En esta nueva entrega de la serie Silva de Varia Lección, nuestro editor, el poeta Mario Bojórquez nos acerca a las anotaciones del doctor Andrés Laguna al capítulo De la Víbora del célebre tratado de farmacopea de Dioscórides Anazarbeo y de uso muy extendido durante la Edad Media y el Renacimiento. Incluimos en portada la ilustración del propio Andrés Laguna que iluminó a mano todos los capítulos para su edición de Amberes (1555).
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El doctor Andrés Laguna (Segovia c. 1510 – Guadalajara 1559), fue médico del papa Julio III y del Emperador Carlos V, estudió en Salamanca y París y se doctoró en la Universidad de Bolonia, como traductor y escoliasta de Dioscórides nos ha dejado una serie de anotaciones que son ejemplo virtuoso de los orígenes del ensayo en español. A partir de una pequeña ficha en el griego, al trasladarlo se asegura de agregar otras lecturas e interpretaciones que se han recogido en los siglos además de acompañar con deliciosas ilustraciones que adicionan sus comentarios a la traducción. Para Manuela García Valdés, la traductora de Dioscórides para Gredos, las aportaciones de Laguna al conocimiento de la obra de Dioscórides ha sido fundamental para la difusión del pensamiento científico del Renacimiento hispánico. Agrego al final, para mayor contraste, las dos versiones originales traducidas de Laguna y García Valdés de Dioscórides en el capítulo sobre la Víbora.
MB
DE LA VÍBORA
(Libro Primero de la Colectánea de la Materia de los Medicamentos)
Griego: echidne. Latín: vipera. Árabe: labame alfahay. Castellano, catalán, portugues: víbora. Tudesco: brantichlangen. La víbora se llama en latín vipera y en griego echidne, empero el primero de aquestos dos nombres últimos significa el macho y el segundo la hembra.
Es la hembra de la longura de un codo, roja, y toda llena de ciertas manchas, ansí azules como pardillas. Tiene los ojos muy encendidos, la cabeza anchuela y la garganta angosta. Su cola no se va adelgazando proporcionadamente, quiero decir: poco a poco, sino súbito la vemos hacerse muy subtil y sin carne, a la fin de la cual se vee un orificio bien ancho por donde suelen vaciarse las superfluidades del vientre. Demás de lo susodicho, tiene cuatro colmillejos o dientes, dichos caninos, con los cuales ofende; y éstos encubiertos de ciertas vejiguillas subtiles, dentro de las cuales está encerrado un veneno claro, dulce y harto sabroso al gusto, empero mortífero y pernicioso si se mezcla con la sangre del hombre. No puede morder con aquellos dientes la víbora sin que juntamente se rompan las tales vejigas y se derrame su ponzoña por la parte mordida. Recógese también parte del veneno en la lengua y aun, cuanto puedo juzgar, los vipéreos dientes son también venenosos; lo cual conocí a la clara los días pasados en Roma, porque como en la botica del Perusino tomase una víbora muerta ya de dos días y aferrase con sus dientes la tetilla de una codorniz viva, luego se le ennegreció la herida y el pobre animalejo, cabeceando con un gran sueño, se murió en menos de una hora. Camina la hembra tan cautamente y despacio que parece no menearse; aunque, cuando quiere moverse, es muy ágil.
El macho tiene la cabeza muy más estrecha, el pescuezo más ancho, todo el resto más subtil y más luengo y tan solamente dos colmillos mortíferos. Del medio cuerpo arriba, se mueve con grande velocidad el macho y se muestra muy inconstante.
Las dipsadas, que quiere dezir ‘sedientas’, son una especie de víboras que se hallan a la orilla de la mar africana; todas manchadas de negro, las cuales ansí la carne como la mordedura engendra inexpugnable sed, a causa que ellas mesmas son muy saladas. Las áspides no difieren de aquéstas sino en la color más clara.
