Leemos poesía mexicana. Leemos la segunda parte de una muestra de 66 poetas mexicanas, autoras nacidas entre 1992 y 1995. Aparecen aquí textos de Cristina Bello, Beth Guzmán Lima, María Elisa Schmidt, Priscila Palomares, Abigail Quiñones Sánchez, Rebeca Leal Singer, Emily Granados, Diana Higuera, Lilian Michelle Medina, Mariel Damián, María Choza, Tania Langarica, Adriana Coronado, Quetzal Sánchez, Moriana Delgado, Irma Torregrosa, Katia Rejón Márquez, Melinna Guerrero, Khiabet López Morales, Elizabeth C. Lara y Giovanna Enríquez. Esta muestra, que busca contribuir a la visibilización de la poesía joven de México, fue construida por Mario Urquiza Montemayor.
66 POETAS MEXICANAS
(1995-1992)
Cristina Bello
(Morelia, Michoacán, 1995)
Egresada de la licenciatura en Literatura Intercultural de la ENES Morelia. Fue becaria del IX curso de creación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana. Aparece en la antología Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999) (Los libros del perro, 2020). Autora del libro Pistola de agua (IMAC, 2020) por el que fue acreedora al Premio Dolores Castro en su novena edición.
Estoy aquí sentada desde hace trescientos años,
plena de la luz
y enmudecida de la blancura
Adentro de la cocina de barro, fresca y reluciente,
más adentro, en una jícara donde hierve el agua,
no, todavía más adentro,
donde el sonido de la manzanilla
parece gritar entre la presión de una flama,
sobre ese hervor se deshace el espanto
Tomo un cerillo de la caja,
siempre resulta difícil encender el primero,
pero es aún más difícil
conservar su llama volátil,
aunque yo envidie su nitidez,
la velocidad con la que recorre los campos
porque caminar en línea recta no es una de mis virtudes,
camino más bien mirándome las formas,
reconociendo su torpeza,
las quemaduras breves que se me hacen son un recordatorio
para recoger las flores durante la tarde,
en días secos,
carentes del entusiasmo que producen
las mañanas con rocío
En las manos se me nota el suave tacto de las hierbas,
el piquete del mosquito y de otros insectos que aún no descubro
en la amatoria relación que sostienen con mis flores,
yo no sé si mis besos se parezcan en algo
al sonido de los grillos cuando anochece
si también son verduzcos e inmaduros.
Temo decir que mi tristeza es azul,
porque eso me convertiría en un cuadro poco convencional
austero
¿pero, qué hay más austero dentro de una habitación sino
estos ojos mirando aquella ventana?
observo la lejanía de los cerros,
esa extraña coloración
que torna la sombra de las cosas,
el plumaje de ciertas aves que una vez preparado el vuelo,
deciden contenerse, meditarlo,
escuchar a los depredadores
Mis ojos están atravesados por un risco,
por la hoja del cuchillo con que rebanamos el pan
y al acto de engullir la masa,
al primer bocado,
le crecen matorrales.
Limpiar las boronas que deja el pan es la tarea más compleja,
porque una puede pasar un trapo húmedo sobre la superficie
o simplemente sacudir el mantel,
pero las boronas tienen la capacidad de hacerse tan pequeñitas
que permanecen adheridas a un ecosistema,
los retazos de harina son la incisión de lo incómodo,
lo que parece imposible retirar de una habitación dónde solo existe
el reflejo cristalino de lo que llamamos futuro
¿las aves podrán discernir entre las migraciones y las migajas?
sospecho que algo sabrán acerca de las premoniciones,
decretan en el aire que incluso los páramos son finitos.
Beth Guzmán Lima
(Tepatitlán de Morelos, Jalisco, 1995)
Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Poeta, promotora de lectura, docente, traductora y correctora. Tiene publicaciones tanto de creación, ensayo e investigación en revistas digitales nacionales e internacionales. Becaria INTERFAZ 2018. Ha participado en encuentros de escritores en diferentes estados del país y en la UNICAMP, Brasil, además de colaborar en la organización de eventos de investigación y arte. Pertenece al colectivo de poesía Inubicables. Su primer poemario Raíces (2020) es publicado por Ediciones El viaje.
qué
quieres que escriba
qué quieres
que escriba
qué escribo
si no sé más palabras que tu piel
qué
quieres
ya no te toco
ya no me salen las palabras
y quieres
que escriba
qué de todo lo que dejas es mío
qué dejas si todo es tuyo
quieres que diga algo
quieres que haga algo
que qué puedes hacer
que beses mi vientre
mis ojos pronuncian
que migres a mi boca
húndete en mi luz
abre las cortinas y sacúdete las trenzas
me preguntaste qué quisiera ser
y te respondí un espejo
para que te recorras en mí
deja entrar la luz y mírate
qué pides
si más no quieres
qué
todo es lo nuestro
escribí al fin
sentada en el zaguán
bañada por sabe qué luz
que anida en mi pecho
Sueño con una puerta negra que no se cierra.
Tiene en ella una ventana y en la ventana una cortina que una señora pondría.
Aunque yo no sé qué es una señora.
Por más que me lo diga el vecino
cada vez que me lo topo fumando fuera del edificio.
Buenas, señora.
Soy una señora que no puede cerrar la puerta de su casa.
Es que no es mi casa, tal vez.
Tal vez, o ésta, pueda. Deba.
Debo muchos platos rotos, eso sí.
El sonido del quiebre, así como me aterra, me seduce.
Quisiera tener un ronquido que cerrara la puerta,
que hiciera temblar a lo que intenta entrar.
No sé decir miedo sino manos que no pueden.
Sueño mejor de lo que vivo.
Y me quedaría gustosa en la bruma, pero la puerta…
María Elisa Schmidt
(Ciudad de México, 1995)
Estudió la licenciatura en Literatura Latinoamericana. Actualmente trabaja en la revista Gatopardo como coordinadora digital. Además, es editora en jefe y fundadora del proyecto literario y de gestión cultural C de Cultura. Escribe poesía y cuento.
El inicio de los tiempos
Al despertar sentí un ardor intenso en la entrepierna.
El mundo comenzó a girar alrededor de mis muslos
Todo lo demás pareció insignificante,
Diminuto y extraño.
Me tendí al sol boca arriba
y disfruté el hormigueo cósmico.
Me senté a la mesa
Las palabras de mi familia fueron una mezcla espesa
carente de significado.
Joséempleadosalsanosevalesirvemasnoteloacabesgracias.
Con extrema cautela, hurgué bajo el piyama
Pero la mirada inquisidora de mi madre me interrumpió.
Sola en la oscuridad de mi cuarto el ardor
se volvió más intenso.
Froté mi pelvis contra el colchón,
el piso,
el buró,
el escritorio.
Hasta que se hizo de día y miré las primeras flores de la jacaranda
y tuve la certeza de que nunca había visto
algo más bello en mi vida.
