Conversaciones con José Vicente Anaya

Se cumple un año de la muerte de José Vicente Anaya (1947-2020). Para recordarlo, publicamos dos conversaciones que sostuvo, en mayo de 2018 y en agosto de 2019, con Alejandro Arras. Se reunían frecuentemente en la librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo. La primera conversación aborda el encuentro y desencuentro con Roberto Bolaño. En la segunda, vuelve a la literatura de Jesús Gardea. Pareciera que lo estamos escuchando. 

Las fotografías son de Alejandro Arras.

 

 

 

 

 

Dos entrevistas extras. A un año de la muerte de José Vicente Anaya

Sobre la avenida Miguel Ángel de Quevedo camina el poeta José Vicente Anaya. El autor de Hikuri (1978) —ese libro que ha ganado tantos admirados lectores con el paso de los años— avanza vestido con su gabardina y boina negra. Saluda en su camino a algún joven lector, algún periodista que se cruza, al señor de los libros de viejo que lo conoce desde sus años como estudiante en la UNAM, los cocineros y dueños de la fonda ‘Las delicias de la chata’ sitio donde acostumbra comer al medio día. José Vicente entra a la antigua librería Gandhi, sube las escaleras y se sienta en alguna mesa que esté libre. Los meseros del café lo conocen bien: siempre pide un cappuccino. Saca de su bolsa un ejemplar de las poesías de Hölderlin, los ensayos de Carl Jung o toma el periódico La Jornada y lee las noticas un rato; y digo un rato porque algún estudiante o amigo suyo, regularmente, aparece por casualidad o cita previa. Y ahí estoy yo, subiendo las escaleras. Levanto la mano para saludarlo. Me invita a sentarme a desayunar con él. 

 

Alejandro Arras

 

 

José Vicente Anaya, café de la librería Gandhi, Ciudad de México, mayo de 2018.

En ese tiempo tenía una pareja, una chava que se iba a trabajar. Yo me quedaba a trabajar en el departamento. Era un pequeño departamentito en el techo de un edificio de la colonia Condesa, en el que el dueño había juntado tres cuartos de servicio. Hizo como un pequeño departamento con tres cuartos comunicados entre sí, en fila. Entonces ella y yo rentábamos ese lugar. Ya que desayunábamos, ella se iba a trabajar y en el cuarto del centro estaba nuestra mesa para comer y para trabajar, para escribir y, a lado, una puerta hacia el pasillo. Yo me ponía a cafetear, a leer, a traducir, con la puerta abierta. Un día, de pronto, se oscureció la puerta y era Bolaño que, con unos pelos largos y un abrigo largo negro, opacó la luz y me dijo: “¡José Vicente Anaya!” Y le dije: “sí”. Y la frase inmediata de él fue: “¡soy un genio!” Le dije: “¡Yo también!  Si quieres pásale y te invito un café”. Y entró y comenzó a ser muy amistoso. Un amigo poeta le dijo quién era yo y que yo era poeta porque él andaba, en ese tiempo, buscando poetas para hacer un grupo. No era más que la idea de vamos a hacer un grupo de poetas. Entonces ya era yo un candidato para su idea. Y estuvimos platicando de qué pasa con los poetas. Qué hacen, qué no hacen. Quiénes son verdaderamente notables, etc. Hablamos en ese lugar, en mi casita, en mi departamentito. Tenía yo unos veinticuatro años o veintitrés, y él como diecinueve o dieciocho. Creo que llevaba tres o cuatro años… Comenzó una buena amistad. De ahí en adelante nos veíamos muy seguido en las cafeterías. Fue cuando elegimos el Café La Habana para vernos. Y luego otras cafeterías del centro. Y luego nos llamábamos para avisarnos que iba a haber fiesta, algún viernes, en algún lugar, que eran los lugares de todos los que éramos candidatos al infrarealismo. Muchos poetas y entre ellos las famosas Mara y Vera Larrosa que son las hermanas Font. Fiestas de súper reventón. Y de cogedera también. Siempre había lugares en la fiesta con alguna recamara susceptible de aceptar una pareja. Aquí mismo… antes no había esta pared sino más al fondo había un estrado y aquí había unas puertas corredizas. Desde aquí para allá era un auditorio. Y en el estrado hacían lecturas de poesía, conferencias, obras de teatro, se anunciaban músicos, gente que cantaba, y en una ocasión había un joven que se encargaba de hacer la programación de cultura. Yo le propuse que hiciéramos un ciclo de poetas infrarealistas y lo hicimos. Se programó para dos meses y, por cierto, este amigo murió hace como un año. Dejó de testimonio el relato de la primera lectura de los infrarealistas. Que fuimos Bolaño y yo, aquí, y que juntamos como ciento cincuenta personas. Entonces para ser jóvenes poetas y para ser nuevo el infrarealismo reuníamos una buena cantidad de gente a favor del grupo y de nuestra poesía. Pero este amigo que relataba esto, que cuenta esa primera presentación y las que siguieron, decía que, en una de las ocasiones, caminando por las oficinas de Gandhi, en una oficina estaba una pareja de infrarealistas fornicando. Entonces él lo cuenta como algo que sucedía cada semana que se juntaban los infrarealistas. Y que cuando el dueño se enteró… Además, el dueño se enteró que, en otra ocasión, en las oficinas de por allá, había quedado un olor a mariguana. Entonces el achaque era que los infrarealiastas fumaban mariguana en la Gandhi. Entonces Mauricio (Achar) le dijo: “No, pues cuida eso porque si no se corrige se suspenden las lecturas”.

