Minotauromaquia: una anatomía de los afectos. Reseña de Karla Fernanda Osorio Lucas

Presentamos una reseña de Karla Fernanda Osorio Lucas (Ciudad de México, 1997). Pasante de la licenciatura en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha participado en talleres y cursos literarios en Casa del Lago UNAM y Casa del Poeta “Ramón López Velarde”. Miembro del Seminario de Tecnologías Filosóficas de la FFyL UNAM y miembro del comité editorial de la revista literaria Murmullo de Paloma desde 2020. La reseña aborda la novela Miotauromaquia de Tita Valencia, novela con la cual mereció el Premio Xavier Villaurrutia en 1976.

Esta colaboración fue seleccionada en la Convocatoria 2020.

 

 

Minotauromaquia: una anatomía de los afectos

 

¿Qué sabes tú lo que es estar enamorada?
Olga Guillot

 

Publicada por primera vez en 1976 bajo la editorial Joaquín Mortiz y galardonada con el premio nacional Xavier Villaurrutia, el vuelo hacia lo memorial de la ópera prima de Tita Valencia se vio apagado con premura. Estigmatizada por el escándalo que poco constreñía a su altísimo valor literario, la novela se ensombreció hasta quedar soterrada en el olvido. Minotauromaquia fue el inicio y el fin de la incursión al género de la autora que, tras la crítica poco favorable recibida por el gremio intelectual de la época –decidido a defender el honor masculino– renunció a la narrativa de una vez y para siempre, quedando perdida una voz inteligente, meticulosa y atrevida en la historia de las letras mexicanas.

No obstante, desafiando al canon literario marcado con puño y letras varoniles, Socorro Venegas, directora de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM y la escritora Ave Barrera, se dieron a la tarea de redimir del extravío el trabajo de Tita Valencia junto al de otras autoras a las que su tiempo no les hizo justicia. Mujeres que leen mujeres: tal podría ser la consigna de la iniciativa tan bien hallada que encontró auspicio en la colección Vindictas, un proyecto de rescate que además de reivindicar los libros que no tuvieron cabida en ninguna parte, pretende establecer un diálogo con escritoras más jóvenes nacidas en los ochenta, encargadas además, de escribir la introducción a las novelas de sus predecesoras.

Porque fuerte como la muerte es el amor, hay amores grabados en la memoria con huella indeleble. Como bien lo anuncia el propio título, Minotauromaquia es la historia de un desencuentro: fragor agónico de un amor maltrecho. A través de una escritura que vadea sin miedo la frontera entre la prosa, el ensayo y la poesía, Tita Valencia reflexiona sobre el amor femenino, siempre fallido, insuficiente y mutilado. Es de resaltar el complejo tratamiento literario y reflexivo que la autora logra horadar en lo que en la historia de la novela rosa bien podría ser un recurso sustancial y por ello, repetido hasta el hartazgo.

Con tremenda ironía, la narradora delata y acusa que no es sino el horizonte cultural el responsable de hacernos percibir como barata, indigna y cliché la efusividad y la angustia de una mujer enamorada: “El error –creo– está en hacer una mística de las relaciones humanas […] el marido, el amante, […] te piden, ¡te exigen! temperaturas normales, vivibles.” Habrá que aceptarlo, las afecciones de los hombres son socialmente mejor recibidas que las de sus «semejantes»: “¿Qué hace tan desdeñable el dolor femenino y tan trascendente el masculino? Que en el hombre pase por historia lo que en la mujer pasa solo por histeria”, “es siempre obsceno el dolor femenino”, afirma.     

Así como los modernos se empeñaron en elaborar una anatomía de la mente con miras a desentrañar el modo de operar del entendimiento, Tita Valencia recrea una anatomía de los afectos. A filo de bisturí, con una mirada casi fenomenológica la narradora va diseccionando sin tapujo cada una de sus afecciones/experiencias, aun con el peligro de quedar ella misma desgarrada, sin cuerpo que soporte el eléctrico rayo del sentir. En medio de un entorno en donde la mirada heteropatriarcal es el parámetro de la sensibilidad, Tita Valencia se atreve a pronunciarse en el amor, desde el amor.

