Djuna Barnes: Nightwood o un descenso a los infiernos

Leemos un ensayo de la poeta Melissa Nungaray (Guadalajara, 1988) en torno a Nightwood de la escritora norteamericana Djuna Barnes (1892-1982), que vivió intensamente los años de la Vanguardia. Nungaray es autora de los poemarios Raíz del cielo (Secretaría de Cultura de Jalisco/Literalia, 2005), Alba-vigía (La Zonámbula, 2008), Sentencia del fuego (La Cartonera, Cuernavaca, Morelos, 2011) y Travesía: Entidad del cuerpo (La Zonámbula, 2014). En 2014 obtuvo el segundo lugar del IV Premio Nacional de Poesía Joven “Jorge Lara”. Fue becaria del Festival Interfaz ISSSTE-Cultura Los Signos en Rotación San Luis Potosí 2017. 

 

 

 

 

 

Nightwood o un descenso a los infiernos

 

            Contexto

Las personas van y vienen como un carrusel endemoniado entre las luces más lúcidas de París. Las calles se recorren como patíbulos de estrellas y las palabras se disipan ante el hallazgo. Los locos años veinte fundan una nueva forma de vivir, de pensar y de sentir. Los escritores que pertenecieron a la Lost Generation transgredieron las normas sociales y morales, transformaron la forma de hacer literatura y el arte en general. La bohemia, la vida en los cafés, la cultura del deporte y las fiestas eran las principales actividades que compartían. Los lugares que frecuentaban y las relaciones públicas hacían que los artistas tuvieran un punto de referencia y encuentro.

Ernest Hemingway en París era una fiesta escribe sus memorias y cuenta cómo eran y qué hacían sus contemporáneos. La ciudad afecta el estado de ánimo e interfiere en el caos personal de cada creador, como si se tratara de un hechizo que nunca se alcanza a comprender del todo: “París no volvería nunca a ser igual, aunque seguía siendo París, y uno cambiaba a medida que cambiaba la ciudad” (Hemingway, 1985: 205). La situación económica hacía que algunos escritores dejaran a un lado su vida dionisíaca para escribir con más disciplina. La producción literaria se pagaba muy bien y podían vivir de las ventas de sus libros y también como figuras públicas.

Gertrude Stein era el ojo crítico de la generación en el campo de la narrativa, cuando algo no podía publicarse expresaba que era inaccrochable, para decir que la obra no podía ser colgada. Todos los artistas confiaban en su criterio y se reunían en su casa. Por otra parte, Ezra Pound, en Inglaterra, era el maestro de todos los poetas. Mientras que Stein ayudaba a los jóvenes novelistas, Pound conformaba un método para el arte de la poesía, que, principalmente, consiste en escoger el símbolo adecuado y de una estricta selección de palabras que favorecen el sentido poético sin caer en el exceso de la adjetivación. Ambos dejaron métodos para crear en sus distintos campos, tanto en la poesía como en la narrativa. La originalidad, la creatividad y la pasión que compartían estos escritores conformaron una pauta generacional y creacional.

La moral se fue modificando con las actitudes extravagantes que los artistas tomaban para exponer la hipocresía social, respecto a las miradas de rechazo que recibían. La era del jazz comenzó y terminó con la revolución de las flappers. Los músicos como Will Marion Cook y Fletcher Henderson se alejaron de su formación clásica con la intención de fusionar sus conocimientos y crear composiciones experimentales para el mercado modernista. El arte se mantenía en continua transformación y movimiento, al igual que el creciente mercado de valores, la industria, el consumo masivo y los viajes internacionales.

Las flappers se atrevían a desafiar el orden establecido para que la imagen de la mujer fuera más allá y tuviera un papel central en las decisiones políticas, culturales y sociales. Algunas de ellas fueron: Nancy Cunard, Zelda Fitzgerald y Tamara de Lempicka. En los años veinte las mujeres de menos de 30 años votaban, pero fue hasta 1944 cuando el derecho se extendió y se respaldó en toda Francia. Esta nueva generación de mujeres se caracteriza por ser solteras e independientes, con el fin de encontrar una vida fuera del matrimonio y de la maternidad. Esto representó una fase nueva para el feminismo: se construyó un camino hacia la emancipación, poco a poco la libertad sexual, la anticoncepción, la aceptación social del divorcio y el derecho a controlar la propia riqueza instalaron un proceder común, para acabar con la reverencia y la prudencia que se mantenía respecto al sexo masculino.