De la última pregunta que me hacías… pues me gusta mucho la anécdota. Está contada en la novela cuando nos despedimos. Que él me avisa que se va, ya tiene el boleto para irse a España, y nos vimos aquí en la Gandhi. Y cuando sale su típica personalidad de ser el gran jefe, y que me dice: “Pues ahora que tú te quedas aquí, te encargas de los infrarealistas porque son muy desorganizados”. Así como tratando de decir: te paso la jefatura. Aunque creo que ya de manera natural porque una parte de los infras simpatizaban mucho conmigo y las cosas que yo proponía, por ejemplo. Pero a este yo lo detuve en seco y le dije que no creía que los infras necesiten un pastor para conducirlos, porque yo creo que cada infra tiene su propia consciencia para saber y decidir qué es bueno y qué es malo y que no necesitan a un líder. Y que le digo que se vaya a la fregada. Le dije: “Tú te crees el André Breton de los infrarealistas”. Y automáticamente Bolaño me dijo: “Lo que pasa es que tú te crees el Antonin Artaud de los infrarealistas”. Entonces esa es la despedida. Fue elogioso. Fue aquí. Era diferente… Antes no había ese espacio, o sea la tarima iba hasta allá. Yo creo que fue allá, donde está esa silla. Pero con la tarima hasta el fondo. Había más espacio para cafetería. Bueno… vámonos.

 

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José Vicente Anaya, café de la librería Gandhi, Ciudad de México, agosto de 2019. 

