Poesía mexicana: Éder Élber Fabián Pérez

Presentamos tres poemas de Eder Elber Fabián Pérez. Nació en 1992, en la Ciudad de México. Es estudiante en la Universidad Autónoma Metropolitana en Iztapalapa, Forma parte del cuerpo editorial de Cardenal Revista Literaria. Ha publicado poesía en De-Liro, TlacuacheBuenos Aires Poetry y en Revista Hispanoamericana de Literatura; ensayo en El Comité 1973, Círculo de Poesía y en Cardenal Revista Literaria; y cuento en Campos de Plumas Vertedero Cultural.

 

 

 

Elegía para Nika Turbiná

Soy como una muñeca rota.
Se olvidaron de poner
un corazón en mi pecho.
Nika Turbiná

Desde el inicio siempre fuiste así: 
Un pájaro azul tierno y salvaje que vagaba a luz de la medianoche.
Una muñeca rota, silenciosa y retraída, llena de belleza y de sufrimiento.
Una rosa pisoteada por un trágico amor que se llevó tus mejores poemas.
Tus poemas que eran un manojo de hilos… un largo manto de colores…
Eran pesados, tan pesados como el dolor que impregnaba cada parte de tu existencia,

Como la lluvia o como las hojas que no tocó el viento.
Tus poemas que tantas veces te salvaron para que los monstruos no te apresaran,

Y en otras que fueron tus acérrimos rivales conduciéndote al delirio.
Y así tu voz llena de sufrimiento, repleta de angustia, fue una melodía hermosa y trágica,
Fue semilla blanca y negra esparcida por toda Europa,
Floreciendo en el corazón de centenares de personas que seducías con tus palabras…
Pero nadie conocía tu dolor, sólo tú que sentiste la ortiga clavándose entre tu mano,
La amargura del verso y las lágrimas corriendo entre tus poemas.
Por eso el alcohol te sirvió como antídoto contra el sufrimiento que rompía tu alma,
Mientras la soledad fue quebrando de a poco tu columna y tu corazón
Cuando me siento sola, me falta la sonrisa de tus ojos, dijiste
Mientras la oscuridad invadía cada parte de tu cuerpo,
Y el dolor te apresaba como dentro de sus furiosas garras.
Y así pequeño pájaro, tu voz fue llenándose de angustia,
Tu voz se convirtió en una herida cada vez más dolorosa.
Pequeña ave frágil y hermosa. Nunca pudiste llegar al sur como deseabas,
Tus alas fueron atadas una noche de mayo en la cual terminaste con todo.
Al final tu faz se ha vuelto uno, como tanto lo esperabas con:
Los campos, con la lluvia, con los bosques, con la tormenta de nieve,
Tu cuerpo ha retornado a la noche y todo el sufrimiento por fin te ha abandonado.

 

 

Tiempo suspendido

Déjame así: con la carne inflamada, con el cuerpo trémulo y la mirada agonizante,
Como un niño perdido entre las sombras, entre las ruinas de un templo,
Entre el fuego proveniente de una ilusión, dilatando los segundos hasta el infinito.
Déjame así, junto a tus labios atados a los míos, como las agujas del reloj a la medianoche,
Como el soplo del mar guiando un navío por la oscuridad hacia un territorio inexplorado.
Pido que sólo me concedas abandonarme en ti, para olvidarme del azoro cotidiano,
Y que el tiempo entre tu pecho se extinga igual al fuego que irradian los astros.
Deja que tus manos se pierdan entre mi piel buscando un mar que pueda calmar este deseo,
Y así nuestros cuerpos se entreguen a la noche suspendiendo los segundos,
Desgarrando las horas, prolongando nuestro deseo hasta lo imperecedero.  
Permitiendo que mi cabeza albergue entre tus muslos de algodón:
Para que tus besos sean el pan y el agua que extiendan mi existencia,
Para que tu palabra sea la dulce música que vague entre mis poros,
Para que tus ojos me conduzcan por este laberinto y me concedan la libertad anhelada.

 

 

Si esta tierra hablara…

Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.
Ramón López Velarde

Si esta tierra hablara…
Si pudiera desahogarse nos diría cuánto odio, cuánto sufrimiento,
Cuánto dolor, cuánta tristeza alberga entre su piel,
Y seguro gritaría hasta que su voz se extinguiera como la noche.
Porque esta es la tierra donde se acumulan sin descanso los cadáveres y la rabia,
Donde las piedras son cráneos desconocidos y las sombras tiritan de miedo,
Donde la sangre corre como un río sin cauce,
Donde los cuerpos destrozados son arrojados en un incierto sitio
Para que la luz no revele sus cicatrices y el olor a muerte no pueda expandirse.
Esta es la tierra donde las balas muerden y destruyen la hermosa carne,
La tierra que engulle a los niños y sin piedad escupe sus huesos en algún rincón. 
¿Cuántos muertos habitan entre su piel?
¿Cuántos cadáveres más podrá soportar?
Es imposible saberlo, pobre y bella tierra,
Antes que el hombre te tocara eras inocente, pura y virgen
Y te han llenado las manos de sangre ajena
¡Ah si esta tierra hablara! Si tan sólo pudiera…

 

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