Amargura 56
Veo la casa amarilla con su patio fresco.
Dentro abunda el olor a sándalo
la cama aún conserva
la calidez del cuerpo anterior.
Quisiera estar ahí para abrir sus cajones a mi antojo
Y caminar descalza hasta fundirme con el suelo.
Quisiera encontrar un frasco de mermelada
Vaciarlo en mi garganta y pasar la noche
Mirando el jardín por el ventanal.
He olvidado tantas casas como vidas.
Abigail Quiñones Sánchez
(Puebla, México 1995)
Actualmente es estudiante de Psicología en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ávida lectora desde su infancia, comienza a escribir diarios y conforme registra su evolución personal, nace también su trabajo literario en cuento y poesía. Graba y publica el podcast de spotify “Lía leía – poesía” donde da voz al trabajo de otros autores y el propio. Ha publicado su trabajo en revistas independientes de literatura y participado en recitales de poesía en su ciudad. Dirige el círculo de lectura para mujeres “leemos juntas” desde 2020 y cree firmemente que el propósito del arte es sanar y acompañar en cada momento de la existencia.
Despertar al rosario en altavoz
No. No soy nieta de las brujas que no lograron quemar.
Más bien de mujeres
que veían al cielo
rogando porque su eternidad fuera mejor
que sus pies en tierra
y los suplicios que una vive
irremediables ineludibles.
Nieta de quien se abrazó a la cruz cada noche
para rezar por sus hijas y nietas
que visitaba la iglesia del Santo Rosario
y se vertía
y vaciaba sus ojos
frente a la imagen esa, fortísima
del Cristo inmolado en una caja de cristal.
Nieta de la soprano que cantaba en el templo
y a todos hablaba de redención
con dibujos de bifurcaciones.
Soy nieta de ellas,
que como yo
anhelaron vida eterna.
Ellas en el cielo,
Yo en la memoria.
Y las tres deseamos lloramos cantamos gritamos
nos vertimos
anhelamos
que haya más que cuerpos que se pudren
y alimentan gusanos.
Sobre-vivir
“Para mí, escribir equivale a despreciarme.”
Fernando Pessoa
Despreciar lo que soy
lo que me ha pasado
y cubrirlo con rebozo bordado
o con retazos rasgados y cilicio
Lo cubro y digo que fue
algo mejor y más bello y más lúcido
Me invento historias
para que la memoria no me traicione
ni me ponga el pie.
Cuando me leo al final
memorizo el guion
y allí donde hubo sequía
yo siembro flores
y donde espinos constriñeron rizomas
yo digo algo estaba a punto de nacer.
Allá donde fui olvidada,
la niña que jugaba al escondite
y que nunca encontraron,
no por estrategia excepcional
sino porque nadie la buscó
detrás de la puerta principal,
me digo: seguro me recuerdan
yo no olvidaría que mi piel
huele a café
y hacía dibujos en moteles derruidos
para decir sin hablar:
es que yo te quiero.
Escribir es despreciar lo que me ha pasado
y adornarlo con recuerdos magnificados
una especie de decoro
de cálculo espacial
buscando belleza
en lo que a primera vista fue grotesco.
Presumo y me invento que no pasé noches de frío
oculto el recuerdo al lado de frases como:
allá donde estabas, estaba mi abrigo
y mi paraguas, y mi escondite
y mi vida sobrevivida.
Priscila Palomares
(Monterrey, Nuevo León, 1994)
Es escritora y feminista. Tiene dos libros publicados Champú (UANL, 2017) y Ecografías (Cuadrivio, 2019). Es cofundadora de la ONG Acoso en la U, integrante de Marcha Lencha y actualmente cursa su maestría en Derecho en la UNAM.
@prispalomares
La otra otredad
Hubo un tiempo donde el deseo era un embrión. Sin vida.
Como la tinta que se hace pasar por símbolos. Las líneas.
Nos mutilaron. Diseccionaron la carne. Mapa intangible.
Tinta que marca territorio. Países que separan la memoria
colectiva. Fragmentada. Dos sexos que comparten raíces.
No historias. Y pensar que de niña creí que éramos iguales.
Éramos iguales.
Contracciones
Tengo prohibido entrar al bosque,
mamá dice que hay lobos hambrientos.
-Les quitan la ropa a las niñas
y prueban su carne.
Tiembla algo dentro de mí.
Veo los pinos que rozan las nubes. Enfrente de mí: unos ojos negros. Recuesto al lobo en la tierra. Le arranco los pelos, uno por uno, para verlo calvo, comprenderlo desnudo.
Su piel es igual a la mía.
Rebeca Leal Singer
(Ciudad de México, 1994).
Escritora y educadora. Maestra en Creación Literaria con concentración en poesía por The New School, Nueva York. Sus poemas han sido publicados en: El Periódico de Poesía (UNAM), The Cardiff Review, La Poesía Alcanza, Algebra of Owls, Office Magazine y más. Segundo lugar del premio Paul Violi Prize 2020. Su primer poemario “Oscilo entre ver mi teléfono y verte a ti” será publicado por Valparaíso Ediciones en octubre del 2021.
Arte poética
La luz,
por más rápida que pueda ser
nunca irá tan rápido como los halcones
que imagino en mi cabeza.
¿De casualidad,
tú sabías que
las tortugas y las tangentes son muy similares?
No realmente.
No realmente para el cerebro lógico.
Pero realmente para el poema.
Como esa vez,
que vi dos espejos, uno frente al otro.
el primero miraba al segundo como si hablaran.
Era un diálogo, más que solo una conversación.
Sus puntos focales, entrelazados, como desayuno y huevos,
y una actitud de je ne sais quoi, nosotros somos los espejos,
o equis.
Y esa otra vez,
que mi mamá me mandó un mensaje que leía:
¨A qué hora vienes a la casa hoy? ¨
Pero ni siquiera vivíamos en el mismo país.
Entonces una lágrima voló por mi cara y aterrizó
en la pantalla agrietada de mi teléfono.
Parecía un pájaro estrellado contra una ventana.
Supongo que tenías que haber estado ahí para entenderlo.
Cuando leo soy un volcán
Cuando leo soy un volcán.
Una lumbre que no termina.
Luego leo y leo más
y leo más y luego leo
y me siento mejor.
Aprendo.
Soy un cono eterno.
Hago erupción
desde mi base,
hasta mi garganta.
No me disculpo
por la lava que sale de mí.
La comparto.
Permito que mi fumarola toque todo.
Extiendo mi ceniza.
Hasta que alguien más
la respira.
Entonces, le cuento lo que leí.
Leemos y leemos más.
Ahora los dos somos volcanes.