A manera de insignia, en el título del libro reverbera el mito del minotauro. Asterio, criatura desgraciada mitad hombre mitad toro que fue condenada a vivir al interior de un laberinto por el único delito de haber nacido. Como bien señala Rafael Losana, la batalla que enfrenta la narradora no es un acto bélico, sino uno amoroso. Echando mano de la mitología griega se crea un universo narrativo en donde los personajes que circundan a dicha criatura como Ariadna y Teseo son disfraces simbólicos que esconden la identidad –a veces ambivalente– de los protagonistas al mismo tiempo que los amplifica, permitiendo explorar la naturaleza de sus cualidades.

Como menciona Claudina Domingo, no es casual que la autora recurriera a la mitología griega para evocar su amor. Al alejarse de la caridad y perdón cristianos se afronta con un largo duelo inmiscuido en muchas de las emociones más temidas por occidente como el rencor, la desesperación y el deseo. La narradora, “Ariadna de sí misma, nuevo Teseo ahora femenino” va tejiendo y des-tejiendo el hilo textual que ella misma urdió. A lo largo de la novela se revela a sí misma como el minotauro atrapado en laberínticas dolencias, como Ariadna traicionada y abandonada por el héroe mítico y finalmente como un Teseo afeminado que resulta victorioso en la batalla contra la híbrida criatura: “Te dejo para siempre atrás pequeño minotauro mío muy amado, solo, intacto, abandonado a tu suerte ahora víctima única y última de tus compulsiones mitológicas, tal vez, tal vez sin otra posibilidad que la de auto devorarte…”

Con una estructura epistolar en la que el mito, la escritura confesional o autobiográfica, la letanía y a ratos el ensayo convergen, Minotauromaquia bien podría ser un poema vuelto novela. Su complejidad se halla en la estructura narrativa marcada no por capítulos o episodios causalmente definidos, sino por imágenes que como destellos de la memoria van produciendo un discurso propio inducido de manera magistral por la fuerza del lenguaje poético en el que las palabras fluyen en un ensamblaje –casi musical– no lineal donde lo sentimental no necesita ser explicado, sólo expresado.

La mezcla de tales elementos logra reconstruir sin reserva alguna el mapa afectivo de un amorío no correspondido que oscila entre la incorruptible entrega; “Hombres, animales, mujeres, objetos, seres de luz y de sombra, todo lo que en un momento dado habitó mi vida –antes, ahora, después– me trabajó para ti,” la ironía; “¿Tan deshonrosa te fue la entrega que nos igualó en el plano horizontal del beso?” y también la amargura; “Eres un insulto disfrazado de juglar y de diamante. […] Por eso ni el amor ni el arte ni la vida te soportan”

El orden de la novela se asoma en el ensamble de múltiples fragmentos, difícil imbricación de referencias textuales, pictóricas y musicales. El bamboleo se da entre Mondrian, Paul Claudel, Remedios Varo, Schumann, la Piet vaticana, Chagall, los nocturnos de Xavier Villaurrutia, T.S Elliot, Rimsky Korsakoff, la dama y el unicornio del monasterio de Cluny y la cruz foliada de Palenque, sólo por mencionar algunos. Complicado equilibrismo que se le da bien.

Armónicamente tejidos por el vagabundeo vivencial y subjetivo de la protagonista, cada capítulo se vuelve una pieza del laberinto en el que habrá de librar su batalla, viaje hacia adentro que es representado formalmente en la estructura laberíntica del texto: “Que ahora vivo en las instancias del monólogo interior, del taladro memorial que perfora obsesivamente los recuerdos y en el vértigo secreto de las madrugadas recombina y arma palabra con palabra, grito con grito, música con música, beso con beso. Si, amor, voy sincronizando en un feroz alarde de montaje la grotesca crónica de nuestro desencuentro.”

Pese a la dificultad inicial que conlleva la lectura de Minotauromaquia, basta hallar el hilo de Ariadna para quedar atrapado en el laberinto. Entrar desgarrada y salir libre. Tras estar poco más de cuarenta años en el olvido, su reimpresión es un hecho que hay que celebrar.

 

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