelada en las luchas
temerarias, asidas las cinturas en extorsión sublime.
Y contemplamos el amanecer de un universo
poblado de gnomos imberbes, cantando alegres
glorias al sol glorioso que agostaría sus almas,
sus campos expuestos a plagas desoladoras
que devastaron sus cuerpos y nuestra Tierra.
Mientras, tratabas de venderme tu ternura,
y yo te decía que te abrigaras de su sombra.
Vivir del futuro, limo de un limbo nimio,
fruto de la angustia del tiempo inmóvil,
estólidas sombras agotadas en triviales escarceos
destinados a fenecer sin la más tibia misericordia.
No me engañaste. Vi tus fobias de diosa obsesa,
y supe, amiga mía, que no éramos sino los goznes
perversos que atan sus almas pérfidas al porvenir,
siniestros horizontes conformados de palabras. Solo.
3
Nos cegaron blasones de purpurina
absortos en los juegos florales. ¿Ingenuos?
No… Desoímos las ásperas voces
revelando los encantos velados
en artificios elocuentes:
ríos sin peces, peces sin ríos,
eterna felicidad en nuestras vidas anodinas
gestos ampulosos, voces engoladas,
contundentes martillos recubiertos en suave terciopelo.
Años. Siglos. ¿Tanto tiempo pasó?
¿Y la dicha suprema? ¿Y el paraíso en la Tierra?
Nubes. Vientos. ¿Ves, amiga mía? Nada.
Abre los ojos. Fíjate bien: se vislumbra la claridad
que anunciará lo visible. Y pisarás la tierra,
y verás revolotear las mariposas.
En ti se esconde la clave de tus sueños.
4
Siento calor en tus fríos brazos.
Imposible alegoría condenada desde el albor,
mística corrosiva de la existencia:
(Extenuados por las palabras
aniquilados por la oscuridad
corroídos por nuestra propia insensatez
nos consumimos en la nostalgia del tiempo.
E indecorosos con la inmundicia
gritamos, amiga mía, solos,
tránsfugas de la eternidad
ateridos en el promontorio helado
que imaginamos el Monte Sagrado.)
Y aquí, cuando escribo, marchita el alma,
descubriéndote en la ensoñación
siento el frío del calor de tus días
y s
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m
e
h
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a
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c
o r a z ó n
desde el ecuador de tu cálido aliento.
(Inmarcesible litigio entre tu mar y el viento.)
Sí, siempre sentiré el calor de tus fríos brazos.
5
Yo no quiero ser poeta
para cantar a África.
Yo no quiero ser poeta
para glosar lo negro.
Yo no quiero ser poeta así.
El poeta no es cantor de bellezas.
El poeta no luce la brillante piel negra.
El poeta, este poeta no tiene voz
para andares ondulantes de hermosas damas
de pelos rizados y caderas redondas.
El poeta llora su tierra
inmensa y pequeña
dura y frágil
luminosa y oscura
rica y pobre.
Este poeta tiene su mano atada
a las cadenas que atan a su gente.
Este poeta no siente nostalgia
de glorias pasadas.
Yo no canto al sexo exultante
que huele a jardín de rosas.
Yo no adoro labios gruesos
que saben a mango fresco.
Yo pienso en la mujer encorvada
bajo su cesto cargado de leña
con un niño chupando la teta vacía.
Yo describo la triste historia
de un mundo poblado de blancos
negros
rojos y
amarillos
que saltan de charca en charca
sin hablarse ni mirarse.
El poeta llora a los muertos
que matan manos negras
…/…
en nombre de la Negritud.
Yo canto con mi pueblo
una vida pasada bajo el cacaotero
para que ellos merienden cho-co-la-te.
Si su pueblo está triste,
el poeta está triste.
Yo no soy poeta por voluntad divina.
El poeta es poeta por voluntad humana.
Yo no quiero la poesía
que solo deleita los oídos de los poetas.
Yo no quiero la poesía
que se lee en noches de vino tinto
y mujeres embelesadas.
Poesía, sí.
Poetas, sí.
Pero que sepan lo que es el hombre
y por qué sufre el hombre
y por qué gime el hombre.
7
Bajo las nubes encrespadas contemplé,
sereno, la belleza de tu rostro ardoroso
desde el candor de la hierba yerta.
Escondidos tras fugaces sombras
de nuestro ayer inconcluso
supimos sustraernos a sus flujos y reflujos
absortos en el silencio apacible
de nuestro hedonismo impotente.
Largo fue el camino recorrido
desde el asomo de tu mirada
hasta la consumación de la vida,
de esta vida estática que preferimos
a los ajetreos deliciosos
de un tiempo en constante mutación.
A solas,
recogidos los cuerpos en nuestras almas,
abrazados a la fija idea de sobrevivir,
dejamos pasar las horas que llamaban
de continuo a nuestra razón,
espectros pavorosos del último goce,
confluencia de veredas invisibles.
Y aquí,
mientras se oye nuestra canción,
se me presenta tu figura prodigiosa,
arrinconados los odios que desfiguraron
tu semblante. Reconciliados con la espesura,
aniquilados los rumores. Paz.
Ven, amiga mía,
ocupa el sitio en tu rincón
que jamás abandonaste mientras latiera
un átomo de vida en el corazón de los
hombres.
8
Los amores mortecinos se agazapan
en el contorno, ansiosos de emerger del infinito
-o de la nada-
como viejos rencores reencontrados
-fatalidad-
propiciando el momento de realzarse
-sin remedio-
conjurados en la cúspide de la nostalgia
-premonición-
de un ayer indefinido que debió perpetuarse
-huido, sin embargo-
hacia la condenación eterna.
Consumiré la vigilia indagando
-misterios de lo acontecido-
recuerdos
olvidos
reencuentro
permanente del tiempo ido retomado en cada instante.
9
Con la mano extendida
s
u
p
l
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cando m
i
s
ericordia miseria eterna
del alma acostumbrada a comer sin plantar
sin segar
sin
deslomarse sobre la tierra fértil
abanicados los sudores por las tórridas sombras.
Y extenuados desde el alba
contemplamos los días y las noches
sucesivos
de un mundo incomprensible
prisioneros
en la abundancia vendimos nuestros dones,
amiga mía, y sonreíamos inefables, arcángeles dichosos,
sobre un erial poblado de cadáveres mudos.
M
u
d
o
s
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10
Quién pudiera olvidar el encanto
de un trino dulce en la madrugada.
Quién pudiera olvidar el esplendor
de la luna brillando en el cielo oscuro.
Quién pudiera olvidar.