Regina Checa Peña escribe sobre Jaime Gil de Biedma (1929-1990). Reflexiona a partir del poema “Contra Jaime Gil de Biedma” el modo en que se configura el la imagen personal. Checa Peña estudia en la Universidad del Claustro de Sor Juana.
¡Muerte al hombre en el espejo!
Hell is empty and all the devils are here.
William Shakespeare
Qué barra tan alta impusieron los poetas malditos con sus vidas desenfrenadas hasta el día en que la muerte fue por ellos. Qué estándar de vida fue Rimbaud, poeta magno a los diecinueve años y frío cadáver a los treinta y siete; Verlaine y Baudelaire, durmiendo en sus ataúdes antes de cumplir los cincuenta. Qué difícil intentar imitarles, con demonios diferentes en la memoria, seguir sus pasos y un día, frente al espejo, cuestionar esa existencia bohemia que has llevado; esa misma forma de vivir que, como tantas otras cosas, te ha dejado sin juventud. Alguien vive tu vida y tú, con vergüenza, tienes que ver sus pobres decisiones que te apartan del camino del bien.
Eso es lo que sufre Jaime Gil de Biedma y que, tan claramente, lo plasma en su poema “Contra Jaime Gil de Biedma”, perteneciente a su antología Poemas póstumos. Se ataca a sí mismo como un perro rabioso, viendo todos sus defectos, su comportamiento donjuanesco, desparpajado, en todo sentido excesivo y para nada acorde a las expectativas puestas sobre un señorito nacido en las “altas esferas” españolas. Es un observador, un paseante eterno en su propio existir y no parece estar satisfecho con el estatus de alta cuna que le fue destinado por nacimiento ni con la vida bohemia que decidió tomar por cuenta propia al momento en que empezó a escribir tan influido por los poetas malditos.
El poema, además del propio autor, pareciera reflejar la eterna juventud que sufrieron aquellos que tuvieron una infancia después de la guerra. Al tener que crecer de manera tan trunca, permanecen, al menos dentro de sus voces narrativas y poéticas, atrapados por siempre en actitudes adolescentes, siendo maduros e ingenuos a la vez, cargados de dolor, pero con cierta esperanza amarga que se esconde entre sus letras. Esto lo vemos reflejado en las novelas Los santos inocentes de Miguel Delibes y Primera memoria de Ana María Matute y en la poesía de José Gorostiza; Jaime Gil de Biedma no queda exento de esta regla, por más que desconozca esa actitud juvenil en sus Poemas póstumos.
A la edad de 35, un cambio radical de perspectiva transformó la poesía de Gil de Biedma. Poemas póstumos ilustra el total desencanto que sentía el poeta y el cinismo que corroyó sus ilusiones juveniles. El hilo del nihilismo posmoderno entrelaza cada composición del libro reforzando la desesperación del poeta. […] El resultado de este estado fue el suicidio de “Jaime Gil de Biedma”, el alter-ego del poeta por el cual se experimenta la vida dentro de su poesía anterior. En sus poemas “Contra Jaime Gil de Biedma” y, más tarde, “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma”, el poeta aniquila a este personaje poético del pasado por un rechazo mesurado de su doble ser. [1]
Lo que menciona Gagliardi es para considerarse. Esa necesidad de matarse a sí mismo, aunque sea en papel pareciera, en cierta medida, reflejar la amargura de haber sobrevivido que Dámaso Alonso plasma en su poema Yo. Por no poder morir en carne y hueso, el poeta decide que la voz poética pague el precio y derrame la sangre necesaria para que el universo vuelva a obtener el balance que tan desesperadamente necesita.
Este poeta toma sus textos como si fueran el escenario y su discurso la puesta en escena de su suicidio, veinticinco años antes de que la muerte venga a por él. ¿Qué ve en el espejo si no es la vida que ha dejado atrás y que, en ansias de la normalidad, desea matar? En la primera parte del poema deja en claro que no es una persona grata esa que se encuentra del otro lado del vidrio que les separa: “[…] embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, / zángano de colmena, inútil, cacaseno, / con tus manos lavadas, / a comer en mi plato y a ensuciar la casa? […]”[2]. Está claro que le desprecia y todo lo que él encarna. Todo aquello que ve en el espejo y que, aunque lo quebrara en mil pedazos, no podría cambiar sin romper también el marco de plata que sostiene la imagen que proyecta ante el mundo.
