Poesía mexicana: Dalí Corona

Leemos poesía mexicana. Leemos poemas de Dalí Corona (Ciudad de México, 1983). Es autor de los libros Voltario, Desfiladero, Ansiado Norte y Cartografía del tiempo. Ha merecido los premios Nacional de Poesía “Efraín Huerta” y Nacional de Poesía Joven “Francisco Cervantes Vidal”. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes , así como del Sistema Nacional de Creadores de Arte. 

 

 

 

 

Edicto
 

Defiendo la ciudad con sus martillos
aunque no duerma nunca.

Creo necesario, imprescindible,
que el ruido viaje libremente
sobre las calles mientras puebla

todo lugar como un caballo.

El ruido también tiene derecho a galopar
sin que alguien grite inoportuno,
silencio, cuando pasa.

También él necesita desahogo, gastar su cascos,
sacar la crin al viento.

Su relincho es lo que para nosotros
el más profundo sueño.

 

 

 

 

Ligera

 

Toda así, ligera,
entraste en los rincones de mi casa, entraste
– luz que apenas se filtra en la raíz –

como una lluvia tenue de brazas
que el viento deja escapar hacia los árboles.

Toda así,
con tu región más ártica y delgada
llegas a habitar nido de pájaros, cabeceando

en un ir y venir de hojas secas.

Me pregunto
por qué tanta lucha para no ser ácida lluvia,

si toda tú entre mis córneas, incontenible,
habitas: parvada de dragones, trombosis, sombra lepidóptera.

Me pregunto para qué cielo arado,
para qué mar de lanzas costillar que revientas,

si a tus pequeñas manos llega
el animal que en mi cabalga.

Ligera, ligerísima,
líquido trotar de sangre así llegaste,

apartada de todas las especies de cigarras,
segura de estallar retina adentro. 

 

 

 

 

Gallinas

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Borges

 

Tomamos a la gallina con las dos manos
y al girarla
un borbotón de sangre nos salpica el ojo.
¿Será que veremos lo mismo que ella en la agonía,

su mundo a treinta o cuarenta centímetros del piso?
¿Y si una pluma quedara adherida a nuestra piel,
tendríamos en el cuerpo la nostalgia por el vuelo,
caminaríamos apresurados y alzando la cabeza?

¿Y si fuéramos nosotros la gallina
y nuestra sangre
fuera la que a borbotones sale,

a quién transmitiríamos
la rabia,
la desazón del cuerpo, a quién
habríamos de contaminar
con nuestras plumas de plomo y de cemento?

Gallinas, pues, es lo que somos. ¿De qué corral, de qué granero?

 

 

 

 

 

Pánfilo
 

Su nombre era motivo de risa en el salón de clases;
tenía los ojos negros
y la piel de un tono más oscuro que el de todos.

Era pequeño y no parecía de seis,
sino de cuatro. A pesar de eso,
los niños se peleaban por elegirlo
al iniciar las retas de futbol
en el patio de la escuela.

No recuerdo si era aplicado, o como yo,
de los que hacían como que hacían algo
cuando Josefina, la maestra,
se asomaba a los cuadernos.

Un día no regresó más a la escuela
y el equipo del primero “B”
se quedó sin delantero. 

 

 

 

 

Mantra

 

Dios proveerá, decía mi madre
cuando los días de la quincena se alargaban
y no llegaba el día de pago.

Dios proveerá,
la escuché decir por mucho tiempo
mirando multiplicarse su neurosis,
pero nunca
los panes y peces.

Aun así, sin haber visto al milagro realizarse,
acostumbro en días como hoy

mirar a mi hijo
y decirme en voz muy baja,
Dios proveerá. 

 

 

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