Emily Granados
(México, 1994)
Estudió lengua y literaturas hispánicas en la UNAM, es actriz y narradora oral, tallerista en temas relacionados con la comunicación y la creación, profesora en secundaria y universidad. Su poesía ha sido traducida al inglés y Usbeko; publicada en distintas plataformas y revistas de México, Perú, España, Bélgica, Pakistán y Uzbekistán. Su más reciente trabajo es Tierra Mandarina un libro de cuento ilustrado que será publicado por ediciones Nocturlabio; actualmente escribe poesía, cuento y ensayo.
Cementerio de ambiciones citadinas
Mortandad incesante y los días tibios
tamboreadas latitudes crecientes
de un andar ciego y vagabundo,
sol de multitudes
para la única luna
con descuartizadas soledades …
permanecen ahí, mirando
sociedad entera y limitada
por la pavorosa historia
por las venideras sensaciones
andamos, pero están ahí, mirando
temblorosos
polvorosos
diestros
ausentes
y sordos
ojos, labios, rostros …
Cementerio de ambiciones citadinas.
Ciudad,
estas llena de fragilidad
deberíamos compararnos
por el número de ausencias
por el intangible conteo de
lágrimas contenidas;
sumarnos en millares
de muertos desconocidos
y conocernos así…
en gritos y alaridos de tardes últimas.
Vamos a juntarnos
para llorarle a los perdidos
para rezar a los sordos un poco más alto
y clamar,
secretamente lo incomprensible
a nuestros ojos terrenales.
Por el triunfo de la muerte
y del miedo colectivo,
un día sin dónde
nos volvimos amantes
de los diminutivos
a segunditos irrisorios del porvenir
vagabundo,
ociosamente, esperamos,
lánguidos,
bajo la ácida lloviznita
que nuestros deseos
en cajitas de cerillos prendan …
Andamos,
medio cieguitos
medio amargos
abismados,
de un momento a otro
en un andar secreto
una visión obscura
en algún sueño,
donde la ciudad es otra cosa.
Comercio informal
En los mercados citadinos,
subterráneos, encarcelados y prohibidos
se entona el canto viciado y conocido
a plena luz del día
un manojo de comerciantes
parecen ser alebrijes con terciopelo,
las palabras como dulce en la boca
sutil y delicadamente
casi a susurros, hambrientos,
Ladran:
Chocho- mota
Chocho- mota
Verde o blanca
Verde o blanca
Si hay
Si hay
Si hay
Si hay
a ritmo tembloroso, trovando,
empujando con voz a la masa
el comercio se consolida, se hace ruido
bendito negocio de ángeles caídos y olvidados
la ciudad de México se prende
se ilumina, se consume, se poncha,
se revienta, se dilata, se envenena,
se transforma
tarde y lento
Con gritos, a silbidos
de contado, en abonos
truequeando
por abajito del agua,
y hasta que el vendedor se va a soñar.
Diana Higuera
(Cuernavaca, 1994)
Ha tomado talleres de escritura con Guadalupe Nettel, Alma Karla Sandoval y Afhit Hernández. Algunos de sus poemas pueden encontrarse en Universum Museo de las Ciencias (UNAM), en el proyecto Letras de Morelos (IMRyT) y en las antologías: Té de letras para el insomnio (2011), El diablo me pinchaba la cabeza (Editorial Lengua de Diablo, 2018) y Antología Deambulante 2019-2020 (Editorial Escombros, 2020). En el 2014 publicó la plaquette Bugambilias, ganadora de la Convocatoria ArteFactos de Ediciones Simiente y en el 2018 el poemario La soledad de jazmines, ganador de la Primera Convocatoria para Publicación de Obra Inédita en Poesía de la Editorial Lengua de Diablo. Actualmente cursa el Diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.
Canto de cigarras
A María Elena Walsh
Algunas noches
me congelan los pies.
Me he soñado sin ojos
y con el vientre hueco.
He despertado en llanto,
cubierta de polillas
y con los labios agrietados
(sangrantes).
En la oscuridad
me han sepultado
(sin nombre).
Soy
la que no recordarán.
Renaceré
vestida de amapolas.
Y el viento
y la tierra
y el sol
llevarán mi nombre.
Heredaré este conjuro
como una suerte de maldición.
Echaré raíz
con mis versos.
A aquellas que nazcan,
las nombrarán como a mí.
Habremos de nacer
-algún día-
sin miedo.
Autorretrato
Mujer pequeña
de suspiros nostálgicos,
de silencios
que estallan en tormentas.
De miradas amargas
—una que otra de niña,
de soledad.
Pensamientos de nube.
Se le caen todas las palomas,
los rosales,
y las libélulas
que lleva en la boca.
Tiene las manos parchadas,
hechas ceniza.
—delgadas mareas
que trenzan versos
(inútiles palpitaciones).
Frágil guerrera.
Tiene corazón de barro.
Todo en ella es caos
(orden intranquilo).
Lleva en el pelo dragones
y luciérnagas en los pies.
Vestida de amapolas,
va por la vida como una hormiguita.
Mujer enjambre,
mujer de cielo,
mujer-ciclón
Lilian Michelle Medina
(Ciudad de Mexico, 1994)
Poeta y escritora que no distingue entre la pasión por las letras y el correr libre. Egresada en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, ha participado en congresos de literatura como ponente y moderadora desde 2015. Obtuvo el primer lugar en la categoría de Poesía del Concurso de Creación Literaria organizado por el XX CEEECIL. Sus poemas han sido publicados en varias revistas independientes de México, Sudamérica y Europa. Actualmente participa en proyectos de creación y difusión cultural, y como ayudante en el Sistema Nacional de Investigadores. Contagia literatura en la cuenta de Instagram @lectophilica.
En defensa propia
Descuida, niña pequeña,
si hoy no cantas,
si hoy no ríes,
si hoy no imaginas
una historia diferente.
Es el dolor que amenaza con interrumpirte
la infancia,
los sueños,
los juegos felices.
Descuida, niña triste, un día:
los gritos se ahogarán,
los portazos tirarán la casa
y un tornado te llevará a un país sin guerra.
Descuida; es el dolor de otros
el que llega a invadir tu amor inocente,
tus pies al vuelo
tus ojos al alba resplandecientes.
Descuida, que un día
en medio de los recuerdos,
verás ir la tempestad
en una palabra,
en un susurro,
en el paso que inicie
tu propio camino.
8M
Quiero enverdecer
hasta volverme
jacaranda
sin miedo a ser
arrancada, marchitada,
desprendida de mí,
por una mano que juega
a ser Dios
en nombre de su semejanza.
Quiero compartir
el aroma de mis pétalos
sin que eso signifique
ser devorada
o perseguida,
como objeto de placer
sensitivo.
Y quiero morir:
de vieja,
o por el cambio de estación
o por demasiado sol;
nunca
por haber nacido árbol
deseoso de florecer
todos los días del año.