Estas mujeres se gobernaban a sí mismas y se desconectaban de los valores tradicionales, para conocerse y hacer reconocer sus propios gustos sexuales. Representaban una moda elegante asociada al lesbianismo. Esta imagen que en su época llamaron “desafiante” sirvió para sustentar el apetito de la industria a partir de los cosméticos, de la vestimenta diseñada por Coco Chanel y de las píldoras adelgazantes; ellas portaban faldas cortas, conservaban su pelo corto y fumaban cigarrillos. Recibían ganancias inmensas por representar una marca, como la celebridad Joshephine Baker, la perla negra que seducía a todos con su belleza exótica y el erotismo de su baile.  

Las reglas de clase y la tradición de la familia se vieron traicionadas e interrumpidas. Esta revolución conforma una estética seductora y desenfrenada, se convierte en ícono del estilo contemporáneo. Los años veinte fueron fructíferos tanto en París como en la ciudad de Nueva York. El sueño americano y parisino se concibe desde la predestinación de clase, la fortuna y el amor, además del caos y la conglomeración de las historias que suponen las metrópolis. Esto se muestra esencialmente en las obras: El gran Gatsby de Scott Fitzgerald y Manhattan transfer de John Dos Passos.

En Las uvas de la ira de John Steinbeck y en Mientras agonizo de William Faulkner se propone, respectivamente, un viaje al campo y al condado de Yoknapatawpha desde los temas de la pobreza, la desigualdad, la crueldad e indiferencia humana. La primera retrata la gran emigración a California debido a una sequía que duró siete años. Después del Crack del 29 las personas que habían solicitado créditos para mejorar la producción de su cosecha quedaron embaucadas y los bancos se apropiaron de las granjas. En la segunda, el viaje que se había comenzado como parte del sueño americano termina en desgracia, por la imposibilidad de conseguir un trabajo y un patrimonio seguros. Los personajes de ambas novelas quedan varados y condenados al camino hasta llegar a sus propios límites.

¿Quién fue Djuna Barnes?

La más desconocida pero no menos importante que todos los escritores de la Lost Generation: la magnífica Djuna Barnes, una auténtica flapper. Nació en la ciudad Nueva York y gozó de una vida bohemia en París. Entre sus amistades figuran: Ezra Pound, James Joyce, Gertrude Stein y E. E. Cummings. Ella no creía en la educación pública, no contó con una educación formal, sin embargo, a los 20 años ya era reportera para el Brooklyn Eagle. En sus obras se hacen constantes referencias sexuales que conjeturan la exposición de su vida privada, se sugiere el incesto con su abuela paterna Zadel Barnes Gustafson, una feminista inglesa que profesaba el amor libre y con la que compartió el gusto por la creación artística; la violación del vecino consentida por su padre, Wald Barnes, y la relación lésbica que mantuvo con la escultora y artista Thelma Wood. 

Los artículos que escribió sobre la ciudad los publicó principalmente en New York Tribune, New York Morning Telegraph y Sunday Magazine y se compilan en el libro Mi nueva York 1913-1919 por la editorial Elba. Las historias y los personajes que extraía con esa mirada perspicaz provocaban en esencia la visión de un viajero que por primera vez realiza una expedición a lo más profundo, mediante los colores, la forma y el ambiente de lo extraño. El estilo literario de Barnes ha sido admirado por T. S. Eliot, Truman Capote, Susan Sontag, Karen Blixen, David Foster, entre otros. Barnes recorre cada detalle del paisaje urbano con sus sentidos, en espera de la esencia de lo poético, de lo extraordinario.

Entre 1911 y 1929 publicó una serie de dibujos, poemas y relatos que revelan una interesante capacidad de relacionar la conducta animal y la humana. No tenía el afán de ser una escritora modelo ni relacionarse con colegas masculinos, no le preocupaba la mirada de los otros, sino su propio desarrollo. Djuna mantuvo una relación muy apasionada con Thelma Wood, pero después de la ruptura se entregó a la soledad y al alcohol en un pequeño apartamento en Greenwich Village, Nueva York, donde no aceptaba ninguna visita, no quería compartir su vida ni con los periodistas. En 1920 se fue a Europa y trabajó en el periódico McCall’s. Durante su estancia en Inglaterra Joyce le regaló el manuscrito de Ulises. Su personalidad se define por una intensa atracción por la muerte y la autodestrucción, no temía probar todo hasta verificar que la entrada del mismísimo infierno se abría. Djuna conforma una leyenda y es todo un personaje que mantuvo un espíritu decadente hasta el final de sus días, que solo ella podía trasladar y revelar en la escritura. Muere en abril de 1982 a los 90 años de edad.

