Sobre Las correspondencias de Alí Calderón, una reseña de Adalberto García López

Presentamos una reseña sobre Las correspondencias de Alí Calderón escrita por Adalberto García López. El libro fue publicado en 2015 por Visor Libros y en 2017 por Visor Libros México. Sobre el libro nos dice Marco Antonio Campos: “es de alguna manera una bitácora de viaje y un diario del alma. El autor busca que haya una doble lectura: que de la ciudad visitada convivan imágenes históricas de un remoto pasado con vivencias del momento actual.”

 

 

Las correspondencias

 

 

Leer el mundo: Las correspondencias de Alí Calderón

Desde la aparición de la antología Poesía ante la incertidumbre en 2011, Alí Calderón (Ciudad de México, 1982) ha ido creando una de las más sólidas obras literarias de nuestra lengua a la par de ser uno de los críticos de poesía que con mayor atención ha mirado las articulaciones más recientes al interior de nuestra tradición poética, así como los nuevos flujos que se van creando, al exterior, con otras tradiciones literarias. Su labor como poeta y crítico lo ha llevado a consolidarse como una voz imprescindible del presente poético.

Su último libro de poesía es Las correspondencias, publicado en 2015 en España por el sello de Visor y traído un par de años después, en 2017, al continente americano con Visor Libros México y Círculo de Poesía. Las correspondencias es un libro que teje su discurso a través de un mosaico de símbolos, ciudades, temporalidades, referencias literarias e históricas; todo engarzado por un lirismo que logra establecer un equilibrio entre formas coloquiales de la poesía conversacional y los recursos retóricos de la poesía neobarroca, ambas en aparente oposición.

Nacido de “Correspondances”, soneto de Charles Baudelaire, poema que establece en un primer plano, una serie de relaciones entre varios sentidos del ser humano pero que, en un plano más amplio, pone a consideración un sistema de convergencias entre el mundo y el individuo. Desde ese lugar, Alí Calderón reúne las ideas sincrónicas de Carl Gustav Jung y Mario Calderón con el imaginario cristiano, entendido como un valor de nuestra tradición hispana, y nos ofrece varias postales citadinas que son, en realidad, el complejo bosque del alma, de aquel que mira las ruinas y se pregunta el sentido de la Historia. De ahí que al inicio del libro se incluyan cuatro poemas titulados “Constantinopla”, antigua frontera entre Europa y Asia, nudo fundamental en el desarrollo de Occidente, y tres iglesias de Europa.

La ciudad es entonces un campo abierto a la interpretación, a la lectura de todos sus signos. A través de esta lectura también nos configuramos nosotros. Así se puede entender el primer poema del libro:

El tiempo ha desgastado los cristales
diminutos mosaicos
Donde estuve el Bautista se desvela
una capa de arena y argamasa
El muro fue dorado y lapislázuli
ahora el alquitrán
oculto quince siglos
tras figuras de apóstoles y santos
es el amo y señor del paraclesion.
Bordean yeso y cal oscuros signos
griegos: venid a mí los agobiados
dicen las inscripciones
difusas invisibles casi
Las cuarteaduras
Se descascaran las bóvedas
frente a la sanación del paralítico
Los ladrillos la piedra
es entonces que pienso en los versos finales:
Mi padre contestó –“es sólo el decorado;
la escultura eres tú”– y me señaló el pecho.

Esta lectura al mismo tiempo mística y moderna, nos recuerda a Antonio Cisneros y “Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado” en donde también se crea un misterioso vínculo entre una arquitectura sagrada y el yo lírico a partir de una escena cotidiana. El simultaneismo de Guillaume Apollinaire hace eco muchas veces en el libro, sumado a la evidente presencia de la ciudad y la Historia como la concreción de espacio y tiempo en un solo devenir así sea en paralelismos o en secreta líneas que apenas logran adivinarse o intuirse gracias a diferentes estrategias retóricas que van complejizando la enunciación poética.

Una vez descubierto, ahora entre signos, el yo lírico comienza a perderse en el lenguaje del mundo que es el que lo deletrea a él mismo. De ahí el descort que ilustra esta pérdida pero también significa la posibilidad de reencontrarlo y reconocerse en él:

soy apenas los despojos
de un miedo que me lacra y trisca y lepra
al viento frágil flama que oscurece
o consume el susurro en luz ceniza
andadura y camino hacia la x
troverme so far y ostro en apunto
mutis hambre gozo gozne de la destrucción
Porque en sentido estricto nunca nada
fue tan todo jamás sino en mi ausencia
nunca ocupé el espacio
estuve siempre fuera
de lugar necrosado a la vista de la gente
en mí no hay nada mío
sólo descort y sombra y un crujido

(…)

Nada fui sino muerte entre las manos
Nunca podré colmar este silencio

Aquí llama la atención el tono áspero y fatal del poema. Siguiendo a Alicia Genovese, aquí el “tono grave” nos conduce “en descenso” hacia el “fondo oscuro” de las propias palabras y que se condensa en un par de versos: “Qué digo cuando digo yo pregunta / un hombre y mira su reflejo.” Idea, por supuesto, retomada de la pregunta de Luis García Montero al respecto de la poesía escrita en los últimos años.

Además de este cuestionamiento histórico (y literario). Encontramos en medio de este escenario la confesión donde el yo lírico se ancla al poema a partir de esta multiplicidad:

Era peste y contagio
Era su nombre
En el temblor del aire
Era luz tenue
Y silenciosos pájaros
Fue la derrota

Un lúcido Octavio Paz confiesa lo que lo hace distinto a los poetas europeos de su generación: “Por una parte, la gran tradición española; por la otra, la poesía de México y, claro, el gran antecedente precolombino”. Justamente la poesía prehispánica marca un registro nuevo para el libro, Alí Calderón, consciente de esa enorme herencia poética, la retoma como un aditamento novedoso y que puede comprobarse, por ejemplo, en el segundo apartado de “Democracia mexicana” donde el presente histórico mexicano atravesado por la violencia del narcotráfico se contrapone al sangriento ritual azteca revelándonos una sádica escena de sacrificios y sangre, uno de los momentos más altos de todo el libro, además, gracias, a la reconstrucción de castellano de aquel siglo, la recuperación de arcaísmos y el uso de neologismos:

Tomábanlos cinco
dos por las piernas dos por los brazos
uno más por la cabeza y otro postema y landre rajábales
con ambas manos pedernal a modo de lanzón los pechos
y por aquella abertura metíale la mano
y le sacaba el corazón

El último poema es una carta que recuerda a Tecayehuatzin de Huexotzingo: “La amistad es lluvia de flores preciosas”. Por el poema desfilan nombres y situaciones regresando, una vez más, a procedimientos que buscan ensanchar las posibilidades de enunciación del yo lírico a través del libro. Nombrar, entonces, el íntimo círculo de afectos es nombrarnos a nosotros mismos en el mundo.

La mezcla de todos estos elementos, su sorpresa, y el cuidadoso trabajo con el lenguaje permiten afirmar que Las correspondencias es un libro que nos enseña nuevas posibilidades para pensar desde dónde escribimos poesía hoy que el mundo parece encontrar un nuevo orden, y nos reafirma por qué Alí Calderón es uno de los poetas con mayor presencia en la lengua española y más allá de sus fronteras.

 

 

 

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