Estamos leyendo poesía de Perú. Leemos poemas de Maru Delgado (Arequipa, 1987). Estudió literatura y lingüística en la Universidad Nacional San Agustín. Representante editorial de Marcapasos Editoras. Escritora y traductora literaria. Ha publicado el libro de poemas El Silencio de las Grullas (Editorial Dragostea) y varias plaquetas de poesía. Actualmente, desarrolla la poesía, la crítica literaria como también, la traducción literaria. Trabaja para Cathartes Ediciones y Damabe Grupo Editorial como traductora y reside en Arica, Chile.
I
Esa tarde recordé los ojos de dios sobre los vellos de las hijas de Babel. Brillaban en el campo hasta despertar tambaleándose como la muerte encogida en susurros inversos. Habían luces en el cielo gruñendo una tormenta. El fin de los tiempos adiestraba a la inercia intentando parpadear en armonía al entrenamiento de nuestro lenguaje. Esa tarde vi irradiar un idioma abstraído sobre el cuerpo de una venus olvidada en el espejo.
II
La memoria de Caronte se transforma bajo la necesidad de sus instintos. En algún punto la demencia silenciosa se bautiza bajo las sombras como un difunto pausado entre la nada y nada. Así navega por la geografía que no escapa de las redes del tiempo de guerras en el nombre de un fantasma. La curiosidad se imprime maquinando un tiempo imperfecto desde la gota de lluvia más inocente hasta el deseo de las flores del mar de Hades. Observo alrededor buscando la ofrenda para alcanzar la obscenidad del padre y solo encuentro este fruto que regalo a la muerte. La vida como partícula clave del poder que ejerce el juego del descanso eterno.
III
Una mañana logré enumerar las sagradas escrituras a través del mito de mis huesos. Recordé a los pueblos ajenos a la conquista de la vergüenza, dueños aun de la corteza que supera la longitud de un pecado, quise prohibir los templos del mundo -eco abierto siempre como el silencio-. Dispuesta a desfigurar las supersticiones encuentro la herencia del entrenamiento infecundo de los giros de pájaro que Safo ha olvidado, inhalando la tormenta hacia mis pulmones abstractos.
IV
En diciembre, las palabras apedrean frases que nadie quiere levantar en oración, cerramos los labios por tres segundos y vemos despavoridos escapar a los dioses. Entonces las tribus se apilan en los asientos húmedos de las manchas geográficas perdiendo el control de sus lamentos. Re-entrenando la memoria como símbolo de protesta ante un círculo de miradas celestes que intentaban inútiles seducir el lenguaje natural de nuestra cognición. En silencio y aturdidos digerimos el crimen del cielo en las migajas de siete mil millones de pensamientos para luego morir sopesando lo ganado y perdido. Cae la tarde sobre nuestras manos cuando arden los recortes del mundo con los problemas apilados en vagones que responden a alguna insignia divina que solo saber alimentarse los huesos de los muertos. Toda la historia en la palma de un dispositivo que hace cortocircuito al evocar el nombre de dios. La resistencia ahora sostiene los días del mundo.
V
Durante un instante fútil de paz recordé las sonrisas de niños abandonados en los callejones que se encogen detrás de las iglesias. Recordé sus cabellos llorando de vergüenza. Me senté a pensar en los templos que ahogan a las minorías y que se atreven a reconocerse en el mito del asombro.
Las plegarias no se repiten sin evitar ser desmentidas.
VI
Alguien dijo un día que la humanidad estaba condenada a perdurar en el pasado suspendida en las paredes desconocidas como linternas del falso parpadeo de una ciudad “luz” que siempre se nos cierra y gira en la prisa del libro de los muertos esperando a los monjes que no se atreve a volver.
PAUSA SOBRE LA LOCURA
Alguien repite “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”
y se escucha una cabeza darse contra el pecho
detrás de la puerta del confesionario
Un epitafio confuso grita EL nombre
y la aguja vuelve a cero
como la gravedad de nuestro tacto
La resistencia es abandonar todo vestigio de sentido
VII.
Hay una falsa RIOT woman
en la distancia que silencia la estereofonía
de un monólogo invisible
en el roer del tiempo en los cables eléctricos
Que destruyen nuestra voz con un discurso autoimpuesto
el símbolo de luz errando
ante la posibilidad de la asfixia
Amontonamos el estático aliento del color
y los átomos asolados de lágrimas
en la corrupción de las ficciones humanas
y se excede la intención del deseo
cuando custodiamos espectros de la temporada pasada,
sobre un ángel que espera el caer de la noche,
en la radiografía de la luna
o entre las grietas de una noche de mentira
que está fosilizada ante el infierno
de otro planeta a lado de la nada
Arriba, el paraíso es una sombra
fraseando la vejez de mi verdadero poder de decision.
VIII
Es que oigo la revolución en mi cabeza a diario
E imagino un linchamiento en el umbral de mi puerta
Y no se si tiemblo o me abstraigo ante el olor del caos
Pero sé que puedo oír a la carne romperse
al llanto arder
y a las manos rajarse
IX.
Nadie tiene razón
dice una maquina en el intento por cambiar la forma de las palabras
o cuando muto las brevedades
para incendiar con un pedazo de grafito abandonado
los oídos de las avenidas que no se atreven a escuchar los lamentos perdidos
Nadie tiene razón
y el sonido se persigue la cola
en la tentativa de estupidizar la materia que nos concibe palabras
Voces cuelgan
Llaves cuelgan
Vientos cuelgan
Libros cuelgan
Seguimos igual
caminando
con las manos vendadas
para no revelar esta gloriosa indiferencia
NADIE TIENE RAZÓN