 Nightwood, una obra modernista

Nightwood se publica en el año 1936 con el prólogo de T. S. Eliot y ha sido reconocida como una de las mejores novelas del siglo XX, única en su especie. Su narrativa invita a adentrarse a múltiples sentidos, porque conforma un viaje al interior, a las sombras, a los infiernos que hacen que el ser humano se enfrente a sí mismo y conforme una nueva identidad. Fernández (1995) analiza la parodia y la experimentación en la obra de Barnes y defiende que es una escritora modernista, ya que la representación realista, la noción de la linealidad y la sucesión temporal se ponen en cuestión.

La autora sostiene que en el final de todas sus obras no hay ninguna resolución sino una ambigüedad: “Tanto su vida como su obra siguen representando un laberinto casi irresoluble para el lector que se aproxima a ellas. Sin embargo, ahí reside la fascinación que produce su obra” (Fernández, 1995: 10). La experimentación radica en las contradicciones del género, la raza, la sexualidad y la familia, como una ruptura de los sistemas tradicionales. La libertad de la mujer se enmarca y posibilita a partir de dos acontecimientos: los conflictos bélicos y el exilio. Los personajes de Nightwood forman parte de un sistema que elimina a los diferentes, por eso se trasladan a otros lugares o países. El desplazamiento involucra también una marginalidad.

La parodia mantiene una estrecha relación con la ambigüedad, Fernández (1995) expresa: “El lenguaje que comporta la parodia. Trae consigo la duplicidad de interpretaciones y, por consiguiente, la indefinición” (Fernández, 1995: 15). Este enfoque interpretativo consiste en vincular aquello que aún es desconocido y destruir aquello que ya ha sido vinculado, es decir, que todo se puede derrumbar y volver a construir con otros bloques exegéticos y textuales. La experiencia de la novela es como si se tratara del mecanismo de una muñeca Matrioskha que se desenvuelve hasta llegar a su sentido más profundo e inexplorado y que siempre es diferente.

Fernández (1995) menciona que en Nightwood la progresión narrativa se basa en yuxtaposiciones, captación de imágenes y de mitos. Es un texto que no está totalmente escrito, dice Eliot, sino que hay una multiplicidad entre la comunicación y el silencio que se comparte con el lector, ya que sólo se abre un espacio para el monólogo de los personajes, no hay un diálogo certero. La noche es el lugar donde todas las perversiones se exponen, la única manera en la que el ser puede descubrirse a sí mismo y trascender en sus deseos. Todo se confunde y se mezcla con la estética del carnaval, que trata de enaltecer tanto lo grotesco como el folklore. Lo humano y lo animal conforman la unidad en la inversión de todos los caracteres.

El modernismo es un movimiento estético que se sostiene de la fragmentación. Se rechaza el pasado, pero se observa detenidamente con la intención de estructurar un nuevo código para la realidad. Fernández (1995) dice: “La modernidad consistiría en asumir el pasado para después subvertirlo y partir de cero” (Fernández, 1995: 26). La paradoja modernista consiste en que nunca se podrá comenzar e instaurar una modernidad, porque cada cambio que se hace en la historia está sujeto a posibles interpretaciones en el futuro, que modificarán su sentido inicial, de ahí que sea imposible ser siempre moderno.

Esta estética favorece las visiones y el desarrollo del individuo porque se valora la interioridad, la subjetividad y el inconsciente. Otros elementos fundamentales de su obra son la transgresión y la dispersión. Por lo tanto, propone un estilo individual de imágenes y símbolos, un exilio psíquico que se alterna y manifiesta en la atemporalidad y la simultaneidad. El modernismo es una reacción al realismo, porque proyecta otra realidad que siempre es ambigua, pero en el fondo se sostiene de un contexto base.

Djuna Barnes es una escritora modernista que pertenece al canon y que no había sido incluida por los autores y críticos masculinos de la época. También se ha vinculado con el “modernismo sáfico”, pero todavía no se ha teorizado lo suficiente respecto a lo erótico como una potencia de esta escritura. La influencia que tiene con el modernismo se manifiesta principalmente por su experimentación con el lenguaje, la parodia respecto a los valores tradicionales y el exilio de los personajes. Este viaje a los infiernos donde todo se fusiona y se hace sombra para reconocerse propone un regreso al centro del ser. No se participa en la mezcla de la esfera de lo público y lo social, sino que se atraviesa, se envuelve dentro de la individualidad, que es también una característica que ha definido a la autora por ser autodidacta y resguardar aquello que podría exponerla ante una sociedad que no podía comprenderla totalmente.

