Leemos un texto de Marco Ornelas (León, 1978) que es al propio diagnóstico de la poesía contemporánea y pronóstico de la poesía por venir. Ornelasescribe poesía. Fue seleccionado para la antología “Ocho voces de Guanajuato”, publicada por la Universidad Iberoamericana, plantel León (2000). Becario del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, en el área de literatura, “Jóvenes creadores (2001)”. La editorial Azafrán y Cinabrio publicó su libro de ensayos: “El mito de Proteo (2008)”. Asistió al taller de poesía “Aprendiz de Brujo” con el poeta Sergio Mondragón en (2010). La editorial San Roque en conjunto con Los Otros libros, publicaron su libro de poesía “El concierto Reconciliatorio (2011)”. La editorial La Rana de Guanajuato, publicó su poemario: “Variaciones (y dispersiones) de la voz alcanzando el tono (2011)”. La Universidad Iberoamericana, León, publicó uno de sus cuentos en la antología “Poquito porque es bendito (2013)”. Obtuvo el primer lugar en el “Torneo de poesía Guanajuato 2014 (Adversario en el cuadrilátero)”. Fue coeditor de la revista estatal de literatura y arte “Cosido a mano (2014-2016)”. Fue seleccionado para el “Seminario de poesía Efraín Huerta del Fondo para las letras de Guanajuato (2016)”. En 2017, ganó “Los Premios de Literatura de León (en el área de Poesía Libre)”. La editorial, “Ediciones sin nombre”, en 2017, publicó su libro de poesía: “Aquí no es Neverland”. Cuenta con 7 publicaciones: (tres antologías y 4 de su autoría). Ha colaborado para las revistas nacionales: “Replicante”, “Periódico de poesía”, “Círculo de poesía” y “Punto de partida en línea (UNAM)”. Mantiene su sitio web en: http://elmitodeproteo.blogspot.mx/
LA POESÍA Y LA SIGNIFICACIÓN DÉBIL
En mi postura literaria: la creación de poemas representa más que técnica. Filósofos como Hegel y Heidegger, por ejemplo, han visto en la poesía una forma de metafísica (Estética) superior a cualquiera otra de las bellas artes, o como revelación de la verdad (Hölderlin y la esencia de la poesía). Octavio Paz, en un discurso ecléctico ha dicho: «La poesía es conocimiento, salvación… Operación capaz de cambiar al mundo… ejercicio espiritual… método de liberación interior… Pan de los elegidos; alimento maldito… Inspiración… Oración, letanía, epifanía… Exorcismo, conjuro, magia… Sublimación… (El arco y la lira)». Es claro: la poesía es ante todo una forma del misterio. Hoy, pareciera que todo se ha vuelto nihilismo como profetizará Nietzsche. Buena parte del pensamiento poético sigue al discurso tecnológico del siglo XXI, el cual cree que no hay misterio, que: “lo sabemos todo (Paolo Flores d´Arcais, Ateos o creyentes, Capítulo 1, Lo sabemos todo)”, que la razón científica es capaza de elucidar aquello que los antiguos egipcios llamaban El velo de Isis. El poeta mago que anhelaba ser Huidobro ha sido reemplazado por el lingüista. Maquinaria de palabras completamente comprensible en su estructura y elaboración es el poema. En la contemporaneidad, la poesía ha dejado de ser un rito y misterio ancestral para transformarse en un artefacto lingüístico; de hecho, si avanzamos más por este discurso, podremos percatarnos de que otra buena parte del pensamiento poético ve a la poesía como un producto comercial, es decir; una mercancía de explotación, luego entonces, artefacto lingüístico comercial es como el discurso fenicio juzga a la poesía en este momento histórico (Véase lo referente a los poetas nativos digitales y su gran boom por las editoriales trasnacionales como Planeta y Espasa. La lira de las masas, Martín Rodríguez Gaona). Acaso valdrá la pena preguntar: ¿dónde se originó la ruptura con el misterio? Si rastreamos el discurso del pensamiento —artístico— actual con las lecturas de tres pensadores importantes, tales como: Vattimo (El fin de la modernidad, 1985), Gadamer (La actualidad de lo bello, 1991) y Bauman (Arte, ¿líquido?, 2007), observaremos que el rompimiento según estos