Leemos el muy dramático “Verano del 95” del poeta polaco Adam Zagajewski (1945-2021). El texto, traducido por Xavier Farré, está incluido en Asimetría (Acantilado, 2017). Para Zagajewski, “el segundo pilar de la poesía después de la experiencia interior que mana de una fuente incógnita es la contemplación puramente racional del mundo histórico”. Para el polaco, la verdadera poesía aspira a lo sublime. Pero “hoy, lo sublime es en primer lugar una experiencia del misterio del mundo, un escalofrío metafísico, una gran sorpresa, un deslumbramiento y una sensación de estar cerca de lo inefable”.
Verano del 95
Fue aquel verano en el Mediterráneo, ¿lo recuerdas?,
cerca de Toulon, un verano seco, fascinado de sí mismo,
que hablaba en un dialecto difícil de captar,
y sólo entendíamos retazos de palabras saladas,
un verano de una luz sesgada de la tarde, de pálidas
manchas nocturnas de las estrellas, cuando amainaba
el bullicio de innumerables conversaciones insignificantes
y el silencio esperaba a que se oyera un pájaro soñoliento,
un verano en la explosión diaria del mediodía, cuando incluso
las cigarras desfallecían, un verano cuando el agua azul
se abría hospitalaria, tan hospitalaria que olvidamos
por completo las ánforas que descansaban
en el fondo del mar hacía miles de años, en la oscuridad,
en soledad; fue aquel verano, ¿lo recuerdas?
cuando reían las hojas siempre verdes del ligustro,
fue en julio cuando nos hicimos amigos
de aquel gato negro tan joven,
que nos pareció tan inteligente,
fue el mismo verano cuando en Srebrenica
mataban a hombres y a muchachos;
y allí se sucedían innumerables disparos secos
y seguramente también un calor sofocante y polvo,
y las cigarras estaban muertas de miedo.