Mariel Damián
(Ciudad de México, 1994)
Bióloga egresada de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN y estudiante de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es autora del libro La chica que se ha quedado sola (Valparaíso México / Círculo de Poesía). Fue ganadora del III Premio Internacional de Poesía de la Ciudad de Almuñécar (España, 2016). Ha participado en diversas ferias nacionales e internacionales de libro entre las que destacan: XVI Congreso Internacional de Poesía y Poética, BUAP, Puebla (2016), Feria Internacional de Poesía de Granada, España (2017), Encuentro Internacional de Poesía de la Ciudad de México (2017), VIII Encuentro de Jóvenes Escritores de Iberoamérica en La Habana, Cuba (2018) y el V Festival de Poesía “Amada Libertad” en El Salvador, San Salvador; Feria Internacional de Minería “Amores de mujer” (2018), Feria Internacional del Libro del Instituto Politécnico Nacional (2019), Encuentro Feminista Universitario de Crítica y Arte, IPN (2020). Ha sido parte de diversas antologías como la Antología Al menos flores, al menos cantos Ed. Valparaíso México (2017), Antología Novísimas, Reunión de poetas mexicanas (1989-1999), Ed. Los libros del perro (2020); Versas y Diversas, Muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea, Universidad Autónoma de Aguascalientes (2020). Fue reconocida con la máxima distinción al mérito politécnico con el Diploma a la Cultura (2020) por el Instituto Politécnico Nacional.
Nomenclatura poética
Cada poema es un organismo,
cada organismo tiene un nombre
científico, un nombre común y un
nombre poético.
Pinzón mexicano
(Haemorhous mexicanus)
Ficha taxonómica:
Reino: Animalia
Filo: Chordata
Clase: Aves
Orden: Passeriformes
Familia: Fringillidae
Género: Haemorhous
Especie: H. mexicanus
Descripción poética:
Diminutas presencias americanas de canto originario en el norte, las hembras son color polvo, los machos tienen fuego en el pecho y en la frente. Su hábitat abarca nubes y tierras altas, claros de bosque-místico, matorrales nostálgicos y desiertos que a veces sueñan. Y aún más allá de nuestros sentidos, como un espíritu de luz rebelde, coexiste en las zonas urbanas el eco de su canto y sus plegarias. Ligeras presencias mexicanas, aves de canto originario en el goce, con voz de sol, de lluvia y viento, anuncian la llegada del día, despiden la oscuridad del tiempo.
Mujer pájaro
una mujer pájaro es definitiva
su gracia única como destellos
de perfección sin molde
bella
en la textura de su piel
y de sus alas
exacta
en el ángulo de su nariz
y de sus plumas
precisa
en la coloración
y orografía de su epidermis
una mujer pájaro
-que se sabe libre-
es definitiva
fuerte y ligera en cualquier sitio
donde halle luz y agua
pero consciente de su vuelo
si el canto cesa
si un paisaje hermoso
se convierte en jaula
si el amor deja de ser un eco
y el jardín de dos
se vuelve el huerto de uno
entonces la mujer pájaro vuela
dueña del cielo que son sus sueños
dueña del tiempo que es su vida
y su canto se multiplica
como la floración de las jacarandas
en primavera
María Choza
(Sinaloa, 1994)
Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha publicado sus poemas en antologías y revistas impresas como “La Catrina” y “Tierra Adentro”, así como en portales de internet dedicados a la literatura, entre los que destacan “Círculo de Poesía”, “La Otra Revista”, “Otro Páramo”, etc. Los campos no elíseos, su primer poemario, mereció el Premio de Poesía Joven Alejandro Aura en 2015. Sus poemas han sido traducidos a idiomas como el árabe, francés, inglés y el chino mandarín. Actualmente se dedica a la ilustración, a la creación artística, y a la literatura infantil.
El campo de nadie
Las nubes imitan
las líneas
de los cerros.
¿Ésa es parte del cielo o de la tierra?
No se sabe dónde empiezan.
No se sabe dónde terminan.
Un cerrito está mirándonos
y mi madre dice
Dios es buen dibujante,
lo hizo todo en un solo trazo.
(Poema publicado en Los campos no elíseos 2015)
Herencias
De familia en familia
se heredan los amores:
el amor a la vainilla
a la espuma del mar
a la sal de grano
a la crema corporal con aroma a cedro
Se hereda el odio
Se hereda la furia,
la lengua de la madre,
y el acuerdo
Los secretos se guardan hasta la tumba, y después de ella
Se heredan los nombres, los gestos,
se heredan los ojos tristes
(todos mis órganos tienden particularmente a la tristeza)
Se heredan las casas, los terrenos,
la misma tierra pasa de mano en mano,
de puerta en puerta,
de corazón en corazón.
Tania Langarica
(Cuernavaca, Morelos, 1993)
Escritora, gestora y orfebre. Es Licenciada en Escritura Creativa por la UCSJ y estudiante de filosofía en la UNAM. Sus poemas están publicados en las antologías Químicas Sanguíneas (2016), Poetas del Asfalto (2017), y en los libros No hay manantiales en la carne (2018), su primer poemario individual con el sello de FEDEM, La razón poética como aliciente político (2019) y Mujeres, el mundo es nuestro (2021) por la editorial Universo de Libros & el Fonca. Cree en lo poético como dirección política y le interesan las manifestaciones disidentes. Actualmente escribe sobre nuevas pedagogías, investiga la posibilidad de que las organizaciones sobrevivan y desarrolla el proyecto Arte Nocivo.
Sobre el ecosistema en la cuarentena
UNO
Los mosquitos no saben
por qué son tratados con violencia.
¿Por qué son tan ágiles
si no se parecen a un chita?
El instinto que les avisa
de los manotazos sobre la mesa
no les quita la sorpresa con la que los reciben
una y otra vez.
Esos actos de energía voraz
performados por gente normal,
¿les provoca tristeza?
Pienso en la genuinidad con la que son abatidos
y lo que el mundo siente por ellos.
La belleza
siempre será parecida
a la muerte.
No palparemos el miedo
de otra persona
y aún sabemos
que está ahí.
¿Por qué no has dejado de cazar al mosquito?
¿Por qué la tratas así?
DOS
Las moscas
me mantienen aquí
con su zumbido.
Me recuerdan cuánto extraño el amor tenso
que dos personas crean
cuando se persiguen
hasta reventarse
contra los vidrios.
En veintiocho días conocí todo
y también estuve ausente,
desenfoqué la vista
sentí los ojos grandes
tantas veces fragmentados
y líquidos
ante el calor del día.
Estos insectos
tienen toda la posibilidad de volar
y en vez, vienen aquí
a pelear al rededor de mi cabeza;
dos moscas
que con violencia follarán
por tercer intento esta mañana.
Hay tan poco tiempo
para acompañar
y ser acompañado
mientras conoces los sabores del jardín
que parece que lo das todo por perdido
desde el comienzo.
Quiero revivir las honduras
de distintas especies
sin tener que frenar brusco
por sentir el golpe
del cristal.