Para ahondar en el simbolismo del espejo, en el hogar de ese suplantador que es, en parte, reflejo-alter ego de Jaime Gil de Biedma y la problemática que esto presenta por sí sólo, valdría la pena recuperar el poema El espejo de Charles Baudelaire:
Un hombre espantoso entra y se mira al espejo.
«¿Por qué se mira al espejo si no ha de verse en él más que con desagrado?»
El hombre espantoso me contesta: «Señor mío, según los principios inmortales del ochenta y nueve, todos los hombres son iguales en derechos; así, pues, tengo derecho a mirarme; con agrado o con desagrado, ello no compete más que a mi conciencia.»
En nombre del buen sentido, yo tenía razón, sin duda; pero, desde el punto de vista de la ley, él no estaba equivocado.[3]
Aunque el poeta maldito plantea de manera literal la fealdad de quien mira en el espejo, no podemos dejar de lado las similitudes con Jaime Gil de Biedma. Él ha decidido, sin importar realmente lo que vea en el espejo, mirarse con desagrado, diciéndole que “Podría recordarte que ya no tienes gracia. / Que tu estilo casual y que tu desenfado / resultan truculentos / cuando se tienen más de treinta años, / y que tu encantadora / sonrisa de muchacho soñoliento / —seguro de gustar— es un resto penoso, / un intento patético.”[4] Todo lo que antes le representara ya no es sino una deformación, tal vez, de quien debe de ser (un tipo de cuadro de Dorian Gray, donde el espejo es su alma y su piel no es sino una ilusión para la sociedad).
Dentro de su propia piel trae un infierno. Un infierno, ciertamente, con el que se reconcilia al final del poema, pero que no deja de estar teñido con un tono de desprecio: “Muriendo a cada paso de impotencia, / tropezando con muebles / a tientas, cruzaremos el piso / torpemente abrazados, vacilando / de alcohol y de sollozos reprimidos, / ¡Oh innoble servidumbre de amar seres humanos/ y la más innoble / que es amarse a sí mismo!”[5] Innoble pero justa causa, al menos hasta el siguiente poema. Horrible e irrevocablemente unidos están los dos Jaime Gil de Biedma hasta la eternidad, siempre tambaleándose el uno contra el otro, intentando tomar el control de la realidad. ¿Reconciliados? Tal vez. Uno puede estar en guerra consigo mismo para conseguir un balance de vicios y virtudes propias.
Al final, la muerte del papel, por más reconciliado que Jaime Gil de Biedma pudiera parecer consigo mismo, se refleja en la realidad. Tal vez no muere tan joven como sus ídolos del siglo XIX, pero sesenta años tampoco son muchos. El destino quiso que espejo y carne compartieran el mismo fin, por primera vez, quizá en mucho tiempo, en una comunión inquebrantable.
Bibliografía:
Baudelaire, Charles, “El espejo”, El spleen de París, en https://www.zaidenwerg.com/el-espejo-charles-baudelaire/
Gagliardi, Tiffany D., Poemas póstumos por Jaime Gil de Biedma: un retrato de su último fracaso, en http://webs.ucm.es/info/especulo/numero25/gbiedma.html
Gil de Biedma, Jaime, “Contra Jaime Gil de Biedma”, Poemas póstumos, en https://drive.google.com/file/d/1TWrsozMHYoaqSV56co8KctezXGs0SJxz/view
Shakespeare, William, La Tempestad.
[1] Gagliardi, Tiffany D., Poemas póstumos por Jaime Gil de Biedma: un retrato de su último fracaso, en http://webs.ucm.es/info/especulo/numero25/gbiedma.html
[2] Gil de Biedma, Jaime, “Contra Jaime Gil de Biedma”, Poemas póstumos, en https://drive.google.com/file/d/1TWrsozMHYoaqSV56co8KctezXGs0SJxz/view
[3] Baudelaire, Charles, “El espejo”, El spleen de París, en https://www.zaidenwerg.com/el-espejo-charles-baudelaire/
[4] Gil de Biedma, Jaime, Op. Cit.
[5] Gil de Biedma, Jaime, Op. Cit.