autores, aconteció con la llamada Modernidad y sus delirios de grandeza y poderío. En la exacerbación de la técnica y la razón instrumental. No por nada, Adorno ( en Crítica de la cultura y sociedad, I), se atrevió a pensar que la Modernidad tuvo como consecuencia el holocausto, y que después de este nefasto acontecimiento: escribir poesía podría ser considerado como un acto de barbarie. Es evidente que después de la conclusión de Adorno lo que aconteció en el devenir poético no fue el silencio sino el derrumbamiento de la Modernidad, que según Braidotti, comienza con el humanismo de los griegos y llega a su culminación en nuestros días, con las mezquinas ambiciones heteropatriarcales (Lo Posthumano). Sí, después del quiebre de la Modernidad el pensamiento sobre la creación poética se multiplicó alejándose así de la soberbia del pensamiento único de Occidente. La Poesía con mayúscula cedió el paso a la(s) poesía(s). Desde los griegos y hasta la ilustración, la “Poesía” fue un rito y un misterio que sólo el “Bardo (semidiós)” podía ejercer. El Bardo cantaba y contabala historia de los pueblos; además de interpretar los mensajes divinos: Torres de Dios, los llamó Rubén Darío. La historia de Occidente siguiendo esta línea de pensamiento podría ser vista como la documentación que inició con los griegos y siguió de manera lineal y progresiva hasta finales del siglo XX. La triada de la Modernidad (Filosofía-Religión-Arte)tenía como cometido alcanzar el absoluto. Kant todavía le exigía al arte lo sublime (Crítica del juicio). T.S. Eliot, fue por este camino y Tierra baldía es un extraordinario poema crítico, pero es más un poema nostálgico, nostálgico de todo lo que ha dejado de ser el arte y la poesía. Es en esta transición —de finales del siglo XX y principios del siglo XXI— que la poesía en plural da un viraje hacia la introspección y se vuelve crítica: medusa de sí misma. Ahora los poetas ya no son bardos sino sátiros[1]; no escriben épicas sino manifiestos y críticas sobre la tradición poética. Aquí es precisamente donde George Steiner entra a escena y le responde a T.S. Eliot —y a la tesis de su libro: Notas para la definición de cultura—, con: En el castillo de Barba Azul, libro de contra-argumento, donde establece que la (alta) cultura no es la salvación ni nada que se le parezca. La (alta) cultura también produce malestar y hastío. Según Steiner: «la cultura europea no sólo anuncia, también desea que venga ese estallido sanguinario y purificador que serán las revoluciones y las dos guerras mundiales (Mario Vargas Llosa, La Civilización del espectáculo). Es así, con el desmoronamiento de la Modernidad, que los poetas se dividirán en dos grandes grupos (o muchos más, pero que se pueden sintetizar en): los defensores del bardo y los críticos de estos: los sátiros. Si la poesía ya no es un mensaje cifrado que el poeta tiene que desentrañar, entonces se acabó la trascendencia de la misma y por lo tanto “dejémonos de supercherías en el trabajo del poeta”; ahora, dirán los sátiros: “el oficio del poeta es depurar esos residuos de superstición que heredó la poesía de la tradición trascendental”. La crítica y la carcajada, además de la búsqueda de los elementos característicos del poema tales como: el ritmo y la imagen, serán la esgrima y el discurso a seguir en la creación de poemas contemporáneos. Recordemos que: hasta el Romanticismo, el poeta y su entorno todavía hacían comunidad. El poeta cantaba y contaba, y al hacerlo, formaba parte integral de su comunidad. Así el modelo del bardo fue bienvenido, pero con el rompimiento con el misterio, el que ganó campo fue el poeta sátiro. Ya no más poemas trascendentales, sino poemas postmodernos o como diría Bauman: poemas líquidos. Entonces los poetas contemporáneos le exigirán a la poesía que dé el salto que dieron las artes plásticas: dirá Agustín Fernández Mallo (en Postpoesía) y lo radicalizará Keneth Goldsmith (en la Escritura no creativa). Para