Adriana Coronado
(Sahuaripa, Sonora, 1993)
Licenciada en Literaturas Hispánicas y maestra en Humanidades por la Universidad de Sonora. En el año 2018 fue becaria por el Festival Cultural Interfaz ISSSTE-Cultura (Culiacán, Sinaloa). Se especializa en investigación literaria con enfoque en estudios de género y análisis de discursos, sin dejar de lado la creación literaria.
Balada de un día de fuego
Una voz en mi cabeza la llama a veces
creyendo que es la respuesta.
Y la tiene y la rechaza.
Ella, con sus manos de niña,
me llama con alaridos sordos,
con gemidos lánguidos
y melodías afónicas.
Busca en mí
lo que yo en sus canciones.
Pero al encontrarnos,
entre azotes y recuerdos,
nos sabemos distintas, lejanas.
Y en la lejanía,
al sabernos otras,
nos creemos estas.
A veces la quiero
y ella me ama.
Y otras veces,
cuando la voz resuena,
las palabras solo son palabras.
Cuando se entinta me borro.
Cuando me borro me busca.
Y al buscarme la encuentro.
Y en ese encuentro, ella,
perdida,
me suplica su regreso,
que es el mío.
Pero no somos, ni estamos.
No somos la otra, ni esta,
ni la otra que nos creemos,
ni la que fuimos,
ni la que seremos.
Ella en su llanto
y yo en mi silencio.
Ella conmigo
y yo en ese constante dormitar.
Despierto.
Mi voz,
que es la suya,
la llama.
Y en esa llama me enciendo
y se enciende.
Y de cenizas se hace.
Y de cenizas me cubro.
Y de cenizas responde.
El ave
De mi graznido al suelo
y contemplarte desde tu pedestal
de niña almidonada,
te recorro con la lengua de pies
al día en el que dejé de ser tuya.
Mis instintos, ingratos
se persignan ante la tonta idea
de atestiguar por tu muerte,
pero saben que no estarán allí
el día en el que te declaren muerta:
Fría y dura
como lo que siempre has sido.
Aunque el ave ya es ave
y no una maldición,
sigues sin mirar al cielo
por temor a que te recuerden,
aunque sabes que ya nadie lo hace
a menos que abras la boca para sonreír.
Las plumas negras vuelven a ti
al tiempo que el tiempo
deja de pasar sobre tu cuerpo
y te vuelve niña.
Aquella ave se acerca
y te come los ojos
y la lengua.
Aquella ave te acosa
y despelleja
y consume.
Pero nadie te ve.
Aquella ave se burla en tu nariz
y te escupe en la cara,
y nadie sigue sin ver
que el tiempo ha escondido la cicatriz
que una vez te hizo
una palabra tras otra,
tras otra,
tras otra,
tras otra palabra.
Te olvidan y vivo.
Cuando te recuerdan muero.
Cuando vivo miro al cielo
y observo a esas aves,
que hoy se llaman aves,
y dejo de tenerles miedo.
Suelo volar.
Suelen maravillarme.
Sin embargo,
de mis plumas la sangre brota
en el momento en el que tú llegas
y nos perdemos de nuevo.
Quetzal Sánchez
(Puebla, 1993)
Estudió letras en la FFyL BUAP en Puebla, le gusta el helado y andar en bicicleta. Ha publicado en diversos medios electrónicos e impresos como El Periódico de las Señoras, Círculo de Poesía, Revista Plástico, Small Blue Library, Fémina Fanzine y Revista Página Salmón.
Desaparición
Ninguna máquina puede obrar mal por sí misma.
Son los otros quienes lo hacen.
Miguel Guerra
La máquina que responde mis preguntas está rota.
Quise saber cómo es la vida sin mí
si el mundo sigue su curso cotidiano.
Estoy lejos de toda tierra conocida y no tengo la certeza de volver.
¿Cómo desaparecí?
Mi máquina no responde.
No existe
Existir de otra manera.
Escapar del cliché de la memoria
y del retorno al universo.
Existir desde la desaparición,
aún cuando eso implique resiliencia
y una palabra que todavía no existe.
Inventar otra forma de habitar el mundo.
No ser nunca más la víctima del hombre/la pobre desaparecida.
Recuperar eso, y decir EXISTO
aunque no exista.
Moriana Delgado
(Distrito Federal, 1993)
Estudió Letras Inglesas en la UNAM. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, y del FONCA. Actualmente estudia en el Taller de Escritores de Iowa. Además de escribir poemas, le interesa el mandarín en su forma simplificada.
FW: ¿Puede tu casa o la mía ser un faro?
(este mensaje no tiene texto
en el cuerpo)
(este texto no tiene cuerpo
en el mensaje)
escribirte de regreso
tampoco tiene mucho sentido
(cuerpo este cuerpo
no tiene).
媽馬
Digo madre para decir caballo
mamá en los trazos a cuatro patas
Digo māma para decir madre
digo madre y me sale caballo.
Irma Torregrosa
(Mérida, 1993)
Autora de Piélago (Cuadrivio Ediciones, 2020), libro ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía San Román 2017. Sus poemas de la serie Transfiguraciones, fueron reconocidos en el Premio Estatal de Poesía “Tiempos de Escritura” 2020. Participó en tres ocasiones en los Cursos de Creación Literaria de la Fundación para las Letras Mexicanas. Poemas suyos aparecen en diversas publicaciones físicas y digitales. Actualmente es profesora en la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes, en Mérida.
Transfiguraciones
(fragmentos)
I
Una mujer saca un espejo en mitad de un autobús
repleto de pasajeros. Comienza a maquillarse.
En medio del desorden, su silencio crea
un espacio donde todo es vulnerabilidad.
La mano izquierda sostiene
el peso de su imagen, su rostro
perfectible, sus colores naturales.
Con la precisión de un corte se delinea
los ojos, cambia su temperamento
y su especie, por una más felina.
Saca una brocha pequeña,
toma el rubor y lo deposita con suavidad
en la parte alta de sus mejillas,
haciendo círculos se deshace del tedio,
se protege por si hoy las cosas no salen bien.
Toma un labial, repasa en sus labios un color
que he visto también en las últimas luces del día.
Se pone rímel. Abre más los ojos,
se asombra de ella misma
y guarda el espejo en la cosmetiquera.
La he mirado todo el camino, discretamente.
Quisiera tener su valentía. Cambiarse el rostro
frente a una multitud no es un milagro pequeño.
II
Siempre quise que mi primer labial fuera rojo,
pero me advirtieron que no sería bueno
llevarlo a la escuela ni a mis primeras salidas
con chicos; que el rojo decía cosas que no debían ser.
Mi madre me compró, entonces, un labial palo de rosa
que utilicé antes de ir a una comida en casa de mi primer novio.
A él le gustó ese brillo que daba a mi boca algo de fruta,
algo de ternura satinada, el jugo que asomaba en sus bordes.
Nos besamos de forma muy torpe y caímos
sobre el otro, en medio de la brusquedad, de la urgencia
que escucha en el ruido de la lavadora una canción de amor.
