Poesía colombiana: Martha Cecilia Ortiz Quijano

Leemos poesía colombiana. Leemos algunos textos de Martha Cecilia Ortiz Quijano. Ha publicado los libros Eros a Tánatos (2003) y, en coautoría, La Palabra en Boca de Eros (2008), Amores Urbanos (2013 y 2014) y Trébol de Cuatro hojas (2014). En el 2020 fue seleccionada hacer parte de la colección Obra Abierta de la Editorial Seshat de Bogotá – Colombia con su libro Desde la Otra Orilla. Fue una de las ganadoras del premio “Poéticas desde el Aislamiento” Convocatoria del periódico El Espectador de Bogotá y la Editorial Cuadernos Negros del Quindío – Colombia.

 

 

 

 

Noche primigenia

 
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.
César Vallejo.

 
La noche en que nací
una tormenta era mi casa.
Los rayos iluminaron el vientre de mi madre.
La luz, se hizo vida.

Esa noche, la primera de mayo
se hizo cántaro de fuego.
Las manos sabias de una partera
me trajeron al mundo.

A mi madre,
un dolor de recién parida, le alegró el alma:
Una bocanada de aire, se hizo canto.
Una niñita con rostro luna y ojos gitanos
bebe de su pecho, le hace creer de nuevo en los milagros.

En la madrugada, a la una menos cinco,
un oleaje de mar
inundó la casa.
Las tijeras de modista,
separaron mi cuerpo del suyo:
Fui poesía junto a su regazo.

La noche en que nací
mi madre le puso cerrojo a su templo
ahora, útero de cal y cemento.

 

 

 

 

Receta de amor

 
Tiene tatuado el litoral, mi madre en sus manos.
Sus palmas guardan los secretos de los antepasados.
Mi madre tiene la sazón del achiote y el cimarrón.
Mientras ralla el coco, ella canta…
Canta arrullos que rasgan la memoria
(…” Abuela Santana porqué llora el niño”…)
Tiene tatuado el litoral, mi madre en sus manos.
Sus manos huelen a cebolla, ajo, romero y albahaca.
Entre trastos, especias y manjares va guisando su historia.

Ella aprendió el arte del amor, igual que la abuela.
El arroz atollao es lo que mejor le queda.
Añora el pescao recién cogido.
Su casa huele al café de la mañana.
Mi madre cuando cocina baila…
Baila al ritmo de las atarrayas
que llegan con el amanecer.

 

 

 

 

Abuela Tina

 
A Robertina Rodríguez

Mi abuela es palmera,
su espalda marimba de chonta tocada por el sol.
Mi abuela es negra
como las noches sin luna
su cabello en cambio es nieve rebosada
y en su sonrisa de alondra viajera
se alojan todas las estrellas.

Mi abuela lleva la primavera en su vestido
menea su cuerpo altivo
impulsada por olas del mar.
La casa de mi abuela de madera y azotea
de corredores amplios y Veraneras
y una escalera que lleva a un cielo desconocido.
La casa de mi abuela con carbón siempre tibio y comida fresca,
los ecos de mi infancia
aún conservan la risa de traviesa
en un cofre olvidado de esta casa vieja.

Mi abuela se marcha sin avisarme
el penúltimo día de febrero
con la frente en alto y el deber cumplido;
se marcha mi abuela subida en su canoa
y se va alejando por un camino largo, estero de manglar,
los cangrejos miran su paso y le dicen adiós
ella rema con su canalete
y la vista fija hacia delante
para no ser estatua de sal.

 

 

 

 

Padre

 

Dime padre,
qué puerta o que ventana debo abrir para ir a tu encuentro,
dime, si debo llevar monedas para el barquero.

Dime padre,
cómo te reconoceré al otro lado de la orilla
yo, tan pequeña y sin ti…
mis pasos eran nuevos,
mi mundo del color de los nardos,
mi risa, no conocía de lágrimas antes de tu despedida.

Cuéntame Manuel,
si aún vienes en las noches
a verme detrás de los espejos,
a reconocer en una imagen a la niña que ocupa este cuerpo de mujer.

Dime padre
un cuento antes del sueño eterno
así como cuando era niña y me hacías dormir,
atrás quiero dejar esos recuerdos,
la noche en que me arrebataste al mar
y me devolviste a la vida con tu último aliento.

Cuéntame padre
si podré reconocerte,
o escuchar tu voz que me llama,
escoge una hora para nuestra cita,
donde la noche acabe y el alba nazca.

Dime padre
si valió la pena
buscarte entre las sombras o detrás del armario
o intentar encontrar el brillo de tu mirada
en la fotografía que aún perdura en la casa de mi madre.

Manuel, padre…
del calendario señala un día de febrero.
Febrero es el mes de mis ausencias,
cualquier día es bueno para morir,
prometo llegar a la hora exacta
y que me lleves de la mano a mi nueva morada.

 

 

  

 

Post Mortem

 
Ángeles degollados puse al pie de tu caja
y te eché encima tierra, piedras,
lágrimas, para que ya no salgas.
Jaime Sabines.

 
Tanta rigidez de huesos,
navajas cortando el aire.
Tu carne, comida para gusanos,
lo único, después del trueno.

Tu cuerpo se desintegra en la hora del llanto.
La diástole y la sístole no corren más
como esos viejos relojes de mi casa.

-Tanta quietud en tu cuerpo tibio-

Ausencia, ingravidez de lo no terreno,
la nada…
cuencas vacías en esos que fueron tus ojos.
Oscuridad y frío
en la grieta de la fosa.

Solo, solito
en ésa,
tu nueva casa de alabastro
sin ventanas,
sellada desde afuera.
Y, allí te quedas, bien muerto,
hasta el confín de los días
en esta tarde de marzo.

 

 

 

 

 

El cielo suele vestirse de colores extraños

 

¿Dónde está el lugar
Al que todos llaman cielo?
Luis A. Spinetta

 
La muerte insiste.
Hoy, hacha,
un árbol ha derribado
Roble desgajado desde la raíz
ha roto sus ramas
sus hojas ha tumbado.

El cielo suele vestirse de colores extraños:
naranjas hechas nubes
violetas deshojadas
azules casi negros.
Suele vestirse de relámpago al borde de la ciénaga,
a manigua
a ángel quemado en la hoguera,
se viste de dolor, a sangre derramada en la tierra.

La muerte insiste
hoy, el cáncer
la flecha
la bala.

El hombre le huye a la muerte
ella, lo apresa entre sus fauces
-Venado en el hierro de la trampa-
su corazón ha estallado.

Pronto, renacerá un arcoíris.

 

 

 


Tus ojos al otro lado de la noche


A mi hermano Manuel A. Ortiz

Un resplandor de muerte
una grieta de tu corazón quiere apagar tu vida.
Un respirar pausado
y un leve movimiento de pulmones
nos indica que sigues vivo.
Pero tus ojos, continúan al otro lado de la noche.

El día espera a que regresen tus manos
esas mismas que en la infancia
amasaron el pan junto a la abuela.

Hermano
hemos llevado desde siempre
en el lomo
ese peso duro de la muerte
hago una plegaría para que su hoz no te alcance.

Tubos en la garganta,
agujas pinchando tu carne
parecen que ya no hacen nada.
La vida ha dejado de ser
lámpara de aceite en los caminos
ahora, árbol de hojas que se marchitan
moneda que se tira a suerte.

Hermano, te hablo al oído
abre los ojos,
nuestra madre te espera
respira
respira
respira
que aún no es tarde para reiniciar la vida.

 

 

 

 

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