El exilio en los años veinte se daba en su gran mayoría a París, porque proporcionaba un estilo de vida cosmopolita para los artistas. Las mujeres lesbianas en su gran mayoría eran norteamericanas y buscaban la libertad sexual que en Europa se facilitaba. La homosexualidad estaba permitida a las clases altas, aumentaba, en cierto sentido, la condición social. La identidad se definía respecto al pasado pero se instauraba una nueva. Las escritoras modernistas escapaban de sus ciudades para vivir en otro sitio que pretendía ser un centro de atracciones y novedades, al desplazarse quebrantaron las prohibiciones que les habían sido impuestas en sus lugares de origen.

 La sombra de Robin Vote o un descenso a los infiernos

Nightwood es un viaje a los infiernos. Robin personifica a esa sombra que huye de todo, que es libre de andar y expandirse en los sueños. La noche inaugural imprime sus huellas en la memoria. Esta mujer fatal constituye el problema central de la novela. Su arco trágico comienza cuando abandona a Guido y a Félix, se aleja del sistema patriarcal, rechaza la maternidad y se deja llevar por lo desconocido, por sus propias decisiones. La autodestrucción es una forma de llegar a lo más recóndito. Robin Vote es silencio, silencio poético que posibilita la creación, constituye el mito de la Diosa Blanca de Robert Graves. Esta sombra se encuentra en medio de una idealización amorosa que comparte primero con Félix y después con Nora, se mueve entre lo masculino y lo femenino. Robin encarna lo animal y Nora lo humano. Según Cirlot (2005) la sombra simboliza un doble, un alter ego negativo e inferior que representa los instintos; los primitivos la consideraban parte del alma.

La existencia de un infierno admite también la de un paraíso, ambos lados ejercen poder sobre el cuerpo, diría Pizarnik: “Las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los sueños” (Pizarnik, 2001: 253). Elizondo (2013) considera que los infiernos representan un acto trascendental y una purgación necesaria para acceder al yo auténtico, además de que confieren un modelo ético de proceder por la noción de castigo. Robin constituye la sombra de todos y de nadie, ella simboliza el origen, la inmensidad y la inmortalidad. No es fácil hallarla en el camino, se necesita transitar, recorrer, deambular por todas las calles de las prisiones imaginarias hasta alcanzar algún destello que revele a esa mujer que siempre es otra y al mismo tiempo un enigma de otro mundo inalcanzable. El dolor que siente Nora por la partida de esta sombra hace del sueño un lugar tormentoso para los sentidos, el castigo está en el acto de rememoración. El horror y lo grotesco recaen en la imposibilidad del encuentro poético, pero Nora se sacrifica para perpetuar el mito de Robin.

En este bosque de la noche se trasciende el infierno del cuerpo y se llega a la visión poética de Dante, que propone el elemento del amor ideal. El desarrollo de la novela refiere de igual manera al mito clásico de Orfeo y a la leyenda del Doctor Fausto. La mujer busca a su amante en los sueños como Orfeo a Eurídice, imagen equivalente a la de un bardo que emprende un viaje hacia el encuentro de la poesía. Los caminos se unifican a través del amor y la muerte, donde el ser se convierte en pájaro, casa y museo. La imagen de Robin se desdobla y representa el atisbo de lo poético que deambula dentro de los confines del pasado. Nora se encuentra con Robin y se extravía en ella como si fuera un espejo indescifrable, huye de sí tratando de encontrarla. Este ingreso a los infiernos propone una mezcla de apariencias, una ambigüedad de la identidad que permite comenzar el juego y descender a lo más profundo.

La sombra de Robin representa para Félix la contemplación de su pasado y de su futuro a través de lo que ella podía darle: un hijo que errara igual que un pájaro. La sombra permanece y asciende en el sueño de la muerte, se desprende de los cuadros y de las estatuas como un perfume o un aroma extraño en los callejones del olvido. Robin se devora a sí misma en su andar inconmensurable, porque proyecta un proceder sin límites ante las cosas. No tiene destino fijo, es movimiento que arde con el conocimiento. Las sombras se comunican con otras sombras, cada una tiene su espacio y su significación en el silencio. Los personajes comparten un exceso de sensibilidad, porque tanto la experiencia del paraíso como del infierno son manifestaciones de los sentidos. Imaginar infiernos es llevar a cabo ejercicios de introspección que revelan tarde o temprano la esencia de la condición humana.