Regresé a mi casa con un pequeño ardor entre las piernas
y el color de mis labios arrastrado hasta las comisuras.
Esa fue la última vez que lo vi.
A veces me pregunto si me recuerda.
Si recuerda las llamadas de teléfono y la desazón
de los siguientes días, mis preguntas a los compañeros de la escuela,
a la maestra de la única clase que compartíamos.
Me pregunto si, como a mí, le habrá ardido el corazón
de tanta huida. Nunca supe por qué lo hizo.
Si lo único que pasó fue conocer los colores
de nuestro cuerpo. Hasta ahora me pregunto,
si el color en mis labios era el adecuado.
Katia Rejón Márquez
(Campeche, 1993)
Periodista freelance y escritora. Dirige la revista Memorias de Nómada en Yucatán. Tiene una columna semanal en el periódico La Jornada Maya. Ha publicado reportajes y artículos de opinión en medios como Animal Político, La Jornada, Pie de Página, Este País, Sin Embargo MX, Agencia Ocote, Distintas Latitudes, entre otros. Forma parte de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas. Autora del libro de poesía Notas de Jardinería (Cuadrivio, 2020).
Flores de Bach
(ritual terapéutico sin criterio racional)
Escribo y leo de plantas desde que me sequé como una de ellas. Schumacher dice que la naturaleza se mide en velocidad, tamaño y violencia, se limpia a sí misma. A mí todavía no se me nota la vida.
Pero hoy salgo lentamente al jardín. Descanso sobre mi pequeña silla acapulco con el ánimo de alguien que regresa de la guerra y no sabe si ganó o perdió todo. Desde esta cueva húmeda que es mi garganta aprendo un canto nuevo, siembro. No dispongo de tiempo para morir, tengo que cuidar a otros para limpiarme.
Tragia yucatanensis
(urticante y medicinal)
Hablemos de las plantas como especies que hacen daño. De las flores ornamentales que disimulan su rabia al tacto. A lo lejos parecen una verdura fresca en medio de la sala. Son veneno.
Me saco los guantes para tocar la tragia. Hace falta la fricción de los cuerpos para herir al más frágil. Entre la tragia y yo, sé que soy la débil. Admiro las ampollas que provoca en las palmas.
Mi cuerpo es así: prefiere la intimidad aunque sea dolorosa.
Algunas traen la ponzoña a la vista, en las espinas o en los vellos de la hoja. Otras,
escondida en el tubérculo. La tragia no oculta sus hojas con dientes de grillo, pero es capaz de curar heridas más grandes de las que hace.
Mi cuerpo es así: prefiere entregarse con violencia, y con eso sanar.
Melinna Guerrero
(Aguascalientes, 1993)
Escritora y editora. Licenciada en Letras Hispánicas por la Benemérita Universidad Autónoma de Aguascalientes. En 2018, obtuvo la mención honorífica del Premio Nacional de Cuento Breve “Julio Torri” con la obra titulada Historia de nuestra palabra. En 2016, el Premio Nacional Universitario de Poesía “Desiderio Macías Silva”, así como el Premio Nacional de Narrativa “Elena Poniatowska”, 2014. Ha participado con ensayos en las revistas Tierra Adentro y Sin Embargo, así como en Periódico de poesía, Taller Igitur y Círculo de poesía con poemas y reseñas literarias. Ha impartido talleres de escritura a través del Instituto Cultural de Aguascalientes. Actualmente es jefa de redacción de la editorial Artes de México.
Deshojar de dientes
Trato de imaginar la sonrisa de mi padre
sobre los kilómetros que nos separan.
Recreo su imagen en el aeropuerto antes de Navidad,
esperaba a metros de allí a que yo llamara
—mi padre hace eso con el tiempo, lo acecha.
En esa imagen, mi padre tiene los dientes intactos,
pero hace poco que le faltan tres,
dos caídos, naturalmente,
el otro, extirpado.
Trato de imaginarlo después de la cirugía:
su lengua reconociendo la carne vacía y caliente,
el manifiesto de los dientes que dicen ya no al cuerpo
para pertenecer a la vitrina de las cosas que le han sido extirpadas;
una piedra del ojo derecho,
los hilos que le unieron el brazo al hombro.
Trato de imaginarlo a kilómetros de aquí:
donde sonríe a pesar de estar chimuelo
donde nos cuenta su deshojar de dientes
junto su niñez de abuelo
frente la infancia que lo saluda
como un niño que jugaba a esconderse.
Despedida en siete cantos
I
Y por culpa de los que se van, de los que se han ido,
otro me habla a la mesa y dejo que su boca secuencie mis labios,
lo tomo del brazo porque un brazo sobre otro siempre es mejor,
porque una mano sobre otra nunca está vacía,
y dejo que su barbilla toque mi espalda.
Si te hubieras marchado desde antes,
nos hubieras ahorrado esa idea mía o de la gente
de esperar un tiempo considerable a que todo sane.
Hoy otra vez sé que ninguna de las que soy pudo detenerte,
ni yo vestida de blanco o con vestido de fiesta o con un encaje transparente.
No es verdad entonces que la unión hace la fuerza,
esta vez la unión hace la puerta, el vacío, tu huida.
Y entonces podrás quedarte con nuestro hijo el mar,
con nuestra hija la vida, con nuestro hijo el tiempo,
las noches que pudimos dormir abrazados,
las mañanas en que cuidé tu sonrisa para que tuviera la forma de una sandía.
Mi amor por ti es el otoño,
y sólo lamento haberte dado los nombres de ciertos libros,
algunos autores que ya no merecen que los leas,
porque sería desconsiderado que ellos te dijeran algo que a mí no.
Ya te irás, y el viento y la memoria y el olvido serán.
II
Siempre creí que dejar atrás a un hombre era llorarlo después de la impaciencia
crónica de no encontrar la llave de una cerradura,
siempre creí que dejarlo totalmente era un poco la desolación urbana camino a casa.
Pero nadie nos enseñó que olvidarlo tenía también el silencio de estos muros
y un ejército de quietud los domingos por la noche.
Ahora sabemos que dejarlo atrás es guardar su nombre en la gaveta de la ausencia,
la misma que abriste cuando tus primeras mascotas te abandonaron.
Ahora sabemos que llorarlo no es suficiente,
que irnos del país cuesta caro,
que atropellarlo tiene limitaciones.
Ahora sabemos que dejarlo atrás es hablar de él
hasta que el cansancio permita escribir su nombre para luego borrarlo.
III
Un día ya no vamos acordarnos del hombre que se fue,
del hombre que tomó el blanco de la nieve y se fundió en él.
Es un hombre, sólo un hombre en la nieve.
Un hombre que en el cierzo ve una mujer nacer,
un hombre que persigue auroras boreales
para fundar una compañía de postales.