Describe Ermolao en sus Corolarios tres especies de áspides, que son las chelidonias, las chereas y las ptyadas. Créese que con esta última especie dio desastrado fin a sus días aquella celebrada reina de Egipto, Cleopatra. Porque como Augusto, después de muerto el desdichado de Antonio, la hiciese guardar a muy buen recaudo para después triunfar della en Roma, y no la dejasen cuchillo ni otro instrumento alguno con que matarse pudiese; procuró la infortunada señora (por no verse en semejante infamia la que se había visto reina de tantos reyes) que en un canastillo de higos, para engañar las guardas, la trajese cierto villano un áspide, con el cual, después de haber hecho primero la muy lamentable prueba en dos doncellas y deudas suyas, las más caras y favoridas, se dio a sí mesma la muerte. Dicen, pues, los historiadores que las guardas, sospechando lo que a la fin sucedió, rompieron apresuradamente las puertas de su aposento, que por de dentro habían atrancado; y, por presto que llegaron, hallaron a la reina y a la una doncella suya despedidas ya desta luz; y que, preguntando a la otra que había resistido algo más al veneno, aunque estaba ya boqueando, si le parecían aquéllas ser excelentes, hazañas; respondió con la última voz, ya mortal y caduca: —Sí, que son excelentes y dignas de mujeres que de tal linaje decienden.
Añaden más: que Cleopatra, con la mano derecha, se había aplicado el áspide y, con la siniestra, la hallaron que tenía sobre su cabeza una real corona para dar a entender al mundo que hasta sus postrimeros días fue reina.
Entre todas las serpientes, la víbora pare viva criatura, dado que engendra huevos, como los peces. Produce sus viborillas no todas juntas, sino cada día la suya, y comúnmente hasta veinte, envueltas todas en unas telicas tiernas, a manera de pares, que se rompen al tercer día. De los cuales animalejos, aquellos que en nacer son postreros, algunas veces suelen anticiparse royendo en el vientre de su madre las dichas telas, y ansí salir antes de su limitado tiempo, de miedo que los otros no le hurten la bendición. Y ésta es la opinión de Aristoteles, la cual Plinio interpretando siniestramente, escribió que las viborillas horadaban el vientre a su propria madre para salir a luz, y ansí la mataban. Mas éste es tan grande error como el otro en que están los que piensan que concibe por la boca la hembra y, en acabando de concebir, tranza con los dientes la cabeza del macho. Porque yo, con mis proprios ojos, muchas veces, he visto en Roma, en casa de maestro Gilberto (médico excelentísimo y muy curioso escudriñador de la generación de todas aquestas fieras), el macho y la hembra entre sí mezclados, a manera, de las otras serpientes; y la víbora, después de haber parido naturalmente sus viborillas, lamerlas, quedando sana y entera. Y ansí, cuando Galeno refiere que conciben las víboras por la boca y que después revientan pariendo, tráelo como fabulosa ficción de Nicandro. Por donde conviene juzgar que los latinos llamaron a esta serpiente vipera no porque para con fuerza y violencia, sino porque pare vivos sus viborillos, como si la llamaran vivipera.
Creyeron algunos que que no solamente la cabeza vipérea, empero también la cola fuese partícipe de veneno. A esta causa Nicandro, en la preparación de la víbora para para componer la teriaca, manda que se corte hasta cuatro dedos de entreambas partes. La cual opinión siguiendo Galeno, en el capítulo XI del libro segundo del arte curativa Ad Glauconem, nos dejó el mismo precepto; aunque en el XI de la virtud de los simples, en el capítulo de la carne vipérea, hablando de su propia opinión, dice que le parece ser cosa muy razonable cortar toda la cabeza a la víbora por amor del veneno que en su boca encierra; empero gran disparate cortar la cola.