Fernández Mallo, la poesía actual debe llamarse Postpoesía un nuevo paradigma para elaborar poemas. La Postpoesía para el español es ante todo experimentación: un laboratorio antes que un recetario. El postpoeta lo que debe construir son artefactos poéticos para la sociedad contemporánea. La poesía debe estar a la altura de sus circunstancias: ser contemporánea de su tiempo. Para el español, la poesía no ha dado el salto que: si dieron en su mayoría las demás artes, es decir; no ha cambiado el paradigma que la sociedad digital está dando. Nicanor Parra supo muy bien describir el paralelismo de la poesía que va hasta el siglo XIX, con la física newtoniana y la (post) poesía, que va del siglo XX y las vanguardias, con la física relativista y cuántica. Establece el poeta español que la cosmovisión naturalista del arte no puede sostenerse en el siglo XXI, gracias a las críticas de pensadores como: Derrida, Lyotard, Jameson, Vattimo y Deleuze. Y es que la ciencia como el arte no es el mundo, sino una representación del mundo. Con la llegada de la posmodernidad devino también la muerte del sujeto, y junto con esa muerte murieron también los grandes relatos y las teorías estéticas clásicas. Ahora lo que tenemos son otras teorías, por ejemplo: la teoría del caos; la teoría de las catástrofes y la teoría de los fractales. Duchamp fue el gran profeta de lo que vendría, sus ready-made son un adelanto en la época venidera. Los poetas ahora deben ser críticos de su oficio no seguir recetas hechas por otros: deconstruir para abrir nuevos senderos al discurso poético. Derrida será el gran patrono de los poetas sátiros. De lo anterior, el que más acertó con sus reflexiones sobre estos tópicos fue Octavio Paz, al declarar: «El antecedente directo de Duchamp no está en la pintura, sino en la poesía: Mallarmé. La obra gemela de El gran vidrio es Un coup de Dés (…) la poesía se adelanta y prefigura las formas que adoptarán más tarde las otras artes».[2] El post-poema o artefacto poético es un ensamblaje que echa mano de lo que tenga a su alcance. Al dilema de Adorno de no escribir poesía después de Auschwitz, la Postpoesía responde con burla, desacralización e ironía (recordemos: el misterio es superchería: lo sabemos todo). Después del derrumbe de las utopías, el chiste y la burla desplazaron a lo sublime; los procedimientos y el ensamblaje a la (diosa) inspiración. La Postpoesía pretenderá disolver al antiguo “yo poético”; fusionar los géneros literarios, descubrir nuevos ritmos: experimentar antes que repetir. Así la función del postpoeta será la de construir artefactos poéticos que fluyan desde y para la sociedad contemporánea. ¿Cómo negar que la materialidad de la palabra en la poesía abrió un caudal muy fértil para el trabajo del poeta? ¿Cómo negar también que este discurso ha llegado a su límite? Dos novelistas, que no poetas, han puesto el dedo en la llaga sobre este tópico de hartazgo en la poesía. Escribe el primero: “La verdadera revolución del lenguaje poético a cien años de que Mallarmé inauguró el hermetismo crítico, sería salvar a la escritura del autismo en el que se ha abismado (Genealogía de la soberbia intelectual, Enrique Serna)”. El segundo expresa lo siguiente:
Que me disculpen los poetas. Yo no los ataco para molestarlos y gustoso tributaré homenaje a los altos valores personales de muchos de ellos; sin embargo, ya se ha colmado el cáliz de sus pecados. Hay que abrir las ventanas de esta hermética casa y sacar sus habitantes al aire fresco, hay que sacudir la pesada, majestuosa y rígida forma que los abruma[3]