Un día ya no vamos acordarnos de él,
del hombre de los besos del viaje de los países
de las escalas del chico tonto que es
y del vestido que se abre en el blanco para él.
IV
Esta vez adivinarás cuál de nuestras palabras se formó en un país sin nombre,
cuál de ellas creció y se hizo tan fuerte que tuvimos por fuerza el silencio.
Sólo entonces querrás vivir a base de metáforas
de imágenes de recuerdos para llevar a casa y fundar una historia.
Esta vez sabrás que un viaje largo es volver,
pero no encontrar ya en el verso una mujer,
y en cambio sí una línea que interminable
una línea que larga,
una línea que lleva el territorio de lo que nunca acaba.
V
Cuando no estás,
viajo hasta tus palabras,
hasta la punta de la última letra que dejaste
y aunque no lo sabes,
con ellas le he dicho buen día al chico de la basura,
con ellas saludo a nuestra vecina,
hago oraciones para Dios,
formo con ellas este poema
y aunque no lo leas,
con tus palabras crece la historia de un país
y un barco que navega sobre un libro abierto.
VI
Quería escribir un poema que destruyera tu conciencia de chico sano,
uno más que hiciera lo mismo con tus bonitas sonrisas a media noche.
Quería escribirte sobre todo un poema donde cupieran cada uno de tus viajes
para que también los hicieras conmigo.
Quería escribirte un poema que te alcanzara.
Otro más que te trajera hasta aquí.
Pero escribí un poema pop y en él no caben las grandes reflexiones,
ni un poco la cabeza de esta historia,
o tus pecas,
ni siquiera las de tu espalda.
VII
Debe existir una manera de llamar a quienes se olvidaron de nosotros.
Una manera de no decir “desconocidos”, “extraños”.
Un término para recordarles que en realidad,
para nosotros, siempre están ahí
y le hablamos a la gente de sus gestos,
de las conversaciones, de sus cabellos.
Debe existir por ejemplo otra palabra que alcance a contener
qué camino de curvas es la distancia, el adiós, o el último tramo juntos.
Ahora, por ejemplo, le llamo una fotografía donde aparece su sonrisa,
un plan a futuro que ya no haremos en compañía,
un país que crece distinto para ambos.
Debe existir una manera de llamar a quienes ya no te aman.
Khiabet López Morales
(Acapulco, 1993)
Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la Universidad Autónoma de Baja California. Ha sido ponente congresos de lengua y literatura en la Universidad Autónoma de Nuevo León y en la Universidad Autónoma del Estado de México. Aparece en la revista electrónica Círculo de poesía. Fue becaria del Festival de Cultura Interfaz Culiacán, 2016. Ha sido publicada en diferentes revistas digitales entre las que destacan: Revista Liberoamérica, Efecto Antabús y ADN Cultura. Es autora de Hace tanto ruido adentro que el silencio se suicida (Editorial Poiesis, 2018). Actualmente es redactora de notas periodísticas para el periódico digital Punto Norte.
Costas lejanas
Llegué de costas lejanas
donde un hombre se hundía
en los ríos la locura.
El gemido del tiempo
taladra la frente del recuerdo.
El diablo se le ha metido en la cabeza
y perfora su mente hasta el hartazgo.
Yo soy el producto de un acto de violencia
voy disfrazada con ropas que encuentro
en los roperos del silencio.
Llegué de costas lejanas
donde una mujer se bañaba
entre las piedras.
El diablo tienta y el hombre juega.
Mi sentir es el trono
de fantasmas que beben
ausencia y olvido en licor.
No soy igual a los demás,
acepto que juego a las escondidas
con la suerte.
Soy un ángel que busca
el puerto perfecto.
Un balcón frente al mar
donde arrojar el temor
donde mi voz sea tu canto.
Llegué de costas lejanas
donde una anciana peinaba
sus cabellos blancos
y el viento con cautela
levantaba su falda
y le volaba las penas.
Los residuos del despojo
Aquí mis manos saben escarbar
entre las cosas comunes
que se encuentran
en el fondo de las botellas.
Los charcos
de sangre que todos
los días ignorarnos
nos convierte en náufragos
ocultos
sin fuerzas
para moverle ni un solo dedo
a la justicia.
Aquí mis pies
pisan fuerte
y mis huellas
sobre la tierra
son la saliva
del tiempo.
Confundimos palabras
con cuerpos tirados
en el suelo
y nuestros sueños
son los residuos
del despojo.
La calle es la cama
de los olvidados
que miran al horizonte
y no ven nada
y la podredumbre
les pica los ojos.
Somos un país que huele
a dolor
a indiferencia
un país que agoniza
y hiede.
Elizabeth C. Lara
(La Paz, Baja California Sur, 1992)
Es egresada de la Licenciatura en Lengua y Literatura de la UABCS y los diplomados en Creación Literaria y Literaturas Mexicanas en Lenguas Indígenas del INBAL. En 2018 obtuvo la Beca “Inés Arredondo”, para asistir al Encuentro Internacional de Literatura: 13 habitaciones propias. Su poemario Grietas, con el que ganó el Premio Estatal de Poesía Joven 2017, se encuentra incluido en la antología Altares publicada por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC). Algunos de sus poemas más recientes están publicados en dos antologías descargables que se liberaron en 2020: Selfie Poética y Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989 – 1999) ambas editadas y compiladas por la poeta y editora Zel Cabrera. Recientemente fue publicada en la revista “Fractal” de San Diego Poetry Annual.
Wonder woman
I
Heroína de tiempos desesperanzados,
naciste quién sabe cómo,
más con la fuerza cansada de la guerra.
Sin ser un adorno la tiara poseías;
con ella hiciste caer villanos, hombres
injustos y antiguos arquetipos de poder.
Sabías que el mundo era tuyo,
no eras la novia o la conquista.
Tu principal superpoder no era la fuerza
o volar, era ser fiel a ti misma.
A diferencia de otras, tú,
no necesitaste usar
el disfraz de la fragilidad.
Eras como todas las princesas guerreras:
Indestructible.
No tenías que escoger
entre el traje y los deberes diarios
o la lista de buenos prospectos
para realizarte.
Tenías habilidades de batalla superiores:
superioridad sin contraparte masculina,
amor y paz sin lo hippie;
un símbolo de lucha feminista
y un cuerpo que obtuvo todos
los derechos de la liberación sexual.
II
Tarde te diste cuenta de la ficción.
Como el alcohólico que cree
tener el control de dejarlo,
creíste, una vez más, en tu poder.
Fuiste tu propia archienemiga,
queriendo juntar los brazaletes:
Wonder-Woman.
Por querer ser la esposa
pusiste sobre tus hombros
el cuidado de los hombres.
Los en-maravillaste a todos
y, maravillada, viviste
la maravillosa vida
de los cumplidos,
las flores,
el orden habitual.
En vano deseaste
no llegar a ser
la condicionante de tu sexo.
