Poesía argentina: Fermín Vilela

Leemos al poeta y traductor argentino Fermín Vilela (1992). Publicó los libros El horizonte del umbral y Purga. Actualmente vive en Portugal y traduce poetas de ese país. 

 

 

 

 

 

Gusano de seda

Basado en el carácter chino (). Un insecto () celestial (), pues produce seda.



Que los hilos de tu carne
se enhebren junto a los míos
y desarmen sus castillos del aire.

 
Si pongo atención, siento un gusano
moviéndose entre las ramas y los cables,
entre los hilos dislocados de mi tráquea
que pronuncian, junto a los tuyos,
el pequeño nombre de la seda,
ligera como lo que nunca fuimos.

 

 

 

 

 

Apunte

 

Le doy una mano al peregrino,
escribo sólo de mañana, anoto
cómo tu cintura se abre al diseño
de otro mar posible y la ternura, herida,
agoniza en una playa. Se alejará aquél peregrino
al sacudir su pescado vivo, la pequeña ofrenda,
no sea cosa el mar se trague otros niños,
deje al pueblo sin pesca, me distraiga de tus ojos
cerrados gracias al beso que recibo en la frente
y el peregrino se consume y nos saluda desde lejos,
deja huellas en la arena de erosión, se hace abismo
al mirarnos, dice en voz baja por favor vuelven.

 

 

  

 

Moneda

Basado en  (béi). Originalmente, representaba el pictograma de una almeja. Se puede ver la concha () que protege el cuerpo () del animal. En la China antigua, las conchas nacaradas se usaban como moneda.



Se anuncia por última vez la partida
desde una plataforma sin número
y hoy escribo esto mientras late
la lengua que rueda por el suelo.

 
Ya estoy cansado de vender simulacros
en calles que de tanta sombra están vacías
de color, no significan nada para mí.
Respiro entonces para soltar esta ficción,
dejarla ir, saludarla mientras se aleja.

 
El tren prepara su marcha.
Abro el cuaderno, dos puertas
de confesionario ante la luz de la carne.
Por favor, no me dejes mentirte,
cuánto de este cuerpo necesita quedarse,
descansar con vos bajo el sol, reírse labio a labio
y pedir de vuelta perdón sin necesitar
pedírtelo. Cuánto de mí quiere volver
a saber tu nombre, saber cómo escucharte,
poder cuidar y que me cuiden
como yo no sé hacerlo.

 
Pero la distancia necesita de nosotros
como nosotros necesitamos de la distancia.
Tu cuerpo me tiembla. Cierro esa puerta sin marco.
Veo, entonces, los paisajes que quedaron atrás.
Mi cuaderno está guardado en el silencio
del morral vencido por el tiempo
y los movimientos de este viaje.

 
Veo los paisajes. Agradezco.
No podría decir qué es lo que quiero,
qué es lo que soy, sino lo que no quiero,
lo que no soy. Mi moneda está sujeta al viento.

  

  

 

 

Ezra

 
La fe del niño que lo sostiene al acordarse
de sus noches entre amigos como sucesos
históricos, únicos en su vorágine.

 
Tiene derecho a toda esa fe. El alma tiene
derecho. Vive con los pies en el barro
y dos semillas en cada palma. Sonríe
ante la aparición de estos rostros
en la multitud, rostros como gotas
cayendo hacia los costados
de una planta enferma.

 

 

  

 

Elegía del Buen Ayre

 

Estos son los ángeles en los que nadie cree.
Son los que van de casa en casa, hablando con un dejo
de tabaco y medicinas sin nombre. Quienes anidan
en el dormitorio de la niña, en la cama del ausente.
Quienes van entre playas, motores y acantilados
escuchando la perversión sin confesiones,
el río atravesado, lo que nadie quiere decir.

 
Resulta que estos ángeles nunca se olvidaron
de reclamarle al dios cual sea que los haya puesto a trabajar
sin siquiera ayudarlos ni medir el daño colateral de sus alas,
que golpean todo lo que rozan y llevan ciertos nombres
escritos en ellas. En la fila del supermercado, cambiando pañales,
besando dos veces la tierra, pasando un trapo amarillo
sobre la mesa del bar. Ahí estaban los ángeles
porque los ángeles no sólo estaban entre nosotros,
respiraban en nosotros. Heridos por las batallas
míticas de todos los días, heridos sin poder decir
exactamente dónde fueron heridos, deambulando
bajo las ruinas blancas como blancos son los huesos
del dios que los desterró y hoy saca provecho
de sus alas caídas, los dispone mientras se aclara
la garganta, hace de sus días un laboratorio.

 

 

 

 

 

Vincent

 
Del óleo, que es la sangre
corriendo entre mis venas,
no puedo decir nada.

 
Tan sólo puedo verlo nadar
en el vacío de la tela blanca
como blancos son los huesos de Dios.

 
Del pincel, que flota entre mis dedos,
tampoco puedo decir nada.

 
Y sin embargo rompo con la terca
unión carnosa de mis labios
para orar esta noche,
frente a una silla vacía.

 

 

 

 

Interferencia

A Paul Celan, y disculpas
si lo salpiqué de tierra

 

Este bosque de antenas oxidadas
fue el horizonte en donde se perdió
mi pequeña transmisión. Y quien veía
cómo te alejabas hoy escribe,
distorsión y pala en mano.

 
Había tierra en nosotros.
Las bocas llenas por dentro.
Cavamos. Tierra en nosotros.
Cavamos y cavamos hasta llegar
al pozo sensible de la herencia.

 
Una mañana dejamos las palas
tiradas en el suelo. Me abrazaste
y te traje hacia mí, escuchando
el silbido del viento entre los pinos,
entre las pausas de este enorme cablerío

 
seguías cavándome– a través de la interferencia.

 

 

 

 

La carne

 

Ella desconfía del cuerpo
como único aliado en su lucha
por el amor. Entonces baila,
muerde, sueña a lápiz digital
sin esperar nada del otro
más que reconocerse
como quiera reconocerse.

 
La bruma del tiempo
cae para todos igual. Quiebra
la porcelana del orgullo,
canta odas al polvo,
no miente ni engaña.

 
Ella lo sabe. Y me lo dice
con sus ojos de agua blanca,
me lo dice para olvidarnos
de nosotros, aprendiendo
lentamente a confiar en algo
más que no sea la carne.

 

 

 

 

 

Expansión

El carácter  (yǒu) significa, activamente, “tener”. Sin embargo, se vuelve más concreto al ver su segunda definición, “agarrar con la mano algo que está en la luna”.



Espera en el Lago Mudo con los pies sumergidos,
sin corriente que le juegue entre sus dedos
ni lleve peces de hojaseca en cueva
azul, donde aún respire la infancia.

 
Ya no tiene hambre ni sed: una mano extiende
hacia la luna, como desconociendo lo imposible de su hazaña.
Cerca de la orilla, un ombú estira sus ramas
hacia el vientre nocturno. Y le absorbe sombra.

 
Esa sombra permanecerá aquí, junto a las piedras,
amargamente guardada para cuando asome
la luz artificial en los días del teatro,
en su boca enmudecida por exceso
de flema y de palabras.

 
Quieto a un costado, el eco de cuantos fue
desvanece mientras en el centro de este lago
se dejan ver algunos pétalos y cuerpos flotantes
que miran fijo hacia el sueño de la luna
porque sólo el sueño es verdadero–

 
y en él sobreviven.

 

 

 

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