Onanistas les llama Serna a los poetas que llenan páginas y páginas con sus naderías. Stéphane Mallarme fue genial no así sus epígonos. Marcel Duchamp fue genial no así sus epígonos. Gerardo Deniz fue genial no así sus epígonos. El resultado de imitar a los grandes artistas es la mala fotostática. Mallarme, Duchamp y Deniz no pretendían inaugurar una escuela, ellos lo que lograron fue crear su propia voz. No crearon recetas, sino obras inimitables. El fin último de todo poeta es crear su propia voz. Ellos no crearon procedimientos a seguir por imitadores venideros sino obras únicas. Son los epígonos de las voces únicas los que han llevado el discurso de la materialidad de la poesía a su fin. Escribe Cesare Pavese: «En poesía, el inventor de un género, de un estilo, de un tono, el descubridor de una tierra desconocida, resulta –ya se sabe- más exhaustivo y eficaz que sus epígonos (Poesía en libertad)»; remata Dima Ezban: «Los verdaderos poetas no necesitan seguir los fundamentos sobre la poética. No se propone escribir a partir de las poéticas clásicas o de cualquier otra poética, sino a partir de la reflexión del poeta sobre su propio trabajo poético (El habla del ángel)». Es en este mar donde muchos poetas saldrán a buscar tierra firme en los discursos radicales de Keneth Goldsmith y Agustín Fernández Mallo; otros, con gran escándalo, buscarán el regreso de los griegos y de las poéticas clásicas. Los más moderados, seguiremos creyendo en el misterio y retomaremos el discurso del segundo Wittgentain (sobre el juego de palabras) y veremos a la poesía como acontecimiento; la palabra poética es ante todo acontecimiento que le dice a la comunidad, sin olvidar que en el poema convergen tres discursos: la imagen, el ritmo y el pensamiento. Pero no lo sé del todo, desconozco qué es la poesía. La única seguridad que tengo es que uno escribe para él otro y la significación―aunque sea débil, como la “verdad débil” de Vattimo― sigue teniendo validez. Dudo mucho que la finalidad de Derrida haya sido derrumbarla, creo que Derrida iba más allá que eso; considero que lo que él quería lograr era mostrarnos que no existían las significaciones últimas, aquellas que terminan siempre en violencia. El segundo Wittgenstein, el de la “Investigaciones filosóficas”, escribió: «disponemos (por así decirlo) únicamente del lenguaje, y no podemos elevarnos ni descender por encima o por debajo de él». Siguiendo este orden de ideas podemos deducir que: la poesía es precisamente el lenguaje que huye de las significaciones últimas, pero al huir le concede una forma de significación débil, y que quizá, sea más rica (en variadas interpretaciones). En poesía todo es subjetivo y descalificar discursos porque no van con nuestras ideas es una equivocación; me quedo con la “significación débil de la poesía”, y siguiendo a Auden, creo que la poesía es: el más íntimo de los diálogos con el otro. Quizás escribimos poesía porque queremos trasmitir al otro una emoción que poco tiene que ver con el sentimentalismo del yo (ahora disuelto); escribimos poemas porque aceptamos el juego del lenguaje donde a través de las palabras le decimos algo a lo humano que siempre es incompleto. La poesía es el puente que nos acerca al otro de Levinas. La poesía bien puede ser el diálogo indecible con el tú. A lo mejor como versa el discurso contemporáneo de la creación poética: la poesía es sólo un artefacto lingüístico carente de significación y trascendencia. Bueno, pues aquí es donde me separo de la contemporaneidad y creo en aquellas palabras del Rambler de Samuel Johnson: “Es necesario esperar, aunque la esperanza siempre sea defraudada: pues la esperanza misma es la felicidad, y sus frustraciones, por frecuentes que sean, son menos terribles que su extinción”, así que prefiero creer que la poesía es algo más que saber acomodar palabras y técnicas para crear imágenes y ritmos. La poesía es la palabra de aliento: un bello verso ante la adversidad. Algo más que habilidades y técnicas.
[1] Aquí, sátiro, no debe entenderse como el ser mitológico (referente al discurso grecorromano) sino en su definición de: mordaz, que significa:propenso a criticar o censurar, según la RAE.
[2] Octavio Paz, Apariencia desnuda. Era. México. 1973.
[3] Witold Gombrowicz, Contra los poetas. Sequitur. España. 2009.