Le diste el anillo de poder
violeta del amor
a un brillante Wunder-Mann;
que nunca dejó de brillar ni los niños
ni —por mano tuya— tu hogar.
Si tan sólo hubieras sabido
que tu debilidad no era el sexo
ni el matrimonio nuclear
ni la toxina de los hijos,
que tu debilidad era:
olvidarte de ti misma.
III
Lazo de la verdad:
Eres la figura creada
por William Moulton Marston
y su relación poliamorosa
para remediar
el arquetipo fallido:
un personaje femenino
con toda la fuerza de Superman
más todo el encanto de una mujer
bella y buena.
—tan bella y buena como Lynda Carter.
Ahora reconocerse es triste:
el eterno traje no era ese sino otro,
el que nunca quisiste usar,
del cual juraste haberte salvado.
De Frankenstein o el patriarcal Prometeo
A veces me siento la creación de Mary Shelley.
A veces voy desde la pequeña Suiza que es mi habitación
hasta el desolador Ártico que es la cocina
en búsqueda de quien me formó.
A veces en el camino a la venganza
voy perdiendo una pierna o la boca,
otras veces, el corazón.
A veces me quedo en el sótano de una buena familia,
escuchando entre paredes,
aprendiendo a ser menos monstruo;
veo la belleza de las polillas,
de la humedad que anuncia: afuera llueve,
de los pequeños rayos de luz que llegan en forma de un verso.
A veces, también, la tranquilidad de almas
con una mesa dispuesta me da valor,
pienso que esta buena familia me va a aceptar
y salgo, entonces, el más cristiano corazón toma un palo
y me da lo que merezco;
el desprecio, la rabia, la desaprobación
por mis formas tan poco humanas:
tengo piel verde
y un corazón no rojo sino malva,
moradas mis mejillas,
un brazo fuerte y otro suave,
un lenguaje fragmentado.
Digo vida y ellos escuchan muerte;
digo amor y ellos, rebelión.
Les pregunto por qué me formaron así:
con la mano izquierda de una mujer,
la otra de un demonio,
la boca cosida de una serpiente,
los ojos de una pirómana,
las piernas de una sirena,
que algunos días cambia su voz.
Sólo me responden:
eres un monstruo, lárgate,
hacen un retrato hablado de mí,
lo difunden por toda la casa-pueblo
y fuera de.
Los pequeños me tienen miedo.
Desde mi nacimiento
hasta hoy he acumulado el odio ajeno
vuelto hacia mí misma.
Espero encontrar a Frankenstein
y destruirlo
como él a mí.
Giovanna Enríquez
(Ciudad de México, 1992)
Giovanna Enríquez es artista visual mexicana e historiadora de arte con práctica literaria y fotográfica. Su trabajo consta de texto, cuento y poesía, fotografía, audiovisual, instalación e imagen autoral y apropiada. Es egresada de la licenciatura en Historia del arte en el Centro de Cultura Casa Lamm, del Diplomado en Creación Literaria de la Escuela de escritores de la SOGEM y del Diplomado en Fotografía en la Academia de Artes Visuales con especialidad en Creación de fotografía y discurso. Ha publicado cuentos, fotografías, poemas, audiovisuales, crónicas y notas de periodismo cultural en medios electrónicos e impresos. Ha participado en exposiciones colectivas presenciales y virtuales, así como en intercambios fotográficos y culturales con la School of Visual Arts de Nueva York y la Neue Schüle fur fotografie de Berlín. Administra la web www.giovannaen.com ; la cuenta Vimeo: https://vimeo.com/giovannaenriquez y el Behance www.behance.net/giovannaenriquez donde alberga “La ocupación del cielo”, su proyecto más reciente.
Casa
La casa es el lugar al borde de la piel
donde se rompen vajillas a destiempo
y se aprende a decir partes en lugar de v u l v a.
Cada mes, cuando al tiempo le da prisa,
una sólida serpiente de mar me escurre entre las piernas.
Toca, entonces, reposar bajo la lluvia de la mañana,
para que el animal se cuele por la coladera.
Toca, pues, cerrar la cortina de la ducha
y apretar los dientes para detener el vuelo.
Desprender las alas bajo el agua hirviente
siempre lo creí necesario.
El tecnicismo, como le dicen, es endometriosis:
como si la técnica fuera arte y oficio,
a mí me suena a mala broma,
a lenguaje enfermo, de hospital, de bisturí
e histeroctomía; otro tecnicismo.
La casa es el lugar al borde de la escalera
donde espero sentada a que seque
el agua trapeada a mediodía,
porque no llegué al inodoro,
y decidí
que el rellano era un buen lugar para cerrar las piernas
llevar las manos al vientre,
apretar
esperar.
La casa es el lugar al borde de la tierra
donde se siembra en verano
lo que no se logrará en invierno.
Los botones que no son flor se arropan,
las madres salen a buscar a sus hijas,
los endometrios crecen desesperadamente,
las cactáceas se nombran igual en toda Latinoamérica,
la educación sexual se vuelve piedra de tropiezo,
las piedras siguen acurrucadas en los vientres ajenos,
los analgésicos se compran sin receta.
La casa es el lugar al borde de las vulvas
donde las partes del cuerpo son sólo mías,
donde cuerpos en partes se descomponen
en las carreteras,
donde un cuerpo se abraza a otro cuerpo,
en espera de que todas vuelvan,
donde todos los cuerpos mudan a cuerpas,
y cambian de estación cada tanto,
cada siempre,
cada que es necesario nombrar una casa,
darle forma de labios, vello y clítoris,
de útero que se pronuncia:
casa de plasma y plaquetas
casa de lábaro matrio,
casa sin niños
casa sin piernas cerradas.
Caracola
El espacio entre los pies y la aorta
se mide en metros cuadrados
de hueso, tendones, líneas de cruce y cercas electrificadas.
Caracola sin casa carga su pan y su pescado:
se le multiplican las rutas.
El espacio entre la garganta y la frente
se mide en lenguas extrañas,
números y letras en secuencia;
vida que se vuelve cifra y se memoriza.
Caracola sin casa carga su vestido de domingo:
cuando menos lo espera, lo echan a suertes.
El espacio entre las rodillas y el ombligo
se mide en venas, músculos, hormonas y cobre.
Preparar el espacio para no sumar
piel, corazón y afectos
se ha vuelto necesidad.
Caracola sin casa carga su rabia y el desgarre.
Se escribe: “ser mar” en la otra mejilla.
El espacio entre el coxis y la nuca se mide en caracolas:
una detrás de otra se encuentran para ser columna.
Vértebras de barro rompen toda barricada.
Caminos de baba trazan formas urgentes.
Caracola sin casa se detiene un momento.
Alrededor, debajo, enfrente y detrás de ella
se erigen torres de Babel.
El espacio entre todas las aortas se mide en pasos acompasados.
Queda sólo cerrar los ojos para hacerse hogar.
66 poetas mexicanas (Parte III)