Robin es el espejo, la proyección de un mundo ideal. El errar en el pensamiento, el perderse en sí mismo y encontrarse nuevamente entre tantas cavilaciones supone el hecho de atreverse a ser en su completitud, de acuerdo con Nietzsche (2010): “Si uno se ha encontrado a sí mismo, debe saber perderse de vez en cuando y luego volverse a encontrar; suponiendo que sea un pensador” (Nietzsche, 2010: 290). El que Robin se explore sin detenerse quiere decir que se convierte en una intermediaria de dos mundos como una alquimista; hace pensar a los demás con su silencio, su distancia y extravío. Entrar y salir del infierno implica reconocer la eternidad y la condición divina en el aquí y el ahora.

El amor que une a Robin y a Nora es autodestructivo y representa la liberación de todos los instintos frente a una irrevocable perdición por un acto de voluntad: “como si aquella muchacha reuniera en sí las dos mitades de un destino roto que, en el sueño, se hubieran encarado a sí mismas, como una imagen y su reflejo en un lago parecen estar separadas únicamente por la vacilación de la hora” (Barnes, 2020: 35). Robin crece y migra como un pájaro de la muerte para dar sombra con sus alas, la ambigüedad conforma su identidad: “es la muchacha que hubiera debido ser chico y el chico que hubiera debido ser muchacha” (Barnes, 2020: 108).

Robin es el centro de lo más instintivo y primitivo, una estatua viviente que se desprende como si se tratara de un cuadro de Rousseau: “La mujer que se presenta al espectador como un «cuadro» compuesto y acabado es, para la mente contemplativa, el mayor de los peligros. A veces, uno encuentra a una mujer que es bestia en trance de hacerse humana” (Barnes, 2020: 34). Recordar es perpetuar el origen en el presente. El peso del pasado recae especialmente en Robin, porque ella olía a recuerdo y lo único que podía hacer era añorarse, hablar de sí misma, tenía un aspecto de antigüedad.

Las sombras son el umbral del pasado, la casa del ser humano, por eso Félix la escoge para tener a su hijo que le daría simbólicamente también el peso de la añoranza: “Rendir homenaje al pasado es el único gesto que abarca también el futuro” (Barnes, 2020: 36). En esta relación la condición modernista se alude de manera implícita, ya que la única forma de provocar un cambio en el presente y en el futuro es examinando el pasado, Nietzsche (2010) expresa: “Glorificar el origen: ése es el resabio metafísico que reaparece en el examen de la historia y hace creer terminantemente que en el comienzo de todas las cosas está lo más valioso y esencial” (Nietzsche, 2010: 161).

Robin como una luz se aleja para dar espacio a la oscuridad, al movimiento que origina todas las ideas. Nora y Robin nunca se separan, yacen en una misma tumba, en aquella que es sabiduría, muerte, erotismo y poesía. Nightwood es un descenso a los infiernos, un festín de imágenes que suscita lo imposible. La experiencia interior facilita la entrada a ese otro mundo que puede contemplarse al derecho y al revés como un espejo de inmortalidad en el ahora. Robin y Nora ponen en marcha un encuentro instantáneo debajo de un mismo yo errante que se ramifica en las sombras del pensamiento. La poesía es una preparación para ingresar al más oscuro fondo del no saber, hasta que un día todas las metamorfosis tienen su efecto y transforman la realidad.

 

 

            Bibliografía 

Almarcegui, P. (2019). “Djuna Barnes y Nueva York”. En Letra Global. Disponible el 23 de junio de 2021 en: https://cronicaglobal.elespanol.com/letra-global/cronicas/djuna-barnes-nueva-york_211932_102.html

Barnes, D. (2020). El bosque de la noche. Titivillus. Disponible el 23 de junio de 2021 en Lectulandia: https://www.lectulandia.co/book/el-bosque-de-la-noche/

Fernández, C. I. (1995). “Parodia y experimentación en la obra de Djuna Barnes”. [Tesis] Madrid: Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filología Inglesa. Disponible el 23 de junio de 2021 en: http://webs.ucm.es/BUCM/tesis/19911996/H/3/AH3003101.pdf

Cirlot, J. E. (2005). Diccionario de los símbolos. España: Siruela.

Elizondo, S. (2013). Teoría del infierno. México: FCE.

Hemingway, E. (1985). París era una fiesta. México: FCE.

Nietzsche, F. (2010). El nacimiento de la tragedia. El caminante y su sombra. La ciencia jovial (trad. de German Cano Cuenca). España: Gredos.  

Pizarnik, A. (2001). Poesía (1955-1972). Barcelona: Lumen.  

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