Antes había una librería semejante a esta en Insurgentes, ahora es un billar, por cierto (El Ágora). Y yo venía aquí o iba a esa de Insurgentes. A la altura de Barranca del muerto. Y allí iba Juan Rulfo, por cierto. Seguido iba yo ahí a pasar horas como ahora vengo aquí. A leer y a tomar café. Y un día, en una mesa cercana, le estaban haciendo una entrevista. A la periodista yo sí la conocía, a él no, pero oía mucho de lo que él decía y hablaba mucho de Chihuahua y de ser de Chihuahua. Para empezar, hablaba como Chihuahuense, como vil norteño, golpeado. Y decía cosas de su vida en Chihuahua, de su literatura, etc. Apenas había publicado dos libros: Los viernes de Lautaro y Septiembre y los otros días, los dos fueron premiados, y son sus primeros libros, y él ya tenía más de cuarenta años. Entonces cuando se fue la periodista me acerqué a saludarlo y pues me invitó a platicar, a sentarme, y pues ya supe que se llamaba Jesús Gardea, que acababa de publicar dos libros, etc. Y de ahí en adelante nos veíamos muy seguido o nos escribíamos. Lo fui conociendo más y nos hicimos excelentes amigos. Nos veíamos cuando yo iba a Ciudad Juárez. Siempre nos veíamos muchas horas, comíamos juntos, hablábamos mucho, intercambiábamos muchas ideas sobre arte, literatura. Él originalmente estudió para dentista y antes de esos premios ejercía la profesión de dentista, incluso le iba bien económicamente. Tenía un despacho para ejercer su profesión. Una profesión bastante rara. Bueno, pues cuando recibió los premios se emocionó tanto que cerró su negocio. Además, recibió ese premio que fue de dinero también y comenzó a buscarlo mucha gente para entrevistas y recibió propuestas para publicar más libros, y comenzó a publicar en muy buenas editoriales y lo comenzaron a traducir, creo, al inglés, al francés, al italiano, y comenzó a irle muy bien de una manera casi espontanea.  Me contó su historia: primero estudió la carrera en Guadalajara, desde Chihuahua se trasladó a Guadalajara, pero me decía que él había empezado a publicar cuentos desde muy joven. Publicaba cuentos y los guardaba, y los escribía y los guardaba. Decía él que todas las horas libres de todos los días se las pasaba en la biblioteca del consulado de Estados Unidos. Se pasaba las horas leyendo muy buena literatura, especialmente de escritores estadounidenses, y esa fue su influencia más importante. Entonces, a lo largo de años, acumuló una obra interesante. Y me cuenta que una hermana de él, que vive aquí en la Ciudad de México, llegó a Juárez y llevó como invitado de ella un escritor… creo que ya murió… era un escritor muy famoso de Puerto Rico.  Amigo de la hermana y habían estado en una comida en Ciudad Juárez y en algún momento la hermana de él le dijo a este escritor de Puerto Rico: “Mi hermano Jesús escribe cuentos”. “Ah, ¿sí? Me gustaría conocerlos”. Y Gardea le pasó copia de unos cuentos. Que era uno de esos libros primeros que se publicaron. Y bueno, se acabó la fiesta y todo eso, y al poco tiempo este escritor le escribe a Jesús y le dice que es un excelente escritor y que va a recomendar su libro para publicarlo aquí en México. Creo que ese fue Los viernes de Lautaro. Jaime Labastida lo aceptó de inmediato en Siglo XXI y se convirtió en buen amigo de Jesús. Entonces Jesús ya tenía como cuarenta y dos años cuando se le abre el mundo de la literatura, con dos buenos premios. Yo creo que su obra tiene valores que él ya había ejercitado. Quiso diferenciarse de Rulfo y Rulfo fue uno de sus primeros lectores. Rulfo hizo público su reconocimiento a Jesús. O sea, Jesús, a sus cuarenta y dos años, de pronto entró al mundo de la literatura por la puerta grande. Porque después de esos dos libros vinieron otros y otros. Finalmente creo que publicó más de veintitantos libros y varios de ellos en inglés, en italiano, en francés. Yo lo estimé muchísimo. Era muy sincero. Y, por cierto, en parte de su estilo literario, yo agrego, hay una percepción intrínseca en su modo de narrar que es muy Chihuahuense, o muy norteña. No sé si leíste El sol que estás mirando. El sol es un personaje en toda su literatura. Es deleitoso cómo percibe el calor, las atmósferas, las temperaturas en las acciones de los personajes. A mí me da mucho gusto habértelo descubierto y no solo esta reacción positiva tuya de que reconoces sus calidades literarias, sino que es el gusto de un amigo para un amigo.

 

 

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