Es la carne de la víbora de complexión seca y caliente, y tiene gran virtud de expeler los humores corruptos y pestilentes de las partes interiores al cuero; de los cuales no es maravilla que se engendren a las veces ejércitos de piojos, aunque le parece estraño a Dioscórides. Ansí la carne comida, como bebido el vino en que se hobiere ahogado la víbora, sana toda especie de lepra. Son las víboras naturalmente deseosas de vino y embriagas, por la cual causa los que quieren cazar gran muchedumbre dellas suelen poner unos vasos llenos de muy buen vino junto a las matas en la campaña, dentro de los cuales hallan después infinitas y todas medio borrachas. El proprio tiempo para cazar las víboras de las cuales se ha de componer la teriaca es la fin de la primavera, o desde mediado abril hasta mediado mayo, porque estonces andan muy gordas y su carne es más olorosa y suave a causa de las flores que pacen. Las víboras que se toman en las marinas tienen muy salada carne, y por eso no convienen a la teriaca. Llámase la víbora, como cualquiera otra serpiente, therion en griego; el cual nombre, general y común a todas, quiere decir una ‘fiera’, de donde aquella medicina solemne, por componerse de la carne de aquesta fiera, vino a llamarse theriaca, cuya composición se hallará por extenso en el libro que Galeno compuso della dedicado a Pisón. Cuenta Plinio que Antonio Musa, médico de César Augusto, dando a comer las víboras, sanaba toda llaga incurable.
En El ensayo español (Los orígenes: siglos XV a XVII), edición de Jesús Gómez, Crítica, Barcelona, 1996.
La Vibora
La carne de Vibora cocida, y comida aguza mucho la vista, es util à la flaqueza de los nervios, y resuelve los lamparones que van creciendo; pero conviene despues de dessollada la Vibora cortarle la cabeza, y la cola, por quanto estas partes son desnudas de carne, porque decir que se ayan de cortar la estremidades hasta una cierta medida, tengolo por fabuloso. Todo el resto del cuerpo libre de las tripas, y entrañas, aviendo sido muy bien lavado, y cortado en pedazos, se cuece con azeyte, vino, eneldo, y un poco de sal. Dicen algunos, que los que comen carne de Vibora engendran muchos piojos, lo qual es falso: otros afirman, que los que se acostumbran à ella son de mas larga vida. Hacese de la carne de Vibora una suerte de sal muy util para los mismos efectos, aunque no de tanta eficacia. Metese una Vibora viva en una olla de tierra nueva, y con ella juntamente de sal, y de higos passos muy bien majados, de cada cosa cinco sestarios, y seis cyatos de miel. Hecho esto se tapa la boca de la olla con barro, y se cuece en el horno, hasta que la sal se convierte en carbon, la qual despues sacada, y molida se guarda. Algunas veces para que sea mas grata al estomago se mezcla de la Spicanardi, ù de su hoja, ù del Malabatbro un poquillo.
En Pedacio Dioscorides Anazarbeo, annotado por el doctor Andrés Laguna, Madrid, 1733.
La víbora
La carne de víbora, cocida y comida, hace la vista más aguda. Es conveniente contra las contracciones de tendones y resuelve los lamparones que van creciendo. Conviene, después de desollarla, cortar la cabeza y la cola, porque en ellas no hay carne —pues es legendario que se deban cortar las extremidades hasta una cierta medida—. Lo demás, sacadas las entrañas, después de lavarlo y cortarlo en trozos, se debe cocer con aceite, vino, un poco de sal y eneldo. Dicen que los que la comen crían piojos, lo cual es falso. Algunos añaden que los que la comen son de larga vejez.
Se preparan también unas sales de ellas para los mismos efectos, aunque no son igualmente eficaces. Se mete una vibora, viva, en una olla de tierra nueva, y con ella, sal, higos pasos majados, cinco sextarios de cada cosa, con seis cíatos de miel; se unta la tapa de la olla por todas partes con barro, y se cuece en el horno, hasta que las sales se conviertan en carbón. Después de esto, una vez molido, se guarda. Algunas veces, para que tenga un agradable sabor, se mezcla con ello espicanardo, o un trocito de hoja de malabatro.
En Plantas y remedios medicinales, en traducción de Manuela García Valdés, Gredos, Madrid, 1998